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Lucrecia de León

Biografía

León, Lucrecia de. Madrid, 1567 – ?, f. s. xvi. Soñadora y profetisa hostil a Felipe II.

Lucrecia comenzó a soñar desde muy tierna edad. En 1587, el canónigo Alonso de Mendoza —cerebro gris del grupo de visionarios— decidió transcribir sus sueños y convertirla en la nueva portavoz del movimiento profético madrileño, tras el arresto de Miguel de Piedrola, un profeta callejero muy popular.

La joven alcanzó entonces un estatus que ninguna mujer de su modesta extracción podía esperar. Entre 1587 y 1591 tuvo más de cuatrocientos sueños relacionados con los temores producidos por la crítica coyuntura de la década final del gobierno del Rey Prudente. El tema central de sus profecías oníricas era la destrucción de España por una invasión conjunta de turcos y protestantes, que se acompañaría con un levantamiento de los moriscos. Luego, vendría el renacimiento y salvación: desde Toledo —la capital espiritual de España— se iniciaría la campaña contra los invasores gracias a la intervención de un ejército de justos, oculto en cuevas a lo largo del río Tajo. Una vez constituida, la nueva monarquía dirigida por Piedrola y Lucrecia, pondría en marcha la anhelada cruzada para liberar Jerusalén, trasladaría la Santa Sede desde Roma a Toledo e inauguraría el milenio dorado de felicidad (“las Indias deseadas”).

La lista de los responsables de la inminente pérdida de España empezaba por Felipe II y sus ministros. El Monarca era objeto de total desprecio y considerado el principal responsable de la ruina del reino. Aparece como un nuevo don Rodrigo, el corrupto y licencioso rey visigodo cuyos pecados causaron la primera invasión de España a manos de los musulmanes en el año 711. Había tiranizado al reino, oprimiendo y cargando de impuestos a los más débiles, nombrando obispos incompetentes y erigiendo el monasterio de El Escorial con la sangre de los pobres. Además, Lucrecia culpaba a Felipe de haber ordenado la muerte de su hijo, el infortunado príncipe Carlos, y la de sus cuatro esposas: María Manuela, María Tudor, Isabel de Valois y Ana de Austria.

El primer tropiezo de Lucrecia con la justicia eclesiástica se produjo en febrero de 1588, debido a la publicidad de sus vaticinios sobre la derrota de la Armada Invencible. El vicario de Madrid ordenó su detención, porque sus premoniciones agitaban y escandalizaban al pueblo. Las gestiones de Alonso de Mendoza, que apeló al nuncio papal en Madrid y al inquisidor general Quiroga pidiendo que se realizara un análisis más riguroso para determinar si los sueños eran diabólicos o divinos, consiguieron paralizar el proceso. Quiroga ordenó la liberación de Lucrecia a condición de que fuese recluida en un convento y sus sueños se transcribiesen sólo con fines de estudio teológico. Sin embargo, el plan fracasó porque el padre de Lucrecia se opuso a que su hija fuera enviada a un convento. Al salir de la cárcel, Lucrecia alcanzó su máxima reputación como vidente. Frecuentó los salones de la aristocracia y entre sus valedores se contaban los duques de Medinaceli, Medina Sidonia y Nájera, la duquesa de Feria, Fernando de Toledo, miembro del Consejo de Estado y Guerra, y Juan de Herrera, el arquitecto real.

Para entonces, Lucrecia estaba ya en el punto de mira de la Inquisición. El desencadenante inmediato de su detención fue la huida de Antonio Pérez, que escapó de prisión con la ayuda de un partidario de Lucrecia, fray Lucas de Allende. Algunos consejeros del Rey, con su confesor fray Diego de Chaves a la cabeza, creían que las predicciones de la joven podían desencadenar una oleada de revueltas y que conspiraba activamente contra el Monarca y apoyaba a Pérez. Lucrecia fue tratada benignamente durante la primera fase del proceso, pero la llegada de nuevos inquisidores, en 1591, supuso un giro radical.

Fue torturada en dos ocasiones, y el 15 de julio de 1595, el Tribunal emitió su veredicto con la lista de delitos: blasfemia, sacrilegio, hechicería, herejía, sedición, pacto con el demonio, falsa madre de profetas que se soñaba reina, pronosticaba la destrucción de España, la muerte de Felipe II y la extinción de los Habsburgo. Cinco días después se celebró el auto de fe, en el que fue condenada a abjurar de sus errores, a cien azotes, dos años de reclusión y al destierro de Madrid por toda su vida. La sentencia, más allá de la privación de libertad y del castigo físico, la condenaba al desarraigo y a la muerte social. La Contrarreforma no toleraba ya que las mujeres actuaran como mediadoras entre el mundo y la divinidad; pero el caso de Lucrecia puso de manifiesto, sobre todo, que la Monarquía y la Inquisición eran implacables con los visionarios que intervenían en política, atreviéndose a criticar al Rey o a su gobierno.

 

Bibl.: V. Beltrán de Heredia, “Un grupo de visionarios y pseudoprofetas que actúa durante los últimos años de Felipe II”, en Revista Española de Teología, 7 (1947), págs. 373- 397 y 483-534; A. Milhou, “La chauve-souris, le nouveau David et le roi cache (trois images de l’empereur des derniers temps dans le monde ibérique: xiiie-xviie siècles”, en Mélanges de la Casa de Velázquez, 18 (1982), págs. 61-78; M. Zambrano, S. Edison y J. Blázquez, Sueños y procesos de Lucrecia de León, Madrid, Taurus, 1987; R. L. Kagan, Sueños y procesos de Lucrecia de León. Política y profecía en la España del siglo xvi, Madrid, Nerea, 1991; A. Fernández Luzón, “Profecía y transgresión social. El caso de Lucrecia de León”, en Historia Social, 38 (2000), págs. 3-15; “Visionarios y místicos”, en R. García Cárcel (dir.), Los olvidados de la historia, 2. Herejes, Barcelona, Círculo de Lectores, 2004, págs. 337-434.

 

Antonio Fernández Luzón

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