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Francisco Sarmiento de Mendoza y Manuel

Biografía

Sarmiento de Mendoza y Manuel, Francisco. Burgos, c. 1498 – Herceg Novi (Montenegro), 6.VIII.1539. Militar, caballero de la Orden Santiago y comendador.

López Mata (1946), su único y circunstancial biógrafo, apreció su filiación “de preclara familia castellana”. Sin embargo, confundió a su madre con una tal Beatriz Corral y —al no profundizar en su verdadera ascendencia— desconocía que ésta entroncaba con el linaje real de Castilla, pues su abuela María Manuel era tataranieta de don Juan Manuel, nieto de Fernando III el Santo. Fue el tercer hijo varón de Antonio Sarmiento y Manuel (Burgos, c. 1443 – 22.X.1523) —“ alcalde mayor de Burgos, bisnieto de Garci Fernández, Adelantado de Galicia, hermano de los ilustres señores D. Luis de Acuña, Obispo de Burgos, y de D. Pedro Girón, Arcediano de Valpuesta”, como reza su epitafio sepulcral— y de María de Mendoza y Zúñiga (Almazán, c. 1464-1468 – Burgos, 19.X.1513), hija de Pedro González de Mendoza el Gordo, I conde de Monteagudo, y de Isabel de Zúñiga, hija a su vez de los primeros condes de Miranda.

Sus hermanos mayores fueron el capitán Garci Sarmiento (Burgos, c. 1489 – Djerba, 1510), cuya heroica conducta y muerte en el primer desastre de los Gelves glosaron los cronistas coetáneos (Illescas, entre otros) y Luis Sarmiento de Mendoza (Burgos, c. 1492 – Lisboa, 1556), caballero calatravo (1546), comendador de Biedma (1541-1546) en la de Santiago y de Almuradiel (1546-1556) en la suya, embajador de Carlos V en Portugal (1536-1543 y 1552-1556), apoderado de Felipe II en la ceremonia de su primer matrimonio con María Manuela de Portugal, celebrado por poderes en Almeirim (12 de mayo de 1543) y, desde entonces, caballerizo mayor de dicha princesa, madre el príncipe don Juan (1545-1568). Por la progenie de este hermano, nuestro biografiado fue tío del homónimo Francisco Sarmiento de Mendoza (1525-1595), obispo de Astorga y de Jaén, y de sus hermanos Antonio Sarmiento de Acuña (1528-1591), señor de Castrofuerte —paje del malogrado príncipe don Juan, que combatió contra los moriscos de Granada, en Lepanto y en Túnez— y Leonor Sarmiento y Pesquera, esposa de Garci Sarmiento de Sotomayor, IV señor de Sobroso y de Salvatierra. A su vez, fue sobrino de los ya mencionados Luis de Acuña y Osorio (1424-1495), obispo de Burgos —que antes de profesar en el orden sacerdotal fue padre de Diego de Osorio, señor de Abarca y Villaremiro, y de Antonio de Acuña, el llamado “obispo comunero”, ambos primos carnales suyos— y del arcediano Pedro Girón (Burgos, c. 1441 – 18.X.1504), fundador del Convento de San Esteban de los Olmos, que era hermano entero de su padre, cuando el primero lo era sólo de madre, fruto del primer matrimonio de María Manuel con Juan Álvarez Osorio. Entre sus tíos-abuelos hallamos al II conde de Monteagudo, al II marqués de Mondéjar y al V conde de Benavente, parentela cierta que nada tiene que ver con la que apunta Karlo Budor (2005), tratando de encajar a unos Sarmientos establecidos en Castilnovo (Herceg-Novi) tras la reconquista turca entre la enjundiosa y conocida estirpe de nuestro personaje. Conocida, sí, aunque no del todo, pues en una carta del condestable de Castilla, Íñigo Fernández de Velasco, duque de Frías, al cabildo burgalés, fechada en 1527, ordenaba que se encargara de un determinado servicio “mi sobrino, el regidor D. Francisco Sarmiento”.

