Abarca y Velazco, Baltasar de. Barcelona, ú. t. s. XVII – Lima (Perú), s. m. s. XVIII. Militar, gobernador.
Era hijo legítimo de Juan de Abarca, conde de la Rosa, comendador de Totana en la Orden de Santiago, gobernador de esa plaza y teniente general de los ejércitos de Su Majestad. Al igual que su padre, Baltasar siguió la carrera de las armas hasta llegar al grado de coronel de dragones. A causa de una enfermedad debió abandonar la milicia para ingresar en la Orden religiosa de San Jerónimo. En el noviciado se agravó su mal y no pudiendo profesar abandonó el claustro para pasar al Perú en compañía del virrey príncipe de Santo Bono.
Para cubrir la vacante dejada por Urizar, el 12 de marzo de 1725 el Consejo de Indias elevó al Rey una terna de candidatos, de los que éste ordenó designar a Baltasar de Abarca y Velazco. En el año 1726, el virrey del Perú, marqués de Castelfuerte, lo designó gobernador del Tucumán y partió de Lima, vía Chile, para hacerse cargo del mismo el 20 de enero de ese mismo año. Debió permanecer en Chile durante todo el año de 1726 debido a que las fuertes tormentas de nieve en la cordillera le impedían el paso. Don Alonso de Alfaro se hizo cargo del gobierno interinamente hasta su arribo, a mediados de 1727.
Su gobierno no fue todo lo acertado que se esperaba de un hombre con su capacidad y antecedentes.
Por el contrario, marcó un notorio retroceso en la conquista de estas tierras, ya que durante su gobierno los indios del Chaco invadieron la ciudad de Córdoba, a la que nunca antes habían conseguido aproximarse, e hicieron que se despoblase la reducción de San Esteban de Miraflores. Las tierras de estas provincias fueron devastadas, los españoles perdieron sus haciendas y fortunas, y los naturales que ya se habían convertido al cristianismo huyeron de las reducciones para refugiarse en los bosques de aquellas comarcas. Con la despoblación de Miraflores, barrera que impedía internarse en Tucumán, los indios chaqueños entraron sin dificultades y arrasaron toda la frontera, obligando a los pobladores a retirarse a las ciudades. Correspondió al teniente de Córdoba, Miguel de Anglés, contener a los que habían avanzado cerca de la ciudad. Para defender Córdoba se levantaron tres fuertes, para cuyo sostenimiento Abarca creó un gravamen de un peso por cada carreta que entraba desde Buenos Aires y Santa Fe, en tanto no se disponía que las Cajas Reales de Potosí le remitieran veinte mil pesos que había pedido al Consejo de Indias. En 1730 el Consejo recordó que el gobernador Urizar había levantado tres fuertes, con doscientos soldados de guarnición, estableciendo para su sostenimiento un régimen fiscal de emergencia. El nuevo gobernador sostuvo que los fuertes de Urizar no estaban bien guarnecidos, de lo contrario los mocovíes no los habrían invadido.
A pesar de sus razonamientos, la propuesta de Abarca no tuvo eco en la Corte. Una de sus primeras peticiones, formulada en Salta en 1716, tendía a la instalación de una Real Audiencia en Tucumán; el Consejo rechazó el pedido.
Con motivo de la conducta de los mocovíes, la ruta habitual de las carretas que pasaba por Santiago del Estero fue considerada peligrosa, de manera que el tránsito se dirigió directamente a San Miguel del Tucumán. A petición del procurador de la ciudad, en 1727, Abarca dispuso que tal ruta debía ser obligatoria para la conducción de toda clase de mercancías.
Santiago del Estero, la eterna sacrificada y olvidada, apeló aquella resolución, por lo cual el gobernador citó en Salta a representantes de las dos ciudades interesadas. El representante de San Miguel de Tucumán, consciente de que Santiago del Estero no contaba con otro recurso que el peso que cobraba a cada carreta por ser visitada, renunció al privilegio concedido.
Abarca y Velazco perdió su prestigio y autoridad, y en los momentos en que llegaba la confirmación de su nombramiento presentó la renuncia en manos del virrey, a mediados de 1730 y se retiró a Lima, donde se le había conferido el grado de general del Callao.
Bibl.: E. Udaondo, Diccionario biográfico colonial argentino, Buenos Aires, ed. Huarpes, 1945, págs. 20-21; V. Sierra, Historia de la Argentina. Fin del régimen de gobernaciones y creaciones del virreinato del Río de la Plata (1700-1800), Buenos Aires, Unión de Editores Latinos, 1959, págs. 150-151.
Sandra Olivero