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Mundir I

Biografía

Munḏir I. Munir b. Yaḥyà b. Muṭarrif al-Tuŷībī al-Manṣūr. Valle del Ebro (Aragón), s. m. s. IV H./s. m. s. X C.– ¿Zaragoza?, 412 H./1021-1022 C. Primer rey de la dinastía tuŷībí en la taifa de Zaragoza (c. 403 H./1013 C. – 412 H./1021-1022 C.).

Munir inauguró la primera, y breve, dinastía de los Tuŷībíes en el reino de taifas de Zaragoza, seguramente hacia el año 1013, cuando uno de los pretendientes al Califato de Córdoba, Sulaymān al-Mustacīn, le “concedió” el dominio (acṭà) de Zaragoza, al ser proclamado ese año Califa de Córdoba, apoyado entre otros por este tuŷībí, Munir, el primer rey taifa de su prestigioso linaje. No hubo, pues, ruptura entre la rección anterior y la de la taifa, pues en ella siguieron dominando los Tuŷībíes. Cuatro reyes de este linaje se sucedieron, entre comienzos del siglo XI y 1038 o 1039, cuando Sulaymān b. Hūd logró ocupar la taifa de Zaragoza, entronizando su propia dinastía, la de los Hūdíes, hasta 1110.

Los árabes Tuŷībíes habían llegado al Valle del Ebro a principios del siglo VIII, entre los primeros conquistadores. Destacaron, sobre todo desde la segunda mitad del siglo IX, cuando los emires omeyas empezaron a confiarles el gobierno de enclaves en aquella Frontera Superior, donde acabaron predominando, con intermitente obediencia al Poder Central. En tiempos de Almanzor, varios tuŷībíes de ramas principales del linaje tuvieron problemas con el todopoderoso chambelán cordobés, mientras otros, de ramas menos significadas hasta entonces, y especialmente cAbd al- cAzīz b. Ḥakam al-Tuŷībí, apoyaron a Almanzor, por lo que éste, al conseguir imponerse, le otorgó el gobierno de Calatayud. Otro tuŷībí, cAbd al-Raḥmān, gobernador de Zaragoza, participó en el complot de un hijo de Almanzor contra su padre, en 989. El todopoderoso chambelán hizo ejecutar a este cAbd al-Raḥmān, y nombró señor de Zaragoza a un sobrino y homónimo del ejecutado. De este modo, nuevos personajes tuŷībíes destacaron al amparo del poder de Almanzor (muerto en 1002), y entre ellos este Munḏir, pronto señor de la taifa zaragozana.

Su padre, Yaḥyà, había sido un jinete sin rango en los ejércitos de Almanzor, y como su mérito mayor el poeta Ibn Darrāŷ recordará, en sus panegíricos, que murió en combate contra los cristianos. Munḏir perteneció asimismo a aquellas tropas regulares, integradas también por contingentes de la Frontera Superior, y entre ellos por Tuŷībíes, pero destacó ya por sus cualidades guerreras, que le valieron su ascenso a caíd en los últimos tiempos del chambelán cordobés, antes pues de 1002. Tres o cuatro años más tarde, sin duda a la sombra protectora del primer hijo y sucesor de Almanzor, logró Munḏir el gobierno de Tudela, a la muerte de su pariente Ḥakam ibn cAbd al-cAzīz, que hasta entonces lo desempeñaba. Y en esto, en 1009, estalló la guerra civil, cuando en Córdoba triunfó el golpe de Estado del omeya al-Mahdí, que puso en su contra a los partidarios de Almanzor. Sin embargo, Munḏir parece apoyarle, y en principio se integra en el partido de Wāḍiḥ, el general de la Marca Media que reclutó soldados catalanes y musulmanes en apoyo de ese califa al-Mahdí, a quien repusieron en Córdoba en mayo de 1010.

