Robiou, Julián. Marqués de Piedrabuena (I). Saint-Malo (Francia), 23.V.1717 – La Coruña, 23.IX.1775. Intendente de ejército.
Hijo de René Robiou, señor de Lupin, natural de Saint-Maló, y de Françoise Chevillé, del mismo lugar. Pertenecía a la baja aristocracia francesa, de lo que luego hizo gala como señor de Lupin, Puente Bogis, La Riffaudière y de Tresse. Buscó fortuna en España muy joven dentro del emporio mercantil gaditano, donde la colonia francesa era la más numerosa de entre las extranjeras. En 1739 fundó en Cádiz, junto con su hermano François, la firma “Robiou Hermanos” dedicada al comercio, y con la que ambos consiguieron unos comienzos prometedores, hasta el punto de que en 1742 Julián fue elegido por los allí residentes como segundo diputado de la nación francesa.
Sin embargo, la firma no tardó en quebrar y, tras lograr un acuerdo con los acreedores, ambos hermanos decidieron dar un nuevo giro a sus vidas abandonando Cádiz y poniéndose al servicio de la Corona española en Madrid. Aquí François obtuvo plaza de capitán en el Regimiento de Caballería de Santiago, y Julián fue nombrado secretario del rey Felipe V y comisario de guerra (diciembre de 1745).
Desde el primer momento se convirtió en un colaborador de Ensenada muy apreciado por el ministro, quien le consiguió en 1746 un hábito en la Orden de Santiago. Sus conocimientos y relaciones comerciales se sumaban al dominio de idiomas, algo poco frecuente entre los funcionaros españoles de la época.
Sin duda, por ello, Ensenada le encargó diversas misiones de confianza, entre ellas, en 1748, la de marchar a Prusia en busca de mercados adonde exportar productos españoles.
Su eficaz labor fue reconocida más allá de la órbita de protección de Ensenada, porque, ya caído éste, Robiou fue promovido al empleo de comisario ordenador (mayo de 1755), y en enero de 1761 ascendido y nombrado intendente de la provincia de León, de las consideradas de primera clase con 50.000 reales anuales de sueldo, y corregidor de esta ciudad. En enero de 1763 se le nombró intendente de ejército y del Reino de Galicia, y corregidor de La Coruña. El ascenso al escalón más alto dentro de lo que era llamado el Cuerpo Político de la Real Hacienda Militar fue coronado en julio de 1764 con la concesión del marquesado de Piedrabuena.
Destacan en su etapa como intendente de Galicia la preocupación por asuntos tan diversos como la fábrica del puente de la villa de Pontareas, la atención a los problemas derivados de la autorización dada por Carlos III al puerto de La Coruña, entre otros, para comerciar con determinados puertos americanos, la expulsión a través del puerto de Ferrol de jesuitas de varias provincias del Norte, los asuntos a cargo de la Comisión de Expedición de Familias establecida en La Coruña en 1773 para controlar la emigración, principalmente hacia el Virreinato de la Plata, y en lo relativo al Ejército, en coordinación con los capitanes generales conde de la Croix y Francisco Antonio Tineo, temas como el abastecimiento de los siete mil hombres que en 1770 se ordenó pasar a Ferrol, amenazado entonces por los ingleses, o el contestado repartimiento entre las ciudades gallegas de la contribución de utensilios para hacer frente con ella a los gastos de acuartelamiento de tropas y pagos de cuarteles en alquiler.
Sin embargo, fue al fomento de la agricultura y su progreso en Galicia a lo que dedicó una vocación más decidida, y de la que hizo gala en las primeras cartas que escribió al tomar posesión de la Intendencia, asegurando como buen ilustrado que “los ramos de la Agricultura y Comercio son los principales nervios de la Monarquía” y los medios que más contribuyen a la felicidad de los pueblos, por lo que él procuraría siempre su fomento, atendiendo a lo mucho que se encomendaba a los intendentes su celo.
