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Muhammad II

Biografía

Muḥammad II: Abū Abd Allāh Muḥammad b. Muḥammad (I) b. Yūsuf b. Muḥammad b. Aḥmad b. Muḥammad b. Jamīs b. Naṣr b. Qays al-Jazraŷī al-Anṣārī, al-Faqīh (el Alfaquí). Jaén, 23.I.633 H./8.X.1236 C. – Granada, 8.VIII.701 H./7.IV.1302 C. Emir de al-Andalus, segundo sultán de la dinastía de los Nazaríes de Granada (precedido por Muḥammad I y sucedido por Muḥammad III).

Nació en Jaén o, menos probablemente, en Arjona, el 23 de muḥarram de 633/8 de octubre de 1236, a los cuatro años de haberse proclamado emir su padre, Ibn al-Aḥmar, fundador y primer sultán de la dinastía nazarí.

Aunque no estaba llamado a ocupar el trono porque el heredero oficial era su hermano Yūsuf, la muerte de este en 654/1256-1257 propició que fuera designado en su lugar en 655/1257-1258, cuando contaba ya más de veinte años y ese mismo año nacía su hijo Muḥammad, que le sucedería en el trono.

Aún tuvo que esperar más de quince años para ocupar el trono tras la muerte de su padre el 29 de ŷumādà II de 671/20 de enero de 1273. La longevidad de su padre permitió que en este periodo como heredero oficial desempeñara diversas e importantes actividades políticas y militares (fue visir de su padre, embajador para negociar con Alfonso X, dirigió el Ejército contra los sublevados Banū Ašqīlūla), lo que le proporcionó una gran madurez y experiencia para el gobierno.

A ello unía su conocimiento de las ciencias tradicionales (jurídico-religiosas) y su afición a leer el Corán, hasta el punto de que recibió el sobrenombre de al-Faqīh, el Alfaquí (jurista y hombre de religión). Además, el emir jaenés, granadino de adopción, tenía buenas cualidades de poeta —se han conservado algunos de sus versos— a las que recurría para escribir hermosos e innumerables tawqī‘-es (resolución de las instancias oficiales que la gente presentaba al soberano) que escribía en verso al margen o al dorso de las mismas instancias. En este sentido, y siguiendo la práctica iniciada por su padre y antecesor Muḥammad I, él mismo consignaba el signo de validación (‘alāma) al final de los escritos oficiales, aunque cambió la frase que su padre utilizaba —el lema nazarí— por la frase “ha sido escrito en la fecha [indicada]. Fin”.

Pero además del cálamo, también dominó la espada y “fue un héroe, un campeón, valeroso”, en palabras de Ibn Ḥaŷar, que incluye entre sus cualidades la justicia, el recato, el silencio, la dignidad, ser un excelente gobernador y nada sanguinario (rehuía las ejecuciones).

Distinguió a sabios y científicos como médicos, astrónomos o literatos y fue considerado como “el organizador del Estado, el que estableció sus cuadros administrativos, fijó sus jerarquías, honró a sus héroes, dictó normas para el funcionamiento de su cancillería e incrementó sus ingresos”, según Ibn al-Jaṭīb, que además informa de que tenía una buena figura, complexión perfecta, carácter noble y constante y una sólida inteligencia.

Además de acuñar moneda, en el ámbito de la economía y bajo la dirección de su primo hermano y consejero el arráez Abū Sacīd Faraŷ, futuro señor de Málaga, se adoptaron eficientes medidas económicas que consolidaron y aumentaron las propiedades del patrimonio real y aumentaron la superficie de cultivo reduciendo la de pastoreo, lo que proporcionó un incremento de las cosechas y grandes reservas de grano. También en su época se armaron grandes barcos que tendrían, además de su función comercial, un papel destacado en la lucha internacional por el control del Estrecho de Gibraltar. Y a todo ello añadió la continuación en las construcciones de la Alhambra y el Generalife iniciadas por su padre y antecesor, Muḥammad I, además de una fuerte torre en la puerta de Bibataubín de la muralla de la ciudad.

Sin embargo, en política interior, la tarea fundamental del nuevo emir jaenés fue acabar con la sublevación de los Banū Ašqīlūla, mientras que en política exterior, imbricada también en este conflicto interno, Muḥammad II tuvo que afrontar una situación internacional de suma gravedad y complejidad en la que intervenían las diferentes potencias peninsulares y norteafricanas. Para enfrentarse a ella adoptó la estrategia de bascular entre Castilla y el Magreb e introducir en sus alianzas pluripartitas al sultanato cabd al-wādí de Tremecén y al reino de Aragón.

