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Gonzalo Fernández de Heredia

Biografía

Fernández de Heredia, Gonzalo. Mora de Rubielos (Teruel), c. 1450 – La Selva del Camp (Tarragona), 21.XI.1511. Obispo de Barcelona, arzobispo de Tarragona y embajador.

Hijo de Juan Fernández de Heredia y de Juana Bardají de Pinós, ambos de ilustres familias aragonesas. Su hermano mayor, Juan —señor de Mora—, fue persona fidelísima a Juan II y a don Fernando durante la guerra civil catalana (1462-1472), y a él debe Gonzalo su ascenso desde sus primeros servicios como camarero del Pilar de Zaragoza (1463) y comendador de Veruela después. En noviembre de 1473, Juan II decidió promoverle a la sede de Segorbe-Albarracín alegando su nobleza, buena vida y formación intelectual frente al candidato que proponía el papa Sixto IV, Bartolomé Martí. Estalló entonces un conflicto con la Santa Sede que se resolvió en 1479 cuando don Fernando decidió cejar en su empeño a cambio de que se indemnizara a su protegido con 20.000 sueldos de pensión.

En 1475, Heredia fue enviado por Juan II como procurador para prestar obediencia a Sixto IV y resolver ciertos asuntos de los príncipes Fernando e Isabel, convertidos ya en reyes de Castilla. A partir de entonces, Heredia se movió entre Roma y Nápoles sirviendo al rey de Aragón en su política napolitana y mediterránea. En 1475 formó parte de una comisión de ayuda al rey de Hungría contra los turcos; dos años más tarde acompañó a Juana de Aragón —hija de Juan II— con motivo de su matrimonio en Nápoles con el rey Fernando I, y en 1479 asistió a la boda de Beatriz de Nápoles con el rey de Hungría. Heredia también se mostró un hábil negociador en asuntos eclesiásticos, facilitando la resolución de los conflictos suscitados por la sede de Zaragoza y Segorbe, o defendiendo los intereses reales en la guerra con Portugal.

En premio a sus servicios, don Fernando le promovió al obispado de Barcelona y —aunque Heredia sólo había recibido las órdenes menores— el Papa confirmó el nombramiento el 27 de noviembre de 1479, previo arreglo con el cardenal Rodrigo de Borja que también pretendía la sede.

Durante la década de 1480, la actividad diplomática de Heredia fue particularmente intensa. En octubre de 1482 se le envió a Roma como orator regis Castellae con la misión de reprochar al Papa su escasa solicitud por llegar a la paz durante la “crisis de Ferrara”.

Afortunadamente, el 12 de diciembre, las partes litigantes llegaron a la reconciliación, y Heredia no tuvo que mostrar los poderes que se le habían dado para ordenar el abandono de la ciudad a los súbditos residentes en Roma en caso de que el Papa no se aviniese a la paz. El embajador aragonés volvió a mediar en el conflicto surgido en 1485 entre el papa Inocencio VIII y Ferrante de Nápoles, interviniendo como testigo en los acuerdos de paz firmados el 11 de agosto de 1486. Mientras tanto, los Reyes continuaron encomendándole negocios eclesiásticos como la renovación de la bula de cruzada, la obtención del Regio Patronato y la solicitud de los maestrazgos de las Órdenes Militares. Sin embargo, el prelado acabó por enredarse en cuestiones beneficiales que provocaron la indignación de don Fernando en 1481, cuando se apropió del priorato benedictino de Ejea —que el Rey le obligó a dejar—, o cuando en 1485 se hizo con una rectoría mallorquina que don Fernando tenía asignada a uno de sus capellanes.

Durante este tiempo, Fernández de Heredia no pudo acercarse a la sede de Barcelona, de la que tomó posesión como procurador el 6 de marzo de 1479, y en la que se sucedieron vicarios generales de prestigio.

