Ramiro Garcés (I). El de Viguera. ?, c. 942-943 – Torrevicente (Soria), 9.VII.981. Rey de Viguera.
Hijo del monarca pamplonés García I Sánchez en su segundo matrimonio (941) con Teresa, hija, a su vez, de Ramiro II de León. Hombre sin duda aguerrido, se convertiría en el adalid de la frontera y brazo armado de su hermanastro mayor el nuevo soberano Sancho II Garcés reinante desde el 22 de febrero de 970 y nacido de la repudiada reina Andregoto de Aragón.
Se tiene noticia de que formó parte del séquito que acompañó a su tío materno Sancho I el Craso en la pugna por obtener la Corona del Reino leonés (959-961). Distinguido ocasionalmente en la documentación y en la obra figurativa que se menciona más abajo, con el título de rey (rex) o bien régulo (regulus), conforme a la vigente costumbre pamplonesa de extensión intrafamiliar aunque meramente analógica del egregio epíteto, no compartió, sin embargo, los carismas propios y exclusivos del soberano, ni parece que recibiera y menos con carácter hereditario un supuesto “Reino de Viguera”.
Desempeñó un papel primordial en las intermitentes hostilidades con los musulmanes que lograron adueñarse de la ciudad de Calahorra (agosto de 968), con lo cual la frontera riojana ganada por Sancho I Garcés retrocedió para largo tiempo hasta los valles del Leza y el Jubera. La renovación de la tregua negociada entonces costó tres años después la retención de su hermano Jimeno como rehén en la corte califal de Córdoba. Caducado este segundo plazo de paces, para aprovechar la ausencia del grueso de los ejércitos califales en el Magreb y seguramente por iniciativa del nuevo conde castellano García Fernández (970-995), se organizó una nueva acción militar conjunta de las dos monarquías cristianas, regida ya la leonesa por el joven y débil Ramiro III tras la muerte de su padre el citado Sancho I el Craso (966). Después de dos meses y medio ante la plaza de Gormaz (975, abriljunio), las tropas aliadas debieron emprender la retirada.
El destacamento pamplonés acaudillado por Ramiro Garcés fue alcanzado y puesto en fuga junto al Ebro, en Estercuel (despoblado actual del término de Ribaforada), por el valí tuyibí de Zaragoza, ‘Abd al-Raűmān b. Yaűyā (5 de julio), que en su persecución atravesó el río y las Bardenas hasta llegar a la vista de los campos cultivados de Murillo el Fruto, donde el príncipe pamplonés sólo logró escapar a uña de caballo y ocultándose entre breñas tras perder en la retirada un valioso botín y especialmente más de treinta de sus mejores caballeros.
Como es sabido, la minoridad del nuevo califa cordobés Hišām II (976) propició el rápido ascenso de Muűammad b. Abī ‘āmir, conocido luego como Almanzor, “victorioso por Allāh” (Manşūr Billāh), azote de la España durante el siguiente cuarto de siglo. Después de su primera operación de tanteo por los dominios pamploneses (978), la amenaza común suscitó una nueva reagrupación de fuerzas hispano-cristianas.
En los prolegómenos ya de la pugna por la sucesión en el trono que iba a paralizar el Reino de León hasta el desplazamiento de Ramiro III por Vermudo II poco años después (985), las milicias castellanas y pamplonesas con la colaboración de destacamentos musulmanes del caid o general Galib plantaron cara sin fortuna a Almanzor en un paraje soriano, “al pie del castillo de Sant Bishant”, identificado con Torrevicente, entre Atienza y Berlanga (9 de julio de 981). Además del rebelde Galib, sucumbió también en el campo de batalla Ramiro Garcés, como reseña un analista árabe coetáneo “uno de los que perecieron en esta matanza fue Ramiro, hijo de Sancho rey de los Vascones, conocido por Qarayuh, ‘Caracho’ (¿el Violáceo?)”. Sancho II Garcés y su esposa Urraca hicieron piadosas donaciones a San Salvador de Leire para celebrar sufragios anuales por el alma de su “predilecto y querido hermano Ramiro, que después del certamen de esta vida abandonó victorioso el mundo y fue sepultado en paz” en aquel monasterio.
