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Rafael Lozano Pérez

Biografía

Lozano Pérez, Rafael. Madrid, s. m. s. XVIII – ?, p. t. s. XIX. Practicante en la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna.

Seleccionado por Balmis ya que “se ha dedicado a esta nueba inoculación y es cirujano aprobado”, como practicante, junto a Francisco Pastor Balmis. Dejó como beneficiario de sus sueldos a Francisco Pérez en Madrid.

Integraban la expedición, además de los dos practicantes y del director Balmis, el cirujano catalán José Salvany Lleopart, como subdirector; dos ayudantes cirujanos, Manuel Julián Grajales, quien en 1805 obtuvo el grado de doctor en Medicina por la Universidad de Santiago de Chile, y Antonio Gutiérrez Robredo, propuesto por el director de la expedición por tratarse de su discípulo predilecto; tres enfermeros, Basilio Bolaño, Pedro Ortega y Antonio Pastor; y 22 niños procedentes de la casa de expósitos de La Coruña, acompañados de su rectora, Isabel Sendales Gómez. Ángel Crespo, que debió partir con el resto desde la Coruña pero que se retrasó por problemas personales, fue sustituido por Antonio Pastor. Se unió más tarde en Centroamérica como secretario y como enfermero en Filipinas.

La expedición partió de La Coruña el 30 de noviembre de 1803. A su llegada a Tenerife, comenzó su misión vacunadora. El 6 de enero de 1804 viajó rumbo a Puerto Rico y de allí a la capital de Venezuela el 20 de marzo.

La expedición se dividió en dos partes: una expedición dirigida por Balmis y otra dirigida por Salvany. Los individuos que acompañaban a Balmis eran “el Ayudante, Antonio Gutiérrez Robredo; el Practicante, D. Francisco Pastor; y los Enfermeros D. Antonio Pastor, D. Pedro Ortega y Dña. Isabel Sendalla y Gómez; más 27 niños”. De esto se deduce que el resto de los expedicionarios siguen bajo la dirección de Salvany rumbo a Sudamérica (aquellos que no habían sido elegidos por Balmis para la expedición sino por la Junta): “Dispuse nuestra separación confirmando a Salvany en su cargo de Vice-Director y llevando en su compañía a mi Ayudante D. Manuel Grajales; al practicante D. Rafael Lozano y al enfermero Basilio Bolaños, para que en buena unión y compañía recorriesen la América Meridional”.

Las primeras noticias que tenemos de la Expedición que se dirige al sur son catastróficas: “La entrada en la desembocadura del río Magdalena fue arriesgada y le supuso el naufragio”. El bergantín San Luis encalló en las bocas del río Magdalena, cerca de la ciudad de Barranquilla, el día 13 de mayo de 1804, “a las doce y cuatro minutos de la noche”. La Expedición no sufrió pérdidas humanas, aunque sí tuvo “la pérdida de muchos de los implementos para la vacunación”. Aprovechando la llegada traumática de la Expedición a esta ciudad, el gobernador de Cartagena dispuso que “después de propagar la Vacuna en los pueblos de Soledad y Barranquilla continuasen rumbo a Cartagena con la mayor dilación”. A partir de este momento continuaron su viaje por tierra rumbo a Cartagena.

La ciudad de Cartagena estaba alerta ante una posible epidemia de viruelas. El gobernador Cejudo, poco después de la salida de la Expedición de La Coruña, el 5 de noviembre de 1803 comunicaba que, “ante el temor de que se extienda la epidemia de viruelas naturales que sufre la Capital de la Nueva Granada sobre esos territorios y no sabiendo cuando va a llegar la Expedición filantrópica”, y manifestando “ser urgentísimo el remedio de la vacuna”, solicitaba que le fuera enviado por el correo de La Coruña “un número competente de niños a cargo de un facultativo, debiendo costear el Consulado los gastos de esta Expedición”. Finalmente, después de muchos contratiempos, “el 24 de agosto de 1804 llegó a la ciudad de Cartagena […] procedente del puerto de la Guayra una división de la expedición de la Vacuna al mando del Vice-director de la Expedición de la Vacuna, D. José Salvany”. El día 18 de agosto de 1804, el gobernador Cejudo informaba de que “mantuvo a la Expedición a sus expensas mientras permaneció en Cartagena”.