En Roma se preocupó de que se respetaran los privilegios de su diócesis, desentendiéndose de los intentos del Rey por imponer el pago de un subsidio al clero barcelonés, y logrando algunas gracias especiales, como la indulgencia plenaria en la fiesta de Santa Eulalia o la facultad de nombrar confesores para pecados reservados. Su preocupación por la reforma del clero se refleja en la mayor exigencia moral que prescribió a los canónigos en las Constituciones de 1490, o en su apoyo a la introducción de la Inquisición. No obstante, en este terreno fueron inevitables algunos roces con el Rey, que en 1487 se quejaba de que el prelado defendía a los consellers barceloneses frente al inquisidor, o en 1488 se lamentaba de que sus oficiales protegiesen a un procesado por delito de herejía.

En 1489, Inocencio VIII quiso otorgar a Heredia el arzobispado de Tarragona, no sin antes escribir a Isabel y Fernando. Los Reyes accedieron “considerados vuestros merecimientos, y los servicios a nos fechos”, pero exigieron a cambio ciertas modificaciones en el ámbito de la jurisdicción episcopal y la obtención de algunos derechos sobre las salinas de Ibiza. El nombramiento —que probablemente llevaba aparejado el cargo honorífico de canciller— se efectuó el 13 junio de 1490, y el 22 de septiembre tomó posesión a través de su procurador, el canónigo barcelonés Pedro Vinyes. Mientras tanto, don Fernando siguió encomendándole negocios puntuales que el prelado cumplía con éxito cuando se referían a terceras personas —como la cesión de la abadía de Rueda por parte del cardenal Zeno—, pero que se complicaban cuando le afectaban personalmente, como el cargo de camarero del Pilar, que se empeñó en retener contra el parecer de los Reyes.

Tras el fallecimiento de Inocencio VIII en julio de 1492, el Colegio Cardenalicio le otorgó el mando de la guardia del cónclave. No era la primera vez que desempeñaba este cometido, pues en el anterior de 1484 había representado a la natio hispana en cuarto turno de guardia. Salió elegido Rodrigo de Borja, compañero suyo en la gestión de los asuntos españoles, a quien apoyó en Áscoli —según el embajador florentino— para desbaratar la candidatura de Giuliano della Rovere. Nada más subir al pontificado, Alejandro VI le nombró gobernador de Roma premiando, quizá, su colaboración en el cónclave, como insinúa el curial Michele Ferno.

Heredia fue gobernador durante dos años, en el curso de los cuales los Reyes Católicos le otorgaron la presidencia honorífica de la embajada de prestación de obediencia ante Alejandro VI en julio de 1493.

El embajador extraordinario —López de Haro— y el prelado gobernador se emplearon a fondo para lograr la reconciliación del Pontífice y Ferrante de Nápoles, objetivo prioritario de una legación que debía acallar las pretensiones del rey de Francia al trono de Nápoles.

La reconciliación se produjo, pero la invasión francesa no pudo evitarse. Don Fernando decidió entonces fortalecer la presencia española en la Corte napolitana y en julio de 1494 solicitó al Papa el traslado de Heredia para servir a la reina Juana de Aragón, hermana suya y viuda de Ferrante. La misión del prelado era la de sustituir al gobernador de Cataluña —Luis de Requesens— y mantener informado a Fernando “de continuo de todas las cosas de allá”. Desgraciadamente, esta correspondencia cifrada no se ha conservado y apenas se puede conocer la actividad de Heredia en la turbulenta Corte de Nápoles. Todavía más difícil resulta valorar su actuación en la crisis sucesoria de 1496 que acabó en la entronización de Federico —hijo natural de Alfonso de Nápoles— contra el parecer de Fernando el Católico. Su presencia en el séquito del nuevo soberano el día de su proclamación podría indicar su apoyo a la dinastía autóctona, reconocida finalmente por los agentes diplomáticos y militares del Rey Católico. Posteriormente, Heredia acompañó a Federico durante la campaña punitiva contra el marqués de Saluzzo y entró en Nápoles al lado del Gran Capitán, tal y como figura en los bellos dibujos de la crónica napolitana editada por Ricardo Filangeri. Mientras tanto, la relación con Fernando el Católico se aristaba en pequeños asuntos judiciales —como el pleito que mantenía el cabildo con los constructores de la sillería del coro— o beneficiales, como el forcejeo por la provisión de Porreres que el prelado no quería ceder al Rey.

