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Moerico

Biografía

Moerico. ¿Celtiberia?, c. 250 a. C. – Morgantina (Italia), 211 a. C. post. Caudillo y mercenario hispano, jefe de Morgantina.

Este caudillo hispano fue un mercenario que intervino en la Segunda Guerra Púnica en Sicilia, facilitó a los romanos la toma de Siracusa y llegó a ser el primer ciudadano romano originario de Hispania y el jefe de la ciudad de Morgantina (Sicilia).

Moerico debe ser considerado un caudillo o condotiero de familia gentilicia, como Alucio, Retógenes y otros celtíberos, ya que, probablemente, era también celtíbero, como parece indicar su nombre celta.

Moerico debía mandar una tropa integrada por su clientela y parientes, entre los que estaba su hermano.

Servía como mercenario en las guerras entre romanos, griegos y púnicos. Su personalidad es característica de una fase evolucionada de la sociedad celtibérica, ya regida por elites ecuestres, entre las que hay que considerar a Moerico, que se dedicaban al mercenariado para obtener riquezas y prestigio. En esta actividad en contacto con ejércitos bien preparados y organizados, adquirían también nuevos conocimientos tácticos, estratégicos y de poliorcética, como demuentra Viriato, que, desde algunos puntos de vista, puede considerarse un estratega helenístico.

La historia conocida de Moerico está relacionada con la conquista de Siracusa por los romanos narrada por Tito Livio. La ciudad había abandonado la política neutral del rey Hierón II (¿306?-215 a. C.) y a su muerte los partidarios de Cartago se habían adueñado del poder. Roma envió el 213 a. C. un ejército al mando del cónsul y general M. Marcelo, pero el asedio a la ciudad se prolongaba ya tres años, defendida por su topografía, por máquinas de guerra ideadas por Arquímedes y por mercenarios entre los que se encontraba el hispano Homérico, uno de los tres jefes del distrito denominado la Acradina.

Según narra Tito Livio (25, 30), el 212 a. C., los romanos urdieron enviar a Belligeno como compatriota de Homérico, a juzgar por su nombre, para que le convenciera de entregar la ciudad, pues mandaba a los mercenarios que defendían un sector denominado la Acradina.

En la comitiva de las conversaciones de paz participó Beligeno, quizás uno de los trescientos jóvenes de familias nobles hispanas enviados por los romanos a Italia para atraerse a los aliados de Aníbal, según refiere Livio (XXIV, 49, 7). Beligeno habló con Moerico a solas y le expuso la situación de la guerra en Hispania, de donde había llegado recientemente.

Según las palabras que Livio pone en su boca: “Todo estaba en poder de las armas romanas. Moerico podría, prestándoles un gran servicio, lograr ser príncipe entre sus conciudadanos, bien pasara a militar con los romanos o volviera a su patria. Por el contrario, ¿que esperanza le quedaba si permanecía en el asedio rodeado por mar y por tierra?”. Moerico, movido por estas razones, hizo que su hermano formara parte de la embajada de respuesta enviada a Marcelo y Beligeno le organizó una entrevista secreta con Marcelo en la que se estableció un pacto de fidelidad y se convino el plan de lo que había que hacer, tras lo que volvió a la Acradina. Entonces Moerico, para alejar toda sospecha de traición, dijo que desaprobaba las idas y venidas de embajadores y que no había que enviar a nadie más y propuso que, para vigilar mejor, era necesario repartir las zonas más importantes entre los jefes, para que cada uno se ocupara de la parte que tuviera que custodiar. Todos aceptaron esta propuesta y, en el reparto, a Moerico le tocó defender la estratégica zona desde la fuente Aretusa a la entrada del Puerto Grande, lo que hizo saber a los romanos.

De este modo, Marcelo dispuso que, de noche, una cuatrirreme remolcara una nave de carga con soldados hasta la Acradina y les ordenó desembarcar en la zona de la puerta situada junto a la fuente Aretusa.

El desembarco se efectuó en la cuarta vigilia (después de las tres de la madrugada) y Moerico introdujo a los soldados tal como se había convenido. Al alba, Marcelo ordenó un asalto general a la Acradina para derrotar no sólo a los que la defendían, sino para obligar a los restantes a abandonar sus puestos para rechazar el fuerte ataque de los romanos. En medio de la confusión, barcos de transporte, preparados de antemano para la operación, desembarcaron soldados que encontraron los puestos abandonados y las puertas abiertas por los que habían acudido en socorro de la Acradina y se adueñaron, prácticamente sin resistencia, de toda la isla de Ortigia que protegía la ciudad.

Los tránsfugas huyeron en plena acción y Marcelo, cuando vio que se había capturado la isla y el barrio de la Acradina y que Moerico y su guarnición se les había unido, hizo tocar retirada, para evitar el pillaje del tesoro real, cuya fama superaba la realidad.