En este contexto, uno de los retos que afrontó fue utilizar la intervención de los Meriníes en la Península Ibérica y al mismo tiempo contrapesar su injerencia. Además, esta intervención meriní era simultánea a la presencia de los guzāt o “combatientes de la fe”, un cuerpo militar integrado por soldados magrebíes dirigido por un príncipe meriní, frecuentemente disidente del gobierno de Fez, que estaba al servicio de los Nazaríes.

Con un inestable y agitado juego de alianzas consiguió no solo recuperar la integridad territorial perdida por la rebeldía de los Banū Ašqīlūla, sino estabilizar e incluso ampliar el territorio del emirato.

El periodo de su sultanato puede dividirse en dos etapas: la primera, de inestabilidad y crisis interna hasta el final de la sublevación de los Banū Ašqīlūla y muerte del sultán de Fez Abū Yūsuf (1273-1286), y la segunda, de consolidación territorial y expansión (1288-1302).

Tras su proclamación como emir, Muḥammad II tenía que afrontar una cuestión de suma gravedad: la sublevación de los Banū Ašqīlūla, que amenazaba la estabilidad y unidad del Estado. No era un problema nuevo, pues se había iniciado en 664/1266, durante los últimos años de su padre y antecesor, que le había encomendado diversas actuaciones para reprimirla tanto de forma pacífica y diplomática como por la fuerza. Así, Muḥammad II había dirigido un asedio en Šawwāl de 668/junio de 1270 para recuperar Málaga, había concluido el pacto de Alcalá de Benzaide con Alfonso X para que este retirase su apoyo a los Banū Ašqīlūla y había recuperado militarmente Antequera en 671/1272, con colaboración de los Ricos Hombres, nobles castellanos rebeldes a Alfonso X que habían sido acogidos en la corte nazarí.

Una vez proclamado emir, el jaenés intentó nuevamente hacer la paz con Alfonso X y conseguir que dejara de apoyar a los Banū Ašqīlūla. Alfonso X aceptó el pacto en diciembre de 1273 a cambio de un exagerado enorme tributo anual de 300.000 maravedíes y la ruptura con los Ricos Hombres, pues, a pesar de sus intentos, no lograba reconciliarse con estos nobles castellanos rebeldes.

Sin embargo, cuando terminó el plazo acordado para que se sometieran los Banū Ašqīlūla, el rey de Castilla pidió que se les prolongara el plazo dos años más. Ante el incumplimiento y la evidente intención de Alfonso X de mantener la discordia en el reino de Granada, Muḥammad II tuvo que recurrir, siguiendo el ejemplo y consejo de su padre, a los Meriníes de Fez en 673/1274. Pero los Banū Ašqīlūla, conscientes de lo poco fiable de la alianza con los cristianos, optaron por romperla y solicitar también el apoyo de los Meriníes, anticipándose quizás al emir.

Así, los Benimerines recibieron dos llamadas andalusíes a la guerra contra los infieles y no dudaron en atravesar el estrecho de Gibraltar, pues, además de las motivaciones religiosas, la dinastía de Fez albergaba una vocación imperialista que aspiraba a heredar el imperio almohade y unificar los cuatro reinos que dividían el occidente islámico, sin olvidar el valor estratégico y económico que suponía el control del Estrecho.

Se iniciaba así un complejo y cambiante juego de alianzas y pactos entre los Benimerines y los dos bandos andalusíes enfrentados con injerencia de los cristianos que condicionaría seriamente la vida del reino naṣrí durante el último cuarto del siglo XIII. Aunque, a diferencia de otras invasiones norteafricanas anteriores, los Meriníes no llegaron a sustituir a la autoridad andalusí, Muḥamamd II y sus sucesores debieron desplegar una intensa y compleja actividad política y diplomática para crear un entramado de alianzas a varias bandas: Castilla y Aragón en la Península, Meriníes, Zayyāníes y Ḥafṣíes en el Magreb, no solo teniendo en cuenta a los gobiernos, sino también a sus respectivos grupos disidentes, tanto castellanos como meriníes. El emir andalusí debía compensar su inferioridad militar con capacidad diplomática e inteligencia política.

