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Jaime Ferrer

Biografía

Ferrer, Jaime. El de Blanes. Vidreras (Gerona), c. 1445 – Blanes (Gerona), c. 1523. Gemólogo, navegante y cosmógrafo.

Conocido como el de Blanes por haber residido en esta ciudad durante los últimos años de su vida y por ser originario de ella su padre, Juan Ferrer. Tanto Blanes como Vidreras pertenecían a la jurisdicción de los vizcondes de Cabrera, con los que la familia Ferrer mantenía un trato muy estrecho.

En 1466 marchó a vivir en Nápoles, donde, desde 1458, su padre ejercía como tesorero real y donde también residía su tío Hipólito, de profesión joyero, quien inculcó a su sobrino el interés por las gemas y le adiestró en su tallado. En Nápoles cursó estudios de astronomía, matemáticas y humanidades y trabajó como oficial de la Tesorería real. En 1466 figura como primer administrador de la Casa Real de Fernando I de Nápoles. Al año siguiente ejerce de mayordomo de la condesa de Carraciolo, amante del rey de Nápoles, y a finales de 1468 forma parte nuevamente del personal de la Tesorería real.

En noviembre de 1471, enviado por el rey de Nápoles, actuó como mediador en el cerco de Barcelona contra el rey Juan II.

En 1476, con motivo de la compra de un zafiro para la Casa Real napolitana, emprendió un viaje a Damasco y a El Cairo, que supuso el inicio de la intensa actividad comercial que ejerció durante casi veinte años, en los que viajó al Próximo Oriente para comprar piedras preciosas que después vendía en Rodas, Venecia, Roma y Génova, principalmente. También efectuó viajes comerciales con gemas y otros productos por las costas españolas del Mediterráneo. Aprovechaba estos viajes para dibujar mapas de los lugares visitados e ilustrarlos con observaciones astronómicas.

Viajaba tanto por cuenta propia como al servicio del rey de Nápoles, compaginando la navegación con el desempeño de variados oficios y comisiones para la Casa Real napolitana, para la que hizo de embajador, agregado cultural, consejero, mensajero, etc. Como persona de confianza a la que se le encargaban misiones delicadas, fue comisionado por el duque de Calabria para llevar cartas al rey de Nápoles y acompañó a este duque con ocasión de las negociaciones de Fernando I para contraer segundas nupcias con la princesa Juana, hermana de Fernando el Católico.

Durante 1480 y 1481 estuvo al servicio de los vizcondes de Cabrera en calidad de administrador y procurador.

En 1488, con la salud un tanto quebrantada por las largas navegaciones, abandona Nápoles, a raíz de una epidemia de peste, y establece su residencia en Blanes, que por aquel entonces estaba en pleno apogeo comercial y contaba con una floreciente industria naval. Allí seguirá desarrollando actividades comerciales, con las que adquiere una importante fortuna, al tiempo que trabaja como tallador de piedras preciosas y se ocupa de ampliar sus conocimientos sobre cosmografía y en el estudio de los autores clásicos.

Amigo del cardenal arzobispo de Toledo, Pedro de Mendoza, privado de los Reyes Católicos, gozó del aprecio y la consideración de éstos, quienes valoraban altamente sus conocimientos de náutica y cosmografía, por lo que era llamado a la Corte para asesorar en dichas materias. Se ha afirmado que los Reyes Católicos consultaron a Ferrer sobre la conveniencia del viaje de Cristóbal Colón a las Indias y que el asesoramiento de éste influyó en el ánimo de los soberanos para que se decidieran a patrocinar la expedición, pero no hay pruebas que lo demuestren. Incluso se ha supuesto que acompañó a Colón en su primer viaje y se le ha intentado identificar con alguno de los tres marinos de Blanes que marcharon en la expedición, aunque no hay ningún dato que permita admitir esta hipótesis.

Su intervención en los asuntos de América comenzó al regreso de Colón de su primer viaje, en 1493, cuando los Reyes Católicos, tras recibir al descubridor en audiencia, solicitaron la opinión de Jaime Ferrer sobre los descubrimientos. Ferrer escribió una carta a los Reyes en la que se mostraba firme partidario de Colón y hacía grandes elogios de sus conocimientos técnicos.

A raíz de la promulgación de las bulas del papa Alejandro VI, los Reyes Católicos volvieron a solicitar la opinión de Ferrer, esta vez para ayudar en la resolución de los problemas surgidos entre España y Portugal, cuando se intentaba establecer definitivamente la línea de demarcación entre las posesiones ultramarinas de cada uno de los países.

Entre abril y septiembre de 1493, el papa Alejandro VI dictó cuatro bulas para proceder al reparto de las tierras y los mares del Nuevo Mundo entre España y Portugal, las dos potencias que optaban a su descubrimiento y colonización. En ellas se trazaba una línea imaginaria de polo a polo situada a cien leguas al oeste de las Azores y Cabo Verde, correspondiéndole a España la zona occidental, y a Portugal, la oriental.

