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José Joaquín Landerer y Climent

Biografía

Landerer y Climent, José Joaquín. Valencia, 19.III.1841 – Tortosa (Tarragona), 15.IX.1922. Astrónomo, geólogo.

José Joaquín Landerer y Climent era hijo de Ricardo Landerer, natural de Basilea (Suiza), que ostentó el cargo de 1.er comandante del Regimiento de Cazadores de Oporto al servicio de la reina Isabel II.

Su madre, Vicenta Climent, había nacido en la ciudad de Valencia.

Landerer estudió en Valencia, donde se graduó de bachiller en Ciencias. Es probable que estudiara en el colegio de San Pablo, con los jesuitas, con los que siempre mantuvo una relación muy estrecha. No prosiguió estudios superiores, ni desempeñó nunca ningún puesto universitario. Su formación fue en gran medida autodidacta, facilitada por su posición económica que le permitía adquirir libros, revistas e instrumentos y viajar, y, ya anciano, se calificaba a sí mismo de “decano de los estudiantes españoles”.

No obstante, hay que recordar que en la década de 1850, incluso tras la Ley Moyano de 1857 que estableció definitivamente las Facultades de Ciencias, la Universidad de Valencia sólo podía conceder el grado de bachiller en estas materias. Los aspirantes a los grados de licenciado o doctor en Ciencias tenían que proseguir sus estudios en Madrid. Landerer, acaso poco estimulado por las perspectivas que le ofrecía la Universidad española, hacia la que se mostraría muy crítico en lo relativo a la formación científica, como se verá, y quizá por otras razones personales, decidió proseguir sus carrera científica al margen de las instituciones oficiales. Según sus biógrafos, Landerer residió algún tiempo en París, donde quizá completó su formación, iniciando sus contactos con los círculos científicos franceses.

Landerer se casó con Dolores de Córdoba y Valverde, al parecer, vecina de Tortosa, y, al menos a partir de 1868 y hasta su muerte, alternó su residencia entre Tortosa y Valencia. En Tortosa, Landerer se dotó de un buen equipo instrumental para realizar sus investigaciones y observaciones, así como de una excelente biblioteca. No obstante, también realizó observaciones astronómicas en Valencia.

A los veinticuatro años comenzó a publicar trabajos científicos en la revista Les Mondes, que editaba Moigno de Villebau, antiguo jesuita y gran divulgador científico. Landerer dividió sus actividades científicas entre las ciencias físico-matemáticas (Matemáticas, Física y Astronomía) y la Geología y la Paleontología.

Su interés por la Astronomía fue muy temprano, ya que a los diecinueve años observó el eclipse de Sol de 1860 con un anteojo de 50 milímetros de apertura.

Sus intereses por la geología parecen relacionados por sus preocupaciones por temas agrícolas y su condición de terrateniente. Así, su primera publicación en esta materia fue un estudio del suelo de Tortosa editado por el Instituto Agrícola Catalán de San Isidro, del que era socio directivo y donde dictó un curso de Geología Agronómica. En esta línea de actividades y preocupaciones, Landerer estableció en 1876 un laboratorio y gabinete geológico en Tortosa, que se anunciaba con “un doble objeto práctico y esencialmente científico. Fundar un centro facultativo que proporcione a los propietarios y agricultores los datos y el conocimiento de las aplicaciones que atesoran hoy la química y la geología agronómica y que este centro sea al propio tiempo de consulta y enseñanza.

El agricultor inteligente encontrará muy racional someter a un procedimiento basado en el estudio geológico y químico del terreno el ensayo de un nuevo cultivo”. Además, el Gabinete también ofrecía sus servicios en temas de minería.

La investigación de tipo regional en geología y paleontología de Landerer se circunscribió a los materiales y fósiles del piso que denominó Tenéncico (Cretácico Inferior) de la región del Maestrazgo de Castellón y del área de Tortosa. En 1878 publicó sus Principios de Geología y Paleontología, que fue reseñado elogiosamente por Gustave Dollfus en la revista de la Société Géologique de Francia. A partir de 1878 abandonó los trabajos de campo en estas materias y centró sus investigaciones principalmente en diversos temas y cuestiones de matemáticas, física y astronomía.

