Cardillo de Villalpando Álvarez, Baltasar. Bernardo. Segovia, 28.V.1570 – Nogales (León), 2.VI.1637. Monje del císter (OCist.), teólogo, filósofo, historiador y cronista de la Orden.
Nacido en el seno de una familia distinguida segoviana, fue bautizado en la iglesia de Santo Tomé, de la misma ciudad, recibiendo en el bautismo el nombre —no de Gaspar como dicen algunos autores, confundiéndole con un tío suyo del mismo apellido— de Baltasar, al igual que su padre, que era hermano mayor del célebre Gaspar de Villalpando, canónigo de la colegiata de San Justo y pastor de Alcalá de Henares y gran defensor de la fe. Este distinguido sacerdote lo llevó consigo con ánimo de instruirle y prepararle para ingresar en la universidad. Sin embargo, poco pudo hacer por él, pues falleció a los pocos años, en 1581. A pesar de ello, tuvo la gran suerte de recogerle otro tío sacerdote de Fuentelsaz, el cual continuaría su formación científica hasta prepararle debidamente para abrirle camino a la Universidad Complutense, de donde salió muy aprovechado, con una vasta erudición que le serviría para entregarse a grandes trabajos científicos.
En Alcalá tuvo ocasión de ponerse en contacto con los monjes cistercienses del Colegio de San Bernardo, los cuales despertaron en él simpatías por abrazar aquella vida, no parando hasta lograr ingresar en el monasterio de Nogales a fines de 1586 o en los comienzos de 1587. Recibió el hábito monástico el 23 de abril, cambiando en aquella ocasión el nombre de Baltasar por el de Bernardo, con que será conocido en la posteridad. Después de una formación espiritual y científica en el propio monasterio, siguió frecuentando los distintos colegios. Notando los superiores sus disposiciones e inclinación hacia los estudios históricos, le dedicaron solamente a ellos: “Prosiguió las Artes —escribe Colmenares— y estudió Teología, y en la clausura de su Religión se dio mucho a lección de libros sagrados y en particular de Historia, a que fue muy inclinado, con buen juicio y comprensión para escribirla; conocido por tal su religión, particularmente de fray Ignacio Fermín de Hibero, hijo del mismo convento, varón de grandes prendas y erudición, que habiendo regentado en Alcalá la Cátedra de Durando fue nombrado por el Rey Don Felipe Segundo abad del célebre convento de Fitero”.
Este hijo de Nogales —Ibero—, natural de Pamplona, hombre de gran reputación dentro y fuera del monasterio, catedrático de Teología en la Universidad Complutense, rector del colegio de San Bernardo de Alcalá, consultor del Santo Oficio y vicario general del Abad del Císter para los reinos de Navarra, Aragón, Cataluña y Valencia, se hallaba entregado de lleno a los estudios históricos de la Orden, pero al ser elevado a la dignidad abacial de Fitero, le era imposible continuar con ellos. Debido a la sujeción que le imponía el cargo, buscó una persona que le pudiera suplir y ayudar en sus trabajos, y éste fue el joven fray Bernardo, quien recibió el nombramiento con gran satisfacción, por ser su campo favorito, y, además, como debía viajar a Europa, le daba ocasión de ponerse en contacto y conocer las primeras casas de la Orden.
Emprendió viaje a Francia, visitando las principales abadías, iniciando su periplo por las de Císter y Claraval, donde al par que se saturaba de amor a la Orden, al visitar aquellas abadías inmortalizadas por los primeros fundadores, consultó sus archivos, revisó documentos auténticos, recogiendo de ellos todo cuanto comprendía iba a ser útil para completar sus trabajos. Colmenares, basado en Henríquez, escribe: “Partió fray Bernardo a Francia, visitó el santo convento cisterciense primitivo de su religión, fundado en el Ducado de Borgoña. Reconoció su archivo, copiando los instrumentos que juzgó convenientes a su intento. De allí pasó a los conventos de Firmitate, Pontiniaco, Claraval y Morimundo, hijos primitivos del Cisterciense y a otros de aquel reino, en que gastó todo aquel año haciendo la misma diligencia con grandes penalidades y trabajos, por estar los más de ellos en poder de abades comendatarios y algunos mal seguros en la fe católica y obediencia de la Iglesia Romana”.
