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Michel Jacobsen

Biografía

Jacobsen, Michel. Zorro del mar. Dunkerque (Francia), c. 1560 – Sevilla, 1633. Marino al servicio de España.

Nació en Dunkerque, hoy día ciudad de setenta y tres mil habitantes, situada al norte de Francia en el departamento Norte, en el estrecho de Dover, cerca de Calais. Dunkerque creció en torno a la iglesia del siglo VII, fundada por Saint Éloi (Eloy), y se encuentra entre dunas: el nombre de la ciudad procede del flamenco y quiere decir “iglesia en las dunas”. Históricamente compartió su fortuna con Flandes, y pasó sucesivamente del poder burgundio al austríaco y al español, hasta que en 1658, fue tomada por los ingleses.

Por tanto, a su nacimiento pertenecía a los Países Bajos españoles y era un pequeño puerto de pesca y cabotaje, que se convirtió en la cabeza de puente española para sostener su esfuerzo de guerra. Sus ventajas eran: su rada natural delante de Mardick y los bancos de arena, que aseguraban una protección casi inexpugnable. Las autoridades españolas la fortificaron y la dotaron de un arsenal. Convencidos de su superioridad marítima, los holandeses expulsaron a los nativos del banco Dogger y de la fructífera pesca del arenque. A los armadores y pescadores no les quedó otra elección que reconvertirse en corsarios o entrar al servicio del rey de España. Jacobsen entraría, junto con el boulognes Panetié, en la Marina Real, principalmente para misiones de escolta. Nació así una táctica y una estrategia corsaria que serán copiadas por todos los otros países europeos. Los éxitos provienen de las operaciones combinadas entre navíos de guerra y corsarios “particulares”. Desde muy joven se embarcó en las naves de cabotaje que recorrían toda Europa e incluso se enroló como corsario. Fue de piloto en la Gran Armada en 1588 y, gracias a su energía, habilidad y acertadas recomendaciones, según Faulconnier, el historiador de la ciudad, se salvaron algunos de los buques en grave peligro con ocasión de los temporales. Se distinguió nuevamente Jacobsen en 1590, también en guerra contra los ingleses. En el año 1595, al mando del Lebrel, se hizo a la vela desde Dunkerque, acompañado por Daniel Koster, que mandaba el San Eloy, y realizaron una fructífera campaña navegando al corso contra los holandeses, que se habían rebelado contra el rey de España, en la que obtuvieron muchas presas. En 1597 repitió sus hazañas corsarias, por lo que los holandeses le reconocieron con el apodo del Zorro del mar. Como capitán de buque, formó parte en 1602 de la escuadra española apostada en su ciudad natal y después, en 1606, en otra nueva que se reunió en dicho puerto. En 1609 mandaba una escuadra de once navíos de nueva construcción, también en el mismo apostadero, aunque no llegó a efectuar operaciones de guerra con ella por haberse firmado una tregua con los rebeldes de los Países Bajos.

