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María Felicia García Siches

Biografía

García Siches, María Felicia. María Malibrán, la Malibrán. París (Francia), 24.III.1808 – Manchester (Reino Unido), 23.IX.1836. Mezzosoprano.

Hija del célebre tenor y compositor sevillano Manuel García y de la soprano Joaquina Siches, la cantante se formó musicalmente en Nápoles, París y Londres con su padre, creador de una de las más destacadas escuelas de canto del siglo XIX. Estudió también con Ferdinand Hérold y Auguste Panseron. La disciplina a que Manuel García sometía a su alumna era muy severa y exigía de esta última una capacidad y una entrega “que ningún cantante profesional puede imaginar en realidad”, según afirmó el propio tenor.

La genial artista adquirió así el absoluto dominio de una técnica musical prodigiosa, en permanente evolución, viva y abierta, aliada a un gran conocimiento de la armonía y la composición. Manuel García, primer tenor del teatro San Carlo de Nápoles durante años, fiel intérprete y continuador de la tradición italiana del bel canto, consideraba esencial saber improvisar, hacer adornos, agilidades; mérito y virtuosismo que distinguía entonces al artista eminente. “Un verdadero cantante —decía el tenor— debe saber improvisar diez, veinte veces, pues no hay verdadero cantante más que el verdadero músico... Para aprender a cantar no hay que trabajar, sino saber trabajar. Sólo aprendiendo el secreto de estudiar bien se puede llegar a cantar bien.” De Manuel García diría Rossini: “Éste es el mejor tenor que conozco, lo prefiero a todos los tenores italianos”.

La cantante debutó en la ópera a los diecisiete años, el 7 de junio de 1825, en el King’s Theatre de Londres, con el papel de Rosina de Il Barbiere di Siviglia, de Rossini. Manuel García hizo el conde Almaviva, papel que Rossini escribió pensando en las posibilidades de su voz, e interpretado por el tenor español en su estreno romano, en 1816. El inmenso talento de la joven mezzosoprano causó sensación. “Desde su aparición en escena —escribió el crítico Chorley en el Athenaeum— es evidente que ha nacido una nueva artista, tan original como extraordinaria.” Su carrera estaba lanzada. La famosa actriz Fanny Kemble, refiriéndose a esta memorable actuación la calificó como “una absoluta conquista de la nación”. Poco después se presentaba en el prestigioso Festival de York con gran éxito.

En octubre de aquel año, Manuel García se embarcó en Liverpool rumbo a Nueva York con su mujer, sus tres hijos y los cantantes de ópera Angrisani, Crivelli hijo, Rosich y Barbieri, a quienes había contratado para formar compañía. El objetivo de esta compañía de ópera italiana era establecerse durante una o dos temporadas en Nueva York —según fuera el éxito obtenido— y dar dos representaciones semanales en el Park Theatre de dicha ciudad. Un neoyorquino de gran fortuna, David Lynch, profundo conocedor y amante de la ópera, había sido el principal organizador de esta singular empresa artística, que tanto tenía de aventura. En efecto, en 1825, en Nueva York había muy contados teatros. En el Park Theatre, hasta aquellas fechas sólo se había hecho comedia. Ni en Nueva York, ni en ninguna otra ciudad de los Estados Unidos se conocía entonces la ópera; únicamente se había representado opereta cantada en inglés. No había tampoco orquestas debidamente preparadas. Manuel García lograría formar una orquesta que contase veinticuatro músicos, cifra que la crítica neoyorquina calificaría como “importante”. “Han llegado algunos de los artistas más distinguidos de Europa —escribía el periódico New York American el 7 de noviembre—, que vienen a este Nuevo Mundo para hacer un primer intento de presentarnos uno de los mayores y más costosos espectáculos del Viejo Mundo, la Ópera Italiana auténtica.” Manuel García y su hija y prima donna María, al dar a conocer por vez primera la ópera de Mozart o Rossini al público de los Estados Unidos protagonizarían una de las grandes empresas artísticas de la historia de la música.

La compañía de Manuel García abrió la temporada del Park Theatre de Nueva York el 29 de noviembre de 1825 con Il Barbiere di Siviglia. Fue un éxito absoluto. La “signorina García”, en el papel de Rosina, cautivó al público y a la crítica neoyorquinos.

