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Robert Burdet

Biografía

Burdet, Robert. Príncipe de Tarragona. Rabodanges, antes Cullei (Francia), f. s. xi – ?, m. s. xii. Noble, conde y gobernador.

Entre los diversos estados feudales surgidos durante los siglos x-xii en las tierras que llegan a constituir la llamada “Cataluña nueva” desde las fronteras pirenaicas hasta la desembocadura del río Ebro, denominados o constituidos como marquesados, condados, baronías o simples señoríos, aparece uno excepcionalmente titulado “Principado”: el de Tarragona.

Sus territorios genéricamente conocidos a fines del siglo xi como “Campo”, incluidos la ciudad y sus circundantes términos, distaban mucho de ser ocupados de facto como propiamente una unidad política. De ahí que el papa Urbano II, precursor del vasto y perdurable movimiento europeo de las Cruzadas, celoso de sentir seguros frente al islam los confines de aquella zona de la cristiandad, exhortará (1 de julio de 1089) a los condes catalanes (Berenguer Ramón II de Barcelona, Ermengol IV de Urgel y Bernardo II de Besalú), así como a los obispos y magnates de la región, a la ocupación real y presencial de sus espacios como de modo tutelar (y titular) venía haciéndolo desde el siglo vii el metropolitano de Narbona, a partir de la conquista musulmana de la Península Ibérica, restaurando así efectivamente la antigua y prestigiosa archidiócesis tarraconense.

A esta invitación, respondió pronto (1090) el citado semi-conde de Barcelona, poniendo bajo el patronazgo o infeudación del Pontificado la tierra y jurisdicción de su “soberanía”: “Dono ei (Apostolorum Principi Beatísimo Petro Vicario Romanae Sedis Apostolici), in Dei nomine, Tarraconensem urbem cum omnibus quae pertinent aut pretinere debent eiusdem urbis nobilitatem ea scilicet deliberatione” (E. Flórez, España Sagrada, XXV, págs. 212-213).

El régimen de “dominio papal y protectorado catalán” lo se encuentra consolidado plenamente bajo el arzobispado de Oleguer u Olegario Bonastrue (futuro San Olegario) (1116-1118), habiendo recibido éste su nueva iglesia “ad restaurandum et habendum et libere possidendum” y quedando obligado a traer gentes que la poblasen y fuesen gobernadas “secundum leges et mores et constitionibus quae ibi vos (los arzobispos) constitueritis” (F. M. Rosell, 1945, fol. 273, y J. M. Font Rius, 1969, n.º 49: 82-84).

El prelado hubo de buscar entonces a un personaje capaz de asumir el gobierno, administración y defensa del objeto de su responsabilidad y su elección recayó sobre la figura de un caballero normando llegado a España formando parte de la hueste de su señor y compatriota Rotrou de Perche, que combatió en la conquista de Zaragoza por Alfonso I de Aragón el Batallador, en 1118.

Radicado en España, Robert Burdet, que así se llamaba el designado (también entre algunas de sus fuentes aparece el apellido de Culleio o Cullei, topónimo este último de su lugar de nacimiento), aparece además como “alchaite in illo castello de Tutella”, firmando en el Fuero otorgado a la villa de Tudela por Alfonso II de Aragón en 1127. Es decir, incorporado ya sólidamente a nuestra Historia (E. Flórez, España Sagrada, VI: 387- 390 y T. Muñoz Romero, 1847, págs. 420-422).