No es una digresión del tema, sino necesidad histórica, aclarar aquí un hecho tangible que pudo constatar personalmente Cardillo durante tantos meses como viajó por Francia. Se resalta como demostración de que ya es hora de que algunos historiadores del Císter de allende la frontera española, dejen de arremeter contra la reforma de Castilla llevada a cabo por Martín de Vargas. Por lo general, esta congregación es considerada como “cismática” por haberse separado del resto de la Orden. Está comprobado que lo hizo precisamente porque la fuerza de los capítulos generales había perdido garra, y la relajación reinaba por doquier. “¡Oh Francia, Francia —exclama Cardillo Villalpando— eres tú la cristianísima madre de tantos valientes héroes que con la pluma y la sangre firmaron y confirmaron la verdadera religión, que hoy abandonan! Considera que te vas apartando del verdadero Dios, que con tantas verdaderas glorias ensalzó tu hombre, y tus legítimos hijos, que los que hoy te amancillan sin duda son bastardos.” Estos conceptos que recoge Colmenares, son de cuando todavía no se había desencadenado en la nación vecina la gran revolución de fines del siglo xviii, o sea, que es una justa defensa la que hace Cardillo de la legitimidad que asistió a los monjes españoles de buscarse por sí mismos la reforma que no lograron conservar las casas francesas tal como las trazaron los fundadores.
No pudiendo seguir todos los pasos a través de Europa, se puede sintetizar con un autor antiguo: “Estuvo en Fitero en compañía del P. Mtro. Fermín por espacio de seis años y por orden suya vio y registró los Archivos de nuestros Monasterios de Francia y España y otros varios. En atención a lo muy leído que era le honró nuestra Congregación de Castilla y entre sus manuscritos historiales se halla acabada, aunque no enteramente pulida, la historia general de nuestra Orden de Císter, con la de las tres Órdenes Militares”. Son de destacar por ejemplo, los servicios prestados a la Orden. Hay que comenzar por el monasterio de la Espina (Valladolid), cuya fundación se atribuye al beato Nivardo, hermano de san Bernardo. Durante siglos se discutió entre los historiadores si ese Nivardo es el hermano carnal del Santo, o bien se trata de un monje de la Orden del mismo nombre, pues cabe que el santo abad de Claraval le llame el “hermano Nivardo”, refiriéndose a él, tanto si es hermano de sangre como de hábito, cabe bajo el mismo concepto.
En el viaje de Cardillo a Francia, uno de los cometidos que llevaba en cartera era averiguar en Claraval —de parte del general fray Pedro de Andrade— lo que se pensaba allí sobre el enterramiento del beato Nivardo. Lo habían pedido desde la embajada francesa y desde la Nunciatura de Madrid, porque deseaban saber lo que había de cierto. Hay que añadir que el padre Jerónimo Aedo, monje de la Espina, había escrito en sentido contrario que el enterramiento no estaba en el monasterio, sino en Francia. Acudieron al padre Cardillo para que aclarase la cuestión, puesto que iba a pasar por Claraval. Accedió gustoso a complacerles. He aquí su respuesta: “En el cementerio de Claraval que dicen de los Abbades que cae a la puerta norte y de la iglesia, donde está al presente la celda antigua de nro. P. San Bernardo, y como treinta pasos de ella y muy cerca de las espaldas, están dos muy grandes sepulcros de piedras sujetados sobre columnas de lo mesmo [...]”. Seguidamente añade que halló “escrito en un libro antiguo de pergamino allí se especifican por sus nombres los Hermanos de nuestro padre S. Bernardo que están en el dicho sepulcro que son Gerardo, Andrés y Nibardo [...]”. Ésta fue la información recogida por Cardillo en Claraval, en un manuscrito antiguo, pero sucede que esa misma consulta había hecho el mismo abad a otro investigador de la Orden —fray Francisco de Vivar— quien informó de manera diferente; o sea, que el informe de Cardillo era exacto, pero el de Vivar enteramente opuesto, de que la creencia general entre los monjes de Claraval era que todos estaban inhumados en Claraval, a excepción de Nivardo, que había ido a fundar a España y allí había fallecido. La diferencia está en que el primero copió lo que había en el manuscrito, que tal vez el archivero no conocía más que el hecho, pero los monjes pensaban todo lo contrario. Le disculpan los monjes de la Espina en sentido de que cuando pasó por allí sólo leyó lo que decía el manuscrito, mas no recogió el sentido de los monjes. Como quiera que sea, hoy se puede dar por segura la inhumación de fray Nivardo en la Espina, aunque Dios ha querido que sea desconocido el lugar donde se halla enterrado, por más que se ha intentado.