En respuesta, pues, a la doble petición andalusí, el sultán de Fez, Abū Yūsuf Yacqūb, envió a su hijo Abū Zayyān Mindīl, que llegó a Tarifa el 16 de ū l-qacda de 673/13 de mayo de 1275 y atacó las comarcas cercanas. El propio sultán cruzó el Estrecho el 21 de ṣafar de 674/16 de agosto de 1275 y se reunió en las cercanías de Algeciras con las dos partes enfrentadas que lo habían llamado, el sultán nazarí y los arráeces sublevados de Málaga y Guadix. Sin embargo, el trato favorable que Abū Yūsuf dispensó primero a los Banū Ašqīlūla y la frialdad con que recibió después a Muḥammad II provocó que este se sintiera herido y se volviera a Granada enojado.

Abū Yūsuf realizó dos campañas victoriosas entre rabīc I de 674/22 de agosto de 1275 y raŷab de 674/enero de 1276 por Córdoba, Jaén, Cádiz y Sevilla, con una gran victoria en Écija sobre los castellanos y el grupo de Ricos Hombres dirigidos por don Nuño González de Lara, reconciliado ya con Alfonso X y que murió en la batalla. Cargado con un enorme botín y con Algeciras y Tarifa en su poder, regresó al Magreb.

Mientras que los Banū Ašqīlūla participaron plenamente en las campañas, Muḥammad II se limitó a atacar Martos el 20 de octubre de 1275, donde obtuvo una victoria en la que también participaron los rebeldes nazaríes. El emir de Granada firmó también la tregua de dos años que Alfonso X solicitó a los musulmanes. Esta favorable coyuntura propició que los últimos focos de resistencia musulmanes mudéjares en Levante se volvieran hacia al emir de Granada, como muestra el acta de reconocimiento del señor de Montesa dirigida al emir Muḥammad II en 675/1277.

Aprovechando la supremacía obtenida, el sultán meriní emprendió una segunda expedición que recorrió Cádiz, Sevilla, Córdoba y Jaén entre rabīc I y raŷab de 676/agosto y diciembre de 1277. En esta segunda expedición Muḥammad II no intervino —los Banū Ašqīlūla sí—, pero Abū Yūsuf se entrevistó con él en Granada a lo largo de una de las campañas. Al igual que en la anterior expedición, la nueva tregua acordada al final con Alfonso X el 30 de ramaḍān de 676/24 de febrero de 1278 también fue firmada por Muḥammad II junto al sultán meriní.

Sin embargo, esta segunda expedición también tuvo una consecuencia muy grave para el emir nazarí: el arráez Ašqīlūla, Muḥammad b. Abī Muḥammad, hijo de una hermana del emir y que había sucedido a su padre en el gobierno de Málaga, cedió la ciudad al sultán de Fez Abū Yūsuf en ramaḍān de 676/febrero de 1278 por temor a que Muḥammad II se apoderase de ella.

La gravedad del hecho y la injerencia meriní eran tan alarmantes que el emir nazarí debió de considerar muy probable e inminente la amenaza de una invasión norteafricana similar a la almorávide que destronó a los reyes de taifa, sobre todo tomando en consideración que Abū Yūsuf emprendió esta segunda expedición por iniciativa propia y sin que los andalusíes se lo hubiesen pedido.

El problema exigía una solución de emergencia y Muḥammad I no dudó en adoptarla una vez que Abū Yūsuf regresó a Fez: una ofensiva multilateral en dos flancos mediante un acuerdo con Alfonso X para expulsar a los Meriníes del territorio peninsular y otro con el soberano de Tremecén, Yagmurāsan b. Zayyān, para que este atacara las fronteras del meriní en el Magreb y así impedirle el paso a al-Andalus.

Organizada la alianza, una gran escuadra castellana bloqueó Algeciras, lo que aprovechó el emir de Granada para obligar al gobernador meriní de Málaga, cUmar b. Yaḥyà b. Maḥallī, a ceder la plaza en ramaḍān de 677/febrero de 1279, aunque a cambio el emir tuvo que concederle Salobreña y cincuenta mil dinares; además, el hermano del gobernador, Ṭalḥa, acogido en la Alhambra como refugiado político y que había realizado la mediación para el acuerdo, recibió la plaza de Almuñécar. En Málaga fue nombrado gobernador Abū Sacīd Faraŷ b. Ismācīl b. Yūsuf b. Naṣr, que se casó con una hija de Muḥammad II, Fāṭima.

