Arteta de Monteseguro, Antonio. Loporzano (Huesca), 1745 – ¿Zaragoza?, 1813. Escritor ilustrado, economista y ensayista social.
Realizó sus primeros estudios en el Colegio-Seminario de la Santa Cruz de Huesca, adscrito a la Universidad de dicha ciudad. En esa misma universidad cursó toda su carrera universitaria, obteniendo el grado de bachiller en Teología y en Filosofía y Artes el 21 de abril de 1766. Seis años más tarde, el 29 de agosto de 1772, obtuvo el grado de doctor en Teología, y en diciembre de ese mismo año accedió por oposición al cargo de canónigo penitenciario de la Seo de Zaragoza, así como al de racionero penitenciario del Pilar poco más tarde. Muy pronto se hizo famoso como predicador en la capital aragonesa, y en 1774 fue nombrado capellán del Real Acuerdo, organismo dependiente de la Real Audiencia del reino, logrando también en esa fecha otra capellanía en la parroquia de San Juan del Puente. Pero el mayor cargo que alcanzó en su carrera eclesiástica lo obtuvo en noviembre de 1784, cuando fue nombrado —a instancias de Floridablanca y como premio a la publicación de su principal obra económica, el Discurso instructivo— arcediano de Aliaga, beneficio de Patronato Real que lo convertía en una de las mayores dignidades del Cabildo Metropolitano de Zaragoza, y que estaba dotado con una sustanciosa renta anual.
Su actividad pública, como escritor especializado en materia de política económica, y su adscripción al grupo más vanguardista del clero de la ciudad, quedaron asentadas en marzo de 1776, cuando un grupo de ilustrados de la ciudad de Zaragoza, entre ellos el mismo Arteta, fundó la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, donde inició una intensa labor, como secretario de la sección de Artes, al menos hasta 1781. En esos años se encargó de estudiar diversas prácticas tradicionales aplicadas a la minería en algunas localidades de Teruel, realizó encuestas e informes sobre las manufacturas del reino y formó parte de la Junta de Escuelas Patrióticas de la Sociedad; publicó su primera obra conocida, Disertación sobre el aprecio y estimación que se debe hacer de las artes prácticas (1781), preparó junto con sus compañeros de la Aragonesa el debatido Plan Gremial para la reforma de gremios y cofradías, y escribió el famoso Discurso instructivo sobre las ventajas que puede conseguir la industria de Aragón, que si bien fue presentado y premiado por la Sociedad ya en 1780, no vería la luz hasta enero de 1784.
Discordias internas en la Sociedad Económica Aragonesa, entre la Sociedad y la Universidad, y entre el clero regular y secular de la ciudad zaragozana, que alcanzaron su máxima virulencia con la denuncia ante la Inquisición (en 1786) de los estudios de economía propuestos en el seno de la misma por Lorenzo Normante y aprobados en 1784, explican la marginación de Arteta de las tareas de la institución entre 1782 y 1786, que empezó con su dimisión como secretario de la Junta de Artes. Hay que decir, no obstante, que más que una verdadera exclusión, parece que se trataba de un alejamiento voluntario, inducido por las discrepancias de Arteta con el gobierno de la Sociedad ante las dubitativas posturas de esta última en las disputas múltiples que convulsionaron a Zaragoza por aquellos años; y no menos importancia debió de tener en este sentido su disgusto por el retraso de la publicación de su Discurso.