La aportación del monje segoviano a la historia del Císter español es impagable. Fue un auténtico fenómeno de la investigación, y de buen juicio en la elección de noticias para perfeccionar la historia del Císter, pero sigue la tónica imperante en la época, es decir, la falta de crítica, admitiendo fácilmente las noticias sin sopesarlas como se hace hoy. Esto pasó en el mencionado informe de Claraval: se fió sólo de lo que leyó en un manuscrito. Cabe resaltar su gran influencia en los historiadores del Císter. Manrique, que se inmortalizó con sus Anales Cistercienses, debe gran parte de su obra a los escritos de fray Fermín de Ibero, y éste, a su vez, es deudor al esfuerzo y sacrificio de Cardillo Villalpando. En términos generales, su aportación literaria y servicio a la Orden fueron inmensos, si bien poco o nada apreciados de la mayoría de los monjes, incluso superiores, pues son pocos los que estiman en su justo valor la labor investigadora.
Fray Antonio de Yepes se aprovechó como pocos de los datos recogidos por Villalpando, a quien frecuentemente menciona que tales datos “me comunicó el padre fray Bernardo de Villalpando, monge Cisterciense y muy versado en la historia de su orden, y vno de los que mas papeles ha manoseado de quantos yo conozco: porque para descubrir los secretos de la historia del Císter (que compone) ha visto muchísimos archiuos en Francia (donde estuuo con este designio) ay en España. Este padre como ha conocido de mi que con la misma afición y cuydado trato las cosas de los monges blancos que de los negros de aquella, y desta Congregación, me va enriqueciendo con papeles que ha visto de las casas de su Orden, de que me pienso valer diferentes vezes, para quando se tocare historia de casas Cistercienses y de esta de san prudencio me embió diferentes priuilegios, los quales pongo en la Apéndice”.
Son muchos los monasterios de los cuales dejó escritas monografías o largas relaciones de los mismos que han servido para ayudar a tejer luego su historia. A veces su aportación no es muy llamativa, pero sí estimable. Se cita el caso del Salvador de Benavente, de religiosas cistercienses, que se conserva actualmente. Se sabe que fue fundado en un principio en Santa Colomba de las Monjas, pueblo no distante de esa ciudad, en 1181, por monjas enviadas desde el monasterio de Gradefes, gracias al padre Villalpando, de quien consta que hallándose en el monasterio de Nogales, consiguió le llevaran hasta allí —con todas las garantías de seguridad— el documento fundacional para sacar copia del mismo e incluirlo en la historia que estaba elaborando sobre la Orden. Por el mismo se sabe la noticia: “E yo el dicho fray Bernardo Villalpando, Chronista de la orden doy fe la saqué de berbo ad berbum y que concuerda con el original y que a mi petición de berbo ad berbum fue trayda la dicha escriptura del dicho monasterio de Gradefes y la entregué para que la volviesen y lo firmé en veinte y uno de octubre de mill y seiscientos veynte y nueve años”. Gracias a esta medida un tanto original, hoy se conoce ese documento, del que se conserva sólo la copia, por haberse perdido o estropeado el original que se hallaba medio deshecho ya en aquel tiempo.