Por su parte, los castellanos comenzaron el asedio por tierra a Algeciras el 6 de Šawwāl/20 de febrero al que el sultán Abū Yūsuf respondió con una gran flota en la que también participaron los barcos armados en Almuñécar, Almería y Málaga, pues Muḥammad II había llegado a un acuerdo con Abū Yūsuf según el cual Algeciras sería devuelta a los Nazaríes cuando consiguieran levantar el bloqueo cristiano, lo que se produjo el 10 de rabīc I de 678/21 de julio de 1279.

Sin embargo, los Meriníes no cumplieron su palabra y al mes siguiente concluyeron un tratado de paz con Alfonso X; además, para castigar lo que consideraban una traición del emir granadino al arrebatarles Málaga, atacaron Marbella y asediaron Ronda, aunque sin éxito. Al mismo tiempo, los castellanos con el apoyo de los Banū Ašqīlūla realizaban otra ofensiva por el norte de al-Andalus: don Sancho atacó Moclín y después Granada, donde fue derrotado el 24 de junio de 1280, mientras que Alfonso X, también con la colaboración de los Banū Ašqīlūla de Guadix y Comares, volvió a atacar Granada en 679/marzo-abril de 1281, pero Muḥammad II consiguió rechazar la acometida con la ayuda de un contingente meriní que sí le apoyaba.

La simultaneidad de estas ofensivas y el aislamiento de Granada creó una situación peligrosa que, afortunadamente para el emir andalusí, no se pudo mantener mucho tiempo pues los ataques castellanos decayeron considerablemente a partir de 1282 debido, irónicamente, a la misma razón que debilitó a al-Andalus: conflictos dinásticos, que enfrentaban a Alfonso X y su hijo Sancho.

Le tocaba ahora el turno a Muḥammad II de utilizar las divisiones internas de Castilla. Además, los intereses cruzados de las partes en conflicto desembocaron en un alineamiento paradójico en el que los argumentos de “reconquista” o fe cristiana por el lado castellano y los de ŷihād o lucha contra el enemigo infiel por el lado islámico fueron obviados completamente y primaron los móviles principales de los estados bajomedievales: el poder y los intereses políticos, de esta manera, se constituyeron dos alianzas “mixtas” (cristianos con musulmanes) enfrentadas: por un lado, Alfonso X, tras la negativa de los reyes cristianos y el mismo Papa, no tuvo escrúpulos en solicitar la ayuda del sultán meriní y aliarse con él; por el otro lado, don Sancho se alió con Muḥammad II, al que cedió la fortaleza de Arenas, en Jaén, el 3 de diciembre de 1282, pacto al que se sumó Pedro III de Aragón.

Por ello, la cuarta expedición de Abū Yūsuf a la Península, a la que llegó en rabīc II de 681/julio-agosto de 1282, no tenía por objetivo atacar al rey cristiano, sino ayudarle contra su hijo rebelde, y así lo hizo en una primera campaña. Sin embargo, la siguiente campaña, muḥarram de 68/abril de 1283, fue dirigida contra el emir nazarí con el objetivo de recuperar Málaga. En el transcurso de la ofensiva, se apoderó de Coín y Fuengirola y probablemente otras plazas habrían caído en sus manos si, de nuevo, no lo hubiera evitado la habilidad diplomática de Muḥammad II, que logró la mediación de Abū Yacqūb, hijo del sultán meriní, ayudado por la imprevista retirada del contingente cristiano que reforzaba al meriní. La difícil situación andalusí pudo salvarse y los sultanes de ambas orillas del Mediterráneo se reconciliaron.

Al mismo tiempo, Muḥammad II había conseguido recuperar Almuñécar del poder de Ṭalḥa b. Yaḥyà b. Maḥallī a finales de 1282 o principio de 1283 y, posteriormente, hizo lo mismo con Salobreña, que estaba en manos de su hermano cUmar, ante el que había fracasado el emir en un intento previo de tomar la plaza en Šawwāl de 681/enero de 1283.