Desde finales de 1786, Arteta reanudó sus actividades habituales en la Sociedad, siendo elegido miembro de la Junta de Caridad y de otras comisiones, y en enero de 1789 escribió y leyó la Oración fúnebre en las exequias de Carlos III. Sin embargo, nuevas circunstancias de la vida personal del personaje lo apartaron de nuevo de la Sociedad Económica y, en este caso, de forma aún más dramática, de toda actividad pública. En mayo de 1789 aparece como “enfermo”, pero en realidad había sido acusado por la Real Audiencia de un delito de escándalo por conducta deshonesta, a lo que siguió su arresto por el arzobispo, quien abrió contra él un juicio criminal ante el tribunal de la Curia de Zaragoza. Arteta mantenía desde hacía algún tiempo relaciones ilícitas con una mujer casada, Antonia Tello, con la cual tuvo una hija en septiembre de 1788. Aunque el canónigo arcediano trató de disimular en el juicio unos hechos que eran de público conocimiento, la sentencia del tribunal de la Curia fue condenatoria, pero las influencias de Arteta entre los ilustrados de la Corte le permitieron afrontar un castigo muy suave y ganar, en 1791, los sucesivos recursos que fue interponiendo, ante la Rota y la Real Cámara de Castilla. El escándalo le supuso, sin embargo, un agrio enfrentamiento con sus compañeros del Cabildo metropolitano y la destitución de su puesto en la Junta de Caridad, y sin duda alguna fue utilizado por los sectores más tradicionalistas del clero y de la opinión local para desprestigiar la política ilustrada de la Sociedad Económica Aragonesa.
Las dos principales obras que había publicado en los años anteriores le convierten en uno de los más significativos escritores sobre la economía aragonesa del período ilustrado. La primera de ellas, la Disertación sobre el aprecio y estimación [...] de las artes prácticas, es de carácter más general, comenta detenidamente a los arbitristas castellanos del siglo XVII, y a los mercantilistas posteriores, como Uztáriz o Feijoo, declarándose partidario de las medidas proteccionistas que ya se habían propuesto en Aragón en tiempos pretéritos; y en lo concerniente a la promoción de las manufacturas, sigue al pie de la letra las ideas expuestas por el famoso autor del Fomento de la industria popular y de la Educación popular de los artesanos, hasta tal punto que la obra de Arteta podría considerarse —según Pérez Sarrión— una divulgación del “catecismo” económico del despotismo ilustrado, “una simple versión provincial de las propuestas de Campomanes”.
El Discurso instructivo es una obra más original y de mayores pretensiones teóricas y prácticas. Parte de la oportunidad que surge para la exportación aragonesa a raíz de los Reales Decretos de 1778 donde se concedía la libertad del comercio con América a diversos puertos españoles, entre los que figura el de Los Alfaques, considerado el punto natural de salida de los productos de Aragón, si se conseguía llevar a buen término los proyectos de navegabilidad del Ebro aguas abajo de Zaragoza. El autor consideraba que el comercio exterior con los territorios españoles en América podía convertirse en motor del desarrollo aragonés, de forma similar a lo que había ocurrido en el caso de Inglaterra y Cataluña. En su segunda parte, tal vez la más original y valiosa, el discurso evalúa las posibilidades exportadoras de Aragón, en función de la oferta agraria, minera e industrial y de la debilidad de su población y comercio (“la falta de la saca y del consumo”). Analiza sucesivamente el estado de la producción y las posibilidades comerciales de diferentes artículos aragoneses —trigo, vino, aceite, lana, seda, lino, materias primas minerales, piel y calzado—, y concluye facilitando información sobre la demanda potencial americana —población, producción y consumo en las distintas áreas de la América hispana—, sus principales productos comercializables y los principales puertos de Indias en esos años, señalando precios de origen y destino de los distintos géneros y frutos, así como costes del transporte ultramarino, utilizando para todo ello información obtenida de los datos del tráfico con América en Cádiz y Barcelona.
Esta última parte de la obra es, por lo tanto, de carácter divulgativo y su finalidad era la de servir como guía práctica a los posibles comerciantes del reino aragonés. El conjunto del Discurso adolece de un excesivo optimismo acerca de las posibilidades comerciales de Aragón y, sin duda, sobrevalora sus recursos propios, pero el análisis de la estructura productiva del reino se basa en una observación detallada de los distintos ramos de la actividad agropecuaria, extractiva y manufacturera de la región, utilizando para ello los informes, encuestas y observaciones directas que la Sociedad Aragonesa, y el mismo Arteta, habían realizado en los años inmediatamente anteriores. No es de extrañar, pues, que la obra fuera acogida con tanto agrado en los círculos ilustrados de Madrid, pues no sólo reflejaba fielmente su pensamiento económico, sino también su modelo político, y se ofrecía como un ejemplo directo de aplicación práctica de las medidas del gobierno central.