No obstante, revisó su libro los Principios en las dos sucesivas ediciones de 1907 y 1919.

En 1884 publicó el primer tratado aparecido en España y en castellano de mineralogía microscópica.

Hay que recordar, en relación con esto, que Ferràn i Clúa e Innocent Paulí, autores de la vacunación anticolérica, se iniciaron en sus investigaciones con el microscopio de “petrógrafo”, como el propio Ferràn señaló, de Landerer.

Landerer fue un adelantado en España en la investigación de las corrientes telúricas. En diversas comunicaciones a la Academia de Ciencias de París y en la Crónica Científica dio cuenta de sus resultados.

Según indicó el propio Landerer, inició estas investigaciones en junio de 1876, “época en que, con el objeto de efectuar unas experiencias sobre electricidad atmosférica, instalé en Tortosa una línea telegráfica”.

Las instalaciónes incluían galvanómetros y un timbre para observaciones acústicas. Las lecturas se realizaban en un galvanómetro Deprez d’Arsonval construido por Pauli, “cuya habilidad para este género de difíciles trabajos iguala a su reconocido talento”, según Landerer. Las observaciones las hacía mediante lecturas directas reiteradas con una asombrosa frecuencia: algunos días llegó a hacer ciento treinta y una lecturas directas, siendo el promedio de cuarenta y tres. Con los valores leídos trazaba cotidianamente las curvas, anotando además toda clase de datos de comparación y otras referencias para interpretarlas.

Según se ha podido comprobar, las curvas de Landerer (promedio de 1887 y 1898) concuerdan con las registradas en la misma época por B. Weinstein en las líneas telegráficas alemanas de Berlín a Thorn y de Berlín a Dresden, trabajando con cables telegráficos subterráneos de 262 y 120 kilómetros de longitud y aparatos registradores vigilados cuidadosamente por los técnicos del Servicio Alemán de Comunicaciones.

Debe señalarse que estas últimas fueron consideradas como las más fidedignas de todas las llevadas a cabo en el siglo xix. También concuerdan muy bien, unas y otras, con los resultados del Observatorio del Ebro, que incluyó en su programa de investigaciones este tipo de fenómenos, sin duda por influencia de Landerer.

A finales de la década de 1870, Landerer comenzó a trabajar intensamente en cuestiones astronómicas.

Se dotó de los instrumentos adecuados, que incluían varios reflectores Secretan y un refractor Bardou para las observaciones en el campo. Observó el movimiento de los satélites de Júpiter, contrastando empíricamente las teorías analíticas establecidas en la época. Observó también las manchas de Júpiter, estimó con notable precisión el período de rotación del Planeta y estableció un método para medir la magnitud y latitud de la mancha roja. Dedicó especial atención a la composición de la Luna, para cuyo estudio diseñó diversas técnicas, la más fructífera de las cuales fue la basada en la polarización de la luz.

Sus resultados fueron valorados por los miembros del Observatorio de Treptow-Berlin, y otros astrónomos, como los más importantes conocidos sobre el tema. Aquí, cabe señalar que las conclusiones de Landerer se han visto confirmadas en gran medida por los grandes avances en el conocimiento de la Luna. También se interesó mucho por el Sol y la física solar, y registró regularmente observaciones de manchas solares.

Los eclipses de Sol de 1900, 1905 y 1912, cuya franja de totalidad atravesaba la Península Ibérica, significaron un auténtico aluvión de astrónomos de todo el mundo en España, con los que colaboraron los profesionales y aficionados españoles, estos últimos a menudo como ayudantes, aunque diversos centros organizaron sus propios equipos de observación.

En este sentido, los eclipses impulsaron la coordinación de esfuerzos entre los astrónomos españoles y la colaboración con los extranjeros. Landerer tuvo una participación destacada en los eclipses, por una parte, calculando las zonas de totalidad y los mejores lugares para observar el eclipse. Segundo, participando en la recepción de los equipos extranjeros y colaborando en los preparativos para la instalación de los instrumentos.

