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Ulpiano Fernández-Checa y Saiz

Biografía

Fernández-Checa y Saiz, Ulpiano. Colmenar de Oreja (Madrid), 3.IV.1860 – Dax (Francia), 6.I.1916. Pintor.

Conocido artísticamente por su segundo apellido paterno, nació Ulpiano Fernández-Checa y Saiz el 3 de abril de 1860 en el pueblo madrileño de Colmenar de Oreja, en el seno de una familia modesta cuyo bienestar económico estaba ligado a la propiedad de una empresa de cantería local que dirigía el cabeza de familia. Siendo aún niño, Ulpiano dio tempranas muestras de sus dotes artísticas, tanto en el dibujo como en el modelado y en la talla de pequeñas esculturas en arcilla.

Bajo la protección económica de José Ballester y el asesoramiento artístico del pintor Luis Taberner, se estableció en 1873 en la capital y acudió a la Escuela de Artes y Oficios, donde recibió las primeras enseñanzas pictóricas. En cuanto tuvo la edad requerida, a los dieciséis años, se matriculó en la Escuela Superior de Pintura de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, en la que permaneció desde 1876 hasta 1883, donde asimiló el oficio artístico a través de las enseñanzas de pintores tan prestigiosos como Federico de Madrazo, Alejandro Ferrant, Manuel Domínguez o Pablo Gonzalvo. En ocasiones colaboró con ellos, en encargos pictóricos tan importantes como la decoración de la iglesia de San Francisco el Grande o el palacio de Linares en Madrid. También consolidó su relación académica al ser nombrado profesor ayudante de Perspectiva. Participó esporádicamente con dibujos para la revista artística Ilustración Española y Americana consiguiendo una mención honorífica en el concurso que dicha publicación convocó con motivo del II Centenario de la Muerte de Calderón de la Barca, estableciendo con la revista, a partir de entonces, un vínculo profesional que no abandonó nunca.

A finales de 1883 concurrió a las oposiciones que la Academia Española de Bellas Artes de Roma convocó para cubrir las vacantes de pensionado que existían en la especialidad de Pintura de Historia.

Pugnó, junto a casi una treintena de jóvenes artistas, por una de las dos plazas de pintura en cuatro reñidas pruebas, en las que los opositores debían probar suficientemente, a juicio de un tribunal compuesto por la elite artística del momento, con pintores de la talla de Federico de Madrazo, Carlos Luis de Ribera, Carlos de Haes o José Casado del Alisal, su dominio del dibujo, de la composición y de la técnica en la realización completa de una obra basada en un tema, sacado a suertes, entre los de la Historia Sagrada como fue el de José explicando los sueños del copero y el panadero a los presos. Junto a Francisco Maura (1857-1931) consiguió, en abril de 1884, la tan ansiada pensión que completaría su formación académica, durante cuatro años, primero en Roma y después en París.

Durante su primer año en Roma, el tema elegido como trabajo oficial fue el de Numa y la ninfa Egeria, cuadro especialmente elogiado por la crítica y la dirección de la Academia en la exposición de los trabajos de los pensionados celebrada en 1886, marcando ya la temática de historia de Roma que prevalecería en la mayor parte de su producción artística.

También consiguió una calificación honorífica por sus estudios de desnudo. En su trabajo correspondiente al segundo año en Roma presentó una copia de los frescos de san Cristóbal, realizados por Mantenga (1431-1506) en la iglesia de los Ermitaños de Padua, y en el tercero exhibió el boceto de la obra La invasión de los bárbaros, que le consagraría al año siguiente como pintor de grandes composiciones dinámicas en perspectiva, centradas, sobre todo, en la acción violenta de las figuras en un exacerbado movimiento.

La obra fue presentada en Madrid, en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1887, en la sede recién construida del Palacio de las Artes Industriales.

El enorme lienzo obtuvo una primera medalla y fue adquirido por el Estado para el Museo Nacional de Pintura y Escultura (Museo del Prado). También concurrió con él a la Exposición Universal de Viena y consiguió una segunda medalla. Posteriormente, el cuadro quedó depositado en la Universidad de Valladolid, donde fue destruido durante la Guerra Civil.