La actuación de Munḏir en los primeros tiempos de la Guerra Civil es característica de aquellos personajes, con algún poder local, que se dedicaron a encauzar según sus intereses los nombramientos califales. Munḏir aparece en la todavía capital de al-Andalus, en junio de ese año 1010, con sus contingentes y los eslavos de Jayrān, que preparaban ya, por decisión traidora del mismo general Wāḍiḥ, el asesinato del califa al-Mahdí y la vuelta al trono del incapaz Hišām II, como ocurrió el 23 de julio. Es posible que Munḏir recibiera entonces prebendas de Hišām II, pero seguramente el dominio de Zaragoza lo consiguió ya del califa Sulaymān al-Mustacīn, a cuyas filas se pasaría quizás Munḏir tras el asesinato del general Wāḍiḥ, en octubre de 1011. En un contexto tan revuelto, no parece muy consecuente el reproche —“bien vil fue”— que el cronista Ibn Ḥayyān (citado por el recopilador Ibn cIḏārí) le hace por traicionar al califa Hišām II: “al que debía riqueza y ascensos y que le había enviado a la Frontera Superior...”, sin especificar su nombramiento, ni si éste fue el que recibiera de Almanzor, a quien Munḏir debía todo, y a cuya familia siempre guardó lealtad, acogiendo en su corte de Zaragoza a varios personajes que otrora formaron el séquito brillante de Almanzor y sus hijos, como a sus secretarios y poetas Ibn Darrāŷ y Sā id; también tomó Munḏir bajo su protección a un nieto de Almanzor, llamado cAbd al- cAzīz, que en 1021 será proclamado soberano de la taifa de Valencia.

El hecho es que Munḏir, ya en el partido del “candidato de los beréberes”, Sulaymān al-Mustacīn, intervino activamente en su asedio de Córdoba y en la nueva destitución de Hišām II, tras lo cual Sulaymān volvió a alzarse con el Califato, en mayo de 1013: premió entonces a las tribus beréberes que le habían ayudado, otorgándoles algunos dominios, sobre los que enseguida alzarán sus taifas, y concediendo Zaragoza a Munḏir, como ya indicamos. Sulaymān confirmó también, entonces, en sus dominios de Albarracín a Huḏayl de los Banū Razin, que al final también le había reconocido. Según nos transmite el polígrafo granadino Ibn al-Jaṭīb, que tanto se apoya en el gran cronista Ibn Ḥayyān, contemporáneo de los hechos, esa concesión de Albarracín disgustó a Munḏir, que ambicionaba incluso las tierras donde los Banū Razīn venían gobernando desde siglos atrás. De hecho, combatirá Munḏir con este Huḏayl de Albarracín al comenzar la constitución de sus respectivas taifas, mientras Munḏir consolidaba el territorio, extenso, que había conformado la Frontera Superior, limítrofe con las taifas de Toledo, Albarracín, Valencia y Tortosa. Tuvo que invadir Huesca y desplazar de allí a su pariente Ibn Ṣumādiḥ, que marchó al Levante, y al cabo regirá la taifa de Almería.

No acaban aún las intervenciones de Munḏir en la guerra civil: en 1016 apoyó al califa cAlī ibn Ḥammūd, asesino y sucesor en el califato de Sulaymān al-Mustacīn, e incluso mata a un hijo de este último que acudió a refugiarse junto a él en Zaragoza. Luego retira su lealtad al califa ḥammūdí, alzando contra él al pretendiente omeya cAbd al-Raḥmān al-Murtaḍà, a quien proclama califa, en abril 1018, en connivencia con otros cabecillas andalusíes, como el eslavo Jayrān de Almería y refuerzos catalanes del conde Ramón Borrell III, o mejor, ya, de su hijo y sucesor (desde febrero de 1018) Berenguer Ramón I. Todos ellos atacan, en el verano de 1018, a la taifa beréber de Granada, y tras la derrota abandonan a su candidato al-Murtaḍà, que será asesinado al poco. Munḏir, tras el desastre ante Granada, se retira a Almería con los eslavos, y vuelve enseguida a Zaragoza, para centrarse desde entonces en su taifa. Sólo de un modo nominal, y a distancia, reconoce al califa al-Qāsim ibn Ḥammūd, que ya coincide con el resto del tiempo de Munḏir I: este último reconocimiento es cantado por un verso de Ibn Darrāŷ, instalado en la capital del Ebro: “al-Mundir al-Manṣūr ha pasado a ser nuestro valí, / y el soberano al-Qāsim al-Ma’mun nuestro mawlà”.