A lo largo de la temporada siguió cosechando grandes triunfos. Estrenó otras cuatro óperas de Rossini: Tancredi, Otello, Il Turco in Italia y La Cenerentola, en las que la prima donna causó sensación interpretando papeles tan diversos como los de Rosina, Desdémona, Tancredi o Angelina (Cenerentola). El 23 de mayo de 1826 se dio la primera representación de Don Giovanni, de Mozart. Como intérprete de Zerlina, la cantante recibió ovaciones interminables. Su popularidad era inmensa; también lo era su extremado rigor consigo misma: “No hay nada que hacer —le confesaba a una amiga—, cada vez que entro en escena tiemblo; una viva emoción, un terror indecible se apoderan de mí. Mi padre me ha hecho un retrato tan horrible de mi nueva carrera, que nunca estoy segura de mí misma. Las cimas del arte son tan escarpadas, y el público es un maestro tan exigente y tan difícil, que para conservar su sufragio hay que mejorar sin cesar; si no se avanza, se retrocede.” Los dos años de su estancia en Nueva York fueron determinantes. Además de estrenar varias de las más altas creaciones del repertorio operístico y dar numerosos conciertos con enorme éxito, conoció allí al que sería su primer marido, el banquero francés Eugène Malibran, veintisiete años mayor que ella, con quien contrajo matrimonio en la iglesia de St. Peter el 23 de marzo de 1826, de modo tan rápido como inesperado.

Anhelaba, según diría, “ser feliz y estar tranquila”, huir de la férula paterna y la tiranía del mundo teatral, que en aquellos días le resultaba casi insoportable.

Pero esta unión resultó un fracaso: a finales de 1827, regresó, sola, a Europa.

María Malibrán debutó en París el 14 de enero de 1828 en el Théâtre de l’Opéra con Semiramide, de Rossini, logrando un éxito indescriptible. “Parecía que todas las claques del mundo se hubieran dado cita aquella noche allí”, comentó uno de los asistentes. Fétis, el famoso crítico, destacó que en la sala se oyeron “unos aplausos como no recordaba haber oído”.

Aconsejaba, sin embargo, a la Malibrán que no se dejase impresionar demasiado por su éxito, y añadía: “Es cierto que reúne las cualidades más preciosas, una voz de calidad que cuenta con los sonidos vigorosos del más bello contralto y los de la soprano ligera, es decir, del re grave al re sobreagudo; es cierto también que su facilidad para ejecutar los pasajes más difíciles es prodigiosa, su rica imaginación le procura florituras y adornos nuevos y elegantes; tiene alma y tiene gracia, pero a pesar de todas estas cualidades su canto está absolutamente desprovisto de gusto y de método.” Crítica que en nada influiría en el curso de su trayectoria artística. Europa vería en ella el arquetipo de la intérprete romántica. El Théâtre des Italiens de París, meta universal de la lírica, le ofreció poco después un contrato excepcionalmente ventajoso: daba comienzo así su insuperable carrera. Fue aclamada en Semiramide, Otello, Tancredi, La Gazza ladra, La Cenerentola, Il Barbiere di Siviglia, de Rossini, así como en Giulietta e Romeo, de Zingarelli y en Il Matrimonio segreto, de Cimarosa, entre otras obras. La prensa destacó “la novedad y la verdad nacional de la caracterización de Rosina [en Il Barbiere]. Se puede decir que ha operado una reforma del Teatro Italiano...

En vez de hacer de Rosina una enamorada robusta, hace una joven traviesa, llena de gracia, de finura y de inocencia. Una auténtica creación. En la escena de la lección, produjo mucho efecto por el talento notable con que ejecutó al piano y cantó el famoso polo [de Manuel García] Yo que soy contrabandista”. A su vez, Chopin le escribía en esos días a su amigo Tytus Woyciechowski desde París: “Nunca he oído el Barbero como la semana pasada con Lablache, Rubini, la Malibrán (García)... La Malibrán cautiva por su voz maravillosa, ¡canta como nadie! ¡Maravilla de las maravillas!”.

Y en otra carta dirigida al compositor polaco Elsner afirmaba: “Hoy en día, indiscutiblemente no es la Pasta, sino la Malibrán (García) la primera de Europa. ¡Una maravilla!”.

Tras sus temporadas triunfales en Francia y los Estados Unidos, regresó a Gran Bretaña para actuar en el King’s Theatre de Londres, donde hizo, entre otros, los papeles de Desdémona y Cenerentola con un éxito colosal. En junio de 1830 debutó en el Theatre Royal, Covent Garden con el papel de Romeo, de la ópera Romeo e Giulietta, de Vaccai. El 1 de junio de 1833 interpretó en inglés La Sonnambula, de Bellini, y tuvo un encuentro memorable con el insigne compositor, con quien le uniría ya de por vida una honda amistad.

El 12 de junio de 1835 estrenó en dicho teatro la ópera Fidelio, de Beethoven. “El talento dramático que ella muestra en el papel tan bello y tan interesante de Leonora —escribía el corresponsal de la Gazette musicale de París—, atrae gran cantidad de público en cada representación de esta obra y logra constantemente manifestaciones de entusiasmo. La Malibrán es igualmente trascendente como cantante que como actriz.” Los triunfos de la Malibrán contribuyeron en gran medida a hacer la fortuna de su empresario, quien, agradecido, le ofreció un regalo espléndido. La Gazette musicale del 12 de julio publicó la nota siguiente: “El señor Bunn, director de los teatros de Drury Lane y Covent Garden, acaba de regalar a la señora Malibrán un aderezo de rubíes y diamantes.

