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Ivo de la Cortina Roperto

Biografía

Cortina y Roperto, Ivo de la. Villanueva y Geltrú (Barcelona), 1.XII.1805 – 1876 post. Arqueólogo.

Ivo de la Cortina y Roperto —o Ibo, Yvo, Roberto, Roperto y Corrochano, o R. y Corrochano, pues todas estas variantes de firma o citas pueden encontrarse de él o sobre él en distintos momentos de su vida—, nació el 1 de diciembre de 1805 en Villanueva y Geltrú (hoy Vilanova i la Geltrù, Barcelona).

Era hijo de Agustín de la Cortina, oficial inspector de la aduana de Vilanova, y de María Zacarías Roperto Corrochano, nacida en Tarragona pero de ascendencia francesa. De estado casado, tuvo cinco hijos, de los que dos hijas enfermaron y fallecieron siendo aún jóvenes.

Además de muy aceptable pintor, ilustrador gráfico, grabador y dibujante, Cortina fue también arqueólogo y, como tal, uno de los pocos españoles justamente merecedores de tal consideración durante el siglo xix, y uno de los también escasos en obtener un reconocimiento internacional por su trabajo; no así el nacional: en 1914 Rodrigo-Amador de los Ríos se refería a él como “el entusiasta don Ibo de la Cortina, del que nadie se acuerda” y, de hecho, su figura ha comenzado a valorarse hace pocos años.

Entre sus muchas habilidades, ya la primera referencia, de 1824-1825, indica que tenía “conocimientos de Botánica, Agricultura, Francés e Italiano”. Su infancia debió de transcurrir en Cataluña, y estudia pintura, seguramente ya en Barcelona, con los neoclasicistas catalanes Pablo Rigalt Fargas, paisajista y escenógrafo, y Miguel Robt. En 1827 la Escuela de Bellas Artes de Barcelona (l’Escola de Llotja) le propone para pasar a estudiar a Roma, lo que no llega a disfrutar por figurar en 1828 entre los perseguidos por el absolutista conde de España “por su adhesión a la causa de la libertad”, lo que le hace emigrar a Madrid.

Allí, en 1828 y 1829, estudia en el Real Establecimiento Litográfico del Museo de Pinturas bajo la dirección del pintor de cámara José de Madrazo, haciendo copia de paisajes flamencos; ejecuta por entonces láminas para el periódico El Álbum, y “un tomo de acuarelas de monumentos griegos, romanos y árabes dedicado al príncipe Dolgorowski, secretario de la embajada de Rusia, que fue mandado a la biblioteca del emperador Alejandro” (1829).

Pero a partir de estos años, quizá por contraer matrimonio, su medio cierto de subsistencia pasa a ser la condición de empleado de la administración pública, del Ministerio de la Gobernación, en muy distintos destinos que se puede seguir a través de expedientes de personal (Archivo General de la Administración del Estado, AGAE) y hojas de servicio propias (Archivo Histórico Nacional, AHN). En 1830- 1832 trabaja en la Empresa de Derechos de Puertas (aduanas), en 1834 se le designa como secretario del cónsul general de Génova, en 1835 está implicado en temas de la arqueología de Murcia, y en 1836 es destinado al inventario de bienes en el marco de la supresión de conventos, al menos en San Clemente de La Mancha. Esa misma labor le conduce a Badajoz y Mérida (lo que compatibiliza con la condición de teniente de Artillería de la Guardia Nacional de Badajoz). A partir de entonces, con los acostumbrados períodos de cesantía de la época, será oficial 3.º 2.ª del Gobierno Político de Badajoz (1836-marzo de 1838), 3.º 2.ª y 3.º 1.ª en Sevilla (marzo de 1838-noviembre de 1840) y secretario del Gobierno Político de Huelva (agosto de 1840), Ciudad Real (1843), Zamora (1844), Albacete y Tarragona, del que cesa en abril de 1846 tras fundar (así lo afirma) su Museo Arqueológico y dotarlo con piezas y libros. En octubre de 1847 llega a Huesca, y en diciembre del mismo año se le encuentra como Jefe Civil del distrito de Calatayud; destinado luego en Agramunt (Lérida), vuelve a cesar el 1 de febrero de 1849. En 1852, en plena miseria, se dirige a la reina, se le habían muerto dos de sus cinco hijos y tenía también a su cargo su madre enferma, para recordarle sus muchos servicios a la cultura nacional y solicitar algún puesto decoroso.

Tras amargos problemas judiciales, de los que es absuelto en Barcelona (1853), se pierde su pista hasta 1868, cuando, ferviente pero desengañado isabelino, participa como otros muchos liberales en la Revolución de 1868; en octubre solicita el puesto de director del Museo Arqueológico Nacional tras el cese de su antiguo amigo José Amador de los Ríos, pero no lo obtiene; al año siguiente publica una actualización de las famosas “tablas cronológicas” del padre Claudio Clemente. El 20 de abril de 1876, ya con más de setenta años, solicita la jubilación en calidad de “Jefe de Administración de Segunda Clase, cesante”.

