Herrera Soba, Juan de. Palencia, 20.XI.1661 – 7.VI.1726. Gobernador del Consejo de Castilla y obispo de Sigüenza.
Típico representante del poder eclesiástico, educado en el Colegio Español de Bolonia, Juan de Herrera Soba, hijo de Juan de Herrera Soba y de María Peña Ceballos, inició antes de 1675 sus primeros estudios de Humanidades y Filosofía en Palencia para trasladarse, antes de 1678, a la Universidad de Valladolid para continuar su formación en la carrera de Leyes. Antes de 1683 consiguió el grado de bachiller en Leyes por la Universidad vallisoletana. Apoyado por fray Juan Molina Navarrete, obispo de Palencia en esos momentos, quien le presentó para la beca del Colegio de los Españoles en Italia, consiguió ser admitido en la institución boloñesa el 24 de julio de 1683.
Ese mismo año de 1683 fue nombrado consultor de la Inquisición romana en esa ciudad. En 1685 consiguió la cátedra de Instituta de la Universidad de Bolonia, doctorándose en ambos Derechos por dicha Universidad el 27 de marzo de 1686, siendo finalmente nombrado, a instancias de Luis Fernández Portocarrero, el cardenal Portocarrero, rector del Colegio de los Españoles de Bolonia en 1687. Se iba forjando así unos primeros contactos con personajes de la alta política que le serían muy útiles en el futuro.
Su carrera administrativa comenzó en 1694 cuando fue nombrado Podesta en Milán. A este cargo le sucedió, antes de 1700, el de capitán de Justicia de la localidad italiana de Finale y, antes de 1706, la designación como senador de Milán y ese mismo año el cargo de gran canciller de Milán. Pero su estancia en dicho cargo fue efímera, pues tuvo que abandonarlo el 27 de septiembre de 1706, cuando las tropas austríacas del príncipe Eugenio entraron en Milán. Aunque permaneció en esa ciudad un tiempo después de la entrada de los austríacos, su ideario felipista fue claro y, pese a las promesas de Eugenio, abandonó finalmente Milán y regresó a España a través de París y Barcelona. Esta fidelidad le proporcionó una consignación por la pérdida de su cargo concedida por Felipe V el 25 de noviembre de 1707.
Sin embargo, no estuvo mucho tiempo inactivo, pues dos años después volvió a la península italiana al ser nombrado, el 9 de septiembre de 1708, auditor de la Rota en Roma. Nuevamente los vaivenes políticos interrumpieron su carrera administrativa, pues en 1710, ante la ruptura de relaciones diplomáticas entre el rey Felipe V y el Papa por el reconocimiento por parte de este último del candidato austriacista, Juan de Herrera se vio obligado a abandonar su puesto de auditor de la Rota. Cuatro años después, el 24 de octubre de 1714 volvió a ser nombrado para el mismo tras el deshielo diplomático producido entre la Monarquía hispánica y el papado de final de la Guerra de Sucesión Española.
Paralelamente a su carrera italiana, desarrolló en su Palencia natal una carrera eclesiástica que, aunque tenía un carácter más honorífico que real, le permitió, en un primer momento, tener un respaldo económico en su etapa de estudios en Bolonia y un reconocimiento formal en su tierra natal. Aunque no se puede precisar con exactitud, se sabe que antes de 1715 había sido nombrado canónigo y deán de la santa iglesia palentina y vicario general de Palencia. Estos cargos eclesiásticos se completaron, en fechas indeterminadas, con el beneficio simple de la parroquia de San Miguel y Santiago de Jerez de la Frontera y el nombramiento de canónigo arcediano de Moya de la catedral de Cuenca. Todos estos beneficios le otorgaron unos ingresos económicos nada desdeñables, sobre todo si se tiene en cuenta que los recibía sin ejercer ninguna función real en dichas diócesis.