El siguiente paso en el proceso de reintegración territorial del emirato tuvo lugar poco después, una vez que partió el meriní a Fez y subió al trono su aliado Sancho IV el Bravo tras la muerte de su padre Alfonso X en abril de 1284. En esa coyuntura, Muḥammad II juzgó llegado el momento de acabar definitivamente con la rebeldía de los Banū Ašqīlūla que, tras haber perdido Málaga, todavía conservaban Comares y Guadix. De la primera plaza se apoderó de forma pacífica tras la muerte del arráez Abū Isḥāq Ibrāhīm sobornando a la guarnición en 682/1284. En cambio, los de Guadix persistían en la insurrección y solicitaron ayuda a Sancho IV y a Pedro III de Aragón, pero ambos, comprometidos con el emir nazarí, se negaron. Entonces recurrieron a los Meriníes.

Sin embargo, la quinta expedición meriní estaba dirigida contra Sancho IV, se desarrolló entre ṣafar y raŷab de 684/abril y septiembre de 1285 y acabó en una tregua firmada el 20 de šacbān de 684/21 de octubre de 1285. tras ello, Abū Yūsuf quiso asegurar sus posiciones andalusíes frente al emir de Granada y mandó a finales de 684/1285 sendos destacamentos a Coín y Estepona para que se establecieran en los alrededores, aunque evitando cualquier conflicto con los Nazaríes. Al poco tiempo, todavía en Algeciras, Abū Yūsuf enfermó y murió el 22 de muḥarram de 685/20 de marzo de 1286, después de un disgusto que tuvo con Muḥammad II al decir de algunas fuentes árabes.

El balance de las cinco expediciones que Abū Yūsuf realizó fue, además de un cuantioso botín, solo dos plazas bajo su completo control: Algeciras y Tarifa, pues aunque realizó otras conquistas parciales y temporales de pequeñas ciudades, los Benimerines no disponían de los medios humanos y materiales para mantener el dominio efectivo y permanente sobre esos lugares.

El nuevo sultán meriní de Fez, Abū Yacqūb (685-706/1286-1307), con el objetivo de centrarse en el Magrib, cambió la política de su padre con respecto a al-Andalus: optó por renunciar a la intervención militar directa y limitarse a consolidar las plazas mejor controladas. Para ello, firmó un acuerdo de paz en Marbella en rabīc I de 685/abril de 1286 mediante el que cedía a Muḥammad II todas las plazas meriníes en al-Andalus excepto Algeciras, Tarifa, Ronda y Guadix, lo que a efectos prácticos significaba una renuncia a las reivindicaciones expansionistas meriníes, pues mantenían las plazas que realmente controlaban, Algeciras y Tarifa, y solo se reservaban sus derechos de influencia sobre Ronda y Guadix, de las que no tenían un control absoluto en ese momento.

Tras este acuerdo, el gobernador Ašqīlūla de Guadix, cAlī b. Abī Isḥāq, ya sin el apoyo cristiano y con la amenaza permanente y cercana de Muḥammad II, decidió situar la plaza bajo soberanía directa del sultán meriní en 686/1287. Sin embargo, Abū Yacqūb la entregó, junto con las fortalezas que de ella dependían, al emir de Granada en ṣafar de 687/marzo de 1288 en agradecimiento a su intervención en el matrimonio que unió al sultán meriní con una hija de Ibn Raḥḥū, uno de los notables más reacios al poder meriní en el Magreb. Conviene indicar al respecto que uno de los instrumentos y recursos políticos que los Nazaríes utilizaron para ejercer su poder e influencia sobre los Meriníes fue mantener relaciones, dar apoyo y asilo a los elementos disidentes del gobierno de Fez, incluidos los propios príncipes hijos de los sultanes. Los Banū Ašqīlūla reciberon a cambio de su cesión de Guadix la fortaleza de Qaṣr Kutāma (Alcazarquivir) en el Magreb, en cuyo cementerio fueron enterrados algunos de ellos.

En la misma línea de cerrar el frente Peninsular, el sultán meriní aceptó la petición de Sancho IV para renovar el tratado de paz con Castilla en 685/1286 y dos años después, en marzo de 1288, propuso prorrogar la tregua. Sin embargo, esta política pacífica de Fez fue aprovechada por Sancho IV para intentar conquistar alguna de las posiciones benimerines (Algeciras y Tarifa), lo que obligó a Abū Yacqūb a realizar una expedición a la Península que se preparó con una serie de ataques a Jerez en rabīc II de 690/abril de 1291.

