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Alonso del Castillo Guzmán

Biografía

Castillo Guzmán, Alonso del. Sevilla, f. s. XVI – ?, p. t. s. XVII. Gobernador de Costa Rica.

Nacido en Sevilla a fines del siglo XVI, no hay referencia sobre el lugar y fecha de su muerte. El 13 de mayo de 1618 fue nombrado gobernador de Costa Rica por el Rey, cargo que asumió hasta el mes de diciembre de 1624.

Sus seis años de gobierno se caracterizaron por su despotismo y crueldad, que compaginaba perfectamente con los de su mujer, Ana de Hoces y Vega.

Señala el historiador Rafael Obregón Loría en su obra Los Gobernadores de la Colonia que Castillo y Guzmán se caracterizó por su ligereza de lengua, al punto de pregonar que Felipe IV era un “mozuelo de mal seso y de ruin juicio y un tontillo”, afirmaciones que, si no del todo falsas, sí constituían un insulto, en aquella época, para la persona del Rey. La Iglesia católica y su credo tampoco escaparon de su procaz vocabulario y en alguna oportunidad manifestó que “yo he de ahorcar a doce frailes y también a doce clérigos ¡voto a Dios!, y a un Papa en medio de ellos [...]”, e inclusive gustaba decir que su nombre era Alonso de los Diablos. A tal punto llegó su irrespeto, que el anterior gobernador, Juan de Mendoza Mendrano, que tuvo la desgracia de que Alonso de Castillo le hiciera su juicio de residencia, lo acusó ante la delegación de la Inquisición en Guatemala, el 1 de noviembre de 1622, pues entre otras cosas había hecho manifestaciones ofensivas a la fe católica, que Obregón Loría narra así: “Voto a Cristo y juro a Cristo que D. Juan de Oconitrillo [el oidor] tiene mas poder en Madrid que Dios en el cielo”. Y en otra oportunidad, por estar muy molesto Alonso porque su hija Catalina Guzmán, “a quien él quería mas que a Dios”, se había casado contra su voluntad, vino un fraile a traerle a cuento una autoridad del Espíritu Santo, a lo cual dijo el gobernador: “Voto a Dios que no sé quien es ni conozco al Espíritu Santo”.

La acusación aparentemente no fue a más; pero evidencia el carácter irreverente del gobernador. Sin embargo, el hecho más deleznable de su gestión como gobernador ocurrió en 1619, cuando organizó una expedición a Talamanca para castigar, supuestamente, a los indígenas que se habían revelado en Aoyaque, que habían matado al fraile misionero Rodrigo Pérez, su guardián y, además, habían quemado los pueblos de Santa Catalina Hamea y San Francisco de Guillirri; hechos que habían ocurrido dos años atrás, durante la gobernación de Mendoza y Medrano.

En realidad, su propósito era capturar unos cuantos individuos para traerlos como siervos a Cartago; para ello, se valió del ardid de invitarlos a oír misa en un rancho grande construido con aquel objetivo.

Una vez que los indígenas estaban dentro, entre los que había hombres, mujeres, niños y ancianos, los tomó prisioneros y encadenados trasladó a unos cuatrocientos a Cartago, no sin antes condenar a muerte a los caciques Juan Serraba, Francisco Caxí, Diego Ebova o Curero; a pesar de la oposición que hiciera el juez de indios, Diego de Aguilar. Aquellos indígenas fueron acusados de rebelión, sacrilegio y homicidio y debían morir después de recorrer la ciudad “en unos caballos menores de albarda, pies y manos atadas, con soga a la garganta, y de esta forma fueron llevados por las calles acostumbradas de esta ciudad, con voz de Juan Suerre, pregonero y verdugo, que manifestó su delito con base en dicha sentencia […]”, reza el documento de la época. Aquellos caciques, junto con otros nueve, fueron ahorcados el 8 de enero de 1620, pero “por ser orden del gobernador, que ninguna persona fuese osado quitar los dichos indios de la horca, so pena de la vida; y se hallaron presentes muchos indios de esta comarca y todos los indios que estaban en guarda [prisioneros], Aoyaques, Cureros, Heberas, para cuyo efecto y que viesen el dicho castigo fueron llevados junto a dicha horca, par que de ellos fuese ejemplo [...]”. Pero no terminó ahí el acto inhumano del despiadado gobernador; el día siguiente, los cuerpos fueron públicamente quemados y sus cabezas puestas en la picota, una en el sitio, la otra a la entrada del pueblo de Co y otra en la cuesta Uxarrace, camino a Tierra Adentro, y los restantes “el verdugo les hizo llevar a su casa para ahumar y enviar a las partes que la sentencia contiene […]”. Hasta aquí tan triste biografía de Alonso del Castillo y Guzmán.

 

Bibl.: L. Fernández, Colección de Documentos para la Historia de Costa Rica, t. VIII, Barcelona, Imprenta Viuda de Luis Tasso, 1907, págs. 169, 175, 182 y 186; R. Obregón Loría, De nuestra historia patria (los Gobernadores de la Colonia), Ciudad Universitaria Rodrigo Facio (San José), Universidad de Costa Rica, 1979, pág. 76.

 

Óscar Aguilar Bulgarelli

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