Urrea Conca, Diego de. Morato, Morato Aga. ¿Tropea (Reino de Nápoles)?, c. 1559 - España, 1616. Traductor e intérprete oficial de árabe (clásico y vulgar), turco, tártaro (posiblemente, variedad del turco hablado por los tártaros de Crimea) y persa.
Circulan noticias contradictorias o no coincidentes sobre su lugar de nacimiento y filiación, así como sobre las circunstancias que rodearon su captura, primero por parte de musulmanes y años más tarde, de cristianos. Urrea fue el apellido elegido en su bautizo de adulto por su madrina, María de Urrea, condesa de Alba de Liste por su matrimonio con Diego Enríquez de Guzmán; hasta entonces, Diego de Urrea había sido conocido por Morato o Morato Aga. El apellido Conca sólo figura en los estudios italianos sobre este autor, pero está documentado en una suscripción latina claramente autógrafa: “Ego Didacus de Urrea Conca”; en cualquier caso, en su etapa cristiana firmaba siempre Diego de Urrea.
Debía de contar sólo cinco o seis años cuando fue apresado en Calabria y llevado a Berbería, por lo que se educó en la lengua, doctrina y costumbres de sus captores. Asistió a la madrasa de Tremecén y pronto llegó a adquirir considerable preeminencia entre los musulmanes gracias a su profunda formación en gramática, lógica, filosofía y teología.
Ya cerca de los treinta años fue capturado de nuevo, esta vez por cristianos, en un viaje a Estambul en el que formaba parte del séquito de Hasán Veneciano, pachá o gobernador de la Regencia de Argel de 1577 a 1580 y de 1582 a 1588, conocido también como Hasán Bajá y Hasán Aga, aunque por Hasán Aga se conoce sobre todo a dos personajes anteriores (los tres Aga fueron, como su título indica, comandantes en jefe de la milicia, pagadores de las tropas y administradores del impuesto de las tribus bereberes sometidas a la Regencia). Por entonces, Urrea todavía se llamaba Morato Aga, quizá por ser secretario de Hasán Aga e incluso ayudante suyo en algunas tareas militares, pues en su Memorial asegura haber tenido “mucha renta y mando”. Una vez cautivo, fue llevado a Palermo, donde Diego Enríquez de Guzmán, v conde de Alba de Liste y, de 1585 a 1592, virrey de Sicilia, lo acogió y se hizo cargo de su reeducación, que comprendió el aprendizaje del latín y la familiarización con la doctrina cristiana. En octubre de 1589 se restituyó voluntariamente —según figura en el acta de su reconciliación— al seno de la Iglesia Católica.
Se trasladó a España probablemente en 1591 y, aunque se le nombró catedrático de Árabe en la Universidad de Alcalá de Henares con un buen salario (“ciento y veynte ducados”), este trabajo dependía del número de alumnos que cursaran esa materia, por lo que durante muchos años su dedicación fundamental fue traducir las cartas escritas en turco y en árabe que recibía el Rey. Ocasionalmente trabajó también como intérprete de árabe para el Tribunal de la Inquisición de Cuenca.
En agosto de 1596, una Real Cédula de Felipe II le ordenaba —igual que a Benito Arias Montano y a Luis del Mármol Carvajal— ir a Granada para colaborar en la traducción de los llamados libros plúmbeos. En mayo de 1597, según Bartolomé Argensola, el Rey lo volvió a enviar a Granada; pero su hermano Lupercio Argensola lo describe de vuelta en Madrid ya en septiembre de 1597. Desde luego, a principios de 1598 ya había abandonado definitivamente la traducción, probablemente debido a sus considerables discrepancias con el arzobispo Pedro de Castro, a propósito de la interpretación de los textos.
En ese mismo año se encontraba en El Escorial, donde, como habían hecho previamente Alonso del Castillo y Benito Arias Montano, se ocupó de catalogar el fondo de manuscritos árabes de la biblioteca del Monasterio y volvió a dedicarse a la docencia del árabe (esta vez a los monjes: “dexa quatro frayles religiosos muy doctos en la dicha lengua”). También enseñó a alumnos particulares, algunos de ellos interesados en consultar las fuentes históricas escritas en árabe. Por tergiversar o ignorar esas fuentes, Urrea ridiculizó la Historia verdadera del rey don Rodrigo (1592) de Miguel de Luna y desdeñó el valor histórico de las obras de Jerónimo de Blancas y del padre Mariana. El mismo Urrea trabajó en la elaboración de una historia de los musulmanes en España a la luz de las fuentes árabes, pero esta obra no llegó a publicarse.