Al mes siguiente, Muḥammad II firmó un acuerdo de paz con Sancho IV con el interés común de impedir una nueva entrada de los Meriníes en la Península. La aportación del emir de Granada se materializó en navíos, hombres y caballos así como en la acción de bloqueo naval del Estrecho que la armada nazarí efectuó en apoyo de los castellanos durante la batalla que enfrentó a la escuadra de Sancho IV con la de Abū Yacqūb. Los Meriníes fueron derrotados y tuvieron que rehacer su flota. En un segundo intento, lograron desembarcar en tarifa en ramaḍān de 690/septiembre de 1291 y realizar una expedición que terminó en muḥarram de 691/diciembre de 1291, pero sin obtener gran éxito ni conseguir su objetivo de neutralizar al rey de Castilla, cada vez más reforzado mediante los pactos con Granada y Aragón contra Fez.

Por ello, cuando el sultán Abū Yacqūb regresó al Magrib, Sancho IV decidió atacar una de las dos plazas meriníes en el Estrecho: Tarifa, base fundamental en la zona y puerta de entrada de los Meriníes. Por su parte, Muḥammad II colaboró con el rey castellano en el asedio de la plaza mediante el envío de hombres, armas y víveres desde Málaga, adonde se trasladó el emir nazarí y desde donde, aprovechando el cerco de Tarifa, envió sus tropas a Estepona, todavía bajo influencia meriní, y se apoderó de ella reintegrándola así a la autoridad andalusí.

En cuanto a Tarifa, no pudo resistir ante un ataque coordinado: colaboración nazarí, ayuda naval de Aragón, bloqueo marítimo que cortó los suministros por mar y asedio por tierra. Al cabo de cuatro meses capituló y los cristianos entraron en la plaza el 29 de Šawwāl de 691/13 de octubre de 1292.

Muḥammad II intentó negociar con Sancho IV el control de tarifa ofreciéndole a cambio seis fortalezas, pero no aceptó. Ante ello, el emir de Granada, que tampoco podía dejar en manos de los castellanos el control del Estrecho, volvió a recurrir a la política de balanza y decidió bascular hacia los Meriníes. A finales de 691/1292 envió una embajada a Fez que regresó en raŷab de 692/junio de 1293 sin resultados concretos, lo que obligó al emir a viajar personalmente a Tánger el 22 de ū l-qacda de 692/24 de octubre de 1293 para entrevistarse con el sultán meriní. A su regreso a al-Andalus el 20 de ū l-ḥiŷŷa de 692/21 de noviembre de 1293 Muḥammad II había conseguido el apoyo del sultán Abū Yacqūb mediante un reparto de zonas de influencia en las zonas en disputa.

Resultado de este acuerdo fue el envío de un ejército meriní a principios de 693/principios de 1294, al que se había unido el infante don Juan de Castilla, hermano de Sancho IV, para asediar tarifa, si bien la ayuda enviada a al-Andalus estaba muy lejos de alcanzar la envergadura e implicación de las anteriores expediciones meriníes debido a los conflictos internos de Fez y su enfrentamiento con los Zayyāníes de Tremecén.

En cambio, en el campo contrario, Sancho IV estaba perfectamente preparado: en julio de 1293 ya había solicitado la ayuda naval de Jaime II de Aragón y había suscrito una alianza con el sultán cUṯmān b. Yagmurāsan de Tremecén, enfrentado a los Meriníes. Preparada, por tanto, para el asedio, iniciado en abril de 1294, Tarifa pudo resistir y su jefe, Alfonso Pérez de Guzmán, el conocido como Guzmán el Bueno, no la entregó ni siquiera ante la amenaza de muerte a su hijo proferido por el infante don Juan, amenaza que efectivamente cumplió.

En agosto de 1294, cuando llegaron las galeras aragonesas de refuerzo en ayuda de los sitiados, se levantó el cerco sin que las fuerzas nazaríes hubiesen intervenido en la lucha ya que Muḥammad II simuló una enfermedad y permaneció en Granada y su hijo, al que había confiado el mando del Ejército, no se movió de Málaga. Ante ello, Abū Yacqūb acusó a Muḥammad II de incumplir su alianza. Sin embargo, parece que el emir andalusí tenía poderosas razones que se lo impidieron: una serie de violentos combates frente a tropas castellanas en los alrededores de Vera, en la frontera murciana, reclamaron la presencia de las tropas nazaríes.