De forma paralela a este gris y bastante azaroso periplo de funcionario, Cortina va desarrollando lo que constituía su verdadera vocación: una vida científica y artística de mucho mayor nivel, lo que había sido facilitado por un Real Decreto de 30 de noviembre de 1833 por el que la protección del patrimonio había pasado a los gobiernos civiles provinciales. Casi por todas las ciudades por las que pasa sugiere o realiza proyectos arqueológicos y de defensa del patrimonio, o escribe sobre éste. Así, es el verdadero promotor del primer museo de Mérida, el Museo de Bellas Artes según le llama, para el que pidió el desamortizado Convento de Santa Clara (su sede hasta 1986 y hoy Museo Visigodo). Por Real Orden de 11 de abril de 1838, prorrogada en julio, la Reina le concede una comisión especial para que “D. Ibo de la Cortina pasara a estudiar el territorio de Mérida y sus monumentos, así para llevar á cabo en su día las escavaciones como para erigir el Museo Provincial de Arqueología procurando la conservación de los restos que existieran de la Emérita de Augusto [...]”; realiza entonces una notable colección de láminas con “planos, cortes y perspectivas de los monumentos y antigüedades”, así como un plano grande, que superaba los de A. de Laborde y F. Rodríguez, en el que señalizó todos los monumentos arqueológicos de interés; de igual modo, envía a la Real Academia de la Historia vaciados en yeso de los ricos arquitrabes del templo de Marte.

Llevado todo a cabo con satisfacción de la Corte, es ascendido y destinado al gobierno político de Sevilla, donde también por Real Orden se interesa por las abandonadas ruinas de Itálica, en esa época en pleno expolio, redactando el 7 de enero de 1839 un proyecto llamando a su protección, y solicitando dirigir las que serían las primeras de las modernas excavaciones en la desdichada ciudad romana. Éstas están bien documentadas en las Reales Academias de la Historia y San Fernando, constituyendo lo que A. Gali acabaría describiendo (en 1892) como “el martirologio de don Ivo”, por los diversos problemas y ataques que tuvo que soportar desde varias instancias académicas y locales, en cuanto se supo que había dado con el Forum de la antigua ciudad y la gran relevancia de los materiales hallados, que él entregaba escrupulosamente inventariados. Muchos de ellos los dibujó, y sus láminas pasaron a manos de quienes le sucedieron más tarde en Itálica, su amigo José Amador de los Ríos, y más tarde el hermano de éste, Demetrio.

Las excavaciones duraron desde el 30 de enero de 1839 hasta el comienzo del otoño de 1840, cuando en la regencia de Espartero fue relevado del cargo por razones políticas (debido “a sus ideas liberales y progresistas”, dice él mismo); aunque es confirmado en la dirección por la Real Academia Sevillana de Buenas Letras el 31 de octubre de 1840, finalmente debe abandonarlas en diciembre del mismo año. Publicó múltiples artículos en periódicos de Sevilla y Madrid dando cuenta progresiva de sus hallazgos, y comenzó una publicación por fascículos, Antigüedades de Itálica (1840), que hubiera podido ser, por sus ilustrados y modernos planteamientos, la primera revista arqueológica española. En 1844 estuvo implicado en la confección de un Itinerario Arqueológico de Tarragona, con los también socios Sociedad Arqueológica Tarraconense Albinyana, Torres y Benet. Otros documentos le relacionan con actividades arqueológicas en Murcia, Albacete, Tarragona y con la Comisión Central de Monumentos.

Por sus trabajos y conocimientos arqueológicos fue aceptado como miembro de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Murcia (1835), académico honorario de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras (1840), de la Sociedad Académica de Madrid de Numismática y Arqueología [sic] (1841- 1842), de la Sociedad Arqueológica Tarraconense (1845), corresponsal de la Academia de Historia de Roma (sic, esto es, el Istituto di Corrispondenza Archeologica), y socio de la efímera Academia Española de Arqueología. Fue comendador de Isabel la Católica, y Cruz de San Fernando de 1.ª Clase por la defensa de Sevilla, cuando la etapa liberal.

Son, sin embargo, desconocidas de la moderna bibliografía arqueológica, incluso de la experta (“bé que allunyat físicament de Catalunya, un pintor avui pràcticament desconegut [...]”, Fontbona), su larga actividad como pintor y su pequeña incursión en la literatura novelística (1835). Muchos destacados coleccionistas y nobles compraron sus cuadros de temas históricos, mitológicos y costumbristas, y varios de ellos fueron presentados en exposiciones en Madrid.