Desde Cartagena la vacuna se irrigó a Panamá, por Riohacha y Portobello “a cargo de un religioso con cuatro niños para propagar el pus vacuno”. Desde Cartagena también se mandó a Buenos Aires una instrucción formada por Salvany para propagar y perpetuar la vacuna. Salvany hizo inocular algunas vacas “para conservar el pus y que éste adquiriera nuevo vigor”.

“En el Virreynato de Santa Fe se establecieron como era costumbre Juntas Centrales y subalternas de vacuna en los pueblos en que consideró necesarias”. Salvany estableció una Junta de Vacuna con unas instrucciones muy sencillas y fáciles de seguir. Tenía que estar compuesta por los individuos del ayuntamiento y presidida por el gobernador de Cartagena. Las sesiones de ésta se debían celebrar semanalmente y además dispuso que “cada comisario de barrio presentase un niño de nueve en nueve días a fin de perpetuar el fluido, a cuyo obgeto se había destinado una sala”. Se verificó la salida de la ciudad el 24 de julio de 1804 llevando 10 niños para la conservación del fluido vacuno rumbo a Santa Fe.

Antes de llegar a Santa Fe, la Expedición pasó por las villas de Tenerife, Mompox y Honda, y el valle de Cucutá. En la ciudad de Mompox descansaron algunos días antes de reanudar las vacunaciones, que realizaban “general y periódicamente”. En esta ciudad Salvany decidió dividir en dos la Expedición para ampliar el radio de acción de la vacuna.

“Desde Cartagena se dirigió la sección por el río de la Magdalena a Mompox, donde se Subdividió en dos. Una a su cargo por el rio y otra a cargo de Salvany por tierra, rumbo a Santa Fe”.

“El Ayudante Grajales y el Enfermero Lozano fueron enviados por la vereda de Ocaña al salir al valle de Cucutá, a las ciudades de Pamplona y Girón, a las villas del Socorro y San Gil, a fin de que dando la vuelta por Tunja y Velez, salieran desde esta ciudad con dirección a Santa Fe, donde se reunirían con Salvany después de cuatro meses, como lo verificaron puntualmente”.

El apoyo del virrey Amar y Borbón a Salvany fue muy amplio: “hizo conocer por bando la llegada de la expedición y al poco tiempo fue publicado en la Imprenta Real el ‘Reglamento para la conservación de la Vacuna en el Virreinato de Santa Fe’”. En este Reglamento se indicaba cómo mantener fresco y cómo conservar con todo su vigor perpetuamente el inestimable preservativo contra las viruelas.

Salvany dejó establecidas Juntas Centrales para perpetuar el fluido vacuno en Cartagena, Mompox, Mariquita, Honda y Guaduas “con las instrucciones oportunas para su mexor gobierno”.

La Expedición debía salir para el virreinato del Perú a principios del mes de marzo, subdivididos, “para recorrer mas pronta y fácilmente los pueblos del Virreynato que aun no habían logrado la vacuna”, con dirección a la capital de la Real Audiencia de Quito. La Expedición abandonó la capital neogranadina después de haber realizado 56.327 vacunaciones. La magnitud de la cifra hace pensar en la labor profiláctica realizada por todos los expedicionarios de la vacuna en estos territorios.

Después de dejar introducida y propagada la vacuna en Santa Fe salieron de esta ciudad con dirección al virreinato del Perú el día 8 de marzo de 1805. La Expedición a su salida se dividió en dos. Una de ellas, al mando de Salvany, a quien acompañó el practicante Lozano, se dirigió también con rumbo a Popayán pasando por las ciudades de Ybagué, Cartago, Truxillo, Llano Grande, provincia de Choco y Real de Minas de Quilichas.