Tercero, con sus observaciones y conclusiones sobre los eclipses.

En 1901 la Société Astronomique de France le otorgó el Premio Janssen, que llevaba el nombre del gran astrónomo y astrofísico francés, establecido para recompensar los trabajos astronómicos, en conjunto, de un autor. Según Flammarion, secretario general de la sociedad, el premio se le otorgó “por sus estudios sobre la polarización de la corona solar durante el eclipse del pasado mayo, sus observaciones y cálculos sobre los satélites de Júpiter, sus observaciones de Júpiter, de las manchas solares, de los eclipses de Luna, etc.”.

Landerer participó activamente en la fundación del Observatorio del Ebro y en la definición de sus funciones y tareas. Murió en 1922. En el año 1930 el Observatorio inauguró un nuevo pabellón, construido gracias a los bienes legados por el científico valenciano y destinado a contener la Biblioteca del Observatorio, un museo de astrofísica y un archivo fotográfico.

Así, Landerer, con unos medios modestos, participó activamente en muchos de los debates y progresos en el campo de la astronomía en los últimos años del siglo xix y principios del xx. Con inteligencia, esfuerzo y sus recursos económicos supo aprovechar las posibilidades que esta disciplina aún ofrecía a los astrónomos amateurs o semiprofesionales.

Landerer, aunque nunca desarrolló actividades docentes, siguió con atención la evolución de la enseñanza universitaria, sobre todo la relacionada con las ciencias exactas y de la naturaleza, que constituían el centro de sus intereses, e intervino activamente en el debate sobre las reformas universitarias, escribiendo diversos artículos sobre la cuestión, particularmente en la Ilustración Española y Americana. En ellos mostró su preocupación por el atraso científico de España en relación con los países occidentales más avanzados y el desarrollo de la ciencia. Para Landerer “no hay duda que la esencia del progreso radica en las ciencias: matemáticas, mecánica racional, física, química, geología y sus congéneres”.

Uno de sus artículos llevaba como título “Lo que es y lo que puede ser la instrucción científica en España”.

Landerer observó que “si el desarrollo de los conocimientos científicos ha de ser algún día paralelo al que tiene allende los Pirineos, razón ha para investigar y apuntar las causas que motivan su modo de ser actual”. Landerer señaló que la enseñanza universitaria debía afrontar el gran reto que suponía la especialización y el enorme e imparable desarrollo de las ciencias. En su opinión, había que evitar sobrecargar la enseñanza con multitud de materias y disminuir el número de asignaturas. Asimismo, consideraba necesario establecer una enseñanza profesional, desde la educación primaria hasta la superior, y renunciar a la idea arcaica del “baño general” de cultura. En el bachillerato, Landerer propugnaba que a partir del tercer año se bifurcase en dos ramas, una de ciencias y otras de letras. Otras medidas defendidas por Landerer eran disminuir las vacaciones y mucho más rigor en los exámenes. Criticaba también la enseñanza de Griego y Latín. En cambio, y de acuerdo con sus profundas convicciones religiosas, insistía en la enseñanza de la Religión.

Para Landerer, los enemigos de la reforma adecuada de la enseñanza eran los aristotélicos y los materialistas a ultranza. Landerer criticaba los sistemas filosóficos, en general, tanto la tradición escolástica como la kantiana y decía que los planes de enseñanza se habían ido sucediendo uno tras otro, sin que la importancia de las ciencias hubieran sido reconocidas ni éstas apreciadas debidamente y sin que ni uno sólo de los grandes descubrimientos del siglo llevaran nombre español. En varias ocasiones dirigió sus críticas a los krausistas, auque sin usar este calificativo: “Una pléyade de jóvenes, casi imberbes, que se daban los aires de críticos de obras científicas porque habían leído un par de libros de filosofía pseudoalemana”.