A la muerte del rey Enrique IV (1474), su padre y sus tíos secundaron en Burgos el partido de Juana la Beltraneja, resistiendo en el castillo el ataque de las tropas de Isabel de Castilla, ante la que hubieron de capitular el 15 de febrero de 1476. Merced a dicha capitulación y al perdón real, tanto los cabecillas como sus seguidores pudieron conservar sus empleos y dignidades, razón por la que la familia cimentó su lealtad a la nueva línea hereditaria de la corona y permaneció fiel al rey Carlos I durante la rebelión comunera, excepción hecha de su primo Antonio de Acuña, obispo de Zamora —que ambicionaba la tiara primada—, mientras que el hermano mayor de éste, Diego de Osorio, rechazaba encabezar la insumisión burgalesa saliendo de la ciudad. Sin embargo, Burgos se alzó el 10 de junio de 1520, sustituyendo al corregidor real y asesinando al castellano de Lara, el francés Joffre de Cotannes. Francisco Sarmiento, que desde los dieciocho años era alcaide de la torre y puerta de Santa María la Blanca (hoy Arco de Santa María), logró mantener el pendón real en las colaciones de San Cosme y San Damián, como también en la de San Esteban, inmediatas al castillo, evitando que éste cayera en poder de los levantiscos hasta que su tío el condestable reclamó para sí la vara de la ciudad, que nadie osó negarle en principio, aunque después se vería forzado a huir a Briviesca. Nombrado éste por Carlos I corregente de Castilla (9 de octubre de 1520), consiguió granjearse la voluntad de los burgaleses a costa de determinadas cesiones y el 1 de noviembre entraba de nuevo en ella, recompensando a su sobrino con el nombramiento de capitán de una compañía de trescientos hombres que levó en las parroquias leales. Todavía intentaron los comuneros recobrarla para su causa, apoyados desde el Norte por Pedro de Ayala, conde de Salvatierra, pariente lejano de Francisco —los Sarmiento burgaleses descendían de una rama cadete de la línea condal—, y desde el Sur por su primo el obispo, procedente de Toledo; pero la conjura interior fue descubierta y abortada el 23 de enero de 1521. Por ello pudo el condestable formar un ejército en Tordesillas y perseguir al núcleo principal del Ejército de las Comunidades, al que derrotó en Villalar (23 de abril de 1521). Aunque la sublevación no estaba completamente vencida, Francisco hubo de partir enseguida con el condestable hacia Navarra, invadida por un Ejército francés al mando de Andrés de Foix, apoyado por el partido navarro-agramontés que, aprovechando la revuelta castellana, pretendía la reposición de casa de Albret (Labrit) en la persona de Enrique II.

Antes de que el condestable pudiera unirse a las tropas leales al virrey de Navarra del partido beamontés, los invasores habían ocupado el reino y sitiado a Logroño (5 a 11 de junio de 1521). Operada la conjunción con el ejército virreinal del duque de Nájera, reforzado por contingentes vascos, los sitiadores optaron por replegarse a Pamplona pero sus perseguidores lograron derrotarle en la batalla de Noaín, a la vista de la ciudad (30 de junio), “conociéndose por cartas del Condestable el brillante comportamiento de la compañía mandada por Sarmiento” (López Mata, 1946). Aunque el día siguiente los realistas recobraron Pamplona, se hallaban aún empeñados en la sumisión de algunas villas y castillos agramonteses cuando se supo que otro ejército francés, éste al mando del almirante Bonnivet, tras apoderarse del castillo de Behovia, puso cerco a Fuenterrabía (6 de octubre de 1521), que hubo de capitular el 18 tras rechazar tres asaltos.

Hasta el 1 de febrero de 1523 no pudo el condestable plantar su ejército frente a la ciudad y, para evitar desangrarlo en cruentos asaltos, decidió rendirla por hambre y forzar su capitulación. Francisco sirvió durante todo aquel asedio hasta que la plaza se entregó el 5 de marzo de 1524. Después regresó a Burgos, no pudiendo hallarse junto a su padre en los últimos momentos de su vida; no obstante lo cual, el mencionado Budor sitúa a éste en Castilnovo de Esclavonia ya muerto el hijo. Aunque por poco, también Teófilo López erró la muerte paterna, que elucida su epitafio sepulcral, largo tiempo preservado en el monasterio de San Esteban de los Olmos y desde el siglo XIX, en el Museo Arqueológico Provincial (Martínez, 1935; Gaya, 1968), hoy llamado Museo de Burgos, que conserva también —aunque incompleto— el sepulcro de Pedro Girón, mientras que el del obispo burgalés, hermano de ambos, que ultimó las famosas agujas de la catedral, permanece aún en la suntuosa capilla de la Concepción y Santa Ana, que erigió en su interior.