Ambas expediciones se reunieron en “la ciudad de Popayán el día 27 de mayo de 1805”, aunque Grajales afirma que “la reunión fue en abril de 1805”. Nada más llegar a Popayán, la Expedición descansó con el objeto de “reponerse de las fatigas de su viaje”.

La realidad es que Salvany y el equipo no pudieron recuperarse del todo en Popayán, porque recibió del presidente de la Audiencia de Quito un oficio en el que se le informaba de que “había en ese territorio una epidemia de viruelas naturales”. Como consecuencia, Salvany y el enfermero Lozano abandonaron precipitadamente Popayán para llegar lo antes posible a Quito.

Antes de salir de la ciudad de Popayán se volvió a dividir la Expedición en dos secciones.

Aunque en un principio pensaron en reunirse en Quito, la realidad es que la siguiente vez que se reunieron fue en la ciudad de Lima en diciembre de 1806.

La Expedición de la Vacuna llegó a la Real Audiencia “por la provincia de los Pastos, donde cortaron el contagio”. Fueron instruyendo facultativos por las poblaciones por donde pasaron en los pueblos de Túqueres, Patia y Herradura, y en las villas de Tulcán, Ybarra, Otabalo y Cayambe.

Después de salir de Santa Fe de Bogotá, coger el altiplano por lugares agrestes, sin caminos, por tierras tropicales infestadas de malaria, a lomos de mula, la gente de la Expedición vacunal llegó a Quito agotada.

Salvany llegaba a la ciudad de Quito el 16 de julio de 1805. Con gran entusiasmo “fueron recibidos a distancia de una legua por el Cabildo, los tribunales y la nobleza, quienes con el obgeto de excitar el entusiasmo del pueblo tomaban en brazos a los niños que conducían la vacuna”.

El lunes 13 de septiembre de 1805, tras la celebración de un Te Deum de acción de Gracias, salió la Expedición de la Vacuna con dirección a Cuenca.

A mediados del mes de septiembre de 1805, pasó la expedición por las villas de Latacunga, Ambato y Riobamba, donde realizaron vacunaciones y dejaron “instruidos á los curiosos para que los continuasen”. El 3 de octubre de 1805, la junta de vacuna comunicaba al cabildo de Quito que “habiendose perdido el fluido vacuno” y, ante la necesidad que tenía la población de este beneficio, “se restituyese trayendolo del Asiento de Latacunga, sacando su costa de la Renta de Propios “.

La Expedición de la Vacuna llegó a Cuenca el día 12 de octubre de 1805. Al día siguiente se celebró un Te Deum con misa solemne en la catedral, y, al terminar el acto religioso, se vacunaron 700 personas y se enseñó a varios individuos a practicar la vacunación, como era costumbre según las instrucciones del virrey de Santa Fe. Desde la ciudad de Cuenca, Salvany se tuvo que desplazar a las villas de Azogues y Gualaceo “para poner freno a un contagio de viruelas naturales que afectaba a estas villas tan populosas”.

Después de estar la Real Expedición vacunal en la ciudad de Cuenca casi dos meses y enterado Salvany de que las poblaciones de camino a Lima sufrían un contagio de viruelas, se preparó la marcha tras haber cumplido su cometido, y la Expedición salió lo más rápidamente que pudo de la ciudad de Cuenca. Para un viaje tan largo necesitaba un gran número de niños. Los consiguió con “el apoyo de las autoridades políticas y eclesiásticas de la ciudad”.

Finalmente salió la Expedición de Cuenca el 16 de noviembre de 1805 con dirección a la ciudad de Loja, última ciudad de esta Real Audiencia antes de pasar al virreinato del Perú. Por el camino pasó por los pueblos de Cumbe, Nabón y Oña, “donde logró cortar el contagio con más de novecientos vacunados”. La actividad de la Expedición en la ciudad de Loja fue grandísima “llegando a más de mil quinientos los vacunados La Expedición salió de Loja el 10 de diciembre de 1805 con dirección al ansiado Virreinato del Perú. Pasó por los pueblos de Gonzanama, Cariamanga y sitio de Chapamarca “donde vacunó a 663 personas”.