Como ejemplo del poco apoyo a la actividad científica, Landerer relató sus trabajos sobre las corrientes telúricas y las dificultades e incomprensión con que se encontró. Como se ha señalado, para investigar las corrientes telúricas Landerer se valió de una línea telegráfica de su propiedad que instaló en Tortosa. Pero para ampliar el campo de sus investigaciones, solicitó el uso de las líneas telegráficas del Estado, como lo estaba haciendo un colega suyo en Francia. Pidió permiso al ministro de la Gobernación, y solicitó el apoyo de su amigo Juan Navarro Reverter, que era representante por Segorbe en las Cortes. Pero se le negó la autorización. En otro lugar, comentó las trabas que se le pusieron a su amigo Ferràn cuando descubrió la vacuna anticolérica y habló de los problemas de su aplicación en la epidemia de cólera.

Landerer desarolló una notable tarea de divulgación científica en diversas revistas de la época y en la prensa diaria. En el caso de la astronomía, divulgaba sus trabajos junto a los progresos de la materia, en general, y daba consejos a los aficionados, y a los que el llamaba “los desheredados del progreso”, indicando lo que se podía ver con un modesto anteojo de 75 milímetros de apertura. Asimismo, criticó lo que él llamaba mala divulgación científica por parte de personas no preparadas y puso como ejemplo la difusión de las ideas de Darwin sobre la evolución de las especies: “Una doctrina de suyo resbaladiza —decía— y en la cual sólo por estudios serios y precursores es posible deslindar las múltiples exageraciones del fondo de fecunda y luminosa verdad, ha producido el caos en lugar de hacer luz, y más de un ingenio ha quedado desorientado en un dédalo sembrado de falsos atractivos”. En este sentido, añadió que estas teorías se habían querido presentar contrarias a las creencias religiosas, cosa que había alarmado a los creyentes, lo que explicaría la prevención que existía entre éstos contra la geología y la paleontología. Landerer, como su amigo el destacado geólogo Almera y algunos otros científicos católicos se plantearon seriamente la estrategia de conciliación del dogma católico con el desarrollo de las ciencias, para prevenir tanto lo que llamaban “excesos materialistas”, mostrando que eran especulaciones sin fundamento empírico, como las actitudes reaccionarias ante los avances científicos, que conducían a perpetuar el atraso científico español. Por ello, Landerer insistía en que la Iglesia Católica debía estar a la altura de los tiempos, y propugnaba que en todos los seminarios conciliares se establecieran cátedras de Geología para “abordar el estudio de la escritura” y mostrar su compatibilidad con el progreso del saber. En un trabajo donde comentaba la reunión de la Sociedad Geológica de Francia (de la que era miembro) a la que había asistido, se refirió a la idea que propusieron los españoles asistentes en un banquete sobre la fraternidad entre los geólogos de todos los países, que debieran considerarse neutrales en caso de guerra.

Para que se valorara adecuadamente la importancia de las ciencias exactas y naturales, Landerer propuso erigir, mediante suscripción popular, un monumento titulado: “A la ciencia del siglo xix. Las naciones civilizadas sincrónicas”, emplazado en la cumbre más lata del Montsià o en otro lugar elevado. Contendría las obras científicas más destacadas del siglo, mapas de la Luna, revistas y memorias, especies de moluscos, cuadros de planetas y otros objetos científicos representativos.

Cuando se fundó el Observatorio del Ebro, en 1904, con su ayuda, Landerer se sintió más optimista y dijo que “por fortuna, el suelo en que florecieron los Ulloa, Jorge Juan y Orfila continúa siendo terreno fecundo, donde fuera dado recoger abundante mies, como lo prueba el hecho de que [...] alcanzan hoy justo renombre geólogos como Almera, bacteriólogos como Cajal y Ferrán, etc.”, aunque continuaba insistiendo en que la instrucción pública seguía siendo defectuosa y caótica.

