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Agustín de Alburquerque

Biografía

Alburquerque, Agustín de. ?, p. m. s. xvi – 22.IV.1581 ant. Misionero agustino (OSA) en Filipinas.

Los historiadores de la provincia le hacen natural de Badajoz e hijo del convento de Salamanca, pero sin aducir prueba alguna para formular tal aserto.

La primera noticia que se tiene de él es que llegó a Filipinas en 1571, siendo asignado al convento de Manila, mas por poco tiempo, ya que muy pronto pasó a encargarse de la casa del Santo Niño de Tondo, donde en pocos días levantó una modesta morada. En el Capítulo celebrado al año siguiente en Manila (3 de mayo de 1572) salió elegido tercer definidor, pasando a regir la casa de Bombon, por lo que la provincia de Batangas le reconoce como su primer misionero y propagador de la religión católica. Los cronistas tempraneros de la orden de San Agustín atribuyen cosas extraordinarias a su fe y humanidad, tales como haber aplacado la furia del volcán de Taal poniendo un altar a su pie y celebrando una eucaristía.

A finales de 1574 pasó a la isla de Mindoro para ayudar al enfermo padre Francisco Ortega, y allí conocieron la invasión del pirata chino Limahón y cómo los naturales de la isla, envalentonados por tales circunstancias, proyectaban atentar contra los religiosos.

Pudieron escapar y posteriormente ser rescatados por los soldados españoles. Al poco tiempo regresó a Bombon donde izó y terminó “la mejor iglesia que ai en esta isla [Luzón] por ser de tablas”.

Concluido el templo, subió a Manila para participar en el Capítulo Provincial. En la metrópoli supo que el derrotado corsario Limahón había huido a Pangasinan.

Para buscarlo y capturarlo el gobernador Guido de Lavezares mandó una armada en la que se enroló como capellán. Aquí estuvo hasta ser convocado por el Capítulo Provincial de Manila (30 de abril de 1575), del que salió elegido prior del convento del Santísimo Nombre de Jesús de Tondo.

Con gran ilusión aceptó el cargo por haber sido la casa de su primer destino en Filipinas “y la primera que edifiqué en esta tierra”.

Pero en su interior seguía alimentando otra ilusión nunca dormida. El año 1572 fue señalado, juntamente con el padre Francisco Ortega para pasar a China. Ambos procuraron diversas gestiones con los mercaderes chinos para que los condujeran a su tierra y, aunque los comerciantes se lo prometieron reiteradas veces, se fueron sin querer llevarlos consigo, pues aducían que en su nación sólo dejaban entrar algunos esclavos que ellos solían comprar en las islas circunvecinas.

Se alegró mucho el padre Alburquerque de esta noticia y, yendo a casa de uno de los mercaderes, le pidió con encarecimiento que lo llevase a China y, llegado a tierra, lo vendiese por esclavo, pareciéndole honra muy grande hacerse esclavo por Cristo. Como esto no prosperó, al año siguiente se ofreció a ir solo, intentándolo primero desde Manila y después desde Mindoro, pero no lo consiguió. China era algo legendario y de ensueño para los religiosos y conquistadores.

En algunos escritos que hablan de Catay se hace hincapié, quizás intencionadamente, en que la prevención de los chinos contra los castellanos se debía a la mala prensa que los portugueses difundían contra los españoles, que “si a la China yvan era con propósito de saquear alguna ciudad, y los que yvan como demandados, era por disimular, siendo espías de los que aquí quedavan”. Años más tarde el padre Ortega recomendó al padre Alburquerque como posible candidato para llevar el regalo del rey de España al emperador de China, por lo que se supone que sabría algo de la lengua mandarina.

Corría ya el año 1576 cuando el definitorio lo escogió para que viajase al imperio Celeste como compañero del padre Martín de Rada. Se pusieron en camino el 7 de mayo. Llegados a Bolinao, los chinos que los conducían se negaron a continuar el viaje con ellos, por lo que los arrojaron a tierra, “aunque de paz, pero entre gente no segura como eran los zambales”.