Al abandonar el territorio de la presidencia de Quito, desde la ciudad de Lambayeque, Salvany informaba al barón de Carondelet sobre la labor llevada a cabo por la Real Expedición Filantrópica en los territorios de su mando.

La Expedición de la Vacuna entró en el virreinato del Perú el día 9 de diciembre de 1805, y Salvany comunicó con fecha 1 de enero de 1806 que, “noticioso de los estragos que hacían en Lima las viruelas naturales, apresuró su marcha quanto lo fue posible en medio de las dificultades que ofrecía el paso de la Cordillera de los Andes en la estación más rigurosa de aguas y nieves”.

El viaje hacia la capital del virreinato fue rapidísimo. El día 23 de diciembre de 1805 entraba la Real Expedición Filantrópica en Piura y, en enero, en Trujillo. Con su pronta llegada al territorio de Trujillo, Salvany logró atajar el contagio de viruelas, y en la ciudad de Trujillo dejó instruidos a algunos facultativos como era costumbre de la Expedición.

Desde Trujillo pasó la Expedición sucesivamente a la población de Lambayeque y pueblos indios por los que transitó y vacunó a todos los que se presentaron. Algunos pobladores “se resistieron de un modo tenaz a la vacuna, llamándole a Salvany el Anti-Cristo”. Este rechazo hizo que un grupo de indios persiguiese al jefe de la Expedición vacunal. Esta opinión pública negativa hacia la vacuna creada por las poblaciones indias del territorio de Lambayeque hizo que su llegada no fuera muy jaleada en esa ciudad.

Ante el rechazo de la población, Salvany abandonó precipitadamente la ciudad de Lambayeque y dejó el territorio, comisionando a un religioso bethlemita, fray Tomás de las Angustias, que era el presidente del hospital Bethlemitico de esta ciudad. Este religioso realizó una gran labor vacunadora y recorrió vacunando los pueblos de Vicus, Olmos, Mopute, Salas, Jayanca, Pacora y otros con éxito.

Con el orgullo de la labor cumplida, Salvany salió de la población de Lambayeque con dirección a Cajamarca pasando por las poblaciones de Reque y Chepen. En Chota realizó una vacunación general para evitar el ataque de la epidemia y dejó a varios curiosos instruidos en la operación de vacunar.

Con una buena predisposición de ánimo favorable a la vacuna, llegó la Expedición a la ciudad de Cajamarca el día 9 de marzo de 1806. La vacuna se conservó en la ciudad de Cajamarca “mediante el plan que dejó Salvany, y que se halla al cuidado del Prefecto del Hospital de Bethlemitas Fray Rafael de Belem, quien lo ejecuta con mucho conocimiento y caridad”.

Desde Cajamarca volvió nuevamente la Expedición a la ciudad de Trujillo, donde se reunió con el practicante Lozano, que volvía de la provincia del Choco, y el religioso bethlemita Justiniano, que había sido comisionado para los pueblos de indios. Desde la ciudad de Trujillo salió de nuevo el practicante Lozano a intentar cortar el contagio con la propagación de la viruela en las provincias de Chachapoyas, y después de allí saldría para Cajamarquilla y Guarochiri.

Cuando llegó la Real Expedición de la Vacuna al mando de Salvany a la capital del virreinato del Perú, a finales de mayo de 1806, la vacuna estaba perfectamente establecida en Lima. Pero las vacunaciones no estaban realizadas por facultativos y algunas veces el fluido había perdido sus propiedades. Todo esto hizo que los naturales despreciasen el específico contra las viruelas.

Ante esta actitud generalizada de la población limeña, Salvany se sintió incapaz de transformarla. Como consecuencia, abandonó los proyectos de vacunaciones más o menos generalizadas; esa actividad se la cedió a los médicos naturales de la ciudad. El director de la Expedición se dedicó completamente a la constitución de la Junta Central de Vacuna elaborando un reglamento para poder establecerse en el virreinato del Perú.