Un nuevo encuentro de ambos sultanes en Tánger en 694/1295 debió de aclarar las diferencias, pues Abū Yacqūb, ante el fracaso del asedio y para atender sus problemas internos, decidió abandonar la Península y ceder a Muḥammad II todas sus plazas andalusíes.

Sin embargo, la recuperación de una de ellas, Ronda, no fue fácil pues los Banū Ḥakīm, sus gobernadores bajo dominio meriní, se declararon independientes tras el fracaso del asedio a tarifa. El gobernardor de Málaga, Faraŷ b. Ismācīl b. Naṣr, no consiguió tomar la ciudad, enclavada en una zona agreste, cuyos habitantes, cansados de los excesos de los guzāt o “combatientes de la fe” norteafricanos que el emir granadino había instalado en esa comarca, no querían someterse al gobierno nazarí. tras una negociación, los de Ronda entregaron la ciudad a cambio de la salida de la zona de estos guerreros y parientes del sultán además de cierta exención de impuestos. Muḥammad II entró en Ronda a mediados de ŷumādà II de 695/abril de 1296.

Con la recuperación de Algeciras y Ronda el emirato naṣrí completaba el proceso de restauración de su integridad territorial que Muḥammad II había inciado antes, incluso, de llegar al trono y que le había ocupado la primera etapa de su gobierno.

Consolidadas las fronteras, liquidado el levantamiento de los Banū Ašqīlūla y sometidos otros focos independistas, la pacificación interna permitió dirigir los esfuerzos hacia el exterior.

Al-Andalus comenzó así un periodo de hegemonía peninsular y expansión por tierras de Castilla que se prolongó más allá de la muerte de Muḥammad II, favorecido por la debilidad de Castilla. Las divisiones internas que surgieron a la muerte de Sancho IV en abril de 1295 y la subida al trono de su hijo de nueve años, Fernando IV, crearon una ocasión que los enemigos y disidentes de Castilla –Aragón, Portugal, los infantes de la Cerda, algunos nobles castellanos– aprovecharon para sacar partido y favorecer sus intereses.

Se había invertido la situación: la crisis interior estaba ahora en Castilla y al-Andalus había resuelto sus conflictos domésticos. La sobrada capacidad política de Muḥammad II no podía dejar pasar la coyuntura para iniciar un proceso de expansión hacia territorios y enclaves de frontera que los musulmanes habían perdido algunos decenios antes.

Así, en muḥarram de 695/noviembre-diciembre de 1295 emprendió una campaña que le permitió conquistar Quesada y veintidós castillos más. El contraataque castellano no se hizo esperar y fue dirigido por el gran maestre de la orden de Calatrava, pero fracasó en una batalla que tuvo lugar en territorio nazarí, en Iznalloz, donde el Maestre fue herido mortalmente.

Estos éxitos reforzaron la posición del sultán naṣrí y Jaime II de Aragón firmó un tratado de paz con el emirato de Granada el 11 de raŷab de 695/15 de mayo de 1296 en Orihuela. Lo mismo intentó hacer, incluso, Castilla, tradicional enemiga del emirato andalusí, que llegó a ofrecer Tarifa para alcanzar un pacto. Pero el emir estaba en condiciones de exigir mucho más y no aceptó, por lo que prosiguió la guerra contra Castilla en la zona del Guadalquivir mientras Aragón atacaba Murcia de 1296 a 1298 con la garantía de que el emir naṣrí, su aliado, no intervendría.

De esta manera, el Ejército naṣrí obtuvo otra victoria en los alrededores de Arjona, donde arrasó nuevamente al Ejército castellano dirigido por don Enrique, tutor del rey, lo que dejó el campo libre a las tropas nazaríes para llegar en sus algazúas hasta Sevilla en 1297. Ante ello, don Enrique intentó de nuevo alcanzar un acuerdo de paz y acudió a Granada en 1299, lo que inquietó a Jaime II de Aragón. Sin embargo, Muḥammad II no llegó a ningún acuerdo y mantuvo su alianza con Aragón y el pretendiente al trono castellano que este reino apadrinaba, Alfonso de la Cerda.