La entrega de la ciudad y su territorio catalán por el arzobispo al normando se formalizó en 14 de marzo de 1129 (P. de Marca, 1688, cols. 1261-1263; E. Flórez, España Sagrada, XXV, págs. 224-226; J. Villanueva, 1851, págs. 212-214 —fechándola en 1128—; J. M. Font Rius, 1969, n.º 51, págs. 87- 89). Y los principales términos del respectivo compromiso entre el arzobispado y su nuevo servidor y regente fueron recogidos por escrito. Apenas concertado este acuerdo, el flamante “Príncipe” visitó en Roma (a indicación del propio arzobispo Olegario) al pontífice Honorio III para rendirle respeto y exponerle su permanente vinculación, aunque autónoma, a los derechos condales de Ramón Berenguer; extendiendo seguidamente el viaje a su propio país para reclutar cooperantes en la administración y defensa de su reciente estado y, sobre todo, incrementar la deseada repoblación del territorio. Aspecto este último en el que, según estimación del profesor Font Ríus, la labor del príncipe Burdet durante los veinte años que duró su gobierno fue prácticamente inoperante (J. M. Font Rius, 1983, pág. 108). Lugares y topónimos como el de “los Poitiers”, Salou, Cambrils, parecen proceder de tales orígenes.

De este tiempo data, no obstante, la reedificación de las murallas de la ciudad, a cuyos bloques de mármol, torres y fuertes hace alusión el geógrafo árabe coetáneo al-Idrisi, quien manifiesta, sin embargo, que por entonces no lo habitaban “sino unos pocos cristianos” (al-Idrisi, 1866, pág. 231). Y son también de la época los primeros proyectos de construcción de la catedral, aunque el mérito de todas estas obras suelen atribuirlas las fuentes narrativas al santo arzobispo indígena y no al príncipe laico extranjero.

La actuación más conocida o reconocida de este último es —como por lo demás parece natural, dada su personalidad y las funciones para las que había sido “contratado”— la de carácter militar. Cuatro años después, en efecto, de su investidura tarraconense, auxilió al monarca aragonés Alfonso I durante su asedio a la ciudad musulmana de Fraga, en situación crítica para los cristianos que la llegada del normando permitió resolver favorablemente. Antes aún, la propia ciudad de Tarragona fue defendida de modo eficaz, incluso durante la citada ausencia de Robert en Roma y en Normandía, por su bella esposa Sibila, hija del británico Guillermo apodado Cabra, de cuya diligencia y permanente guardia se hace entusiasta eco el cronista eclesiástico del siglo xii Orderic Vital, ferviente de la familia Burdel, que escribe: “Sibilla uxor eius [...] seruauit Terraconam. Haec non minus probitate quam pulchritudine uigebat. Nam absente marito peruigil excubabat singulis noctibus loricam ut miles induebat uirgam manu gestans murum ascendebat, urbem circumibat, vigiles excitabat, cunctos ut hostium insidias caute precaurent prudenter admonebat” (Orderic Vital, 1968, pág. 404).

La muerte del arzobispo Olegario (1137) y la coincidencia del recaimiento de la Corona de Aragón y la condal barcelonesa sobre las sienes de Ramón Berenguer IV (luego del matrimonio de éste con la joven reina Petronila) alteraron de facto las condiciones del status pactado en 1129 sobre el sui generis principado tarraconense. Diferencias de lengua, costumbres y naturaleza en general entre la minoría gobernante y la población gobernada, debió de producir un cierto desajuste en la normalidad de su convivencia. Ni la masa del entorno catalán, ni la ulterior historiografía sobre el fenómeno resultante parecen haber encontrado un efecto demasiado satisfactorio. En este último aspecto —el moderno enjuiciamiento erudito de éste— se ha mostrado radicalmente contradictorio: para Bofarull y Brocà (A. Bofarull y Brocà, 1876- 1878, passim), la persona y la acción del normando no dejaron de ser las de “un aventurero, en malahora llamado Príncipe”: “principillo”, “pomposo título” impropio de su condición, análogo a los de otros “ilustres campeones” más o menos locales. Mientras que otro historiador también catalán (F. Morera y Llaudaró, 1898, págs. 453-455), estima que “como guerrero [Burdet] acreditó su valor en diversas ocasiones; como prudente, nada indica tanto la posesión de esa virtud como la paciencia con que sufrió las vejaciones continuas de sus adversarios”. Para R. Dozy (R. Dozy, 1881, págs. 363 y 366) “el agradecimiento a los extranjeros era entonces [en el siglo xii] una cosa rara en España y Robert y su familia lo experimentaron no poco”. Y a sus hijos, “lo mismo que a su padre, se les consideró siempre como extranjeros y heredaron todos los inconvenientes de su condición”.