El escenario de confrontación bélica potencialmente más vulnerable del Reino pamplonés se hallaba entonces en las tierras najerenses, donde, perdida Calahorra como se ha apuntado, constituía Viguera el principal bastión pamplonés con sus posiciones avanzadas de Tudelilla y Ocón y demás reductos de los valles del Jubera y el Leza. Ramiro Garcés tuvo a su cargo las honores o funciones político-militares sobre este tramo fronterizo riojano, como mandatario de Sancho II Garcés y en calidad de “rey bajo el imperio de su hermano”, por lo que algunos monjes escribas de aquella zona exaltaran a su más cercano guardián hasta el punto de anteponer su nombre al de la reina en algunos diplomas, aunque en otras ocasiones le asignan el título de “régulo”. Como se ha anticipado, no constituía entonces ninguna novedad semejante extensión fraternal de los fulgores de la soberanía encarnada y recibida exclusivamente, sin embargo, por el heredero primogénito. En estos casos de hermanos del rey el título no supone tampoco ninguna parcelación del Reino ni siquiera una soberanía (auctoritas) compartida en una especie de asociación en el Trono, sino que representa una simple delegación personal de funciones regias (potestas regia), de mayor dimensión si se quiere pero conceptualmente equiparable a la recibida por los mandatarios o “tenentes” de los diferentes distritos establecidos para el control directo del territorio.
Tuvo encomendado Ramiro además el distrito norteño de Sos, principal baluarte en la retaguardia de la hilera contigua de atalayas fronterizas que jalonaban estratégicamente el reborde meridional de la sierra de Santo Domingo desde Uncastillo hasta Biel. Precisamente en aquella zona o en sus cercanías se extendía su patrimonio personal de villas y heredades, por ejemplo, Navardún, en Valdonsella, y Apardués, cerca de Lumbier.
Sobre su prestigio personal y el singular afecto que le profesó su hermano el Rey ilustran muy expresivamente las imágenes del famoso folio miniado del llamado Códice Albeldense, conocido como “Vigilano” por el nombre de su autor principal, el abad Vigilán de Albelda, y copiado tiempo después (992) en el denominado “Códice Emilianense” bajo la dirección del obispo Sisebuto de Pamplona. Representa aquel códice, terminado significativamente en el año 976 — es decir, al siguiente año de la aludida derrota de Torrevicente—, una pieza fundamental dentro del que cabe definir como rearme ideológico orquestado por Sancho II Garcés frente a los reveses bélicos y la prepotencia del enemigo. Su sencillo programa incorpora en su segmento central el epítome de la tradición historiográfica romana, cristiana, hispana y asturiana, la llamada Crónica Albeldense, preparada en los círculos de poder ovetense aunque dotada en esta versión de una “adición” que recoge la nómina escueta de monarcas pamploneses desde las gestas de Sancho I Garcés.
La precede una copia del extenso caudal de pautas de comportamiento de la sociedad religiosa, la denominada “Colección Canónica Hispana”. Y la sigue el gran elenco de preceptos vigentes en la sociedad civil hispano- goda, el Liber Iudiciorum o “Fuero Juzgo”, muestra también de la continuidad de la tradición romanocristiana en la Monarquía pamplonesa. Los copistas desearon ilustrar precisamente este segundo repertorio con el referido folio miniado a manera de colofón, como dilatado eslabón entre la justicia del monarca reinante y sus simbólicos predecesores hispano-godos.
En el registro central de la composición se yergue la efigie convencional del monarca Sancho empuñando el cetro como signo de suprema majestad, a su derecha lo flanquea la reina Urraca y a su izquierda su hermano “rey” Ramiro esgrime el dardo y ciñe la espada como signo de sus funciones primordialmente militares.
El propio monje Vigilán no resistió la tentación de adornar marginalmente el códice con unas sugerentes muestras de su estro literario, como los versos acrósticos y poemas figurativos que loan la sacralización de la familia regia y en uno de los cuales se presenta al monarca Sancho como trasunto terrenal de Cristo Salvador, la reina Urraca como imagen de Santa María y el entrañable hermano Ramiro como proyección del príncipe de la milicia angélica San Miguel.
No se conoce el nombre de su esposa, pero están documentados abundantemente los de sus dos hijos, Sancho y García Ramírez que, en su momento y cumplidos los siete años de edad como era habitual, aparecen mencionados ya en lugar preferente entre los miembros de la curia tanto de Sancho II Garcés, su tío paterno, como luego en la de su primo hermano el sucesor García II Sánchez. Se tiene noticia incluso de que, después del fallecimiento de este monarca y como eran los parientes más cercanos que lo habían sobrevivido, les correspondió la tutela de su sobrino segundo Sancho el Mayor teóricamente hasta que éste cumpliera la mayoría de edad legal de catorce años, precisa para desempeñar la plenitud de las funciones regias.
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Ángel Martín Duque