Reintegrado a la vida civil, ocupó un asiento de regidor de Burgos, donde contrajo matrimonio con Maria de Cotannes (1502-1555), hija de Antonio de Cotannes y de Elvira Enríquez; emparentada, por lo tanto, con aquel castellano de Lara asesinado en la revuelta comunera. La boda debió de celebrarse en 1524, o en 1525 como muy tarde, porque en 1529, cuando Francisco reasumió su carrera militar, ya habían nacido sus tres hijos: Garci, Francisca y Antonio Sarmiento.

Cuando Carlos V anunció su marcha a Italia (15 de febrero de 1529) para su coronación imperial por el Papa, Francisco Sarmiento levantó en Burgos otra compañía de trescientos hombres, servicio recompensado con el hábito jacobeo (1530); también fue comendador, posiblemente en otra Orden porque Salazar y Castro no le menciona en la suya. Junto a su hermano Luis embarcó en Barcelona el 25 de julio, tres días antes de que zarpase la armada. Nada más aportar en Génova (15 de agosto), su compañía fue destacada para recibir la sumisión de Pavía, que los franceses no entregaron hasta el 10 de octubre, en virtud de la Paz de Cambrai (5 de agosto de 1529). Aunque T. López le hace presente en la coronación cesárea en Bolonia (24 de febrero de 1530), a la que asistió su hermano, lo cierto es que él había partido en noviembre desde Pavía a Florencia para reforzar al ejército de Philibert de Châlon, príncipe de Orange, que sitiaba la ciudad, aunque debía preservarla de saqueos por orden del emperador y, por lo tanto, evitar su asalto. En tales condiciones, la resistencia florentina no desmayó hasta la derrota y muerte de Francisco Ferrucci (1489-1530) en la batalla de Gavinana (2 de agosto de 1530), donde pereció también el príncipe de Orange y en la que se distinguió Sarmiento junto al también capitán Machicao, sirviendo a las órdenes del maestre de campo Pedro Vélez de Guevara (fallecido en 1555). La plaza capituló el 12 de agosto ante Alfonso de Avalos (1502-1546), marqués del Vasto y de Pescara, que sucedió al príncipe de Orange como jefe del Ejército.

Tras restablecer la autoridad medicea sobre la ciudad, la fracción no licenciada del ejército sitiador invernó en Umbria para marchar la primavera siguiente hacia Módena. Éste fue el primer contingente militar español que recibió el nombre de “Tercio”, formándose en Asís, la patria de San Francisco, el 1 de mayo de 1531, con diez compañías, cuyo mando recayó en el citado maestre de campo Vélez de Guevara. Sin embargo, el 13 de junio, tras reunirse en Imola con las tropas que venían de restituir los castillos de Milán y Como a Francisco II Sforza, duque de Milán, se produjo la primera reorganización del mismo, quedando sobre el pie de veinticuatro compañías de trescientos infantes cada una y bajo el mando de Rodrigo Machicao, dado que Vélez de Guevara fue llamado urgentemente a Viena por el emperador. El Tercio se alojó sucesivamente en los ducados de Mantua, Módena y Milán hasta que, a primeros de julio de 1532, marchó hacia Viena, nuevamente amenazada por los turcos.

Partió de Casalmaggiore el 10 de julio, llegando por vía terrestre a Hall, junto a Innsburck, el 17 de agosto. Allí se embarcaron en el Inn, que bajaron hasta Braunau, donde hubieron de aguardar el bagaje hasta el 29 de agosto. En Passau tomaron el Danubio, desembarcando en Krems el 3 de septiembre. Los turcos, detenidos casi un mes (5 a 30 de agosto) ante la heroica defensa de Güns (actual Köszeg, Guinzo en español), se hallaban entonces en Mariazell (noventa kilómetros al suroeste de Viena), con la moral debilitada.

Con todo, progresaron hacia el norte por el valle del Salza mientras que el Ejército imperial bajaba a su encuentro por el de Wachau, ambos encabezados por los dos monarcas más poderosos de su tiempo: Carlos V, emperador del Sacro Romano Imperio, y Solimán II el Magnífico, sultán del Imperio otomano.

Sin embargo, la esperada batalla no se produjo. Solimán, informado por sus batidores de la fuerza a la que debía enfrentarse, aunque numéricamente inferior a la suya, “creyó mejor consejo no solo el no proseguir adelante, sino el retirarse” (Muratori, 1827). Así pues, la primera victoria de los tercios se produjo sin combatir, aunque antes hubieron de llegar, cubriendo un millar de kilómetros, y hacerse ver para impresionar.

Sarmiento fue protagonista de aquella “tan señalada victoria —en palabras del emperador— como fue sin calzar espuela ni dar golpe de espada, hacer retirar al Turco con un tan poderoso ejército como tenía” (V. Cadenas, 1982).