 

Obras de ~: Monografía paleontológica del piso áptico de Tortosa, Chert y Benifazá, Madrid, Casa de Don Carlos Bailly-Baillière, 1872; “Ensayo de una descripción del piso tenéncico”, en Anales Sociedad Historia Natural, 7 (1877), págs. 5-20; Principios de Geología y Paleontología, Barcelona, Imprenta de la Librería Religiosa, 1878; “Nuevo método elemental para calcular el paso de la sombra de los satélites de Júpiter sobre el planeta”, en Crónica Científica, 4 (1881), págs. 497-510; “Sur les courants engendrés par l’électricité atmosphérique et les courants telluriques”, en Comptes Rendues de l’Académie des Sciences de Paris (CRASP), 93 (octubre de 1881), págs. 588- 589; Introducción al estudio de la mineralogía micrográfica, Barcelona, Redacción y Administración de la Crónica Científica, 1884; “La torre de Babel”, en La Ilustración Española y Americana, 30 (1) (1886), págs. 218-219; Estudios geométricos sobre el sistema de los satélites de Júpiter, Barcelona, Crónica Científica, 1889; “Sur l’angle de polarisation de la lune”, en CRASP, 109 (1889), págs. 360-362; Sur l’angle de polarisation des roches ignées et sur les premières déductions sélénologiques qui s’y derivent”, en CRASP, 111 (1890), págs. 210-212; “Observations de Jupiter. Nouvelles taches, durée de rotation”, en Astronomie, 10 (1891), págs. 410-412; “(Sur le) diamètre des satellites de Jupiter”, en CRASP, 116 (1893), págs. 483-485; “Sur l’eclipse totale de Soleil du 28 mai 1900”, en Bulletin Astronomique, 16 (1899), págs. 117-121 y 209-210; “Le problème cosmogonique”, en Bulletin de la Société d’Astronomie de France (BSAF), 16 année (mayo de 1902), págs. 270-274; “L’Eclipse totale de soleil du 30 aout 1905”, en BSAF, 19 (marzo de 1903), págs. 105-108; “El Observatorio de Física cósmica del Ebro”, en La Ilustración Española y Americana, 48 (1) (1904), págs. 134-135; Principios de Geología y Paleontología, Barcelona, Herederos de Juan Gili, 1919 (3.ª ed. refundida y aumentada por Landerer).

 

Bibl.: A. Romañá, “Las corrientes telúricas en Tortosa a fines del siglo pasado”, en VV. AA., Cincuenta aniversario de la fundación del Observatorio del Ebro, Barcelona, Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona, 1957, págs. 51-63; A. Roca, La Física en la Cataluña Finisecular. El joven Fonteseré i su època, tesis doctoral, Madrid, Universidad Autónoma, 1990; M. Genesca Sitges, El llegat Landerer a l’Observatori de l’Ebre, Roquetes, Publicacions de l’Observatori de l’Ebre, 1994; R. Gozalo y V. Navarro, “Josep Joaquim Landerer i Climent” (Valencia, 1841-Tortosa, 1922). La recerca fora del mon académic”, en J. M. Camarassa y A. Roca (dirs.), Ciencia i Tècnica als Països Catalans. Una aproximació biogràfica, Barcelona, Fundació Catalana per a la Recerca, 1995, págs. 457-493, R. Gozalo y V. Navarro, “Geología y paleontología en la obra de José Joaquín Landerer” y “Entre “amateurs” i professionals: l’obra astronòmica de Joaquim Lànderer i Climent”, en C. Puig-Pla, A. Camós, J. Arrizabalaga y P. Bernat (eds. y coords.), Actes III Trobades d’Història de la Cienci y de la Tècnica, Barcelona, Societat Catalana d’Història de la Ciència i de la Tècnica, 1995, págs. 163-171 y págs. 303-312, respect.; P. Ruiz Castell, Astronomy and Astrophysics in Spain (1850-1914), tesis doctoral, Universidad de Oxford, 2006; M. Canseco Caballé, “José Joaquín Lánderer: l’evolució d’un creacionista”, en Ribalta (IES Francesc Ribalta, Castellón de la Plana), 15 (junio de 2009), págs. 79-90.

 

Víctor Navarro Brotons

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