Superados los duros años de su enjuiciamiento, Arteta volvió a integrarse activamente, a partir de 1792, en las actividades de la Sociedad Aragonesa, dentro del grupo de curadores de las cátedras de Agricultura, Economía Civil, Derecho y Filosofía Moral, dirigiendo la Escuela de Matemáticas y formando parte de otras juntas y comisiones. En 1797 fue elegido primer consiliario de la Real Academia de San Luis de las Nobles Artes. Reanudó su actividad literaria —una traducción sobre los problemas del clero regular y un tratado sobre el lujo, que quedaron inéditos—, pero pasó a dedicarse con atención preferente a los problemas de la infancia en sus diversos aspectos humanitario, fisiológico y pedagógico. De hecho, ya era miembro, desde 1795, de la Junta de Escuelas, desde donde se trató de divulgar los nuevos sistemas didácticos de aprendizaje de la lectura, a los que prestaría atención especial en su última y famosa obra impresa.
Fue esta la Disertación sobre la muchedumbre de niños que mueren en la infancia y modo de remediarla [...], que escribió hacia 1799 en tres partes, publicadas en 1801 y 1802.
La primera de ellas está dedicada al tema de la infancia abandonada, de gran actualidad por aquellas fechas a raíz de los decretos de Godoy de 1794 y 1796 sobre la despenalización del torno, la legitimación civil del expósito y el nuevo régimen de las inclusas.
Para abordar debidamente el estudio del tema en sus aspectos demográficos, Arteta incluye un valioso estudio sobre la mortalidad infantil de la época, basado en los registros parroquiales de varias localidades aragonesas en el período de 1786 a 1790, cuyos resultados compara con la de los expósitos ingresados en la inclusa dependiente del Hospital General de Zaragoza en el mismo quinquenio. El autor demuestra conocer con detalle los datos del establecimiento de su ciudad, que analiza con rigor estadístico, y también los de las otras inclusas que por esos años se acababan de instalar en el reino aragonés.
Utiliza, por otra parte, la literatura reciente sobre el tema —como Pedro J. de Murcia y especialmente Lorenzo Hervás—, de donde extrae otra serie de casos locales, españoles e italianos. La descripción que hace Arteta del traslado de los expósitos del reino de Aragón hasta el hospital zaragozano es una de las más realistas y dramáticas de todas las que nos han quedado sobre este fenómeno, en el que los tratadistas de la época creían encontrar una de las principales causas de la elevadísima mortalidad de los expósitos.
Aquí y en los volúmenes siguientes de su obra, al abordar los problemas fisiológicos, pediátricos y pedagógicos relacionados con el nacimiento, el cuidado físico y la instrucción de los niños, el arcediano demuestra su erudición y su deuda con los principales tratadistas anteriores: Locke, Buffon, Fenelon y, muy especialmente, Hervás y Panduro.
Es más que probable que la intensa dedicación de Arteta en sus últimos años a estos temas de la infancia, y concretamente al de los niños abandonados, estuviera influida por su dramática experiencia personal.
Por las fechas en que publicaba esta última obra, la hija ilegítima que había tenido con Antonia Tello había cumplido ya los trece años. Se había visto separado de ella por decisión judicial, y aunque no parece que reconociera nunca su paternidad, sí es cierto que se preocupó de educarla y que legó todos sus cuantiosos bienes a la madre. También es sabido que Antonio Arteta había tenido con anterioridad otra hija ilegítima, de quien se ignora casi todo, pues al parecer su progenitor logró ocultar en este caso los rastros de ese primer nacimiento ilegítimo, pero que debió de ser entregada a amas de leche contratadas al efecto, si es que no ingresó directamente en la inclusa zaragozana.