Tras el precipitado repliegue turco hacia Belgrado, el emperador retornó a Italia con el Tercio de Machicao y los cuatro regimientos italianos que le habían acompañado, éstos enseguida licenciados. El 1 de noviembre llegaban a Bassano del Grappa, villa de la Serenísma, cuyas tierras debían atravesar para alcanzar Bolonia, donde entraron el 13 de diciembre.

El Tercio de Machicao quedó acuartelado en diversos lugarejos del duque de Ferrara desde la víspera de Navidad, pero el capitán Sarmiento logró una audiencia privada con el Papa, en Bolonia (16 de enero de 1633), obteniendo del pontífice gracias apostólicas para los feligreses de la iglesia de San Esteban de Burgos, donde había sido bautizado. La bula pontificia, que remitió al párroco y que aún se conserva, aclara que se concedieron a petición de “nostrum dilectus filius Franciscus Sarmiento, miles militiae Sancti Jacobi de Spata” (López Mata, 1946, pág. 41). El 28 de febrero, reunido de nuevo el Tercio en Bolonia, escoltó al emperador en su viaje a Génova, donde embarcaría para regresar a España. Carlos V retuvo para su viaje diez compañías, que zarparon el 9 de abril, debiendo Machicao conducir las restantes al Reino de Nápoles. Cinco de ellas, a cargo del capitán Rodrigo de Ripalda —que darían lugar al Tercio de Nápoles— marcharon a guarnecer la costa adriática, mientras que las restantes embarcaron el 19 de julio en Gaeta rumbo a Sicilia, isla que se le había señalado como acuartelamiento y que prestaría su nombre al tercio. En él sirvió Sarmiento un quinquenio, hasta su promoción a maestre de campo (1536), hallándose con sus banderas en el socorro y defensa de Koroni (Corón), en Morea (del 8 de agosto de 1533 al 1 de abril de 1534), incluyendo el ataque y destrucción de Androusa (2 de febrero de 1534); en el asedio y conquista de la Goleta (del 19 de abril al 24 de julio de 1535), batalla de los Pozos del Agua ante Túnez (28 de julio de 1535) y entrada en la plaza, abandonada por Barbarroja (31 de julio de 1535); en la toma de Bizerta (4 de noviembre de 1535), así como en la invasión y asolamiento de la Provenza (del 25 de julio al 26 de octubre de 1536) hasta Marsella (del 2 a 12 de septiembre).

Al regreso de aquella expedición fue nombrado maestre de campo de las seis compañías que habían de escoltar al emperador a España, que zarparon de Génova el 30 de noviembre, y a cuyo regreso debían dirigirse a Florencia para apoyar al contestado duque Alejandro de Medici, cuñado de Carlos V. Debido a la mala época para las travesías, no pudo hallarse en la ciudad cuando el duque fue asesinado (6 de enero de 1537), alojándose en Fiesole en tanto que el emperador aprobaba la elección de su sucesor, que recayó en Cosme de Medici (1519-1574), hijo del célebre condottiero Juan de la Banda Negra (1498-1526), muerto en combate contra las tropas imperiales. El 30 de julio, operada su reunión en Prato con las tropas florentinas leales a Cosme, mandadas por Alejandro Vitelli, derrotaron cerca de Montemurlo (1 de agosto de 1537) a la facción republicana que lideraban Felipe Strozzi, Bartolomé Valori y Francisco Albizzi, todos ellos apresados en el castillo del mismo nombre el día siguiente, séptimo aniversario de la anterior derrota republicana.

El emperador escribió una carta de agradecimiento a Sarmiento (20 de agosto), ordenándole permanecer junto a Cosme, a quien dio título de “gobernador de Estado de Florencia” (Monzón, 30 de septiembre de 1537), en cuya capital impuso a un castellano español (Juan de Luna). Finalmente, le reconocería la dignidad ducal en 1543, ya casado con una hija del virrey Pedro de Toledo.

Lograda con la mediación de Paulo III la pacificación de Italia por la Tregua de Niza (18 de junio de 1538), el papa dio también forma a una “liga sacra” que, a petición de los venecianos, había publicado en Roma el 8 de marzo de 1538, invitando a ella a todos los principies cristianos, incluso a Francia, Polonia y Rusia, para combatir el poder naval de los turcos, que el año anterior habían saqueado Otranto, Ugento y Castro en Calabria, llegando a sitiar la isla de Corfú (del 25 de agosto al 17 de septiembre de 1537) pese a sus inexpugnables defensas, que abandonaron para despojar a los venecianos de las peor defendidas islas egeas de Syphnos, Aegina, Tynos, Paros y Naxos. Carlos V, hallándose en Génova, dispuso que el Tercio de Juan Vargas, que le había escoltado en Villefranche mientras se negociaba la referida tregua, junto con el de Sarmiento y la coronelía que ordenó levantar a Agostino Spinola partiesen a Sicilia para incorporarse a las fuerzas coaligadas.

