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Beata Catalina de San Mateo

Biografía

Balboa y Ugarte, Catalina de. Beata Catalina de San Mateo. Santa María de Guía, Gran Canaria (Las Palmas) p. m. s. XVII – Las Palmas de Gran Canaria, 26.V.1695. Religiosa, clarisa franciscana (OSC), beata.

Monja profesa a quien se atribuyeron en las islas Canarias extraordinarias virtudes y devociones místicas que la hicieron merecedora de fabulosas maravillas y sobrenaturales atribuciones reconocidas, no sólo popular, sino eclesiásticamente, por todo el archipiélago durante largos años de su vida, a partir de finales del siglo XVII.

Sobreponiéndose a su modestia y bajo imperativo y precepto de obediencia de sus confesores, la religiosa se vio obligada a dar cuenta detallada de su vida “para ejemplo y edificación de devotos”.

Ultimada su revelación en un libro “de trescientas y noventa foxas de a pliego, lo recogió y ordenó y lo marginó de su mano” (es decir, lo anotó y glosó marginalmente) el canónigo y prior de la catedral de Las Palmas Mateo Casares (¿o Cáceres?), quien lo entregó al provincial franciscano en el convento de San Diego de La Laguna (Tenerife) el 12 de julio de 1687.

Un breve compendio y cierta relación del mismo, una vida de la sierva de Dios Catalina de San Mateo y un interrogatorio que sirvió para las declaraciones de los testigos que fueron presentados en el expediente para su canonización en 1696 —es decir, un año tan sólo después de su muerte— constituyen, aparte de la bibliografía derivada de la interpretación de estas raíces, los elementos heurísticos para la elaboración, al menos, de su boceto hagiográfico.

Hasta 216 puntos o cuestiones planteó fray Pedro de Abreu, lector de Prima de Teología en el convento de San Francisco de Gran Canaria nombrado por su Orden informador sumario del proceso de hipotética beatificación.

Recabó notas sobre nacimiento y educación, virtudes, comportamientos, generosidad, actos, enfermedades, actitud ante la muerte... y, sobre todo, revelaciones recibidas, don de profecía y verdaderos milagros que le fueron asignados.

“Un vasto e inconsútil tejido de maravillas, prodigios, sucesos extraordinarios, actos sublimes y fabulosos” se señala en la breve relación bibliográfica (Benito Ruano, 1988). “Desde su búsqueda, recién nacida, de un lecho de pajas que asimilara su cuna a la del pesebre de Belén, hasta los prodigios observados en su cadáver durante los cuatro días que se mantuvo expuesto a la piedad y el fervor de sus conciudadanos... Un trascendido aura de bienaventuranza envuelve por igual textos biográficos y declaraciones testificales.” Entre ellas se inscriben las fabulosas (“milagrosas”) referencias a las levitaciones y transmigraciones a las iglesias todas de las siete islas y hasta la Ciudad Eterna, sin abandonar en momento alguno su presencia en su convento de Las Palmas.

“Es en particular sensitiva la narración de su viaje desde un jardín familiar al paraíso terrenal: un fragante y musical campo, surcado por un río trasparente, alfombrado de fresca hierba, esmaltado de flores, ubérrimo en frutas que nunca se acaban, aunque sean consumidas hasta la saciedad por la multitud de los bienaventurados [...].” Humorísticamente, el fiel creyente (pero también inteligente positivista) José de Viera y Clavijo comentaba así la descripción, desgraciadamente perdida, por uno de los tempranos hagiógrafos de nuestra taumaturga evangelizando por las tierras de la imaginaria Isla Non Trubada Canaria: “Sobre un césped de hinojos y poleo, / descansando del sol que la acalora, / a Catalina vi de San Mateo, / allá en San Borondón predicadora” (San Borondón, la respuesta, legendaria isla flotante).

La fama o reputación profética (si bien no adivinadora) de sor Catalina cobró una especial trascendencia ocasional al revelar uno de sus directores espirituales (Francisco Alfonso) que su habitual penitente, ayuna de pecados a confesar, le había comunicado —por lo que él lo revelaba— al margen del secreto sacramental, que, habiendo implorado de la Providencia “por el amor natural a Su Rey y conservación de la Monarquía” la concesión a la Corona de “un príncipe sucesor que nos asegurase la paz y fuese columna de la fe”, haciendo fecundo el matrimonio reinante (segundo de Carlos) contraído con Mariana de Neoburgo en 1689, habiendo recibido, tras muchos días de oración y mortificación, particular iluminación de que Dios “hauia de conceder a S. M. el Rey nuestro señor la sucesión de un Príncipe que fuese más hijo de Su poder que de su naturaleza”.

Vaticinio o pronóstico de la recién fallecida clarisa que, difundido por el archipiélago, fue transferido a la Corte a través de las más altas autoridades insulares y peninsulares (capitán general del archipiélago, fiscal de la Audiencia, almirante de Castilla y secretario del Despacho Universal) llegó hasta las manos del Monarca. Del que su inmediato consejero recogió la inmediata devolución, trasmitiéndola a su inmediato precedente con esta significativa respuesta: “El Rey ha visto estos papeles y los restituyo (o restituyó) a V.E. de su real orden.”

 

Bibl.: A. Béthencourt Massieu, “Política regalista en Canarias [...] (Documentos sobre Sor Catalina de San Mateo)”, en Boletín Millares Carlo, vol. III (1982), págs. 460-464; E. Benito Ruano, “Sor Catalina de San Mateo. Religiosidad popular taumaturgia en Canarias (siglo XVII)”, en VI Coloquio de Historia Canario-Americana (1984) (primera parte), t. II, Las Palmas, 1988, págs. 155-169.

 

Eloy Benito Ruano

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