Heredia abandonó Italia en 1500 y el 21 de septiembre efectuó su solemne ingreso en la ciudad de Tarragona. Un mes después concertó una reunión con el Capítulo donde expuso las causas de su prolongada ausencia y la necesidad de retirarse al castillo de Escornalbou para recuperarse físicamente y saldar deudas contraídas. Sin embargo, su retiro no fue completo, especialmente durante el tiempo en que fue nombrado diputado por el brazo eclesiástico en la Generalitat de Barcelona en sustitución de Ferrer de Gualbes: el primer año, en 1504, hizo residencia como diputado durante 84 días; el segundo, 154, y el tercero, 259. Para entonces el prelado ya tenía problemas de salud, puesto que en enero de 1506 excusó su presencia en el casamiento de Fernando el Católico con Germana de Foix alegando su avanzada edad, las indisposiciones que sufría y la dureza del invierno.

Cuatro años más tarde, cuando fue convocado como “dilecto consiliario et cancellario nostro” en las Cortes de Monzón de 1510, el arzobispo se limitó a pedir al Rey, por medio de procuradores, que exigiese a los nobles y vasallos de su iglesia los tributos correspondientes, lo que fue inmediatamente secundado por don Fernando.

Hasta su fallecimiento en 1511, Heredia se dedicó al gobierno pacífico de su diócesis y a la administración del señorío, suavizando algunas veces los pequeños conflictos que surgían entre el municipio y las localidades vecinas. También impulsó las obras de la catedral y logró que el municipio financiase la construcción del órgano de la capilla de los Sastres, la instalación del reloj y la colocación de la campana de las horas.

Durante su gobierno se reactivó la actividad inquisitorial y floreció la vida cultural y litúrgica de la diócesis. Así lo pone de manifiesto la vitalidad de las escuelas, el enriquecimiento de la biblioteca del cabildo y de las comunidades religiosas, la fundación de archivos —como el de San Fructuoso (1504)— o la impresión del Breviarium, el Missale y el Diurnalis Tarraconense, llevada a cabo por el cabildo. Latassa y otros autores dicen de Heredia que fue un prelado sabio, elocuente, poeta y mecenas. Desgraciadamente no se ha conservado ningún testimonio de su obra lírica, ni las Memorias de su tiempo o su ensayo Sobre las provisiones de las iglesias de España, que se le atribuyen. De sus empresas de mecenazgo romano cabe recordar su apoyo a la edición de los Miracula Mariae Virginis (1484) de Giovanni Vincenzo Biffi, o su amistad con el humanista carmelita Juan Bautista Spagnoli —el Mantuano— que entre 1490 y 1492 le dedicó el poema laudatorio Alphonsus pro rege Hispaniae de uictoria Granatae con un vago relato de la guerra de Granada. Heredia también estuvo al corriente del proyecto de construcción del monasterio de San Pietro in Montorio (Roma) y negoció con el cardenal Domenico della Rovere el pago de un censo sobre la heredad donde los Reyes Católicos querían edificar el monasterio. De su sensibilidad artística habla el espléndido tapiz flamenco de La bona vida o de Las Potestades —una alegoría de la sociedad política— que debió de adquirir en la Ciudad Eterna y legó después a la catedral.

Heredia falleció en el castillo de Valls. Su cadáver fue trasladado en procesión a la catedral, donde fue enterrado al pie de la puerta principal. En 1521, su vicario y familiar Lorenzo Pérez —obispo de Nicópolis (Palestina)— encargó a Dionisio Vergonyós la hermosa lápida sepulcral que recuerda el ilustre linaje y la devota piedad del obispo.

 

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Álvaro Fernández de Córdova Miralles

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