A finales de 1887 fijó su residencia en París al amparo de la última parte de su pensión y de una corresponsalía gráfica de la Ilustración Española y Americana, compaginando la pintura de temática romana que expuso regularmente en los salones de la capital francesa, con la de género y paisaje urbano. Así, en 1889, acudió al Salón parisino con la obra Plaza de la República donde probó su habilidad en el manejo de esos recursos técnicos, como los brillos, el movimiento de las muchedumbres, la captación vibrante del ajetreo de la ciudad, etc., que darían carta de naturaleza a una buena parte de su producción artística. También, dentro de esta misma línea, presentó en la Exposición Universal de la capital francesa, en ese mismo año, En la iglesia que obtuvo una tercera medalla, dándose la paradoja habitual en estos certámenes de ser juez y parte al actuar como miembro del jurado de la sección española.

En 1890 contrajo matrimonio con Matilde Chayé Courtez, de origen argentino. Fruto de él, nacieron sus cuatro hijos: Pedro, Luis, Carmen y Felipe.

Fiel a su cita con los salones, en 1890, volvió a la temática de acción, exponiendo Carreras de carros romanos, que obtuvo de nuevo una tercera medalla y el entusiasmo de la crítica al subrayar positivamente el efectismo técnico volcado en el movimiento y la fugacidad de una escena, al igual que en Los Hunos; Atila, que presentó al Salón de 1891, y en Bacanal y A la buena de Dios del Salón de 1892. A este reconocimiento a su obra artística se sumó también el Gobierno español al otorgarle, en 1891, la distinción de caballero de la Orden de Carlos III.

Quizás por divergencia con las apreciaciones críticas vertidas en las últimas exposiciones, donde, por los mismos conceptos, unas veces eran ensalzadas sus obras y otras denostadas, decidió abandonar durante unos años los salones de los Campos Elíseos y presentarse a las exposiciones de la Sociedad Nacional de Bellas Artes en el Campo de Marte con obras guiadas por el mismo eje técnico y compositivo, como, por ejemplo, Los pieles rojas o El cargador de 1893, o en 1894 con La Naumaquia, combate naval entre los romanos, Desgraciado encuentro y un paisaje, Mañana de verano en los Pirineos, compaginando desde entonces sus célebres composiciones de acción con escenas reposadas tomadas de la naturaleza o de género anecdótico.

Así, en 1895, expuso El barranco de Waterloo, En el abrevadero y A orillas del Adour. Por su contribución a la cultura, Francia le honró con el nombramiento de caballero de la Legión de Honor.

Volvió en 1896 a los Campos Elíseos, y fuera de concurso presentó, siguiendo su temática de acción, La carrera y al año siguiente, El rapto. En este mismo año pintó, para el presbiterio de la iglesia parroquial de Colmenar de Oreja, unos murales de la Presentación y la Anunciación, así como una imagen de San Cristóbal, donde volcó su conocimiento de la pintura italiana del Renacimiento, matizado por cierto influjo del simbolismo francés contemporáneo. También para su localidad natal participó en la decoración del teatro de la Caridad pintando el escudo de Colmenar que cerraba la embocadura del escenario.

Asiduo a los certámenes oficiales, en 1897 presentó en el Salón un cierto cambio de género en sus composiciones, con obras como A la feria de Sevilla y Salida para la Fantasía, de marcado ambiente costumbrista y orientalista, que coincidía con la temática que primó en su faceta de ilustrador de la obra romántica de Zacharías Astruc (1835-1907) L’Espagne, Le Generalife, Serenade et songes que se publicó en estos años. El marcado ambiente rural por el que se decantó en esta época subraya la vinculación con su pueblo de origen, al que regresó en numerosas ocasiones para plasmar la cotidianidad de los quehaceres relacionados con el mundo campesino. Así, La tempestad, La cantera o El vendimiador de Colmenar son elocuentes escenas tomadas de la realidad social de su entorno natal.

Paralelamente escribió y se editó en 1900 su Tratado de Perspectiva, materia a la que había dedicado un estudio exhaustivo, tanto práctico como teórico, desde sus comienzos artísticos y docentes en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Y, como honroso colofón a su trayectoria pictórica de grandes composiciones inspiradas en la Antigüedad, fue premiado con primera medalla en la Exposición de Dijón por su obra Los últimos días de Pompeya, que ya había presentado en la Exposición Universal de París junto con la obra Carrera de carros en Roma y en la madrileña Sociedad de Amigos del Arte.

