Lechuga Martín, Francisco. El sastre Lechuga. Estepa (Sevilla), p. s. xix – Benamejí (Córdoba), 1870. Bandolero andaluz.
Acerca de los primeros años de Francisco Lechuga Martín se sabe muy poco. Aprendió el oficio de sastre en su localidad natal. Era de porte gallardo, de buenos modales, de graciosa conversación y simpático en extremo. En 1824, tras seducir y abandonar a una joven estepeña, Dolores Ruiz Fernández, se trasladó a Benamejí, a la sombra de un pariente. En 1833 se casó con Carmen Ortiz, mujer de extraordinaria belleza.
Sin embargo, no tardó en tomar como amante a la propia hermana de ésta, Ángeles, de la que tuvo un hijo. No pudiendo soportar aquel doble desvío, Carmen murió de tristeza sin dejar hijos. Muerta su esposa, rompió su relación con Ángeles y se arregló con Dolores, todavía soltera, a la que convenció para que se fuera con él a Benamejí. Vivieron en la calle del Fraile. Tras varios años de vida marital, tuvieron tres hijas y un hijo: Dolores, Josefa, Rosario y Francisco.
Finalmente, se casó con ella.
Encarcelado por robo de unos mulos, Francisco Lechuga Martín escapó del presidio con la ayuda de uno de sus familiares. A partir de entonces, intensificó su participación en las actividades de las cuadrillas de la comarca.
No tardó el Sastre en reanudar sus relaciones con su antigua cuñada y amante, conducta que su mujer e hijos le reprocharon con acritud. Ciego de ira, apuñaló mortalmente a Josefa; días más tarde, por idéntico motivo, arrojó a Rosario por una escalera, que también falleció como consecuencia de ello. Estos hechos contribuyeron a amargar su carácter y, sin duda, a precipitar su trágico fin.
Por estas fechas se fueron generalizando delitos más graves que el robo: el secuestro y el asesinato. A partir de la segunda mitad del siglo xix, la fundación de la Guardia Civil, la introducción del ferrocarril y, posteriormente, del telégrafo y del teléfono, aceleraron la extinción del bandolerismo tradicional. A partir de entonces, el bandolero comenzó a convertirse en bandido.
Iniciada la práctica del secuestro en Cataluña, se generalizó en Andalucía a partir de la década de 1860: Córdoba llegó a ser la provincia con mayor índice de inseguridad y perturbación, seguida de cerca por Granada, Málaga y Sevilla. Para combatir esta plaga, a principios de 1870, el ministro de la Gobernación, a la sazón Práxedes Mateo Sagasta, envió al extremeño Julián de Zugasti y Sáenz como gobernador de Córdoba, y le dio plenos poderes, que incluían la aplicación de la Ley de Fugas y una jurisdicción limitada sobre las provincias de Málaga y Sevilla.
Al anochecer del lunes 31 de enero de 1870, un grupo de conocidos delincuentes de la comarca disfrazados de guardias civiles irrumpieron —dirigidos y asesorados para portarse como tales por un antiguo sargento de la Benemérita, Juan Mena, conocido por el mal nombre de el Garibaldino— en la casa del anciano José Orellana y Gallardo, hombre acomodado del pueblo cordobés de Palenciana, y desvalijaron su casa y se lo llevaron secuestrado. Los uniformes fueron confeccionados por Francisco Lechuga, quien, mediante ocultos medios y complicidades, aportó los correajes, tricornios, calzado y hasta el armamento reglamentario.
Sin embargo, el verdadero organizador del rapto y el cabecilla de los bandidos fue el tristemente famoso Niño de Benamejí. Zugasti no tuvo reparos en presentarse en el cortijo de éste y amenazarle de muerte si no liberaba a Orellana, lo que éste hizo no sin cobrar a cambio un cuantioso rescate. No obstante, impresionado, prefirió abandonar para siempre aquellas tierras.
Esta huida dejaba a Lechuga el campo libre. Taimado y felón, pensando en salvar la piel a costa de sus compañeros, llegó a ofrecerse como voluntario para una partida de seguridad creada por Zugasti, mas éste no quiso admitirlo; así, procuró indisponerle con un sujeto peligroso y de pésimos antecedentes, José Carrasco, alias el Maruso, haciendo que éste le culpase del secuestro de su hijo llevado a cabo, en realidad, por los propios agentes del gobernador.
El Maruso se apoderó de Lechuga (verano de 1870), le llevó a un lugar apartado, cerca de Benamejí y, tras torturarle salvajemente —nada sabía, nada podía decir—, le dio muerte. Su cuerpo fue hallado bajo un olivo; de una de sus ramas colgaba un letrero: “muerto por traidor y espía”.
Fuentes y bibl.: Dirección General de la Guardia Civil, Servicio de Estudios Históricos, Madrid.
F. Hernández Girbal, Bandidos célebres españoles, Madrid, Lina, 1973; L. Alonso Tejada, Gente de Trabuco, Barcelona, Bruguera, 1976.
Fernando Gómez del Val