Finalizada la campaña a fines del año 211 a. C., Marcelo volvió a Roma. El senado le recibió en audiencia y le concedió una ovación, aunque no el triunfo, pues su ejército permanecía en Sicilia, todavía en guerra.

Autorizado por el senado, conservó el mando militar y entró en la ciudad llevando un considerable botín y un cortejo que Livio detalla (XXV, 26, 21): además de un cuadro con la toma de Siracusa, hizo desfilar las catapultas y maquinas de guerra y los objetos suntuarios que la magnificencia de los reyes siracusanos había acumulado, como vasos de plata, muebles suntuosos y obras de arte que decoraban la ciudad, una de las más ricas de Grecia, así como ocho elefantes, prueba de su victoria sobre los cartagineses.

El hispano Moerico precedió en el desfile a Marcelo con una corona de oro en la cabeza, símbolo helenístico de heroización y en recompensa tras la victoria recibió el derecho de ciudadanía romana, por lo que es el primer hispano que la obtuvo. También le concediron quinientas yugadas de tierra, mientras que Beligeno recibió otras cuatrocientas yugadas por animar a Moerico a pasarse a los romanos (Livio, XXVI, 21).

Las quinientas yugadas de tierra entregadas a Moerico equivalían a cien veces las cinco yugadas que servían para mantener a un caballero romano, por lo que Moerico pasó a ser muy rico y poderoso y dispondría de una clientela que le permitiría formar una tropa de caballería de cien jinetes.

Roma entregó también a Moerico y a los mercenarios hispanos la antigua ciudad siciliana de Morgantina y su territorio, como castigo por haberse sublevado dos veces contra Roma, el 214 y 211 a. C. y haberse pasado a los cartaginenes, de los que fue el principal bastión en la isla tras la caída de Siracusa a manos de los romanos el 212 a. C., hasta que, el 211 a. C., fue tomada, incendiada y entregada a los mercenarios hispanos y a su jefe Moerico.

Moerico también parece haber sido el primer hispano en acuñar moneda. Morgantina había acuñado moneda a nombre “de los Sicelotas” en los años 214- 213 a. C. como reacción contra los romanos con un jinete copiado de los tipos de Hierón II de Siracusa.

Moerico copió esta moneda, pero en ocasiones puso en el anverso una cabeza de divinidad joven con corona de laurel, que pudiera ser el mismo Moerico como “héroe fundador”, mientras que el reverso mantenía el jinete, que sería el mismo personaje como héroe ecuestre para indicar su ascendencia social, acompañado de la leyenda Hispanorum, prueba de estar acuñadas por Moerico y sus seguidores, a los que todavía hace referencia Estrabón (Geografía, VI, 2, 4) en tiempos de Augusto. Estas acuñaciones, que se prolongan hasta mediados del siglo ii a. C., explican la adopción del jinete en las acuñaciones ibéricas y celtibéricas, tipo que se generalizó hasta época de Augusto.

Esta historia de Moerico también ilustra la importante presencia de caballeros hispanos en los ejércitos de Aníbal y de Roma, lo que contribuyó a formar una caballería hispánica al relacionarse con la de campanos, mesapios, sículos, galos, etc., adquiriendo paulatinamente conciencia de clase. Esta clase ecuestre, a la que pertenecían Moerico, los caballeros de Cártama o la turma Saluitana, muchas veces fue prorromana y jugó un papel esencial en la romanización de Hispania, siendo estos caballeros los primeros en alcanzar la ciudadanía romana, de los que Moerico es el precedente.

 

Bibl.: Tito Livio, Ab Urbe condita, XXV, 30, 2-12, 31, 6; XXVI, 21, 10-13, 30, 6; 31, 4; Münzer, “Moericus”, en Rea l-Encyclopädie der classischen Altertumswissenschaft, XV, 2, Stuttgart, 1932, col. 2347; A. García y Bellido, “Moericus, Belligenus y los mercenarios españoles en Siracusa”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, 150 (1962), págs. 7-23; M. L. Albertos, La onomástica personal primitiva de Hispania tarraconense y bética, Salamanca, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Antonio de Lebrija, 1966, pág. 158; Historia de España. I, 2. España protohistórica, Madrid, Espasa Calpe, 1975, págs. 650 y 672-673; La Península Ibérica en los comienzos de su historia, Madrid, Ediciones Istmo, 1985, págs. 321-322; T. V. Buttrey et al., The Coins (Morgantina Studies, II), Princeton, N. J., 1989; A. Güelmes, “Moerico, un mercenario hispano al servicio de Roma”, en J. Mangas y J. Alvar (eds.), Homenaje a José M.ª Blázquez, vol. II, Madrid, Ediciones Clásicas, 1994, págs. 249-256.

 

Martín Almagro Gorbea

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