Mundir I se denominó “chambelán” (ḥāŷib), como tantos otros fundadores de taifas, siguiendo el modelo de Almanzor y sus hijos, que así legalizaban su poder de facto, mientras reconocían el poder de derecho de un califa. No acuñó moneda, y sólo en los versos elogiosos de su poeta cortesano Ibn Darrāŷ aparece titulado “el Victorioso” (al-Manṣūr), que parece excesiva pretensión, pues copiaría el de Almanzor; también aparece también llamado Ḏū l-ri’āsatayn (“el de doble jefatura”). Señala alguna fuente la prosperidad de su época. Quiso dar tono de gran corte a Zaragoza, y acogió a literatos cordobeses, asegurándose a la vez sus elogios. Dedicó atención a las construcciones públicas, como el gran vate Ibn Darrāŷ le alaba, indicando que ordenó construir unos baños, pero sobre todo, en sus días, se amplió la mezquita aljama de Zaragoza, y, recordándose que había sido fundada por el venerable Hanaš cuando la conquista musulmana de la ciudad, se quiso ahora respetar la hornacina de la alquibla que él colocara, aunque trasladándola para que siguiera sirviendo en la nueva ampliación, según describen al-cUḏrī e Ibn Abī l-Fayāḍ.

Mantuvo buenas relaciones con castellanos y catalanes, y su gran oponente fue Sancho el Mayor de Pamplona, que alentó las disensiones internas de la taifa y logró tomarle algún territorio, como Buil y toda la ribera del Cinca hasta Perarrúa. Sancho tomó Roda de Isábena y el resto de las plazas ocupadas por los musulmanes cuando la algara de al-Muẓaffar, en 1006. Desde el norte, Sancho tomaba ya posiciones sobre la llanada de Huesca, presentándose como el restaurador cristiano de estas zonas, aun desalojando a los condes locales. Una reacción contra sus presiones pudo ser el viaje de un hijo del conde Mirón de Pallars a Zaragoza, fechable entre 1018 y 1022. Si en 1017 ese condado se había puesto bajo la protección de Barcelona, poco después acudía al rey de la taifa de Zaragoza, en quien vería, según dice un verso de Ibn Darrāŷ: “más disposición para ayudarle que en otros reyes”.

Puede interpretarse que también la alianza matrimonial, entonces, entre las Casas reinantes en Castilla y Barcelona fue una reacción contra Navarra. Al menos, Munḏir I utilizó el suceso como un recurso amistoso con castellanos y catalanes, aunque su participación en el hecho, hiperbólicamente cantada por su poeta Ibn Darrāŷ, no fue decisiva: permitió cruzar por tierras de su taifa al conde Sancho García, “el de los Buenos Fueros”, que iba a Barcelona a concertar la boda de su hija con Berenguer Ramón I, primogénito del conde Ramón Berenguer III. Este viaje tuvo que ocurrir antes del 5 de febrero de 1017, en que murió el conde castellano, que entonces pasó junto a Tudela, según el precioso relato de un testigo al cronista Ibn Ḥayyān, conservado en la ajīra de Ibn Bassām: “Al comenzar el poder de Munḏir [en la taifa de Zaragoza], el conde Sancho García de Castilla pasó ante las puertas de Tudela.... Iba el conde hacia los confines de la Marca Superior, a encontrarse allá con el conde Ramón de Barcelona, para concretar una alianza matrimonial entre ellos, siendo la dama de la casa de Sancho. Sabía Munḏir, nuestro señor, que éste iba a poner pie en nuestra tierra, con garantías de que su ejército no nos haría ningún mal. Pero las gentes de Tudela, entonces altivas y poderosas, desaprobaron aquello y decidieron contrariarle para evitar el baldón [de recibir al conde], que, enterado de todo esto, cuando estuvo cerca de la ciudad, envió mensajeros para convocar a una comisión de sus notables, con los que hablar en el camino”.... [El narrador, que participó en aquella comisión, sigue contando cómo halló en el campamento cristiano a unos seis mil soldados, y continúa:] “Llegamos a la tienda campal y [el conde castellano] estaba en su estrado, vestido a la usanza de los musulmanes; llevaba la cabeza descubierta y tenía escasos cabellos; aunque era de edad madura, su canicie no era total. Era de color moreno y tenía hermosa apariencia. Nos habló con gratas y bellas palabras, exponiendo el motivo de su viaje y el acuerdo concertado con nuestro señor. Le informamos del disgusto de nuestros conciudadanos por su paso y cómo tenían decidido intervenir [con las armas]. Nos disuadió, refiriéndose a los males de las guerras....” [pese a ello, explica el narrador, que la mayoría de las gentes de Tudela quisieron atacarle, y el conde Sancho les repelió; los tudelanos se refugiaron tras sus murallas, y el conde siguió camino. Y el narrador acaba con este curioso elogio del conde castellano:] “No he visto entre los cristianos guerreros como los suyos, ni entre los príncipes quienes le igualen en gravedad de porte, valor, inteligencia, saber y elocuencia, excepto su pariente político y homónimo Sancho Garcés [III, el Mayor, de Pamplona]”.

