Candelas Cajigal, Luis. Madrid, 9.II.1804 – 6.XI.1837. Bandolero.
Nacido en la calle del Calvario del barrio de Avapiés (o Lavapiés), fue el menor de los tres hijos de un acomodado ebanista. De muy niño ayudó a su padre en el taller, haciéndolo de pésima gana, por lo que éste le matriculó en los Estudios de San Isidro, de la calle Toledo, de donde no tardó en ser expulsado. Parece ser que ya entonces, con trece o catorce años, dirigía una de aquellas feroces bandas de adolescentes que abundaban en el Madrid de la época.
Ni soportaba el duro trabajo paterno, ni llegaría nunca a desempeñar alguna de las llamadas profesiones liberales; tampoco tuvo porvenir en la milicia, ya que no pudo ser admitido como cadete. Aconsejado por su padre, consiguió colocarse en la Administración del Estado, obteniendo un empleo en la oficina de recaudaciones, que desempeñó con total corrección en todos los puestos que ocupó.
No tardó en frecuentar toda clase de lugares de mala nota y compañías poco recomendables, viviendo —ya en 1823— de las mujeres. Denunciado por algún marido ofendido, fue detenido por “vaguería y holganza a altas horas de la noche”, el viernes, 12 de septiembre, pasando catorce días en la cárcel Real de la Corte.
Aquel año expiró el padre, quedando Luis con su madre, por lo que ésta optó por cerrar el taller. Detenido de nuevo en 1824 por el robo de unas caballerías y condenado a seis años, en 1825 se benefició de un indulto. Como agente del fisco, recorrió las ciudades de Alicante, La Coruña y Santander, donde a causa de una escabrosa aventura galante, fue severamente amonestado por sus superiores; regresó a Madrid y volvió a encontrarse con sus antiguos compañeros de correrías de las Vistillas.
Entre marzo y abril de 1826 pasó, “por sospechoso”, diecinueve días en la cárcel, y en julio del mismo año fue capturado nuevamente y sometido a juicio, siendo condenado a seis meses de prisión; allí conoció a Manuela Sánchez, con la que se casó en la iglesia de San Cayetano de la calle de Embajadores. Se trasladaron a Zamora, donde Candelas ejerció su empleo de agente del fisco. Tras seis meses de matrimonio, abandonó a Manuela y volvió a Madrid. En marzo de 1827 fue encerrado en la cárcel del Saladero, sujeto a una pena de ocho años, pero fue finalmente indultado. En su ficha se le califica de ladrón (“espadista” y “tomado del dos”). En la taberna del Traganiños, de la calle de los Leones, estableció el “cuartel general” de una banda compuesta por Francisco Villena, Paco el Sastre, Mariano Balseiro, los hermanos Cusó —Antonio y Ramón—, Juan Mérida, José Sánchez, el Peso; José del Campo, Ignacio García, el Ignacito; Leandro Postigo, Pablo Luengo, el Mañas, y Pablo Mestre, Librillo, entre otros. No era éste el único punto de reunión de la cuadrilla; cabe citar la taberna del Cuclillo, próxima a la Plaza Mayor; la de Jerónimo Morco, cuñado de Balseiro, en la calle Mesón de Paredes; la de La Paloma, en la de Preciados o la del Tío Macaco en Avapiés.
Candelas y los suyos se dedicaban a la estafa, el carterismo, al atraco, al robo domiciliario, al asalto de mensajerías locales comerciales, todo ello —por imposición suya— sin derramar sangre. No todas sus fechorías le proporcionaron los esperados beneficios.
En cierta ocasión, tras el robo en la casa de un conocido banquero, dos de los suyos huyeron a Portugal con gran parte del botín. Otra vez (febrero de 1828) volvió al Saladero, donde no permaneció mucho; nuevamente, a fines de 1829, fue encerrado por robo, pero logró huir en noviembre de 1830, en unión del Sastre y Antonio Cusó, valiéndose de la venalidad de los carceleros y de sus amistades externas. Entre 1831 y 1832, encerrado por diversos delitos, volvió a escapar.
Ya en libertad, recibió la noticia de la muerte de su madre, que le dejaba una herencia de sesenta y dos mil reales, cantidad considerable entonces.
Alquiló —iniciando así una doble vida— un lujoso piso en el número 5 de la calle Tudescos, haciéndose pasar por un rico indiano, procedente del Perú, Luis Álvarez de Cobos, que se hallaba en Madrid para poner en orden sus asuntos, entre otras falsas personalidades.
Por el día se comportaba como un elegante caballero y por la noche volvía con sus compinches a sus actividades delictivas, aplicando, como escribe Alonso Tejada, “[...] su indudable genio a perfeccionar la técnica del robo [...]. Rechazó por sistema la violencia y la sangre [...]”.
Aquel año se desarticuló una conspiración liberal y se practicaron numerosas detenciones, entre otras la del político Salustiano Olózaga, que consiguió evadirse del Saladero con la ayuda de Candelas, al que, agradecido, introdujo en la masonería. Poco después, el domingo, 29 de septiembre de 1833, murió Fernando VII, y la regente María Cristina parecía inclinarse hacia los liberales, lo que permitía otorgar un cierto respiro a Luis.
Con todo, por un atraco en la calle de las Huertas y una fuga de prisión, fingiéndose enfermo, volvió a ser aprehendido, en 1834, y condenado a diez años de trabajos forzados en el Peñón de la Gomera; aun así volvió a fugarse con relativa facilidad. Colaboró algún tiempo en Madrid como “miliciano nacional” en la represión del movimiento sedicioso carlista y en el desarme de los voluntarios realistas.