Sin tratado de paz con el rey castellano Fernando IV, Muḥammad II podía continuar su actividad bélica. En junio de 1300 se dirigió a Alcaudete y la asedió. Durante el combate llegó a abrir una brecha en la muralla, que obligó a sus habitantes a refugiarse en la alcazaba, pero finalmente y tras cuatro días de lucha se rindieron sin condiciones a la hora de la oración del mediodía del domingo 8 de Šawwāl de 699/26 de junio de 1300. Una vez tomada la plaza, el emir reparó las defensas y se ocupó de los trabajos del foso con sus propias manos. Tras dejar una guarnición y avituallarse, cruzó el Guadalquivir para atacar la zona de Andújar. A continuación devastó los alrededores de Martos el 15 de Šawwāl/4 de julio y prosiguió saqueando la zona hasta la ciudad de Jaén, cuyos arrabales ocupó.

Los éxitos militares del emir nazarí eran imparables, por lo que los castellanos intentaron de nuevo llegar a un acuerdo de paz. Sin embargo, tras varios meses de conversaciones que fueron abandonadas en octubre no se llegó a ningún pacto. No obstante, la intervención del infante don Juan, colaborador con los meriníes en el asedio de Tarifa y ya reconciliado con el trono de Castilla, aprovechando la amistad personal que mantenía con Muḥammad II, logró que el emir detuviera la ofensiva nazarí.

Por lo que respecta a Aragón, a partir de febrero de 1300 el embajador de Jaime II viajó a la capital andalusí en repetidas ocasiones para renovar el tratado de paz que ambos estados habían acordado cuatro años antes. Tras arduas y prolongadas negociaciones, se alcanzó un acuerdo en septiembre de 1301 en Zaragoza y se ratificó en Granada el último día de rabīc 1 de 701/1 de enero de 1302. El rey aragonés llegó a reconocer a Granada los derechos sobre Tarifa, Medina Sidonia, Alcalá de los Gazules y Vejer, lo que también fue aceptado por el pretendiente al trono castellano que apoyaba Aragón, Alfonso de la Cerda, que en anteriores ocasiones no había aceptado la propuesta. Sin duda, Jaime II deseaba a toda costa evitar un acuerdo entre Granada y Castilla, por un lado, y se veía urgido por la reacción de Fernando IV en 1301 frente a los avances aragoneses en Murcia, por otro.

Una vez establecida la alianza entre al-Andalus y Aragón, Muḥammad II reanudó los preparativos de una nueva campaña contra Castilla. Sin embargo, no pudo realizarla porque falleció tras finalizar la oración de cišā’, rezando en su oratorio, la noche del sábado al domingo 8 de šacbān de 701/7 al 8 de abril de 1302, cuando contaba sesenta y cinco años de edad. Parece ser que murió de una enfermedad en los ojos (šaraq), aunque algunos en Granada aventuraron la suposición de que la causa de su muerte fue una rosca de pan que comió la tarde de ese día y que había sido llevada desde casa de su heredero.

Su extenso periodo de gobierno alcanzó casi los treinta años (29 y dos meses). Fue enterrado en la rauda (rawa), el cementerio familiar de la dinastía nazarí, en una tumba aislada, en los jardines contiguos al palacio real, a levante de la mezquita mayor de la Alhambra, aunque tras la conquista de Granada en 1492 sus restos fueron trasladados, junto con los de otros miembros de la familia real, por Muḥammad XI, Boabdil, a Mondújar, en las posesiones que le concedieron los Reyes Católicos.

Tuvo seis hijos, tres varones y tres mujeres, de su esposa Nuzha, que era su prima segunda (hija de su tío segundo Aḥmad, primo hermano de su padre). Tuvo en 655/1257 a Muḥammad, el príncipe heredero y sucesor en el trono, y a Fāṭima, que se casó con Abū Sacīd Faraŷ, primo hermano y consejero del emir que fue nombrado gobernador de Málaga. De otra mujer, una esclava de origen cristiano llamada Šams al-uḥà, tuvo otras dos hijas, Mu’mina y Šams, una de las cuales se desposaría con el sultán meriní Abū l-Rabīc en 1309, y otros dos varones, Abū Sacīd Faraŷ (686-comienzos de 702/1287-1288 – 1302-1303), que murió prematuramente con unos quince años en una cacería de jabalí, y Naṣr, que también sería emir tras el destronamiento de su hermano. Además, citan algunas fuentes una cuarta hija, llamada cĀ’iša.

 

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Francisco Vidal Castro

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