Escribe el padre Gaspar de San Agustín que, enterado por algunos zambales Juan de Morones, que venía de su encomienda de Ilocos, llegó a donde estaban los padres Alburquerque y Rada e inmediatamente los desató, recogió y curó y, después de algunos días, los condujo con él a Manila.

Después de este fracaso el padre Alburquerque continuó con buen espíritu al frente de su convento de Tondo hasta que el 30 de abril de 1578 los padres capitulares pusieron los ojos en él para elegirlo como superior mayor de la provincia. Uno de sus primeros propósitos fue dilatar el campo de apostolado, que se extendió a los ministerios de Bulacan, Candaba, Masbate, Bacolor y Tigbawan. Bajo su mandato se repartieron entre agustinos y franciscanos, con cierta tirantez al principio, los poderes de la bula Omnimoda de Adriano VI. Finalmente se dio un gran paso en el campo de la enculturación y en la preocupación por evangelizar en las lenguas vernáculas, pues en el Capítulo de 1578 se determinó que los agustinos más versados en tagalo y pampango compusieran y formasen gramáticas y diccionarios de dichos dialectos, insistiendo personalmente en que “lo otro y muy principal es, pues la tierra está ya más asentada, que todos los que no saben lenguas se esfuercen en aprenderlas, según las provincias y pueblos donde están, y hágase con tanto cuydado que no se entienda en otra cosa ni se ocupen en leer entre día y noche sino quando más una o dos horas”.

Sobre la fecha y lugar en que pudo ocurrir la muerte del padre Agustín de Alburquerque, ante la diversidad de pareceres, puede decirse que falleció poco antes del 22 de abril de 1581, fecha en la que se celebró Capítulo Provincial ordinario, en el que no estuvo presente aun cuando le correspondía asistir como ex provincial.

Se le atribuyen un Arte de la lengua tagala y un Catecismo tagalo, y se tiene noticia de una media docena de cartas al Rey, al virrey de México y a religiosos agustinos.

 

Obras de ~: Arte de la lengua tagala y Catecismo tagalo, s. l., s. f.

 

Bibl.: T. de Herrera, Alphabetum Augustinianum, vol. I, Matriti, 1644, pág. 571; G. de San Agustín, Conquistas de las Islas Philipinas, vol. I, Madrid, 1698, págs. 252-258, 326-352 y 366-442; J. de la Concepción, Historia general de Filipinas, vol. II, Madrid, 1788, pág. 10; E. Pérez Jorde, Catálogo bio-bibliográfico de los religiosos agustinos de la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de las Islas Filipinas desde su fundación hasta nuestros días, Manila, Tipografía del Colegio de Santo Tomás, 1901, págs. 13-14; A. Palmieri, “Alburquerque, Agustín de”, en A. Baudrillart, A. Vogt y U. Rouziès (dirs.), Dictionnaire d’Histoire et de Géographie Ecclésiastiques, vol. I, Paris, Letouzey et Ané, 1912, col. 1742; G. de Santiago Vela, Ensayo de una biblioteca Ibero-Americana de la Orden de San Agustín, vol. I, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús, 1915, págs. 84-86; A. M. de Castro, en Misioneros agustinos del Extremo Oriente, 1565-1780. (Osario Venerable), ed., intr. y notas de M. Merino, Madrid, Instituto Santo Toribio de Mogrovejo, 1954, págs. 26, 239 y 347; M. Merino, Agustinos evangelizadores de Filipinas (1565-1965), Madrid, Archivo Agustiniano, 1965, pág. 243; M. González y J. Campos, “Agustinos extremeños en América (S. xvi-xvii)”, en Archivo Agustiniano, 76 (1992), págs. 106-107; I. Rodríguez y J. Álvarez, Diccionario biográfico agustiniano. Provincia de Filipinas (1565-1588), vol. I, Valladolid, Estudio Agustiniano, 1992, págs. 179-188.

 

Jesús Álvarez Fernández, OSA