En diciembre de 1630 pidió el marqués de Aytona, a la sazón gobernador de los Países Bajos españoles, a Madrid que se pusiese alguna infantería en las costas de Vizcaya, Galicia y Portugal; los bajeles de Dunkerque irían a buscarla para su transporte a Flandes. Casi antes de que la carta del marqués llegase a España, los holandeses ya sabían que estaba siendo alistada por Felipe IV una escuadra de “cuarenta navíos”, conduciendo “cinco mil infantes”, y se dispusieron a cerrarle el paso. El Gobierno español aceptó el plan de Aytona. El 22 de enero de 1631, por Cédula Real, se le ordenaba que con rapidez y secreto viniesen los navíos que estuviesen listos, en días sucesivos se solicitaba que trajeran un tercio valón de tres mil hombres y se preguntaba si sería suficiente la potencia naval que Flandes pudiese colocar en la mar para el verano, ya que, de ser así, cabría ir pensando en alguna empresa de envergadura; “acaso —escribía el Monarca— tomare yo la decisión de enviar por mar a mi hermano, agregando a esta fuerza la Real, que se bota ahora, y algunos tres o cuatro navíos fuertes con ella”, si bien juzgaba problemáticos los planes en que intervinieran juntos los buques españoles y flamencos, en vista de la vigilancia que requería el Atlántico. Con los primeros buques que llegaron de Flandes, fueron seis galeones, a las órdenes de Jacobsen, se organizó una expedición previa, casi de carácter experimental. Mil trescientos soldados embarcaron en La Coruña (12 de marzo de 1631); en sólo seis días de navegación, el experto marino flamenco los puso en Mardick, burlando el acecho de la escuadra holandesa. En Bruselas hubo gran satisfacción y optimismo: Aytona sugirió que en el siguiente viaje se podría aventurar un poco de plata en barras. Jacobsen regresó a La Coruña con su división naval. En junio se incorporaron otros tres navíos dunkerqueses y llegó también el almirante Ribera, a quien Felipe IV había encomendado en marzo el mando supremo de la gran expedición de transporte de tropas, habiéndose paralizado hasta entonces por mor de la defensa de Mardick, amenazado por la ofensiva costera holandesa de mayo. Los holandeses, muy disgustados por la racha de éxitos marineros de sus enemigos, extremaron su vigilancia en el Canal, situando poderosas fuerzas entre Dover y Calais; si lograban capturar el gran convoy que se anunciaba, el País Bajo español sufriría un golpe terrible, aunque sólo fuese en la moral. Por este motivo, el equipo dirigente español dedicó todo su empeño a que la expedición atravesase las líneas holandesas incólume.

Rebañando los últimos buques que quedaban disponibles en las costas españolas —Santander, Pasajes, Galicia, Lisboa—, se concentró en La Coruña una respetable escuadra de veinticuatro unidades. Mientras tanto, los hombres de negocios consintieron en enviar a Flandes en la escuadra más de 200.000 ducados en plata. Se constituyó una Junta con el exclusivo objeto de hacer una leva en Galicia. En estas y otras cosas se perdió mucho tiempo y resultó que el convoy no pudo salir hasta el 13 de octubre. Ribera, como general, mandaba la escuadra y Jacobsen, como almirante, era el encargado de dar escolta al convoy de galeones.

En esta ocasión, la navegación duró dieciséis días y, como supuso el valido Olivares, se logró esquivar a las formaciones holandesas, y el 29 de octubre entraba el convoy en Mardick, con el dinero y cuatro mil soldados españoles. En 8 de noviembre de 1631 Jacobsen culminó el viaje en Dunkerque, quejándose de que los galeones que acá se le agregaron para este transporte no eran muy a propósito para aquellos mares, por ser muy grandes y poco veleros, y que por esta causa fue el viaje largo y costoso y enfermó mucha gente, pero esto no impidió que la “Pequeña Invencible” de Ribera hubiera hecho honor a la confianza que depositara en ella el Gobierno de Felipe IV.

Al año siguiente (1633) volvió Jacobsen a la Península, consiguiendo una de sus mayores victorias, pues se batió en el camino con una escuadra de diez navíos turcos que le salieron al paso, resultando los diez hundidos.

Falleció pocos días después en Sevilla, y por orden del Rey se celebraron por él grandes exequias por su persona y con el agradecimiento público del Rey, siendo enterrados sus restos mortales en la misma catedral de Sevilla.

 

Bibl.: J. Alcalá-Zamora y Queipo de Llano, España, Flandes y el Mar del Norte (1618-1639), la última ofensiva europea de los austrias madrileños, Barcelona, Editorial Planeta, 1975, págs. 80-83 y 330-343; C. Martínez-Valverde, “Biografía de Michel Jacobsen”, en VV. AA., Enciclopedia general del mar, t. V, Barcelona, Ediciones Garriga, 1982, págs. 15- 16; “Dunkerque”, en Microsoft-Encarta 2006; “Biografía de Michel Jacobsen”, en Foros miarroba.com Historia Naval- Todo a Babor-Biografías de Marinos Todas las épocas-Segunda batería, Foros miarroba.com, 2006, págs. 4-7; J. Seeten, “Les corsaires du littoral Dunkerque, Calais, Boulogne”, en Defi Joé Seeten: Vos questions, web seeten.univ-littoral.fr, 2006, págs. 1-3.

 

José María Madueño Galán

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