Según esta división, Portugal quedaba excluido en la práctica de las empresas americanas, puesto que la línea de demarcación lo relegaba a las costas de África, lo que motivó las protestas del rey Juan II. Los Reyes Católicos decidieron entonces pactar con el rey de Portugal el trazado de un nuevo meridiano o línea de demarcación, que fue estipulado en el Tratado de Tordesillas.

La primera proposición de los portugueses en las negociaciones fue que la división del océano Atlántico se hiciera por el paralelo de las Canarias, lo que dejaba en sus manos toda la América del Sur. Esta propuesta hizo que el cardenal Mendoza escribiera a Jaime Ferrer para solicitar su asesoramiento en materia de determinación de longitudes. En la carta, fechada el 26 de agosto de 1493, hace saber a Ferrer que los Reyes no están muy convencidos con las explicaciones de sus asesores y le insta a que se presente en la Corte llevando su mapamundi y sus instrumentos de cosmografía.

Una vez firmado el Tratado de Tordesillas el 7 de junio de 1494 y situada la línea de demarcación a trescientas setenta leguas al oeste de las islas de Cabo Verde, los Reyes Católicos solicitaron el asesoramiento de Jaime Ferrer sobre el mejor modo de efectuar la partición. El 27 de enero de 1495, Ferrer escribió a los soberanos que no había podido emitir antes una opinión sobre el asunto por haber estado enfermo y les enviaba un mapamundi en el que había trazado la división de los territorios que, a su juicio, debían corresponder a cada país según el tratado.

Se ofrecía, además, a viajar a la Corte costeándose él mismo los gastos, para informarles más exhaustivamente sobre el procedimiento seguido para calcular el paralelo divisorio. Proponía Ferrer que, partiendo una nave desde las islas de Cabo Verde con rumbo al O 1/4 NO, marchase en esta dirección hasta que la elevación del polo boreal fuese de 18º 20', donde se hallaría a setenta y cuatro leguas, es decir, 3º 20' al norte del paralelo de dichas islas; desde allí, navegando al sur hasta que el polo del norte se elevase 15º, se hallaría justamente en el paralelo que se buscaba y término de las trescientas setenta leguas. Aunque este cálculo era puramente astronómico, Ferrer hacía saber que para realizarlo certeramente era necesario un experto, tanto en cosmografía como en aritmética y navegación.

Finalmente sometía su método a la supervisión de Cristóbal Colón, al que aseguraba admirar como la persona más entendida en tales materias.

Los Reyes Católicos le contestaron el 28 de febrero aceptando su ofrecimiento de viajar a la Corte. El 5 de agosto de 1495 visitaba Ferrer a los Reyes en Burgos y, por indicación de éstos, envió una carta a Colón en la que le exponía sus teorías. Algunos autores han afirmado que la carta del cosmógrafo catalán fue la inspiradora de la nueva trayectoria seguida por Colón en su tercer viaje, cuando visitó las islas de Cabo Verde y, después de arribar a las Canarias, tomó una dirección austral.

A mediados de agosto regresó Ferrer a Blanes, donde ocupó los últimos años de su vida en el estudio y en la escritura de un tratado sobre las piedras preciosas y una obra a la que puso por título Sentencias católicas del Dante. La última noticia que de él se tiene es una carta que en 1523 le enviaron los duques de Cabrera y en la que se interesaban por su delicado estado de salud. Parece ser que murió en ese mismo año.

 

Bibl.: M. Fernández de Navarrete, Colección de Opúsculos, vol. II, Madrid, Imprenta de la Viuda de Calero, 1848, págs. 47-52; V. Coma Soley, Blanes: notes historiques, Barcelona, Llibreria Verdaguer, 1922; Historia de Cataluña, vol. II, Barcelona, Miguel Seguí, 1924, págs. 74-75; Santa María de Blanes, Barcelona, Balmes, 1941; A. Ballesteros Beretta, Historia de América y de los pueblos americanos. Vol. V, Colón y el descubrimiento de América, Barcelona, Salvat, 1943, págs. 283- 295; V. Coma Soley, Jaime Ferrer de Blanes y el descubrimiento de América, Barcelona, Imprenta de A. Ortega, 1952; J. Rey Pastor, La ciencia y la técnica en el descubrimiento de América, Madrid, Espasa Calpe, 1970; J. M. López Piñero, T. Glick, V. Navarro Brotons y E. Portela Marco, Diccionario histórico de la ciencia moderna en España, Barcelona, Ediciones Península, 1983; F. Picatoste y Rodríguez, Apuntes para una biblioteca científica española, Madrid, Ollero y Ramos, 1999; M. Fernández de Navarrete, Disertación sobre la historia de la náutica y de las ciencias matemáticas, Valladolid, Maxtor, 2003.

 

Cristina González Hernández

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