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Caupolicán

Biografía

Caupolicán, Queupolicán o Cupolicán. Pilmaiquén (Chile), p. t. s. xvi – Cañete (Chile), 1557- 1561. Cacique indígena.

Con los nombres de Queupolicán o Cupolicán aparece reflejado en antiguos documentos, y Alonso de Ercilla y Zúñiga en La Araucanía le nombra Caupolicán, sobre el que alude en los cantos VIII, XXV, XXXI, XXXII, XXXIII y XXXIV, con los siguientes términos introductorios: “Júntanse los caciques y señores principales a consejo general en el valle de Arauco. Mata Tucapel al cacique Puchecalco, y Caupolicán viene con poderoso ejército sobre la ciudad Imperial, fundada en el valle de Cautén”; “Asientan los españoles en Millarapué; llega a desafiarlos un indio de parte de Caupolicán; vienen a la batalla muy reñida y sangrienta; señalándose Tucapel y Rengo; cuéntase también el valor que los españoles mostraron aquel día”; “Cuenta Andresillo a Reinoso lo que con Pran dejaba concertado. Habla con Caupolicán cautelosamente, el cual engañado, viene sobre el fuerte, pensando hallar a los españoles dormidos”; “Arremeten los araucanos al fuerte; son rebatidos con miserable estrago de su parte.

Caupolicán se retira a la sierra deshaciendo el campo.

Cuenta don Alonso de Ercilla, a ruego de ciertos soldados, la verdadera historia y vida de Dido”; “Prosigue don Alonso la navegación de Dido hasta que llegó a Biserta; cuenta cómo fundó a Cartago y la causa por qué se mató. También se contiene en este canto la prisión de Caupolicán” y “Habla Caupolicán a Reinoso, y sabiendo que ha de morir, se vuelve cristiano; muere de miserable muerte, aunque con ánimo esforzado.

Los araucanos se juntan a la elección del nuevo General”. Mientras, el que se considera primer poeta chileno Pedro de Oña en Arauco domado destaca al contrario el valor de los españoles en esta lucha contra los indígenas en Chile contra Caupolicán. Es el gobernador de Chile García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete (abril de 1557 a febrero de 1561), quien al fundar entre otras ciudades Canete, da muerte a Caupolicán, entre 1557 y 1561.

“Tan pronto como empuñó el ‘hacha’, como signo distintivo de la autoridad del toqui, o jefe militar” (como apunta D’Angelo) mapuche, puso asedio a Arauco “defendida con artillería por un nutrido grupo de españoles”, no imposibilita que los mapuches logren su rendición. Unidas las fuerzas a las de Lautaro, que como escribe Ercilla “Caupolicán alegre, humano y grave,/ los recibe, abrazando al buen Lautaro,/ y con regalo y plástica suave/ le da prendas y honor de hermano caro;/ la gente, que de gozo en sí no cabe,/ por la ribera de un arroyo claro/ en juntas y corrillos derramada,/ celebra de beber la fiesta usada” (Ercilla, cat. VIII), participan juntos en la batalla de Tucapel, es la que vencen, apresan y matan a todos los españoles y dan muerte “en suplicio” a Pedro de Valdivia, en diciembre de 1553. Continúa después luchando y ocupan Purén y Penco. En cambio en la batalla de Millarapue, los españoles al mando de García Hurtado de Mendoza vencen a los mapuches, pues como indica Ercilla “Don García de Mendoza no paraba,/ antes como animoso y diligente,/ unas veces airado peleaba,/ otras iba esforzando allí la gente./ Tampoco Juan Remón ocioso estaba,/ que de soldado y capitán prudente/ con igual disciplina y ejercicio/ usaba en sus lugares el oficio.// Santillán y don Pedro de Navarra, Avalos, Biezma, Cáceres, Bastida,/ Galdámez, don Francisco Ponce, Ibarra,/ dando muerte, defienden bien su vida;/ el factor Vega y contador Segarra/ habían echado aparte una partida,/ siguiéndolos Velásquez y Cabrera,/ Verdugo, Ruiz, Riveros y Ribera” (Ercilla, cant. XXV), al ser vencidos los mapuches huyen a la cordillera de los Andes. Posteriormente, también fracasan en el ataque al fuerte de Cañete, pues, como dirá Ercilla, “Caupolicán cautelosamente, el cual engañado, viene sobre el fuerte, pensando hallar a los españoles dormidos”, pues “Apenas había el bárbaro traspuesto,/ cuando Andresillo en tono levantado/ dijo: ‘¡Oh fuertes soldados, en quien puesto/ está el fin de la guerra deseado,/ tomar las vencedoras armas presto/ y romped el silencio ya excusado/ saliendo a toda priesa, porque os digo/ que a las puertas tenéis al enemigo!” (Ercilla, cant. XXXI), y fueron perseguidos en su retirada por los españoles y es apresado Caupolicán y conducido preso con el resto de su tropa a Cañete. Los españoles — según D’Angelo— decididos darle un castigo ejemplar “para escarmiento de indígenas rebeldes”, dictaron su tortura y muerte (al igual que hicieran ellos con anterioridad a Pedro de Valdivia), pero antes Caupolicán “sabiendo que ha de morir, se vuelve cristiano”, según Ercilla, y en esa ocasión dirá “Soy quien mató a Valdivia en Tucapelo,/ y quien dejó a Purén desmantelado;/ soy el que puso a Penco por el suelo,/ y el que tantas batallas ha ganado;/ pero el revuelto ya contrario cielo,/ de victorias y triunfos rodeado,/ me ponen a tus pies a que te pida/ por un muy breve término la vida.// Y pues por la experiencia claro has visto,/ que libre y preso, en público y secreto,/ de mis soldados soy temido y quisto,/ y está a mi voluntad todo sujeto,/ haré yo establecer la ley de Cristo,/ y que, sueltas las armas, te prometo/ vendrá toda la tierra en mi presencia/ a dar al rey Felipe la obediencia” (Ercilla, cant. XXXIV).

Muere empalado, y mientras que moría un grupo de indígenas leales a los españoles le lanzaba flechas para mayor sacrificio, pues como escribe Ercilla “Hecha la confesión, como lo escribo,/ con más rigor y priesaque advertencia,/ luego a empalar y asaetarle vivo/ fué condenado en pública sentencia./ No la muerte y el término excesivo/ causó en su gran semblante diferencia,/ que nunca por mudanzas vez alguna, pudo mudarle el rostro la fortuna” (Ercilla, cant. XXXIV).

 

Bibl.: A. de Ercilla y Zúñiga, La Araucana, Santiago de Chile, Editorial del Pacífico, 1980; V. Pizarro Vega, Lorenzo Bernal de Mercado. El Cid de los Andes, Madrid, 2001; G. D’Angelo, “Caupolicán”, en VV. AA., Enciclopedia de Chile, t. IV, Barcelona, Océano Grupo Editorial, 2003, pág. 1090; J. M.ª González Ochoa, Quién es quién en la América del Descubrimiento, Madrid, Editorial Acento, 2003.

 

Miguel Héctor Fernández-Carrión

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