Sarmiento zarpó de La Spezia el 24 de junio, reuniéndose en Messina con los anteriormente referidos más el tercio de Diego de Castilla, recién llegado de Nápoles, todos a las órdenes del virrey Hernando de Gonzaga, maestre de campo general de la expedición. Partieron el 27 de agosto y, tras recoger en Taranto al Tercio de Sancho de Alarcón, la armada de Andrea Doria —compuesta de cincuenta y una galeras, cincuenta naves y tres galeones— pasó al puerto de Corfú, donde halló al resto de las fuerzas coaligadas: treinta y seis galeras del papa, cuatro de Malta y sesenta venecianas, más la carraca de la Señoría, el galeón de San Marcos y diez naves donde iba embarcada la coronelía véneta de Valerio Orsini, de dos mil infantes (ASV). Así pues, la fuerza terrestre la Liga la formaban quince mil infantes; de ellos, diez mil españoles, aunque doce mil costeados por el Rey de España. La naval, costeada en sus dos terceras partes por España, consistía en ciento cincuenta y una galeras, setenta naves de carga y cuatro galeones y una carraca.

Aquella flota superaba a la que Barbarroja podía oponerle, anclada en el golfo de Arta, interior, excelente fondeadero, pero la misma ratonera donde siglos atrás Agripa destruyó a la flota de Marco Antonio y Cleopatra (31 a. C.) y donde Hernando de Gonzaga proyectó un ataque parecido. Una espesa niebla impidió consumarlo al alba del 24 de septiembre, pese a lo cual Doria debería haber perseverado en el intento de aniquilar a la armada de Barbarroja, que no podía salir al mar salvo que él mismo se lo permitiera. Incomprensiblemente, ordenó el regreso a Corfú; decisión sobre la cual, inclusas acusaciones y justificaciones, hay tinta abundante en los archivos españoles, vaticano y véneto.

Magra es, en cambio, sobre la pretendida batalla de Prevesa, que sin acuerdo sobre su ubicación espacio-temporal, la historiografía ha elevado al hito que subraya la hegemonía turca en el Mediterráneo hasta la batalla de Lepanto. Entre el 24 y el 28 de septiembre se produjeron cuatro avistamientos entre las armadas cristiana y otomana, cada uno en lugares distintos, pero ningún enfrentamiento que pueda reputarse de algo más que simples refriegas.

Mero espectador de ellos fue Sarmiento, pero no así uno de sus futuros capitanes, Machín de Munguía, que en aguas próximas a Cabo Blanco (Lefkimmi), rezagado en una encalmada con su nave de transporte e insuficientemente artillada, se zafó de siete galeras rivales echando tres a pique y alejando al resto (27 de septiembre). En Corfú afloraron los reproches y disensiones a causa de la ocasión perdida; por ello, la armada cristiana no llegó hasta el 24 de octubre ante Castilnovo (hoy Herceg-Novi, Montenegro), en las bocas de Cattaro (hoy Kotor). El bombardeo de la plaza, por mar y tierra, comenzó el 26, rindiéndose los turcos el 28.

La conquista fue más rápida que el consenso entre españoles y venecianos. Reclamaban éstos, y con razón conforme a las capitulaciones de la Liga, que las ciudades conquistadas que hubieran pertenecido a la Serenísma serían presidiadas por sus tropas, pero Doria —genovés y enemigo de los venecianos, según refieren sus contemporáneos— se opuso a ello.

Finalmente, se refundieron los tercios de Sarmiento y Juan de Vargas, suprimiéndose algunas compañías para “rehinchir” las doce vivas —de trescientos hombres cada una— con lo que la guarnición fue enteramente española, excepto los ochenta y cinco caballos ligeros, todos estradiotes (greco-albaneses).

