Solís Vango,
Hijo de Bernardo González de Solís Vango, natural de Avilés, caballero de la Orden de Santiago y presidente provisto de la Real Audiencia de Guatemala, y de Leonor Riaño y Ayala, natural de Lima. Estuvo emparentado con varios ministros de otras audiencias indianas y formó parte de una de las más extendidas e importantes familias de ministros de la Secretaría del Virreinato del Perú. Así, su hermana Jerónima Micaela, natural de Lima, casó con el primer conde del Valle de Oselle, Álvaro de Navia Bolaño Figueroa y Moscoso (1678-1757), que llegó a oidor decano en Lima, de cuyo matrimonio nació don Nuño de Navia Bolaño, oidor en Santo Domingo; y su hermana María Antonia casó con Alonso Eduardo de Salazar y Cevallos, natural de Arequipa, fiscal del crimen supernumerario de Lima (1726), asesor del virreinato y auditor general de guerra.
A los tres años, ingresaba en la Orden de Calatrava (1693), y en su ciudad natal sería colegial en el Real de San Martín, graduándose de bachiller, licenciado y doctor en Leyes por la Universidad de San Marcos de Lima, recibiéndose de abogado ante la Real Audiencia de la misma ciudad virreinal.
Su padre, previo beneficio a la corona de 38.000 pesos, obtuvo la plaza de presidente de la Audiencia de Guadalajara y consiguió que nombraran a su hijo en calidad de oidor numerario de la de Chile en la vacante del doctor Blanco Rejón, y en tal conformidad fue nombrado por Real Decreto del 7 de marzo de 1707 y se le despachó su título por real provisión fechada en Buen Retiro el 24 de mayo del mismo año.
Como Solís Vango al momento de su nombramiento sólo tenía dieciséis años, se determinó que no pudiera jurar su oficio hasta que entrara en los veinte y que desde dicha época, hasta que cumpliera los veinticinco, asistiera al real acuerdo sin derecho a voto, y para salvar los inconvenientes de la falta de este ministro en el despacho, por real provisión expedida en Buen Retiro el mismo 24 de mayo de 1707, se nombró en plaza supernumeraria a Juan del Corral Calvo de la Torre, para que sirviera durante su minoridad. El 6 de octubre de 1710, día en que Solís Vango cumplía los veinte años, únicamente se encontraba en el tribunal su colega Del Corral, quien le dio la posesión de su plaza sin derecho a votar en el Acuerdo.
La asistencia de Solís Vango al tribunal desde dicho tiempo, originó una áspera disputa entre el joven ministro y el experimentado del Corral por determinar a quién de los dos correspondía la precedencia en el asiento. Esta cuestión se vio en el real acuerdo del 18 de mayo de 1711, y allí se declaró: “tocar y pertenecer la preferencia en el asiento al Dr. Sr. Dn.
En 1722 despachó en el Juzgado Mayor de Bienes de Difuntos, para reemplazar a Francisco Sánchez de la Barreda y Vera que había pasado a la ciudad de Concepción, y fue Juez Particular de las Rentas del Monasterio de Monjas de la Limpia Concepción de la regla de San Agustín.
Sobre consulta del 27 de septiembre de 1724 se le concedió licencia por un año para pasar a Lima, con goce a medio salario, a ocuparse en los intereses de su familia y, en particular, de su anciano padre. Dejó Santiago en 1728 y permaneció en la capital virreinal durante seis años, pues embarcó en el Callao en marzo de 1735 en el navío San Antonio, que naufragó frente a las costas de Chile, suceso en el que perdió todas sus posesiones, incluida su biblioteca, que quedó reducida según su inventario del 28 de mayo de 1743 a sólo sesenta volúmenes.
Solicitó insistentemente su traslado a la Real Audiencia de Lima, pero, a consulta del 5 de julio de 1727, se rechazaron sus instancias por ser natural del distrito de aquel tribunal, y acabaría sus días en Chile, no sin antes haber sido multado con 2000 pesos por sus irregulares procedimientos en la celebración del capítulo provincial de los agustinos del año 1628, que habían culminado con la remisión a Cádiz, bajo partida de registro, de fray Diego de Salinas.
Murió en una situación económica muy modesta debido al naufragio en el que había perdido gran parte de su hacienda y, aunque sólo reconocía deber 100 pesos de a ocho reales que se le habían dado por cuenta de doña Manuela Jofré para dar principio a cierta mensura de sus tierras, los inventarios de sus bienes daban cuenta de muy escasas posesiones entre las que se contaban 476 pesos y 6 reales, un par de zarcillos con 34 diamantes y ocho perlas, otro par de zarcillos con 18 diamantes, una vinera con 25 diamantes, tres sortijas de rubíes con 12 diamantes pequeños, que estaban en empeño.
Fuentes y bibl.: Archivo General de Indias (Sevilla), Chile, 67, 68, 69, 70, 84, 223; Archivo Histórico Nacional (Madrid), Órdenes-Expedientillos, 11.415; Órdenes-Calatrava, exp. 1.105; Archivo Nacional Histórico de Chile, Capitanía General, 117; Escribanos de Santiago, 475, 550; Varios, 300; Real Audiencia, 3.136, 3.138, 3.148.
M. Mendiburu, Diccionario Histórico-Biográfico del Perú, vol. 2, Lima, Imprenta de J. Francisco Solís, 1876, págs. 47-48; A. de Silva y Molina, “Oidores de la Real Audiencia de Santiago de Chile durante el siglo XVII”, en Anales de la Universidad de Chile, CXIII (1903), pág. 71; J. T. Medina, Diccionario biográfico colonial, Santiago de Chile, Imprenta Elzeviriana, 1906, pág. 829; G. Lohmann Villena, Los americanos en las órdenes nobiliarias, I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1947, pág. 467 y II págs. 47-48 y 325; J. L. Espejo, Nobiliario de la Capitanía General de Chile, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1967, pág. 403; G. Lohmann Villena, Los ministros de la Audiencia de Lima en el reinado de los Borbones (1700-1821), Sevilla, Escuela de Estudios Hispano–Americanos, 1974, págs. 80-81, 127-128; M. Burkholder y D. S. Chandler, Biographical Dictionary of Audiencia Ministers in the Americas, 1687-1821, Westport, Greenwood Press, 1982, pág. 323; M. Burkholder y D. S. Chandler, De la impotencia a la autoridad, Méjico, Fondo de Cultura Económica, 1984, págs. 55, 144, 207, 246, 326; J. Barrientos Grandon, La cultura jurídica en el Reino de Chile. Bibliotecas de ministros de la Real Audiencia de Santiago (siglos XVII – XVIII), Santiago de Chile, Universidad Diego Portales, 1992, págs. 217-226.
Javier Barrientos Grandon