Afincado definitivamente en París, instaló su estudio en la colina de Santa Genoveva, desde donde pintó incansablemente las atractivas panorámicas urbanas que desde allí se divisan. Desde entonces, fue esta temática de paisajes urbanos, la base fundamental de su pintura de caballete, así como los paisajes rurales y campestres de la localidad pirenaica de Bagnères de Bigorre, adonde se trasladaba habitualmente, con su familia, en las temporadas estivales. Paralelamente, y continuando con su afán viajero, recorrió diversas partes del mundo, y fue Italia, de nuevo, el país que atrajo su atención, por lo que plasmó en sus lienzos la geografía urbana de las ciudades italianas, sobre todo la de Venecia, donde la captación de su peculiar estructura fue dando origen a sugerentes y numerosas obras sobre los canales, plazas, palacios, callejuelas, atardeceres, etc., que tan pronto culminaba, pasaban ávidamente a manos de sus ávidos compradores.

También recorrió, en 1906 y en años posteriores, la tierra natal de su esposa, Argentina, donde el retrato fue el género que acaparó su producción artística. Por sus pinceles pasó buena parte de la aristocracia y la burguesía argentina, sin que faltara el presidente de la República, general Mitre, de quien realizó un excelente retrato.

En 1910 y 1913 fectuó dos viajes a Argelia, a Biskra y Sidi Obka, donde quedó deslumbrado por el exotismo y la gama cromática que se despliega en la naturaleza propia de la zona. Los paisajes allí tomados fueron de una jugosidad vibrante y de una luminosidad exacerbada, y volvió a retomar las conocidas composiciones en acelerados movimientos que años antes le catapultaron a la fama, aunque ya alejadas de los temas grandilocuentes de la Antigüedad. Ejemplos tan sugerentes como El galope, que guarda el Museo de Colmenar de Oreja, confirman esta habilidad peculiar del pintor que ratifica su extraordinaria individualidad.

Aquejado de una fuerte dolencia renal que se vio incrementada en uno de sus viajes a África, decidió trasladarse a Dax, en la región de Las Landas francesas, en busca de la benignidad de su clima. La muerte el 6 de enero de 1916, cuando contaba cincuenta y cinco años de edad. Sus restos mortales descansan en el cementerio de Colmenar de Oreja, adonde fueron trasladados por expreso deseo del artista. La generosa donación de sus obras, realizada en 1955 por los hijos del artista, al Ayuntamiento de Colmenar, fue el germen de la creación del museo municipal que honra y lleva su nombre.

 

Obras de ~: Retrato de José Ballester García, c. 1877, Colmenar de Oreja (Madrid); Numa y la ninfa Egeria, 1885; La invasión de los bárbaros, 1887; Retrato de Antonio Mediano Foix, 1890; La Naumaquia, 1894; El anticuario, 1896; Los últimos días de Pompeya, c. 1899; El barranco de Waterloo, 1900; Los hijos del pintor (Carmen y Felipe), c. 1903; El General Mitre. Escritos: Tratado de Perspectiva, Madrid, 1900.

 

Bibl.: M. Ossorio y Bernard, Galería biográfica de artistas españoles del siglo xix, Madrid, Moreno y Rojas, 1884 (ed. facs. Madrid, Giner, 1975, pág. 157); VV. AA., “Exposición Nacional de Bellas Artes. Las primeras medallas”, en La Ilustración Española y Americana (Madrid), n.º XXI (1887), págs. 358- 359; J. Uzanne, “Figuras contemporáneas. Ulpiano Checa”, en Álbum Mariani, t. VIII, París, 1896-1908; C. González y M. Martí, Pintores españoles en París (1850-1900), Barcelona, Tusquets, 1989, págs. 93-95; R. Domínguez Díez, “Ulpiano Checa: pintor de Colmenar de Oreja”, en Villa de Madrid, año XXVIII, n.º 104 (1991-II), págs. 33-50; C. Reyero, “La disyuntiva Roma-París en el siglo xix. Las dudas de Ulpiano Checa”, en Anuario del Departamento de Historia y Teoría del Arte (Universidad Autónoma de Madrid), vol. II (1990), págs. 217-228; Roma y el ideal académico. La pintura en la Academia Española de Roma 1873-1903, catálogo de la exposición, Madrid, Comunidad-Dirección General de Patrimonio Cultural, 1992, pág. 182; VV. AA., Museo Ulpiano Checa. Colmenar de Oreja, Colmenar de Oreja, Ayuntamiento, 1994.

 

Ana Gutiérrez Márquez

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