Tras este viaje, anterior a 1017, tuvo que haber otro, atestiguado por dos poemas de Ibn Darrāŷ sobre el paso por Zaragoza, donde les agasajó Munḏir I, del cortejo castellano que conducía a la prometida. Es posible que hasta la misma delegación catalana bajara a la capital del Ebro, si entendemos al pie de la letra la frase del cronista Ibn Ḥayyān: “De tal modo Munḏir se había conciliado a los señores cristianos que, ante él y en su corte, se arregló el matrimonio de uno de ellos”, y esta segunda parte tuvo que ocurrir después de abril de 1018, cuando ya Ibn Darrāŷ, que testimonia el hecho con sus versos, se había incorporado al palacio zaragozano, Y ya para entonces habían muerto los condes antes citados de Castilla y Barcelona, con los que Munḏir I había tratado, y Sancho Garcés III asumía la tutoría del “infant” García de Castilla. Poco aprovechó a Munḏir, pues, su colaboración en el suceso, porque las hostilidades entre Zaragoza y Pamplona fueron continuas, y su mejor reflejo, pese al filtro poético, fueron los versos de Ibn Darrāŷ. En estas guerras destacaron dos hijos de Munḏir: su heredero Yaḥyà, al que da el título de “chambelán” (ḥāŷib) y otro, al-Ḥakam, que desempeñó el doble visirato. El juicio de las fuentes es favorable a Munḏir I: incluso el exigente cronista Ibn Ḥayyān señala cómo “la gente reconoció lo acertado de su postura política, sin que tras él viniera nadie que pudiera llenar su hueco”. Murió Munḏir en 1021-1022, y le sucedió su hijo Yaḥyà.

 

