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Manuel Vilaró Serrat

Biografía

Vilaró Serrat, Manuel. Vic (Barcelona), 22.IX.1816 – 27.IX.1852. Misionero y confundador de los Misioneros Claretianos (CMF).

Nació en el seno de una familia sencilla y pobre, y fue bautizado en la Catedral de Vic, donde se le impusieron los nombres de Manuel, Mauricio y Joaquín. Tuvo un hermano, llamado Pedro, otro de nombre José, que siguió la carrera eclesiástica, y una hermana que sería carmelita descalza en Calatayud.

En su niñez, Manuel recibió una buena educación.

Tras haber superado los estudios primarios, a los diez años entró en el Seminario de su ciudad natal (1826), continuando la carrera sacerdotal con bastante aprovechamiento.

Estudió la Filosofía y la Teología, destacando ya entonces en la oratoria sagrada. Recibió la ordenación sacerdotal hacia el año 1842. El joven Manuel era algo bajo de estatura, pero de presencia agradable, de buen carácter, expansivo y jovial.

Fue uno de los primeros que acompañaron en sus tareas apostólicas al P. Claret, siendo su estrecho colaborador en las misiones populares que éste iba predicando por Cataluña, sobre todo en la campaña misionera de la diócesis de Tarragona. Allí misionó en la capital y en varios pueblos, entre ellos Portdarmentera, Pla de Cabra, Barberá del Campo, Sarreal (1846), Poboleda, Alforja, Morera y Tarragona (1847). El 4 de febrero de 1847 decía Claret al obispo Luciano Casadevall: “Mosén Manuel Vilaró trabaja mucho y se halla muy bueno, como también yo, gracias a Dios”. Y poco después añadía: “Gracias a Dios está bueno y trabaja muchísimo y la gente está muy contenta con él”.

El 8 de junio de 1847 fue nombrado ecónomo interino de la parroquia de Santa Cruz de Fonollosa, cerca de Manresa, y el 3 de octubre fue destinado con el mismo cargo a la parroquia de San Martín de Sesgayoles.

En este pueblo permaneció dos años escasos, puesto que el 29 de junio de 1849 dejó oficialmente la parroquia para colaborar como confundador en la fundación de la Congregación de Misioneros del Corazón de María. Ésta tendría lugar dos semanas más tarde: el 16 de julio de ese mismo año. Fue escogido, sin duda, para la fundación debido a sus excelentes cualidades. En el acto fundacional dijo el P. Claret con aplomo y firmeza: “Hoy comenzamos una grande obra”.

Al ser nombrado el P. Claret arzobispo de Cuba, contó enseguida con el P. Manuel; le dijo que quería llevárselo a su diócesis y él aceptó de buen grado la invitación, porque tenía temple de misionero y ya había acumulado bastante experiencia misionera en Cataluña. Para prepararse a esa aventura, a primeros de abril de 1851 hizo ejercicios espirituales, junto con sus compañeros, en Vic bajo la dirección del Fundador.

En el mes de septiembre daría una misión, con el P. José Homs, en el pueblo del Esquirol o de Santa María de Corcó, que finalizó el 3 de octubre; y el 28 de diciembre se embarcó en Barcelona rumbo a la isla de Cuba como misionero apostólico.

Ya antes de emprender el viaje, el 5 de noviembre de 1850, el arzobispo había conseguido para él una prebenda de racionero en la catedral; pero el documento, firmado por la reina y refrendado por el ministro Lorenzo Arrazola el 18 del mismo mes, sólo se lo entregaría al agraciado en alta mar: el 31 de diciembre de ese año. Al parecer, también durante la travesía, le nombró además secretario de cámara y de gobierno de la archidiócesis.

El 5 de marzo, tras haber visitado a la Virgen de la Caridad, emprendieron las tareas de la misión primero en Santiago de Cuba y más tarde en Puerto Príncipe (hoy Camagüey).