En el estuche que contiene las joyas ha hecho grabar esta inscripción: ‘A la señora Malibrán, la artista más distinguida que Europa haya poseído jamás’”.

En Italia, cuna del bel canto, su trayectoria artística fue legendaria. Nápoles la aclamó en el papel de Amina, de la ópera La Sonnambula. “María Malibrán ha sido la intérprete más sublime de La Sonnambula”, dijo Francesco Florimo, confidente y biógrafo de Bellini.

También en el Teatro del Fondo, cosechó grandes triunfos con Otello, La Cenerentola y La Gazza ladra. En el Teatro San Carlo obtuvo un éxito extraordinario con Norma, de Bellini, obra cumbre del Romanticismo italiano. El propio compositor le escribía a Florimo: “Lo que me dices del efecto que ha causado la Malibrán en Norma me da el mayor placer...

Tienes razón al decirme que contar con la Malibrán es contar con una posibilidad de éxito”. En Bolonia hizo Otello, La Sonnambula y Norma, ante un auditorio entusiasmado. El 15 de mayo de 1834 debutó en el Teatro alla Scala de Milán con Norma. Su éxito fue indecible y doblemente valioso: además de triunfar en un papel de soprano tan exigente artísticamente, logró cautivar a un público que conservaba, fresco todavía, el recuerdo de la interpretación magistral de la gran Giuditta Pasta, creadora de la Norma tres años antes. En el apogeo de su fama, la Malibrán cantó aquella primavera los papeles de Desdémona y de Norma en el Teatro de la Fenice de Venecia, donde fue calurosamente ovacionada. El periódico veneciano daba cuenta de “diecisiete llamadas a la Malibrán después del primer acto y catorce después del segundo”.

En septiembre de 1835, debutó en el Teatro alla Scala con Otello. Pocos días después obtuvo un nuevo triunfo clamoroso interpretando el personaje de Norma. Durante la representación de esta ópera el entusiasmo del público llegó a un paroxismo tal, que pronto degeneró en tumulto y tuvo que intervenir la fuerza pública. Con un espectáculo enteramente dedicado a Bellini, terminó sus actuaciones en La Scala.

El programa contenía I Capuletti e i Montecchi y el último acto de La Sonnambula. Al término de la representación, al salir la Mailbrán al escenario a saludar, el público milanés la despidió con una lluvia de miles de flores, hasta casi sepultarla. Era un jubiloso “hasta pronto”. Sin embargo, éste sería el adiós definitivo de la Malibrán a su público italiano.

El 29 de marzo de 1836 contrajo matrimonio civil con el famoso violinista y compositor belga Charles de Bériot en París, dando otro rumbo a su existencia.

Pero una grave caída de caballo ocurrida en Inglaterra meses después le dejó secuelas que acabarían trágicamente con su vida aquel mismo año. “Me siento mal, muy mal desde entonces —dijo—. Sé que no me recuperaré.” Sobreponiéndose, no obstante, a su agotamiento general, cumplió todavía varios compromisos artísticos en Londres y en Aquisgrán. Durante el verano su estado empeoró. A pesar de su gravedad, el 14 de septiembre cantó en un gran concierto del Festival de Manchester. Sería el último: nada más abandonar la escena sufrió un síncope y cayó desmayada en brazos de su colega, la soprano Maria Caterina Caradori-Allan, con quien acababa de cantar un dúo de la ópera Andronico, de Mercadante, logrando un éxito apoteósico. El 23 de septiembre de 1836 murió en Manchester a los veintiocho años de edad la genial artista romántica, la “regina del canto”. Su pérdida fue sentida por todos e inspiró a los más grandes poetas.

Alphonse de Lamartine, su amigo, escribió los versos que figuran en el epitafio de su mausoleo en el cementerio de Laeken (Bruselas). Alfred de Musset publicó tres semanas después de su desaparición la elegía Stances à la Malibran, un canto insuperable de admiración al talento, la belleza y el arte de la diva universal.

 

Obras de ~: Addio à Nice; Adieu à Laure; Au bord de la mer; Le Batelier; La Bayadère; Belle, viens à moi; Les Brigands, Troupenas; L’Écossais; Enfants, ramez; En soupirant; La Fiancée du brigand; Hymne des matelots, Troupenas; L’Indifférence; Je fus heureux avant de te connaître; J’étais sur la rive fleurie; Lèvetoi, jeune enfant; Le Lutin; Le Ménestrel; Le Montagnard; Le Moribond; Le Message; Les noces de Maria; La page de la dame du Châtel; La Pensée; Prière à la Madonne; Le Prisonnier; Rataplan; La Résignation; Le Retour de la Tyrolienne; Le Réveil d’un beau jour; La Tarentelle; La Voix qui dit: Je t’aime.

 

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Carmen de Reparaz Madinaveitia

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