Sánchez Rubio, Filomeno. Guadalupe (Cáceres), 11.VIII.1874 – 2.II.1961. Labrador y Caballero Laureado de San Fernando.
Era hijo de Joaquín Sánchez Ríos y Carmen Rubio Castelao, agricultores. Entró en caja en noviembre de 1894 y hasta ser filiado como soldado continuó dedicado a las labores agrícolas.
Se incorporó en Madrid al Batallón de Cazadores de Los Arapiles, con el que partió hacia la isla de Cuba, en la que enseguida intervino en combate contra los insurrectos.
Por su destacado comportamiento en las acciones en las que intervino, fue recompensado con cuatro Cruces rojas al Mérito Militar, una de ellas, pensionada con 2,50 pesetas, siendo soldado de 1ª en el combate de las Lagitas (Villas) el 23 de diciembre de 1897.
El 7 de julio de 1897 intervino en la acción del asiento del Mabuya, siendo recompensado su destacado comportamiento con la apertura de juicio contradictorio para la concesión de la Cruz Laureada de San Fernando, que le sería otorgada por real orden de 23 de febrero de 1899 (Diario Oficial del Ministerio de la Guerra, núm. 43/1899), de acuerdo con la siguiente orden de concesión:
“En vista de lo expuesto por el Consejo Supremo de Guerra y Marina en 11 del actual, con motivo del expediente de juicio contradictorio sobre Cruz de San Fernando solicitada por el soldado del batallón Cazadores de Los Arapiles núm. 7, Filomeno Sánchez y Rubio, por el mérito que contrajo en la acción de ‘Asiento de Mabuya’ el 7 de julio de 1897, contra los insurrectos cubanos; resultando del expediente que, en efecto, el soldado Sánchez al tomar las posiciones enemigas nuestras fuerzas fue el primero en coronar una trinchera enemiga de unos seis metros de altura, apoyada en sus flancos en acantilados inaccesibles y defendida por buen número de insurrectos, habiéndose distinguido por su bravura en cuantos hechos de armas ha tomado parte en la campaña, el Rey (q.D.g.), y en su nombre la Reina Regente del Reino, ha tenido a bien conceder al soldado D. Filomeno Sánchez Rubio la Cruz de 2ª clase de la Orden de San Fernando con la pensión anexa anual de 400 pesetas, que corresponde a su clase, abonables desde el día del hecho de armas con arreglo a lo prevenido en real orden de 17 de noviembre de 1875, por estar comprendido en el caso 22 del art. 27 de la ley de 18 de mayo de 1862”.
Así contaba el héroe este hecho en la entrevista que le hizo en 1953 la publicación Altamira: “Se trataba de coronar aquella loma o asiento donde el enemigo estaba sólidamente fortificado, hasta el extremo de que ya se habían intentado algunos asaltos y habían resultado infructuosos. Mi batallón fue elegido para realizar esta proeza y mi compañía, como siempre, había de figurar en vanguardia. Cuando llegamos a la falda del montículo era entre dos luces con el fin de iniciar el ataque al amanecer del día siguiente. Estábamos tan cerca del enemigo que el lugar que ocupábamos era el mismo que él utilizaba como avanzadilla; desde allí pudimos escuchar toda la noche el ladrar de los perros y los ruidos que los insurrectos hacían, por muy pequeños que fueran.