Bibl.: Ibn Darrāŷ, Dīwān, al-Andalus, s. XI (ed. de M. cA. Makkī, Damasco, 1961; reimpr. Kuwait, Mu’assasat al-Babtīn, 2004); al-cUḏrī, Tarṣīc al-ajbār, Almería, s. XI (trad. F. de la Granja, “La Marca Superior en la obra de al-cUḏrī”, Estudios de Edad Media de la Corona de Aragón, VIII (1967), págs. 447-546; Ibn Bas­sām, al-ajīra, al-Andalus, s. XII (ed. I. cAbbās, Beirut, 1979, 8 vols.); Ibn cIḏārī, al‑Bayān al‑mugrib, Magreb s. XIV (vol. III, ed. E. Lévi-Provençal, París, 1930; trad. F. Maíllo, La caída del califato de Córdoba y los reyes de taifas, Salamanca, Universidad, 1993); Ibn al‑Jaṭīb, Acmāl al-Aclām, al-Andalus s. XIV (ed. de S. K. Ḥasan, Beirut, Dār al-kutub al-cilmiyya, 2002); R. Dozy, “Essai sur l’histoire des Todjibides, les Beni-Hachim de Saragosse et les Beni-Çomadih d’Almerie”, en Recherches sur l’histoire et la littérature de l’Espagne pendant le moyen age, vol. I, París-Leiden, 1881 (3.ª ed.), págs. 211-281; F. Codera, “Los Tochibíes en España: noticias de esta familia tomadas de Aben Hazam”, en Boletín de la Real Academia de la Historia (BRAH), XII (1888), págs. 490-502; “Nuevas noticias acerca de los Tochibíes”, en BRAH, XV (1889), págs. 434-441 (reprod. en F. Codera, Estudios críticos de historia árabe española (Primera serie), Zaragoza, Andrés Uriarte, 1903, págs. 364-372; A. Prieto y Vives, Los Reyes de Taifas. Estudio histórico-numismático, Madrid, 1926 (reed. con láminas y suplemento por T. Ibrahim y A. Canto, Madrid, Universidad Autónoma de Madrid, 2003); A. Turk, El reino de Zaragoza en el siglo XI de Cristo (V de la Hégira), Madrid, Instituto Egipcio de Estudios Islámicos, 1978; M. J. Viguera, Aragón musulmán, 1981 (2.ª ed., Zaragoza, Mira, 1988); “La corte tuŷībí de Zaragoza en el Dīwān de Ibn Darrāŷ”, en Actas del IV coloquio hispano-tunecino, Madrid, Instituto Hispano-Árabe de Cultura, 1983, págs. 43-58; D. J. Wasserstein, The Rise and Fall of the Party-Kings and Society in Islamic Spain, 1002-1086, Princeton, 1985; C. Esco, J. Giralt y Ph. Sénac, Arqueología islámica en la Marca Superior de al-Andalus, Huesca, Diputación, 1988; J. A. Souto Lasala, “Textos árabes relativos a la mezquita aljama de Zaragoza”, en Madrider Mitteilungen, 30 (1989), págs. 391-426; P. Guichard, “Quelques reflexions sur le monnayage des prémiers taifas andalouses (1009/400-1059/451)”, en II Jarique de Numismàtica Hispano-Àrab, Lleida, Institut d’Estudis Ilerdencs, 1990, págs. 155-162; A. Ben Abdeselem, La Vie littéraire dans l’Espagne musulmane sous les Mulūk al-ṭawā’if (V/XI siècle), Damasco, IFAO, 1991; M. J. Viguera Molins, “Los cĀmiríes y la Marca Superior: peculiaridades de una actuación singular”, en La Marche Supérieure d’al-Andalus et l’Occident Chrétien, Madrid, Casa de Velázquez, 1991, págs. 31-140: A. Almagro Gorbea, “El alminar de la mezquita aljama de Zaragoza”, en Madrider Mitteilungen, 34 (1993), págs. 325-347; J. A. Souto Lasala, “El capitel andalusí en tiempos de la fitna: los capiteles de la mezquita-aljama de Zaragoza (1018-1021/2”, en Capiteles prerrománicos e islámicos (siglos VI-XII) en la Península Ibérica. Actas, Madrid, Casa de Velázquez, 1990, págs. 119-143; M. J. Viguera Molins (coord.), Los reinos de taifas. Al-Andalus en el siglo XI, en J. M.ª Jover Zamora (dir.), Historia de España de Menéndez Pidal, vol. VIII-1, Madrid, Espasa Calpe, 1994; F. Clément, Pouvoir et légitimité en Espagne musulmane à l’époque des taifas (Ve/XIe siècle). L’imam fictif, París, L’Harmattan, 1997; M. Soler i Balaguero, Les emissions monetàries de la Marca Superior d’al-Andalus, tesis doctoral, Lleida, Universitat de Lleida, 1998; B. Soravia, Les fonctionnaires épistoliers en Espagne musulmane à l'époque des roitelets (Ve s. / XIe s.), tesis doctoral, Paris, Université de la Sorbonne Nouvelle-Paris III, 1998; T. Garulo, La literatura árabe de al-Andalus durante el siglo XI, Madrid, Hiperión, 1998; Ph. Sénac, La Frontière et les hommes (VIIIe-XIIe siècle. Le peuplement musulman au Nord de l’Ebre et les débuts de la reconquête aragonaise, París, Maisonneuve et Larose, 2000; A. Ben Abdesselem, La vie littéraire dans l’Espagne musulmane sous les mulūk al-ṭawā’if,  Damasco, IFPO, 2001, págs. 163-174; C. Robinson, In praise of song. The Making of Courtly Culture in al-Andalus and Provence, 1005-1134 A.D., Leiden-Boston-Colonia, E. J. Brill, 2002; E. López Martínez de Marigorta, “Acuñaciones monetarias de al-Andalus en la primera mitad del siglo V/XI: fin de un modelo, consolidación de las emisiones regionales”, Al-Qanṭara, 36 (2015), 69-106.

 

María Jesús Viguera Molins

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