Castilnovo no era Cattaro, la fortaleza veneciana del extremo sur del mismo golfo, a veinticinco millas, que los turcos nunca lograron someter. Santa Cruz refiere que “estaba muy mal reparado y con muchos padrastros á la redonda” (29 de abril). Pese a la absoluta carencia de suministros, que hubo de procurarse en la inmediaciones, Sarmiento erigió casamatas, levantó bastiones, fabricó minas y “remendó las torres y murallas todo lo mejor que pudo”. Una obra suya le ha sobrevivido, que hoy llaman —no del todo apropiadamente— castillo de los españoles. Levantó la primitiva torre de la marina por encima de la muralla, de manera que se alzaba lo suficiente, desde el interior de ésta, para que fuese precisa una escala para ingresar dentro. A primeros de año rechazó los primeros ataques de los sanjacos de la periferia y, en junio, sabiendo que Barbarroja subía ya por la costa jónica, comenzó a demandar ayuda con urgencia. Tres de sus capitanes, Juan Pérez de Zambrana, Luis de Haro y Pedro de Sotomayor fueron enviados a Italia, pero sólo el segundo lograría volver a tiempo con dos naves cargadas de bastimentos. Pedro de Sotomayor, que halló ya bloqueado el puerto por los turcos cuando regresó, portaba la respuesta a la carta que Sarmiento escribiera a Hernando de Gonzaga (20 de junio) reclamándole el cumplimiento de su compromiso de socorrerle a su primer requerimiento. Lejos estaba el virrey de poderlo cumplir, máxime cuando Venecia había abierto ya negociaciones con Solimán, pero su respuesta —que no pudo entregarse— muy calculada en cada línea, revela que nunca hubo voluntad de socorrer a Castilnovo, ni siquiera de sacar de allí, como se hiciera en Koroni, a aquellos hombres abandonados a su propia suerte. Incluso así, lo que se esperaba de Sarmiento y sus capitanes es “que determinasen lo que más cuadrase al servicio de Su Majestad y sus propias honras, según el tiempo y la necesidad en que se viesen”. Si la honra exigía su sacrificio, su épica y numantina defensa excedió en mucho lo que cabía esperarse.

Ha sido glosada por cronistas, historiadores y poetas (Cetina, Transilo, etc.), para que sea preciso evocarla aquí. Sitiada desde el 12 de julio, tras rechazar cuatro asaltos (24 y 25 de julio; 4 y 5 de agosto), hasta el 6 no lograrían entrar los turcos, peleándose casa por casa. Sarmiento fue a morir precisamente al pie de la torre de la marina que él mismo había elevado, al atardecer del mismo día. Ya estaba herido cuando le lanzaron una cuerda para izarle adentro, pero la rechazó y seguido por el puñado de hombres que habían defendido el castillo alto, prefirió revolverse contra sus perseguidores. Debió de quedar tan desfigurado que no pudo identificarse su cadáver.

Aquella misma noche, a las 4 de la mañana de lluvioso 7 de agosto, se rindieron a Barbarroja los últimos defensores del fuerte de la marina, o de los españoles, que se había convertido en hospital de sangre y refugio de las mujeres y niños.

Su sobrino Luis de Mendoza, que fuera su alférez en Koroni y Túnez, y capitán en su tercio desde 1536, así como su cuñado, Vespasiano de Cotannes, perecieron con él en aquella titánica y desigual defensa.