En todo caso, tras la muerte del arzobispo Olegario (1137), al confirmar su sucesor Bernat Tort la donación e investidura de Burdet y sus sucesores como tales Príncipes Tarraconenses en 1149, reivindicó retener para su mitra toda una quinta parte del territorio y sus rentas feudales: horno, molino, diezmo de la tierra, caza y pesca, quintos del botín, etc. Pero más drásticamente aún, en 1151, pactó con el conde Ramón Berenguer IV de Barcelona (príncipe a su vez de Aragón y marqués de Tortosa y Lérida) la entrega de la ciudad y tierra de Tarragona “propter ipsius ciuitatis restaurationem et maborum hominum illam perturbationem inquietationem”.

Quedaba de manifiesto así el desacuerdo eclesiástico con la gobernación del normando y sus familiares, su esposa la británica Sibila (luego Inés) y su primogénito Guillermo de Tarragona o Aguiló, con quienes mantuvieron el largo pleito sobre su permanencia y funciones (aunque ya disminuidas) en el Principado, ante (como jueces) el rey aragonés Alfonso II y Guillermo de Montpellier (1168).

La que pudiérase llamar “herencia dinástica” de los Burdet se prolonga en las personas, primero de Guillermo de Aguiló (primogénito de Tarragona), quien defendió póstumamente a su padre de las acusaciones de las desconocidas “malorum hominum illam perturbationem et inquietationem” que le fueron atribuidas; y sucesivamente, de sus hermanos Robert y —el tercero— Berenguer, autonombrado de Tarragona pero también conocido sólo por Aguiló. Apellido que, como se ve, se encuentra vinculado, aunque parcialmente, a la familia; no se sabe si a partir de las dos generaciones tratadas, o bien de entre los de la segunda, de la que se conoce se hallaba uno (o algunos) de los miembros, radicados en Mallorca al servicio y bajo la protección de un rey moro.

Un Guillermo o Guillén de Aquilón o Aguilón afirma el historiador de Valencia Gaspar Escolano que no es otro sino el hijo del Guillermo de Tarragona muerto por instigación del arzobispo Hugo de Cervelló, el cual había poseído tierras en Tarragona hasta mitad del siglo xiii y, afincada la familia en Mallorca, lo había hecho también en Valencia, siendo tronco a un mismo tiempo de los Aguiló baleares y de los Aguiló, barones de Petrés, en la serranía de Murviedro (G. Escolano, 1879, págs. 216-219).

Bofarull y Brocà acepta estas vinculaciones, estableciendo la secuencia etimológica de los apellidos Culeio- Aquileyo-Aguiló (A. Bofarull y Brocà, 1876-1878, II, pág. 412, n.º 2). Pero Miret y Sans, en su monografía titulada La familia de Robert Bordet, el restaurador de Tarragona (VV. AA., 1920, t. I, págs. 53-74) llega, a través de arduo trabajo documental, a la conclusión de que “les famílies de Bordet-Tarragona y d’Aguiló eren distintes, y que la segona no fou importada per lo normant Robert, no creada per ell, sinó que ja existía a Catalunya molt abans de l’arribada d’aquell extranger.

Si algun lligament o parentiu contragueren los Aguilós ab los Tarragones, fou per matrimoni y posteriorment a la restauració de la ciutat de Tarragona”.