Por otra parte, a partir de 1717, su nombre ya se manejaba entre los candidatos a obispo de alguna de las diócesis hispanas entre las ternas de la Cámara de Castilla y los confesores regios. Así, en 1717 se le propuso, sin éxito, en primer lugar para ocupar el Obispado de Málaga.
Y, efectivamente, el abandono de la Auditoría de la Rota en Roma vino propiciado por su nombramiento de obispo de Sigüenza el 7 de octubre de 1722. Fue propuesto en segundo lugar por la terna formada por la Cámara de Castilla y el confesor del Rey, el padre Daubenton, que lo recomendó como candidato único en el informe que elevó a Felipe V. Sin duda, sus buenos servicios en Roma, su felipismo contrastado y sus buenas relaciones en la Corte le permitieron este ascenso que, por otra parte, era el habitual entre los auditores de la Rota romana. Con este nombramiento se ponía fin a la etapa italiana de Herrera Soba para inmiscuirse en la política de la Corte española.
A pesar de ello, el nuevo obispo se hizo de rogar en su regreso, pues no llegó a Madrid hasta octubre de 1723 y no llevó a cabo su entrada en la ciudad de Sigüenza hasta el 18 de noviembre de ese mismo año. Pero tampoco estuvo mucho tiempo en este cargo. Sirvió el Obispado de Sigüenza sólo un año, pues el 3 de noviembre de 1724 fue nombrado gobernador del Consejo de Castilla y de la Cámara de Castilla.
Según San Felipe en sus Comentarios, fue elegido por ser un “hombre bueno, templado y de grande experiencia en los negocios”. Braudrillart es menos complaciente al considerar que Herrera Soba fue nombrado gobernador del Consejo de Castilla por influencia de la reina Isabel de Farnesio tras las reticencias mostradas por algunos miembros de dicho Consejo encabezados por su presidente, el marqués de Miraval, en la vuelta al poder de Felipe V. La Reina aprovechó estos recelos para desembarazarse de sus enemigos en el Consejo tras la vuelta al poder de Felipe V. Y en esta refriega, uno de los grandes triunfadores fue Herrera, que se vio recompensado con la segunda dignidad del reino.
Su labor en el Consejo fue corta y poco significativa. Se demostró así su carácter maleable, preocupado por mantener su cargo y contentar a sus valedores, fundamentalmente a la reina Isabel. Así, en el proceso llevado a cabo contra Fernando Verdes Montenegro por su posible malversación de fondos siendo tesorero general, Herrera fue comisionado, junto a Domingo Guerra, arzobispo de Amida, para examinar los libros de Verdes, limitándose, según Madrazo, “a calificar el asunto de gravísimo y solicitar una investigación que aclare las ramificaciones fraudulentas”.
Poco más se sabe de su paso por la Gobernación del Consejo de Castilla, la cual, por otra parte, tampoco duró mucho. El 7 de junio de 1726 Juan de Herrera Soba murió y fue enterrado en la capilla del monumento de la catedral de Palencia.
Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional, Consejos Suprimidos, lib. 733; Archivo General de Simancas, Gracia y Justicia, lib. 308; leg. 534.
Gaceta de Madrid, 11 de junio de 1726 y 19 de octubre de 1723; A. Braudrillart, Philippe V et la Cour de France d’aprés des documents, t. III, Paris, Mesnil-Firmin Fifot, 1890-1905, pág. 115; T. Minguella y Arnedo de las Mercedes, Historia de la diócesis de Sigüenza y de sus Obispos, t. III, Madrid, Imprenta de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1910-1913, págs. 137-139; V. Bacallar y Sanna, marqués de San Felipe, Comentarios de la guerra de España e historia de su rey Felipe V, el Animoso, Madrid, Editorial Atlas, 1957, pág. 363; A. Pérez Martín, Proles aegidiana, t. III, Bolonia, Publicaciones del Real Colegio de España, 1978; S. Madrazo, Estado débil y ladrones poderosos en la España del siglo xviii. Historia de un peculado en el reinado de Felipe V, Madrid, Catarata, 2000, pág. 85.
Manuel Amador González Fuertes