Durante su breve permanencia en la isla, el P. Manuel estuvo siempre al lado del arzobispo como secretario de visita y misionero incansable. Viajó mucho, trabajó sin cesar dando misiones y ejercicios, confesó con intensidad y consiguió numerosas conversiones; pero también contrajo una grave enfermedad que le llevaría a la tumba. El 20 de marzo de 1852, el P. Vilaró llegaba con el arzobispo a Gibara; pero allí se dieron cuenta de que en Holguín habían tenido un descuido: se habían dejado olvidados unos documentos que urgía mandar a Madrid. El P. Manuel tuvo que desandar el camino y en el trayecto, de unas cinco horas, un gran aguacero descargó sobre él durante la mitad del viaje. Apenas recogió los papeles, a toda prisa regreso a Gibara debilitado y maltrecho; y aquel azaroso episodio le produjo una tuberculosis pulmonar, que se fue agravando cada vez más.

A principios de mayo, se sometió al tratamiento de un médico chino, que en su trato con el P. Manuel se convirtió. El 3 de mayo de aquel año éste escribió con inmensa alegría en su Diario: “Hoy se bautizó en palacio el médico chino que me cura. Se llama José María Siga. S. E. bautizó y fue padrino el Provisor (Juan Nepomuceno Lobo)”.

Al poco tiempo le sobrevino el vómito y, al tener noticia de ello, el 12 de junio el arzobispo le escribió una carta desde Manzanillo diciéndole que para recobrar su salud debería regresar a la Península a respirar los aires de su tierra natal y que podría embarcarse en la corbeta Nueva Rosalía, que habría de zarpar el día 22. En efecto, tras una navegación difícil, debido a las borrascas y a los vientos contrarios, arribó bastante maltrecho a Marsella el 15 de agosto y luego a Vic, donde fue recibido por su familia y por los misioneros.

A instancias de su familia, se hospedó en su casa paterna y no en la de la comunidad, para evitarles el tener que cuidarle, ya que eran pocos y estaban muy ocupados. Pero ellos le visitaban diariamente, sobre todo los PP. Esteban Sala, José Xifré y Jaime Clotet; y en los brazos de este último expiró al cabo de poco más de un mes, cinco días antes de cumplir los treinta y seis años.

El P. Claret sintió mucho esa pérdida irreparable y escribió desde Jiguaní el 14 de noviembre siguiente a Pedro Vilaró, padre del difunto, dándole el pésame y prometiéndole su ayuda. En aquella misiva le decía entre otras cosas: “Bien sabe usted lo mucho que le quería y las pruebas de amor que le había dado”. El mismo arzobispo dice de él entre otras cosas en su autobiografía: “Cuando yo fui a Cuba tuvo la bondad de venir a acompañarme; a éste le hice mi secretario, y desempeñó muy bien su encargo; además de la secretaría, predicaba y confesaba siempre. Era bastante instruido, virtuoso y muy celoso; trabajó muchísimo”.

Debido a los últimos acontecimientos de la vida del P. Vilaró, el superior general, P. José Xifré, le consideró excluido de la Congregación y así lo indica en su Crónica de la Congregación, donde elogia sus cualidades y su conducta, pero afirma que “desistió de la empresa”.

Un juicio severo e infundado que contradice el juicio ponderado del P. Claret. De hecho el P. Vilaró quedó injustamente excluido de la Congregación, hasta que el capítulo general de 1922 le rehabilitó con todos los honores, poniéndole de nuevo en paridad con los demás confundadores.

Hoy se reconoce unánimemente que el P. Vilaró fue una de las piedras angulares del Instituto y un misionero ejemplar.

 

Obras de ~: Sólo dejó algunas cartas dirigidas a su familia y un precioso Diario de Cuba, del que se conocen sólo algunos fragmentos muy interesantes.

 

Bibl.: R. Ribera, La obra apostólica del Venerable P. Antonio María Claret, Barcelona, Ed. Claretiana, 1920; F. Vila, “El R. P. Manuel Vilaró y Serrat”, en Anales CMF, 18 (1921), págs. 218-220, 236-239, 251-254, 267-269, 297-300, 330- 336, 372-378 y 394-395; J. Álvarez Gómez, Misioneros Claretianos. Volumen II: Transmisión y recepción del carisma claretiano, Madrid, Publicaciones Claretianas, 1997, págs. 186- 192; J. Xifré, “Crónica de la Congregación”, en Studia Claretiana 17 (1999) 47, págs. 39-40.

 

Jesús Bermejo Jiménez, CMF