Con el cambio de virrey y la llegada a Lima de Abascal, se dio una transformación de la actitud hacia la Real Expedición. El número de los vacunados subió en breve a millares y los restos de la epidemia fueron desapareciendo.

En la ciudad de Lima Salvany propuso a la Secretaría de Estado la creación de una plaza de inspector de vacuna (después del fracaso de la Junta Central de Vacuna ante la ausencia de Salvany por su partida temporal al sur) “con 12.000 o 14.000 pesos, y autorizándolo con los honores del Consejo, con la obligación de celar el plan y su cumplimiento”. Este inspector debía visitar cada tres años uno de los tres virreinatos del Perú. Buenos Aires y Santa Fe y las Juntas Centrales debían informarle cada bimestre de todas sus operaciones.

En un informe fechado en Lima el 1 de enero de 1806, Salvany comunicó al virrey Abascal su intención de pasar cuanto antes a la Real Audiencia de Charcas. Desde Lima a la ciudad de La Plata, los expedicionarios pensaban pasar por las provincias de Arequipa, La Paz, Oruro, Cochabamba y Potosí.

Desde Lima “Salvani emprendió viaje al Sur, a Ica y Arequipa, para continuar la vacunación”. Con fecha 15 de diciembre de 1806, el vicedirector solicitaba que se le entregasen “quatro muchachos aptos para montar, y que no hayan pasado las viruelas para que me conduzcan la vacuna hasta Ica”. Después se dirigió a Mala Cañete, Pisco, Ica, “considerando prudente llevar la vacuna hasta el Cuzco”.

En marzo de 1807 Salvany comisionaba al ayudante Grajales y al enfermero Lozano para que se dirigieran a la ciudad de Cuzco, La Paz y Arequipa. Una vez realizada esta misión, regresaron a la capital peruana en el mes de septiembre del mismo año.

Salvany envió a su ayudante Rafael Lozano Pérez a Huancavelica, Huamanga y Cuzco antes de partir con rumbo al Alto Perú.

A los 34 años de edad, Salvany falleció en Cochabamba el 21 de julio de 1810, según la partida de defunción expedida por el sacerdote de la iglesia de San Francisco. Antes de fallecer solicitó al rey que en señal de agradecimiento lo distinguiera con los honores de cirujano de cámara. Un ejemplo de practicante que pasó a ayudante de cirugía hasta conseguir la categoría de cirujano.

Se pierde su rastro en Bolivia. No se menciona más su nombre en las crónicas de la expedición. Quizás la falta de datos se deba a que se instaló en el continente y no decidió o no pudo regresar a España, a diferencia de Manuel Julián Grajales. Lo último que se conoce de Basilio Bolaños era que se encontraba en Buenos Aires a la espera de retornar a España en 1809.