En cuanto a la excepcionalidad de los títulos “Princeps” y “Principatus”, asignados al titular y estado de nuestro objeto, por cesión condal y sucesivamente al normando, cabe interpretar que en la taxonomía social de la época, dicha nomenclatura viene a significar una variante del efectivo señorío, que en un ambiente local defensivo, preventivo, fronterizo occidental frente a los musulmanes, encauzara el pontífice Urbano II. Principados fueron los estados cruzados de Edesa, Trípoli, Antioquía, nacidos en los Santos Lugares. Una función similar es la que pudo inspirar y aplicarse al creado en el extremo occidental de la cristiandad.

 

Bibl.: P. de Marca, N. Speciale y S. Baluzio, Marca Hispanica sive Limes Hispanicus: hoc est geographica & historica descriptio Cataloniae, Ruscinonis & circumjacentium populorum, Paris, apud Franciscum Muguet, 1688; T. Muñoz y Romero (coord.), Colección de Fueros Municipales y Cartas Pueblas de los Reinos de Castilla, León, Corona de Aragón y Navarra, Madrid, José María Alonso, 1847; J. Villanueva, Viage literario a las iglesias de España, vol. XIX, Madrid, Imprenta de la Real Academia de la Historia, 1851; Al-Idrisi, Description de l’Afrique et de l’Espagne, trad. de R. M. J. Dozy y M. J. de Goeje, Leyde, E. J. Brill, 1866; A. Bofarull y Brocà, Historia crítica (civil y eclesiástica) de Cataluña, Barcelona, Juan Aleu y Fugarull, 1876-1878; G. Escolano, Décadas de la Historia de la insigne y coronada ciudad y reino de Valencia, aumentada y continuada por J. Bautista Perales, vol. II, Valencia-Madrid, Imprenta a. c. de Carlos Verdejo, 1879; R. Dozy, Recherches sur l’Histoire de la Littérature de l’Espagne pendant le Moyen Âge, Paris- Leiden, 1881 (3.ª ed.); E. Morera y Llauradó, Tarragona cristiana: Historia del Arzobispado de Tarragona y del territorio de su provincia (Cataluña la Nueva), vol. I, Tarragona, Est. Tipográfico de F. Aris e Hijo, 1898; VV. AA., Congreso de Historia de la Corona de Aragón (dedicado al siglo xii, Huesca, 26-29 de abril de 1920), vol. I, Huesca, Justo Martínez, 1920; F. M. Rossell (ed.), Liber feudorum maior: Cartulario Real que se conserva en el Archivo de la Corona de Aragón, Barcelona, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1945; Orderic Vital, The Ecclesiastical History, ed. de Marjorie Chibnall, vol. I, Oxford, Clarendon Press, 1968; J. M. Font Rius, Cartas de población y franquicia de Cataluña, Madrid-Barcelona, Consejo Superior de Investigaciones Científicas-Instituto Jerónimo Zurita, 1969-1983, 2 vols.; M. Pacaut, “Recherches sur les termes Princeps, principauté, prince, principauté au Moyen Âge”, en Actes du Congrès de la Société des Historiens Médiévistes de l’Enseignement Supérieur publique, Bordeaux, 1979, págs. 19-27; L. McCrank, “Norman Crusader in the Catalan Reconquest: Robert Burdet and the Principality of Tarragona 1129-1155”, en Journal of Medieval History (University of Southampton), 7 (1981); E. Benito Ruano, “El Principado de Tarragona”, en Estudis Universitaris Catalans; Miscellania Ramón d’Abadal. Estudis d’Història oferts a Ramón d’Abadal i de Vinyals en el Centenari del seu naixement, Barcelona, Institut d’Estudis Catalans, 1994, págs. 108-119; A. Jordá Fernández, “Terminología jurídica i Dret Comú: A propòsit de Robert Bordet, ‘Princeps’ de Tarragona (siglo xii)”, en El temps sota control. Homenatge a F. Xavier Ricomà Vendrell, Tarragona, Diputación, 1997, págs. 355-362.

 

Eloy Benito Ruano

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