Ordenaba, en consecuencia, a los responsables de las distintas ciudades que le informasen sobre la agricultura del país, aperos que se utilizaban, frutales y arboledas que conviniera establecer, fábricas de lana y otras clases, como batanes y molinos de papel, destino que se daba a las pieles de las reses sacrificadas para el consumo de carne, y todas las demás noticias que pudieran ser de interés. Y considerando que tales informes no le eran rendidos con la debida diligencia, escribía en septiembre de 1763 a la ciudad de Tuy: “Y me admira mucho que teniendo yo tanta eficacia y celo en el mejor bien de los vasallos de este Reino, proceda V.I., que es Padre de la Patria, por la parte que le toca, con tanta lentitud que no me haya dado razón sobre estos particulares, ayudando como es razón mis justos desvelos”.
A partir de las informaciones recibidas anunció en 1764 que la Real Junta de Comercio le había encargado la promoción y fomento en Galicia de las Escuelas de Agricultura. Para ello alentaba a los regidores de los Ayuntamientos a “coadyuvar a obra tan útil al bien común, debiendo no perder de vista la situación del todo de esa provincia, para indagar los adelantamientos que puedan intentarse en el arte de la cultura, así por lo tocante a semillas como por lo perteneciente a frutales”.
No obstante, sus esfuerzos dirigidos desde el primer momento al cultivo del lino y del cáñamo, a la plantación de olivos y moreras, y al establecimiento de batanes y otras industrias de derivados agrícolas y ganaderos, se vieron condenados a un fracaso que él mismo reconoció explícitamente, achacándolo a la despoblación del país.
Afirmaba que los campesinos abandonaban sus casas y familias, pasaban a otros países y se resistían a regresar, por lo que en las aldeas quedaban tan sólo los débiles y enfermos, y los ancianos que no podían desplazarse.
Efectivamente, sus proyectos primeros no tuvieron eco en los pueblos y aldeas, por más que se reconocieron sus afanes, y ello le obligó a abandonarlos, dedicándose luego a tareas menos ambiciosas, aunque siempre continuó exigiendo que se le rindieran partes semanales de cosechas, que hoy constituyen una importante información estadística. Durante su mandato hubo de ausentarse en un par de ocasiones, autorizado para atender sus intereses particulares en Andalucía. Una primera, en noviembre de 1765, dejando al cargo de la Intendencia al comisario ordenador Luis Carballido, aunque en enero de 1766 ya estaba de regreso. La segunda, entre 1773 y junio de 1774, en que fue sustituido por el contador principal Francisco de Mendoza y Sotomayor. Apenas reincorporado reiteró su interés por el estado de la agricultura, volviendo a solicitar las informaciones semanales sobre la misma, pero este último período fue breve, porque en septiembre de 1775 falleció en el ejercicio de su cargo.
Había casado en Cádiz el 25 de septiembre de 1750 con María Josefa de Tallapiedra y Garay, hija del marqués de Tallapiedra, de la que tuvo cinco hijos.
Fuentes y bibl.: Archivo General de Simancas, Dirección General del Tesoro, invent. 2, legs. 41 y 47, invent. 24, legs. 268, 270 y 685/259; Secretaría de Guerra, legs. 3931 y 4256; Tribunal Mayor de Cuentas, legs. 2050, 2070, 2091 y 2131; Archivo Histórico Nacional, Órdenes Militares, Santiago, exp. 7060; Casamientos, exp. 10429.
F. de Urmenta, “El marquesado de Piedrabuena”, en Hidalguía, t. 14 (1956), págs. 151-172; E. Fernández-Villamil, Juntas del Reino de Galicia, ts. I y III, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1962, págs. 574-578 y págs. 254-258 respect.; M. Llopis Ponte, “Burocratización de la Capitanía General: Nacimiento de la Real Intendencia”, en Quinientos años de la Capitanía General de Galicia, Madrid, Ministerio de Defensa, 1985, pág. 25; F. Abbad y D. Ozanam, Les intendants espagnols du XVIIIe siècle, Madrid, Casa de Velázquez, 1992, págs. 167 y 168.
Juan Miguel Teijeiro de la Rosa