Respecto a las consecuencias de esta Expedición, destacar en primer lugar la vacunación de más de un millón de personas en todo el mundo, tanto en territorios pertenecientes al Imperio Español como en otros: islas Canarias, Puerto Rico, Antillas, Colombia, Venezuela, México, Centroamérica, Perú, Bolivia, Chile, Argentina, islas Filipinas, islas Marianas, Macao, isla de Santa Elena; en segundo lugar y en relación con la primera, el esfuerzo sobrehumano de todos los expedicionarios (de todo el personal: encargados, niños y voluntarios) por llevar la vacuna a todos los territorios, costándoles la vida a algunos e incluso el no poder regresar a su tierra natal, y teniendo en cuenta que se trata de una labor filantrópica; en tercer lugar, “crearon una estructura médica americana vinculada a la salud pública, al establecer en los distintos lugares en los que se vacunó Juntas de Vacunación o Casas de la Vacuna con reglamentos, censos y responsables formados para mantener el sistema de vacunación tras la marcha de los expedicionarios, mecanismo que permitió articular sanitariamente los territorios y constituir la primitiva red de salud pública de los futuros países independientes”; en cuarto lugar, “revalorizó la figura socio-política del médico y de la medicina y cambió el paradigma de enfermedad y de muerte por el de vida y esperanza”; en quinto lugar y último lugar, en palabras de Antonio Campos Muñoz, se pueden destacar seis hitos verdaderamente innovadores y precursores de la Expedición que podemos encontrar todavía para nuestra realidad presente y como mensaje de proyección futura: “fue precursora del desarrollo de un Programa de Salud Pública organizado y dirigido por primera vez desde un gobierno; precursora de la Institucionalización de la Actividad Vacunadora como algo organizado y reglado; precursora de los programas de educación sanitaria existentes en nuestros días (los libros sobre el Tratado de la Vacuna de Moreau de la Sarthe, traducidos por Balmis, que la Expedición distribuía por aquellos lugares donde pasaba constituyeron la base de dicho programa educativo); precursora de una transferencia de conocimiento y de tecnología destinada a alcanzar la independencia y la autosuficiencia de aquellos que la reciben (este es un principio básico de la actual cooperación entre países desarrollados y países en vías de desarrollo); precursora en el desarrollo de proyectos científico-sanitarios (es el modelo que siguen las agencias que financian la investigación); y, finalmente, precursora en la participación de la mujer con la singular figura de Isabel Zendal, como la primera enfermera en misión internacional, de la que Balmis se deshace en elogios por su comportamiento con los niños en las largas travesías oceánicas, y en cuyo honor se acaba de bautizar el nuevo Hospital de Emergencias o Pandemias en Madrid. El reconocimiento de esta vigencia actual de la Expedición está también presente en nuestra sociedad y de modos muy distintos en muchos de los lugares por donde transcurrió. Existen en este sentido monumentos o placas conmemorativas realizadas en distintas épocas y aniversarios sobre la Real Expedición y sus protagonistas, tanto en España como en América y Filipinas y se publican, asimismo, periódicamente, artículos en revistas científicas que resaltan el carácter pionero de la Expedición”.

En España, como desgraciadamente ocurre con otros grandes hitos, descubrimientos y hazañas que han protagonizado españoles, abunda el desconocimiento y la falta de consideración y reconocimiento respecto a esta gesta médica y sanitaria entre la población. Gracias al esfuerzo y la labor de todos los autores citados y de los que trabajan para que salga a la luz, se está comenzando a divulgar y a posicionarse cómo y dónde se merece recientemente, aunque sólo el tiempo lo aclarará. Sin embargo y como también es costumbre, recogido asimismo por Campos Muñoz, la Expedición ha sido reconocida por autores extranjeros de gran prestigio, durante estos dos cientos años, tales como Edward Jenner: “No me imagino que en los anales de la historia haya en el futuro un ejemplo de filantropía tan noble y grande como éste”; Alexander Von Humboldt, quien afirmó: “El viaje permanecerá como el más memorable en los anales de la historia”; y en tiempos recientes, el insigne médico mexicano Ignacio Chaves, fundador de la famosa escuela mexicana de Cardiología y uno de los referentes de la cardiología del siglo XX, escribió sobre la Real Expedición estas hermosas palabras: “Con esta expedición, España escribió una de las páginas más limpias, más humanas y de más auténtica civilización que se haya jamás escrito en la historia”.

 

Bibl.: R. E. Tarrago, “La expedición Balmis-Salvany de vacunación contra la viruela, primera campaña de salud pública en las Américas”, en Perspectivas de Salud, 6, 1 (2001); S. M. Ramírez Martín, La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna en la Real Audiencia de Quito, tesis doctoral, Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 2003; S. M. Ramírez Martín y J. Tuells. “Doña Isabel, la enfermera de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna”, en Vacunas, 8, 3 (2007), págs. 160-166; A. Campos Muñoz, “La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. El legado de un sueño”, en Revista Hispanoamericana, 4 (2014) (discurso de ingreso como académico correspondiente en Granada); E. Balaguer Perigüell, “Francisco Javier Balmis Berenguer”, en Real Academia de la Historia, Diccionario Biográfico electrónico [en línea], disponible en http://dbe.rah.es/biografias/7650/francisco-javier-balmis-berenguer.

 

Ángel Torre-Marín Díaz

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