Desde 1607, se estableció en Málaga al servicio del duque de Medina Sidonia por recomendación de Felipe III, que era consciente del valor de su preparación y de la utilidad de sus “inteligencias” o informadores en África y Turquía. De hecho, continuó traduciendo y escribiendo cartas oficiales en árabe, e intervino con mucha habilidad en las negociaciones para la cesión de Larache (1610).
En febrero de 1612, Urrea, que se encontraba en Nápoles desde hacía pocos meses, escribe una suscripción bilingüe y una carta de agradecimiento por haberse convertido en el académico número xiii del célebre Linceo, academia italiana fundada en 1603 por el joven príncipe Federico Cesi (1585-1630). Urrea había sido presentado y recomendado por Giovanni Battista della Porta y su admisión se tramitó en un plazo inusualmente rápido, pese a que no era propiamente un científico: fueran más o menos afortunadas las circunstancias vitales de Urrea, parece que nadie cuestionó nunca su competencia. El mismo Cesi comunica en una carta personal a Galileo (que a su vez había sido admitido en el Linceo sólo un año antes, en 1611) las excepcionales condiciones intelectuales que reunía Urrea, así como su deseo de encomendarle la traducción de textos científicos en árabe (en particular los cuatro últimos libros del gran astrónomo y matemático griego Apolonio de Pérgamo). Los primeros linceístas sentían particular interés por las filologías árabe, persa y turca, de ahí que se congratularan por la incorporación y colaboración de alguien “muy cursado en todas lenguas”, según la descripción del viajero Juan de Persia.
En los archivos del Linceo no hay documentación sobre Urrea posterior a 1614, se sabe que volvió a España ya muy enfermo en el verano de 1616, y tuvo que morir muy poco después, pues el 22 de octubre de ese año su mujer firmó ya como viuda un memorial de petición de ayuda.
Otros arabistas contemporáneos, como Diego de Guadix y Francisco López Tamarid, se dedicaron a la predicación y catequización de moriscos y a la recopilación de arabismos en español. En el caso de Diego de Urrea, una existencia mucho más accidentada y un excepcional dominio tanto de lenguas extranjeras y exóticas como del español y el italiano, lo condujeron a una intervención activa en la política exterior de su tiempo como traductor de correspondencia oficial, como informador, confidente o espía y como negociador o intermediario, actividades todas ellas con frecuencia complementarias. Así, figura como intérprete en la documentación sobre la cesión de Larache, pero sin duda desempeñó un papel bastante más complejo; igualmente, participó como protagonista en la polémica —fundamental en su momento histórico— sobre los libros plúmbeos, cuya autenticidad puso en duda, aunque no oficialmente, desde el primer momento.
Pese a esa primordial dimensión política, su aportación como erudito y humanista no es desdeñable: escribió versos en árabe sobre las victorias de Hasán Aga; formó a los traductores oficiales que le sucedieron; fueron discípulos suyos —y amigos— Lupercio Leonardo de Argensola y su hermano Bartolomé, ambos cronistas oficiales de Aragón, así como Francisco de Gurmendi y posiblemente Mario Schipiano; Morata cree que llevó a cabo el primer catálogo bilingüe de manuscritos árabes de la biblioteca escurialense y, sin duda, aparece en el Tesoro (1611) de Covarrubias como autoridad incuestionable para aclarar el origen de las voces españolas procedentes del árabe. Además de formar parte del exclusivo Linceo, estuvo en contacto con un sinfín de personajes relevantes, por ejemplo, con Pietro della Valle, uno de los viajeros más famosos del Renacimiento. Ahora bien, se ignora el paradero de su obra histórica en dos partes, y si llegó a escribir una obra sobre arabismos o un diccionario hispano-árabe, posteriormente perdidos o considerados anónimos, es algo que tampoco se ha logrado dilucidar todavía. Con total seguridad sólo se han conservado cartas, certificados y memoriales (autógrafos en árabe, italiano, latín y español): a eso se reduce de momento todo el legado de uno de los intelectuales más eminentes de su tiempo.