“De tantas fatigas y desvelos —afirma Colmenares— enfermó fray Bernardo de una grave enfermedad de que estuvo tullido en la cama seis años, padeciendo intensos dolores y calamidades con admirable paciencia, como nos certificó por cartas fray Lorenzo Pérez, hijo y archivista del mismo convento de Nogales, que asistió en su enfermedad de que murió con religiosa resignación en dos de junio de mil seiscientos treinta y siete años, en setenta y siete de edad y cincuenta de religión tan bien empleados como se ha visto.” Aunque no remató ninguna obra para dar a la imprenta, gracias a su esfuerzo han cobrado celebridad, sin tantas fatigas, otros monjes que le sucedieron en el campo histórico y se aprovecharon de sus esfuerzos investigadores.
Obras de ~: Vida del V. P. fr. Marcos de Villalba, s. l., s. f.; Itinerarium Ordinis Cisterciensis, s. l., s. f.; Lignum Vitae Ordinis Cisterciensis, s. l., s. f.; Fundaciones de la Orden; Crónica Cisterciense, s. l., s. f.; Fundaciones de algunos monasterios, s. l., s. f.; Arbol Cisterciense, s. l., s. f.; Biblioteca Cisterciense, s. l., s. f.; Cronografía de los Reyes de España, s. l., s. f.; Historia de Aragón, s. l., s. f.; Historia de las Ordenes Militares, s. l., s. f.; Historia del Monasterio de Nogales, s. l., s. f.; Historia del Monasterio de Sobrado, s. l., s. f.; Racional ordenado de Martino V, s. l., s. f.; Fundación de Sobrado, 1618; con J. Bernardo, Memorial del monasterio de Santa María de Sobrado, 1633.
Bibl.: B. Mendoza, Synopsis Monasteriorum Congregationis Castellae, m. s. de la biblioteca de San Isidro de Dueñas, s. l., s. f., págs. 54-55; B. Montalvo, Coronica General de la Orden de san Bernardo, Madrid, Luis Sánchez, 1602, lib. II, col. 33; A. Yepes, Coronica General de la Orden de san Benito, t. V, Valladolid, Francisco Fernández de Cordona, 1615, fol. 85; C. Henríquez, Phoenix reviviscens, Bruxellae, 1626, págs. 275-280; A. Manrique, Annales Cistercienses, t. IV, Lugduni, Iacobi Cardon, 1642-1659, pág. 738, n.º 26; N. Antonio, Biblioteca nova, Roma, Oficina de Nicolai Angeli Tiñáis, 1672, t. I, págs. 222-24; R. Muñiz, Biblioteca cisterciense española, Burgos, por Joseph de Navas, 1793, págs. 81-83; T. Baeza y González, Apuntes biográficos de escritores segovianos, Segovia, Sociedad Económica Segoviana de Amigos del País, 1877, págs. 201-203; E. Martín, Los Bernardos españoles, Historia de la Congregación de Castilla de la Orden del Císter, Palencia, Gráficas Aguado, 1953, pág. 58; D. de Colmenares, Historia de la insigne ciudad de Segovia y compendio de las historias de Castilla, t. III, Segovia, Academia de Historia y Arte de San Quirce, 1969-1975, pág. 205; D. Yáñez Neira, “La Cultura en los monjes leoneses del Císter”, en Archivos leoneses, 49 (1971), págs. 103-126; E. Manning, Dictionnaire des auteurs cisterciens, Rochefort, Abbaye Notre-Dame de St. Rémy, 1975, págs. 161-162; D. Yáñez Neira, “Cardillo de Villalpando, Bernardo”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de la Historia Eclesiástica de España, Suplemento I, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, Madrid, 1987, pág. 108; D. Yañez Neira, “Segovianos ilustres en la Orden de Císter”, en Segovia cisterciense (1991), págs. 181-184; J. L. López Sangil, “Los memoriales de Sobrado y Monfero y sus autores, Fray Bernardo Cardillo de Villalpando y Fray Mauricio Carbajo”, en Anuario Brigantino, 23 (2000), págs. 229-238.
Damián Yáñez Neira, OCSO