Calabro, Mateo. Mesina (Italia) o Mecina (Granada), 1680 – Valencia, 1748. Comisario de Artillería, coronel e ingeniero en jefe.
No se sabe con seguridad su lugar de nacimiento, dudándose entre la ciudad de Mesina en Italia, y Mecina, en la provincia de Granada. Parece que se educó en Marsella y posteriormente viajó en su juventud por varios países de Europa, Asia y América. Después de su periplo, se estableció en Vizcaya de donde pasó a Barcelona destinado como sargento de Artillería, cuando estaba en construcción la ciudadela, en la que estuvo trabajando como ingeniero voluntario. Se desconoce cómo obtuvo la preparación matemática que demostraría más tarde.
En 1720 era designado primer director de la “Real y Militar Academia de Matemáticas de Barcelona” (siendo admitido en el Cuerpo de Ingenieros, ya que tanto el director como los profesores debían ser de tal Cuerpo) al tiempo que ésta abría sus aulas. El centro de enseñanza acababa de ser creado por el ingeniero general, Jorge Próspero de Verboom. En los primeros tiempos, la academia no tendría reglamento propio, siguiendo el que había tenido la Academia de Bruselas, a la que se tomaba como modelo. Debido a tal carencia, Calabro escribía en 1724 un Proyecto para el establecimiento de la Academia Militar de Barcelona, en el que se abordaban todas las cuestiones relacionadas con el plan de enseñanza y régimen académico del centro. Para que sirviese de texto, Mateo Calabro daba a conocer, en forma de manuscrito, en 1733, su Tratado de Fortificación y Arquitectura Militar, que en realidad recogía los apuntes dados por él a sus alumnos. En el citado texto se puede apreciar la influencia de otros tratadistas, como Sebastián Fernández de Medrano, Vauban o el padre Tosca, autor de La Escuela de Palas.
Desde el primer momento de funcionamiento de la academia, se puso de manifiesto las diferencias de criterio entre el director, Mateo Calabro, y el ingeniero general y fundador también del Cuerpo de Ingenieros, Jorge Próspero de Verboom, tanto en lo relativo al método de enseñanza, como al grado de dependencia del primero con respecto al segundo. Calabro se resistía a depender, por tanto, del ingeniero general, presentando dificultades sobre el cumplimiento de lo que se le ordenaba, llegando al extremo de negarse a remitir las relaciones de calificaciones de los alumnos. Por otra parte, se inclinaba siempre a considerar a la academia como exclusivamente científica, dando desarrollo excesivo a las Matemáticas, introduciendo la Cosmografía, haciendo que se estudiase Astronomía y Náutica, y descuidando en cambio el Dibujo, la Fortificación y toda la parte práctica, tan necesaria al ingeniero. La dirección de Mateo Calabro, pues, estaba siendo demasiado polémica. Desde su inicio, la academia se había regido por costumbres habidas desde su creación, por reglas heredadas de la Academia de Bruselas y por instrucciones dictadas por el teniente general Verboom.
En septiembre de 1737 se aprobó un reglamento provisional de la academia, que fue mandada observar por Real Orden dictada por el ministro de la Guerra, duque de Montemar. Mateo Calabro se resistió a cumplirlo, lo que acabó de determinar su destitución. Las primeras “inquietudes y desazones” por escrito datan de 1724. El 12 de enero de 1736 el propio Verboom confesó al conde de Glymes, Ignace-François de Glymes-Brabant, que “de cuantos disgustos he tenido en mi vida, ninguno me ha sido tan sensible como lo es éste”. La gota que colmó el vaso fue, sin duda, el asunto del reglamento que debía de regir la academia.
Este estado de confrontación tendría su solución final con la carta (14 de marzo de 1738) en la que el duque de Montemar (el capitán general José Carrillo de Albornoz y Montiel, ministro de la Guerra) comunicaba a Calabro la R.O. por la que S.M. había resuelto “mudar de mano” en la dirección de la academia, destinándosele a Valencia. Allí llegó en 1740, según parece, con la intención de fundar una academia a semejanza de la de Barcelona, aunque no hay evidencias de que llegara a funcionar tal centro.
Lo último que se sabe de él es que en 1745 realizaba un proyecto para el fuerte Galicano en Calpe (Alicante) para resguardo de las embarcaciones que necesitasen refugiarse en el puerto, huyendo de piratas berberiscos.
Por otro lado, conviene resaltar el desacuerdo que existía dentro del Cuerpo de Ingenieros, pues, aunque todos sus miembros coincidían en buscar la mejor formación para los ingenieros militares, sólo algunos consideraban que ésta también debía extenderse a los civiles, aunque sólo fuese de manera limitada. Entre los partidarios de este modelo estaba el citado Mateo Calabro. Finalmente, la academia aceptaba esta propuesta, dando entrada a un número limitado (cuatro por curso) de “caballeros particulares”. Éstos sólo podían cursar los dos primeros cursos de los cuatro que completaba la formación de los ingenieros, y debían demostrar una acrisolada rectitud, así como un elevado nivel matemático para su ingreso en el centro.
Obras de ~: Escuela de Matemáticas. Definición y división de la Matemática, 1724; Proyecto para el establecimiento de la Academia Militar de Barcelona, Barcelona, 1724; Tratado de Fortificación o Arquitectura Militar, Barcelona, 1733 (est. introd., notas y glosario de F. R. de la Flor, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1991).
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Juan Carrillo de Albornoz y Galbeño