La malhadada ventura de Francisco Sarmiento parece haberse proyectado sobre su mujer e hijos. El mayor, Garci (c. 1525-1526), con catorce años cumplidos y muerto el padre, sucedió a aquél en la alcaidía de Santa María, por gracia del emperador. A los veintidós murió con la espada en la mano, como su padre y su tío homónimo, el que había rendido la suya, y a la misma edad, en Djerba. El benjamín, Antonio (c. 1528-1529), también seguiría los pasos de su tío, padre y hermano; como ellos, murió joven peleando contra los turcos. Cuando cumplió los dieciocho de edad (1546), ingresó en la Orden jerosolimitana (exp. 23.183) y partió a Malta para servir el trienio obligatorio de servicios en las caravanas (galeras) de la Orden, tras cruzarse en ella el 23 de mayo del año siguiente. No volvería a España, pues murió en 1551, apurando el pesar de su madre María de Cottanes, que falleció transida por el dolor en 1554, sin llegar a cumplir los cincuenta y dos de vida. Sobre Francisca (c. 1526-1528), la única hija, “monja profesa en el monasterio de Santa María la Real de las Huelgas, orden de San Bernardo, de Burgos”, enseguida recayeron como única heredera de sus padres y hermanos, las reclamaciones por las deudas contraídas por aquéllos en sus breves años de servicio, que también habían abrumado a su madre. Para satisfacerlas, así como el alto coste de su retiro conventual, hubo de vender la casa familiar —no la solariega de los Sarmiento en la colación de San Esteban, ampliada por su abuelo en 1516 y heredada por su tío Luis, el embajador y mayorazgo—, sino la que su padre había levantado en su etapa de regidor y cuya portada, que se ha preservado, se exhibe en el claustro del Convento de San Juan, en Burgos.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General De Simancas, Secc. Estado, leg. 1181, doc.80, Instrucción al capitán Francisco Sarmiento sobre lo que ha de decir a S.M. en cuestiones relativas al Ejército, 1536; Secc. Estado, leg. 1029, doc. 47, Cartas de Francisco Duarte sobre la empresa de Castelnovo, 1538-1539; Secc. Estado, leg. 1030, fol. 122, Carta de Francisco Sarmiento a Ferrante Gonzaga, Castelnuovo, 14.VI.1539; Secc. Patronato Real, leg. 45 doc. 111, Carta de Carlos V a Francisco Sarmiento, sobre el intento de los rebeldes contra el Estado de Florencia y prisión de Felipe Strozzi, Bartolomé Valori y otros culpables, 20.VIII.1537; Archivo Histórico Nacional, Secc. Órdenes Militares, Santiago, exp. 7663, Pruebas para la concesión del título de Caballero de la Orden de Santiago de Francisco Sarmiento y Mendoza, natural de Burgos, 1530; Secc. Órdenes Militares, San Juan, exp. 23.183, Pruebas para la concesión del título de Caballero de la Orden de Santiago de Antonio Sarmiento y Contanes (sic) Mendoza y Enríquez, natural de Burgospara el de caballero de la Orden de San Juan de Jerusalen; Archivo de la Chancillería de Valladolid, Secc. Ejecutorias, Caja 873 n. 22, Diego Flórez, de Madrigal, contra el monasterio de las Huelgas en reclamación de una deuda a Francisca Sarmiento de Mendoza, monja en el dicho monasterio, por cierta cantidad de dinero que prestó a su padre, Francisco Sarmiento, muerto en Turquía, 1556; Secc. Pleitos civiles, Fernando Alonso, Caja 1161,1, Pleito de García de Portillo, pagador del ejército de S.M. contra María de Contanes (sic), madre y heredera de García Sarmiento, capitán de infantería, por el pago de una deuda que éste tenía con él por valor de 191 ducados, 1549-1551; Archivio di Stato di Venezia, Ser. Senatus Secreta, Registri, vol. 59, fols. 107-112, Cartas de Vicente Capello a la Señoría, sobre la composición de sus fuerzas y el ataque a Prevesa, 23 a 30 de setiembre de 1538Registri, v. 60, fols. 53-69.

