Alguacil Rodríguez, Diego Mariano. Córdoba, 29.III.1805 – Murcia, 10.I.1884. Obispo de Badajoz, Vitoria y Cartagena.
Nacido en la calle de Jurado Aguilar, número 14, de Juan Alguacil y de Josefa Rodríguez, fue bautizado en la parroquia de Santa María de la ciudad de Córdoba.
Transcurrió su infancia en esta ciudad e ingresó en el Seminario de San Fulgencio de Murcia, donde cursaría sus prolongadas etapas de estudios, como catedrático del mismo y párroco de la ciudad, cubriendo treinta años de servicio pastoral a la diócesis de Cartagena, al regentar la parroquia de Santa María, agregada a la catedral.
Pastor ante todo, sus éxitos en la cura de almas le valieron su designación para el obispado de Badajoz (1859-1861), considerado por entonces poco menos que tierra de misión donde el manso andaluz, pero con ideas propias y singular capacidad de adaptación, demostraría poseer las cualidades necesarias para regir, con posibilidades de éxito, otra sede núcleo más problemática y compleja, como la de Vitoria, recién creada de la desmembración de las sedes de Burgos, Calahorra, Santander y Pamplona, presente ya desde el Concordato de 1851.
La creación de la diócesis vasca, correspondiente a las “tres provincias humanas” de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa, aplazada durante una década, venía a satisfacer una antigua y legítima aspiración vascongada, casi saciada cuando Adriano de Utrecht recibía la noticia de su elección papal como Adriano VI en la ciudad de Vitoria.
Los quince penitentes años durante los que Alguacil gobernó la diócesis de Vitoria hicieron de él un espacio de esperanza para los vascos. Téngase en cuenta que la institución de la sede vasca fue la primera parcialmente unitaria de la administración más genial de los vascos.
Hasta la Revolución Gloriosa de 1868 el comportamiento de Alguacil estuvo presidido por una adhesión incondicional al régimen de Isabel II, al que debía todo.
Pero en adelante tuvo que amoldarse a los cambios coyunturales que se sucedieron con meteórica fluidez.
Así pues, el plegamiento a las circunstancias nacidas de la septembrina, en aras de una mayor libertad de acción para “ejercer la caridad y enseñar el bien”, no le impidió a Alguacil mantenerse firme frente al sectarismo de los revolucionarios madrileños, o la del protestantismo lejano, o al de las liberales Juntas de Fuenterrabía de 1869, que se erigen en obispo apócrifo para Guipúzcoa, nombrando los sacerdotes para esta provincia “excomulgándoles”.
Identificarse con sus diocesanos e interpretar sus intereses y aspiraciones le resultó tarea difícil por sus rivalidades, discordancias y disputas, lo mismo por el tema del seminario en Oñate o Vitoria, o los temas relacionados con el Concilio Vaticano I, o los de las Constituyentes de 1869, donde su canónigo magistral Manterola, de reconocido prestigio internacional, bendecía ya al ejército insurgente de don Carlos.
Ingenuo, servicial y cristiano, Alguacil participó como senador carlista por Álava “en defensa de los intereses de la Iglesia”. El derrumbamiento carlista en 1876 propició la pacificación del territorio vascongado y como los nuevos tiempos requerían nuevos ministros de la Iglesia, Alguacil pasó a ocupar la mitra de Cartagena. Terminaba con tranquilidad sus días en Murcia en 1884.
Bibl.: F. Rodríguez de Coro, “Rivalidades vascongadas en torno a la creación de su seminario conciliar”, en Estudios Vizcaínos (EV), 7-8 (1973), págs. 55-118; “El primer obispo de Vitoria y las concepcionistas de Azpeitia durante el sexenio revolucionario”, en EV, 22 (1975), págs. 187-229; El Obispo de Vitoria durante el sexenio revolucionario, Vitoria, Caja Provincial de Ahorros de Álava, 1976; País Vasco, Iglesia y Revolución Liberal, Vitoria, Caja Provincial de Ahorros de Álava, 1978; Revolución burguesa e ideología dominante en el País Vasco (1866-1872), Vitoria, Diputación Foral de Álava, 1985.
Francisco Rodríguez de Coro, SDB