Ossorio y Bernard, que en 1868 reunió un buen listado de ellas, destaca Sílfides y náyades que alzaban durmiendo á Venus [...] (pronto perdida), La romería de San Isidro en Madrid y El general Turón pasando una revista en Burgos (ambos para la Exposición Universal de París, 1855), o la Llegada á Tordesillas de doña Juana la Loca (Exposición Nacional de Bellas Artes, 1866).

A pesar de su carácter pionero en lo arqueológico, de su extraordinaria versatilidad y de sus indudables méritos (reconocidos por sus superiores en sus informes), la envidia, las críticas insidiosas, las dificultades y hasta la miseria acompañaron a Ivo de la Cortina buena parte de su vida, por lo que pasó muchos años de ella sumido en grandes estrecheces. A partir de abril de 1876, ya con más de setenta años y se supone que jubilado, se pierde por completo su paradero.

 

Obras de ~: Teresa, ó, Las víctimas de la codicia: novela sentimental adornada con una lámina, Barcelona, Librerías de J. Rubió, de M. Saurí, 1835; Antigüedades de Itálica, Sevilla, 1840 (sólo los primeros fascículos); Serie de acuarelas en la Real Biblioteca, hacia 1842, sign. IX/M/31 bis; “Zamora”, en Semanario Pintoresco Español, Madrid, año IX (26 de mayo de 1844), págs. 161-163; “El cerco de Zamora”, en Semanario Pintoresco Español (Madrid), 1844, págs. 213-215, 221-222, 235-236 y 321-325; “Claustro de la catedral de Zamora”, en Semanario Pintoresco Español (Madrid), 1845, págs. 9-10; “Antigüedades de Itálica”, en Semanario Pintoresco Español, n.º 1 (1845), págs. 29-31; Plano topográfico de Mérida (Emerita Augusta) que contiene todos los monumentos fenicios romanos y árabes: Itinerario del arqueólogo / Delineado por D. Ivo de la Cortina, Lit. de J. Donon. Dedicado a la Academia de Arqueología del Príncipe Alfonso, Madrid, Ivo de la Cortina, 1867; Topografía monumental de la Península Íbera, bajo la protección de la Academia de Arqueología del Príncipe Alfonso, Madrid, Imprenta de J. Limia y G. Urosa, 1867-1868 y 1870; CLEMENS, Claudius. Tablas chronologicas, en que se contienen los sucessos eclesiasticos, y seculares de España, Africa, Indias Orientales, y Occidentales, desde su principio, hasta el año 1642 [...] Ilustradas, y añadidas desde el año 1642 hasta el presente de 1689 [...] por [...] Vicente Ioseph Miguel. Anotadas, corregidas y aumentadas hasta nuestros dias por Don Ivo de la Cortina y Roperto, etc. (contiene sólo la “Primera tabla”), Madrid, 1869.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de la Administración del Estado (AGAE) (Alcalá de Henares), exp. 6512 EC; Archivo Histórico Nacional (AHN), FF.CC. Personal leg. 125.

M. Ossorio y Bernard, Galería biográfica de Artistas españoles del siglo xix, Madrid, Imprenta de Ramón Moreno, 1975, págs. 170-171; A. Gali Lassaletta, Historia de Itálica, Sevilla, Enrique Bergali, 1892 (reed. Sevilla, 2001), espec. págs. 206-211; A. García y Bellido, Colonia Aelia Augusta Italica, Madrid, Instituto Español de Arqueología del CSIC, 1960, págs. 59-60; VV. AA., Gran Enciclopedia Catalana, t. V, Barcelona, Enciclopedia Catalana, 1973; Diccionari Enciclopèdic Català, Barcelona, Enciclopedia Catalana, 1975, vol. III; F. Fontbona, Del neoclassicisme a la Restauració 1808-1888 (Història de l’Art Català, vol. VI), Barcelona, 1983, pág. 118; I. F. Ráfols (dir.), Diccionario biográfico de artistas de Cataluña: desde la época romana hasta nuestros días, Barcelona, Ediciones Catalanas, 1989; F. Fernández Gómez, Las excavaciones de Itálica y don Demetrio de los Ríos a través de sus escritos, Córdoba, Obra Social CajaSur, 1998, págs. 87 y 90-93; J. M. Luzón Nogué, Sevilla la Vieja. Un paseo histórico por las ruinas de Itálica, Sevilla, Focus, 1999, págs. 74-81; A. M. Canto, “Ivo de la Cortina y su obra Antigüedades de Itálica (1840): Una revista arqueológica malograda”, en Cuadernos de Prehistoria y Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid, 27 (2001), págs. 153-162; F. X. Puig Rovira, Diccionari biogràfic de Vilanova i la Geltrú. Dones i homes que han fet història, Vilanova i la Geltrù, Ajuntament, 2003, pág. 97.

 

Alicia M. Canto

 

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