Se le conocieron numerosos amoríos, de los que siempre supo sacar partido, obteniendo los favores de mujeres de diferentes clases sociales, entre otras: Lola, la Naranjera, prima y amante del aguador Perico Chamorro, que llegaría a formar parte de la camarilla del Rey, quien así conoció a Lola y le puso un piso cerca de Palacio; lo que podría explicar —quedaron muy buenos amigos— algunas de las protecciones con que contó Luis. Con Paca, la Maja, que fuera amante del marqués de Alcañices, vivió algún tiempo en la calle del Ave María, y no tardó en sustituirla por Mary Alicia —mujer culta, refinada y sin prejuicios— que fuera amante de Olózaga. Con la identidad de Álvárez Cobos mantuvo una relación con la prima donna del Teatro del Príncipe, Salvini, amiga del ministro de Estado. Habiendo robado un maletín al embajador francés, De Colincourt, halló en él unos documentos que le parecieron de interés y que por su mediación hizo llegar al ministro, quien le concedió la Medalla del Mérito Agrícola.
Su verdadero amor fue Clara o Clara María, huérfana de dieciocho años, hermosa, humilde y fiel, que vivía con sus tíos, que le creían el rico hacendado Álvarez Cobos.
Entre 1836 y 1837, tras pasar unos meses entre rejas, volvió a evadirse. Tomó entonces la decisión de abandonar el país y marcharse con Clara. Para ello necesitaba dar unos golpes que le permitieran vivir holgadamente tras su retiro. El 28 de enero de 1837 —sábado— entró con sus secuaces en la casa del presbítero Juan Bautista Tárrega, llevándose dinero, alhajas, cuberterías de plata y ropas. El viernes, 10 de febrero, irrumpieron —mediante engaños— en la vivienda del espartero Cipriano Bustos, superando el botín los ocho mil duros. No considerando suficientemente rentables estas acciones, la tarde del domingo de Carnaval (12 de febrero), asaltó la casa que en la calle del Carmen tenía la francesa Vicenta Mormin, modista de la Reina; esta vez el botín fue cuantioso: setecientos treinta y cinco mil reales.
Cuando el 25 de febrero (sábado) publicaba el Diario de Avisos la orden de captura, Luis y Clara —que vivían en Valencia—, ya amantes y enterada ésta de todo, se hallaban en Gijón a punto de embarcarse para Inglaterra. Finalmente, ella se negó a partir y emprendieron, dando un rodeo, el regreso a fin de despistar a la policía. La noche del 17 de julio (lunes), fueron detenidos en la posada de Alcazarén, cerca de Olmedo. Valiéndose de un pasaporte a nombre del comerciante Luis Cañido, trató de ocultar su identidad y negó los cargos que se le imputaban, cuarenta y dos delitos probados. Finalmente, acabó reconociéndolos, pero insistió en afirmar su inocencia en delitos de sangre.
El viernes, 3 de noviembre de 1837, se vio su causa en la Audiencia de Madrid, el fiscal solicitó la pena capital y el defensor la inmediata inferior. La Sala falló el 4, de acuerdo con la propuesta del fiscal. Una petición de indulto a la Reina fue desestimada. La ejecución se llevó a cabo la mañana del lunes en la Puerta de Toledo, trance que afrontó con entereza y cierto sentido del humor. Así lo recogió Bernardo de Quirós en La Picota. Figuras de delincuentes. Sus últimas palabras: “¡Adiós, patria mía, sé feliz!”, se publicaron en El Español de 7 de noviembre. A las once y media de la mañana del 20 de julio de 1839 (sábado) se procedió a dar garrote a Balseiro y a Francisco Villena en el mismo lugar que a su jefe. En mayo de 1838, Clara fue condenada a un año de prisión por los delitos de amancebamiento y complicidad. Apeló al Supremo, pero éste aumentó la pena a dos años. Aún solicitó gracia a Su Majestad, sin resultado. Finalmente, el 18 de noviembre de 1839 (lunes) fue incluida en un indulto general concedido por la Reina, pero había contraído en prisión una enfermedad crónica.
Fuentes y bibl.: Informaciones aportadas por Agustí Bachs i Galí (Barcelona), periodista-investigador; Servicio de Estudios Históricos de la Dirección General de la Guardia Civil (Madrid); Francisco Javier Pastor Muñoz (Madrid), arqueólogo; Carlos Fernández-Vicario Valcarce (Valladolid).
J. Villamarín, “Desarticulación de la cuadrilla de Candelas. Balseiro y Paco el Sastre al patíbulo”, en Villa de Madrid; n.º 117, s. f.; J. Jiménez Lozano, Historia y Vida, n.º 2 (mayo de 1968); L. Alonso Tejada, Gente de trabuco. Historia del bandolerismo español, Barcelona, Editorial Bruguera, S.A., 1976; R. Herrero Mingorance, “Luis Candelas”, Pueblo, Madrid (15 de mayo de 1978); M. Fernández García, Parroquia madrileña de San Sebastián: algunos personajes de su archivo, Caparrós editores, 1995, pág. 619; “Luis Candelas, el delincuente romántico”, en El Mundo (15 de marzo de 1998); J. M. Merino, “Bandido en un reino turbio”, en El País Semanal, Madrid (31 de julio de 2005); http://www.elpais.es/articulo/elpepsopor/2005073lel pepsporl/ Tes/; http://www.segundarepublica.com/index.php?opcion= 28id=38.
Fernando Gómez del Val