Obras de ~: Poema (en árabe) dedicado a Hasán Aga (sin localizar); Informe (en italiano) (Archivo General de Simancas, Estado, Sicilia, leg. 1157); con M. de Luna, Copia [transcrip. del árabe salomónico al árabe vulgar, con certificaciones autógrafas en cast.] de los libros “Fundamentum Ecclesiae”, “Essencia”, “Cathecismos”, “Vida de Christo”, “Misa”, “Oración de Santiago” y “De Providentia”, 1 de octubre de 1596 (Biblioteca Lázaro Galdiano, Madrid, signatura: M 35-3, Inventario 15647, Ms. 149); Catálogo bilingüe árabe y castellano de los fondos árabes primitivos de El Escorial, c. 1598 (atrib.) (Biblioteca de El Escorial, Ms. H.I.7 (reprod. íntegramente por Morata en 1934, “Un catálogo...”, págs. 104-181); Historia de España (sin localizar); Traducción de un libro árabe sobre ejemplos de hombres virtuosos (sin localizar); Vocabulario Aráuigo, mencionado en el Borrador de memorial (sin localizar); Borrador de memorial (en español), dirigido a Felipe III (Ms. L.I.12 de la Biblioteca de El Escorial; descrito por P. Miguélez en 1925, mencionado por J. Zarco Cuevas en 1926 y reprod. por N. Morata en 1934 “Un catálogo...”, págs. 102-103); Certificado, índice y valoración del libro Luz resplandeciente, 17 de julio de 1603 (Real Biblioteca de Madrid, II/2154-doc 27); Suscripción autógrafa en árabe y latín (2 de febrero de 1612), reprod. por Sagaria Rossi (2002); Carta en árabe al príncipe Cesi (3 de febrero de 1612), reprod. por Gabrielli (1926-1927) y por Sagaria Rossi (2002).
Bibl.: J. de Persia [Ali Guli Bey], Relaciones, 1604, (ed. de N. Alonso Cortés, Madrid, Ultra, 1946, pág. 249); P. Aznar Cardona, Expulsión justificada de los moriscos españoles y suma de las excelencias christianas de nuestro rey, Felipe el Catholico, Huesca, Pedro Cabarte, 1612; J. L. de Rojas, Relaciones de algunos sucesos postreros de Berbería, Lisboa, 1613, fol. 63v.; M. de Guadalajara, “Presa en Berbería de la famosa fuerça de Alarache”, en Prodición y destierro de los moriscos de Castilla, Pamplona, Nicolás de Assiayn, 1614, págs. 81-129; M. de Guadalajara, V Parte de la historia pontifical, Madrid, Viuda de Luis Sánchez, 1630, págs. 122, 156 y 186; B. L de Argensola, “Carta de 8 de abril de 1596 a Bartolomé Llorente”, “Carta de 4 de septiembre de 1596 a Bartolomé Llorente”, “Carta de 6 de mayo de 1597 a Bartolomé Llorente”, L. L de Argensola, “Carta de 11 de septiembre de 1597 a Bartolomé Llorente” (en Conde de la Viñaza, Los cronistas de Aragón, Madrid, Hijos de M. G. Hernández, 1904, págs. 94, 95, 97 y 77 [ed. facs., Zaragoza, Cortes de Aragón, 1986]); P. Miguélez, Catálogo de los códices españoles de la Biblioteca del Escorial, vol. II, Madrid, Talleres Voluntad, 1925, pág. 86, n.º XL; J. Zarco Cuevas, Catálogo de los manuscritos castellanos de la Real Biblioteca en El Escorial, vol. II, Madrid, Imprenta Helénica, 1926, pág. 229, n.º 40; G. Gabrielli, “I primi accademici Lincei e gli studi orientali”, en Bibliofilia, 28 (1926-1927), págs. 99-115; N. Morata, “Un catálogo de los fondos árabes primitivos de El Escorial”, en Al-Andalus, II (1934), págs. 87-181; G. Gabrielli, “Il Linceo di Napoli”, en Rendiconti dell’ Accademia Nazionale dei Lincei, 6/14 (1938), págs. 499-565; D. Cabanelas, “Arias Montano y los libros plúmbeos de Granada”, en Miscelánea de Estudios Árabes y Hebraicos, XVIII-XIX (1969-1970), págs. 7-41; C. Alonso Vañes, “Ulteriores diligencias hacia la calificación de las reliquias”, en Los apócrifos del Sacromonte (Granada). Estudio histórico, Valladolid, Estudio Agustiniano, 1979, págs. 116-139; B. Justel Calabozo, La Real Biblioteca de El Escorial y sus manuscritos árabes, Madrid, Patrimonio Nacional, 1987, págs. 169 y 223; F. Rodríguez Mediano y M. García-Arenal, “Diego de Urrea y algún traductor más: en torno a las versiones de los Plomos”, en Al-Qantara, XXIII/2 (2002), págs. 499-516; V. Sagaria Rossi, “Le goût bibliophile de Leone Caetani et l’intérêt pour l’Orient de Federico Cesi: deux lincei en comparaison”, en Melcom International, Paris, 27-29 de mayo de 2002, págs. 1-6 (http://www.melcominternational.org/wp-content/content/past_conf/2002/2002_papers/sagariarossi.htm); F. Rodríguez Mediano, “Diego de Urrea en Italia”, en Al-Qantara, XXV/1 (2004), págs. 183-201; J. M. Floristán, “Diego de Urrea (c. 1559-octubre de 1616), traductor de árabe, turco y persa en la corte de España: nuevas noticias biográficas”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, t. CCX, cuad. II (mayo-agosto de 2013).
Elena Bajo Pérez