E. Flórez, España Sagrada, t. XXVI, Madrid, Pedro María, 1771, págs. 402-411; G. de Illescas, Jornada de Carlos V a Túnez. Madrid, Real Academia Española, 1804, págs. 20 y 21; G. B. Adriani, Istoria de’ suoi tempi, t. I, Prato, Fratelli Giachetti, 1822, págs. 41, 91, 312; S. Ammirato, Istorie fiorentine, t. X. Firenze, L. Marchini, 1826, págs. 134-137, 141, 250, 266 y 440; J. de Mariana, Historia general de España, t. VII, Barcelona, F. Oliva, 1839, págs. 258, 260, 268; “Carta de D. Fernando Gonzaga al Emperador sobre las cosas de Barbarroja, 2 de agosto de 1539”, en Memorial histórico español, t. VI (Madrid, 1853), págs. 530-33; L. Lalanne (ed), “Grands capitaines estrangers”, en Oeuvres complètes de Pierre de Bourdeille, seigneur de Brantôme, publiées d’après les manuscrits, t. II, Paris, J. Renuard (Societé de l’Histoire de France), 1864, pág. 69; M. García Cereceda, Tratado de las campañas y otros acontecimientos de los ejércitos del Emperador Carlos V... desde 1521 hasta 1545, Madrid, Sociedad de bibliófilos españoles, 1873-76, t. I (1873), págs. 351, 359, 363, 368, 371, 377, 388, 394-97, 403, 306, 414, 420, 428, 430, 432, 439-42, 445-46, 448-50 y 468-71; t. II, 5-6, 34,40, 61, 72, 77, 80-83, 85-6, 88-9, 131, 177, 178-9, 209, 221, 238-40, 264-66, 321-22, 329, 345, 382-85, 387-9, 393 y 395-96; A. V. Gévay, Urkunden und Actenstücke zur Geschichte der Verhältnisse zwischen Österreich, Ungern und der Pforte in XVI und XVII Jahrhunderte, Wien, Schaumburg, 1838, Bd. II, pág. 77; C. de Torre-Muñoz, “El obispo comunero D. Antonio de Acuña. apuntes sobre su familia”, en Ilustración española y americana, año XIX n.º 35 (1885), págs. 170-171; R. Amador de los Ríos, Burgos, Madrid, Ed. de Daniel Cortezo, 1888, págs. 362 y 682; F. de la Iglesia y Auset, Cómo se defendían los españoles del siglo XVI, Madrid, Impr. del Asilo de Huérfanos del Corazón de Jesús, 1906, págs. 10, 12, 13, 14, 37, y 58-59; A. de Santa Cruz, Crónica del Emperador Carlos V, ed. de A. Blázquez Delgado y R. Beltrán Róspide, Madrid, Real Academia de la Historia, 1920-1925, t. III (1922), págs. 182-184, 197, 269, 301, 433, 518, 521, 522, 530; t. IV (1923), 29, 31, 34, 35; M. Martínez Burgos, Catálogo del Museo Arqueológico Provincial de Burgos, Madrid, Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, 1935, pág. 117; R. Magdaleno Redondo, Archivo General de Simancas, Catálogo XVI: Papeles de Estado de la correspondencia y negociación de Nápoles, Valladolid, Seminario de Estudios de Historia Moderna de la Universidad de Valladolid, 1942, págs. 23 y 24; J. Salvá, La orden de Malta y las acciones navales españolas contra turcos y berberiscos en los siglos XVI y XVII. Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Instituto Histórico de Marina, 1944, págs. 129, 135, 140, 145-149 y 446; T. López Mata, El barrio e Iglesia de San Esteban de Burgos. Fuentes para el estudio de la Iglesia de San Esteban, Burgos, Hijos de S. Rodríguez, 1946, págs. 31, 33, 37 y 40-42; G. Jiménez de Quesada, El antijovio, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo 1952, cap. XLII; P. de Sandoval, Historia de la vida y hechos del Emperador Carlos V, Maximo, fortisimo, Rey Catolico de España y de las Indias, islas y Tierra firme del Mar Océano, ed. C. Seco Serrano, Madrid, Atlas, 1955 (Biblioteca de Autores Españoles, n.º 82), págs. 31, 54, 60, 78-80; L. Santa Marina, “Castilnovo (1539)”, en Cuadernos Hispanoamericanos, n.º CIII. Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1958, págs. 351-364; P. A. Girón, Crónica del emperador Carlos V: Manuscrito 3.825 de la Biblioteca Nacional, ed. J. Sánchez Montes, Madrid, CSIC, Escuela de Historia Moderna, 1964, págs. 328 y 329; M. Fernández Álvarez, “El holocausto de Castelnuovo”, en Historia de España dirigida por Ramón Menéndez Pidal, t. XVIII, Madrid, Espasa Calpe, 1966, págs. 554-562; J. A. Gaya Nuño, Historia y guía de los museos de España, 1968, pág. 190; M. Fernández Álvarez, “La gesta de Castelnuovo”, en Historia 16 (Madrid), vol. X, n.º 111 (1977), págs. 37-42; V. Cadenas y Vicent, Discurso de Carlos V en Roma en 1536, Madrid, Hidalguía, 1982, pág. 69; E. Romero García, El imperialismo hispánico en la Toscana durante el siglo XVI, Lérida, Dilagro 1986, pág. 66; M. Polic-Bobic, Relaciones entre los territorios croatas y la monarquía española de los Austrias en el siglo XVI”, Studia Croatica, n.º 134 (1997), pág. 165; K. Budor, “Relación de la pérdida de Castelnuovo”, en Studia Romanica et Anglica Zagrabiensia, vol. XLIII, Zagreb (1998), págs. 181-185 (ed. del ms. del mismo título en Archives Généraux du Royaume, Bruxelles, liasse 1520); M. Fernández Álvarez, Carlos V, el César y el hombre, Madrid, Espasa Calpe, 2000, pág. 579; B. de Escalante, Diálogos del Arte Militar, Madrid, Ministerio de Defensa, 2002, págs. 117-118. (ed. Príncipe, Sevilla, 1583); K. Budor, “Coplas sobre Castilnovo”, en Sraz, n.º L (2005), págs. 73-132.

 

Juan Luis Sánchez Martín

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