Como mi compañía era la que tenía que ir a la cabeza, al llegar el alba me dijo el capitán: ‘Usted, Sánchez, con cuatro números delante’. Yo salí con los cuatro soldados sin ser cabo, aunque sí estaba propuesto para dicho empleo, y dispuestos a jugarnos la vida iniciamos la marcha, subiendo de cara a la posición y escondiéndonos entre la espesura y tratando de ganar un portillo entre las rocas, único sitio por donde creíamos nosotros que sería factible el ascenso si lográbamos ganarlo antes de que el enemigo pudiera observar nuestros movimientos. Obedeciendo al instinto de conservación o pensando quizás que así me sería más fácil burlar a los centinelas en el caso de ser descubiertos, dejé que mis cuatro compañeros siguieran avanzando de frente, y, apenas atravesado el paso difícil, me desvié andando hacía la izquierda. Todo sucedió como yo había previsto: Los centinelas notaron que pasaba algo raro y empezaron a hacer fuego hacia el sitio donde sospechaban podía venir el peligro, esto me facilitó la oportunidad de ganar tiempo y cuando me di cuenta estaba cogiendo de espaldas y a tiro de piedra a un combatiente enemigo que a juzgar por su indumentaria debía ser el jefe del destacamento. Me eché el fusil a la cara y disparé, pero no salió el tiro porque se había agotado el cargador que llevaba en la recámara, entonces se apoderó de mí tal nerviosismo que no acertaba a poner otro y en esta coyuntura, viéndome ya perdido, grité con todas mis fuerzas: ‘¡Arriba Arapiles que está aquí la trinchera!’ El enemigo, que sin duda alguna creyó que tras de mí iba toda una columna, emprendió la retirada quedándome solo en la posición, tremolando una bandera y dando vivas a España… Unos segundos después llegaba otro soldado de los cuatro que habían salido conmigo y poco mas tarde la loma de Mabuya ya estaba enteramente ocupada”.
Al firmarse la paz, fue repatriado y licenciado con el empleo de cabo, conseguido en marzo de 1898. Ya en su casa, continuaría el resto de su vida dedicado a la agricultura y a la ganadería.
Se enteró de que había sido propuesto para la Cruz Laureada cuando fue publicada la concesión en el Diario Oficial. Persona humilde, confesaba lo siguiente: “nunca le concedí demasiada importancia y tampoco me la he puesto después con jactancia, pero que sí he sentido el natural orgullo de lucir sobre mi pecho la más alta recompensa a un servicio hecho por la Patria y para la Patria”.
Con motivo de un viaje que hizo a Madrid, los oficiales de la que había sido su unidad le obsequiaron con una Laureada de plata con pasador de oro, grabada con el número 9 del Batallón de Los Arapiles y dos fusiles cruzados, alrededor de los cuales se podía leer: “Arapiles núm. 9. Mabuya 6 y 7 de julio de 1897. Isla de Cuba. Los Oficiales del Batallón en Campaña al soldado de primera don Filomeno Sánchez Rubio. Teniente coronel Mosteyrín. Comandante Peralta, Caniega, Casado, Ortega y Montero. Capitanes (ilegible)”.
En la visita que el general Miguel Primo de Rivera hizo al santuario en octubre de 1925, le estrechó fuertemente entre sus brazos. Años más tarde, en octubre de 1928, Alfonso XIII llegó a Guadalupe para asistir a la Coronación de la Virgen, acompañando Filomeno a las autoridades como invitado de excepción y manteniendo durante largo rato una conversación con el monarca, quien le pidió que le narrase el hecho del que había sido protagonista. También le honró llevándole a su lado cuando pasó revista a las tropas.
Terminada la Guerra Civil, fue invitado al acto de imposición de la Gran Cruz Laureada al generalísimo Franco, siendo uno de los veintiséis Caballeros Laureados entonces con vida que firmaron el acta de concesión y a quien tuvo el honor de estrechar la mano. Preguntado sobre la impresión que le había causado, estas fueron sus palabras: “Con un capitán como ese no tendría yo inconveniente en volver a asirme a la cola de su caballo y, si él lo mandara, tampoco tendría inconveniente en reconquistar nuevamente para España las lomas de Mabuya”.
Estuvo casado con Faustina Torrejón, viuda y con dos hijas de un matrimonio anterior, con la que tuvo dos hijos, que murieron jóvenes, uno de ellos atropellado por un carro. La Cruz Laureada la dejó en testamento al joyero de la Virgen de Guadalupe.
Fuentes y bibl.: Datos facilitados por los descendientes de ~; Biblioteca Virtual de Defensa.
José Luis Isabel