Así pues, las propias vicisitudes de la biografía de Arteta, una trayectoria vital compleja, y hasta censurable en más de un aspecto, le ofrecieron paradójicamente la oportunidad de reorientar su atención hacia un tema de gran importancia social, sobre el que llegó a escribir una importante obra rebosante de filantropía, sentido común y erudición múltiple: una imagen y un testimonio más de lo que en sus otras obras, y en muchas de los escritores de su época, fueron las contradicciones, los sesgos oportunistas y las limitaciones de la Ilustración en España.
Obras de ~: Extracción, calidad y búsqueda de minas de alumbre, así como sobre el método de purificar las existentes en Alcañiz, Alloza, Ariño y Estercuel (Teruel), c. 1776 (inéd.); Memoria sobre las minas de alumbre, fabricación de sombreros y blanqueo de lienzos [1776] (inéd.); Tratado metódico para la educación física e intelectual de los niños, Valencia, 1780 (no localizada); Disertación sobre el aprecio y estimación que se debe hacer de las artes prácticas, y de los que las exercen con honradez, inteligencia y aplicación, Zaragoza, Blas Miedes, 1781; Discurso instructivo sobre las ventajas que puede conseguir la industria de Aragón con la nueva ampliación de puertos concedida por S.M. para el comercio de América, Madrid, Imprenta Real, 1783 (ed. y est. prelim. de G. Pérez Serrano, Zaragoza, Departamento de Economía y Hacienda, 1985); Lecciones breves y sencillas sobre el modo de hacer el vino, extractadas de las obras de Mr. Maupin. Dirigidas y dedicadas a los cosecheros del Reino de Aragón, Zaragoza, Blas Miedes, 1786 (no localizada); Memoria acerca del blanqueo de lienzos, para dársela al público [1787] (inéd.); Oración fúnebre que en las solemnes exequias del Sr. Rey Don Carlos en la Iglesia de San Carlos Borromeo de la ciudad de Zaragoza, el día 31 de Enero de 1789, dixo el Doctor D. [...] Zaragoza, Viuda de Miedes, 1789; Elogio del Excmo. Sr. D. Félix O’Neille, Teniente General de los Reales Exércitos, Capitán General del Reyno de Aragón, presidente de su Real Audiencia, Inspector General de Infantería, Consejero nato del Supremo Consejo de Guerra, Caballero Gran Cruz de la Real y distinguida Orden de Carlos III, Director primero de la Real Sociedad Aragonesa de Amigos del País, que leyó en la Junta de 31 de Julio de 1795 el Doctor D. [...], Madrid, Imprenta Real, 1796; Tratado político-moral en que se fijan los límites del lujo, 1798 (inéd.); Los proyectos de los incrédulos sobre la destrucción de los regulares, 1798 (inéd.); Disertación sobre la muchedumbre de niños que mueren en la infancia, y modo de remediarla, y de procurar en sus cuerpos la conformidad de sus miembros, robustez, agilidad y fuerzas competentes, Zaragoza, Francisco Magallón, 1801 (parte I) y 1802 (partes II y III).
Bibl.: F. de Latassa y Ortín, Biblioteca nueva de los aragoneses que florecieron desde el año de 1795 hasta el de 1802, Pamplona, 1802, t. VI; M. Bitar Letayf, Economistas españoles del siglo XVIII. Sus ideas sobre la libertad de comercio con Indias, Madrid, Instituto de Cultura Hispánica, 1968; G. García Pérez, La economía y los reaccionarios al surgir la España contemporánea. Denuncia a la Inquisición de la primera cátedra española de Economía, Madrid, Edicusa, 1974; J. F. Forniés Casals, “La estructura social de los Amigos del País en Aragón”, en Boletín de Documentación del Fondo para la Investigación Económica y Social, IX, n.º 2 (1977), págs. 285-308; J. F. Forniés Casals, La Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País en el periodo de la Ilustración (1776-1808): sus relaciones con el artesanado y la industria, Madrid, Confederación Española de Cajas de Ahorro (CECA), 1978; G. Pérez Sarrión, “Reformismo e Ilustración en la obra de Antonio Arteta (1745-1813)”, en A. Arteta, Discurso instructivo sobre las ventajas [...], Zaragoza, Departamento de Economía y Hacienda, 1985, págs. V-LIV.
Vicente Pérez Moreda