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Diego Valentín Díaz

Biografía

Valentín Díaz, Diego. Valladolid, 2.III.1586 – 1.XII.1660. Pintor.

Este pintor es posiblemente el más importante de la escuela castellana de pintura del siglo xvii, aunque todavía no se ha realizado un estudio completo de su producción artística y de las relaciones que mantuvo con importantes representantes de la cultura de su tiempo. A este respecto, ha podido influir el hecho de que Antonio Palomino, el biógrafo de artistas más destacado del siglo xviii, no le mencionase en sus emblemáticas Vidas, aunque su nombre si fue recordado por alguno de sus discípulos, como Felipe Gil de Mena y en los textos de literatura topográfica de la segunda mitad del siglo xix. La correspondencia que se conserva de la época confirma que Valentín Díaz gozó de una excelente reputación como artista en su época, de hecho, mantuvo una estrecha amistad con la condesa de Requena, los escultores Gregorio Fernández, Juan Rodríguez, el obispo de Oviedo, Antonio Valdés, Francisco Pacheco, Juan Carreño de Miranda e incluso el propio Diego Velázquez. Estos documentos han dado la posibilidad de conocer algunos datos de su vida personal para identificar a las tres mujeres con las que se casó o los nombres de sus numerosos hijos. Todo ello a pesar de que al artista sólo le sobrevivieron dos de sus hijas, María y Mariana, monjas en el Monasterio Benedictino de San Salvador del Mora de Palencia y a quienes recordó en su testamento como herederas. En cambio, se desconoce cuándo y cómo comenzó su andadura profesional, aunque algunos estudiosos han señalado la posibilidad de que al inicio de su carrera colaborase con su padre, un conocido experto en policromía de retablos llamado Pedro Díez Minaya, del que todavía no han aparecido, sin embargo, obras firmadas. Sí que se conoce, en cambio, que la familia residió en la plazuela del Almirante, y que, desde 1606, Diego inició su trayectoria profesional en su ciudad natal. Sus primeros pasos en la profesión no los realizó en solitario; de hecho, junto a su padre y otros pintores y policromadores de la zona formaron una sociedad para contratar un mayor número de obras en la provincia de Valladolid y sus alrededores.

Una decisión que le reportó una gran fama y, sobre todo el reconocimiento de la crítica como el pintor más completo de la escuela manierista de pintura castellana, puesto que se distinguió por el cultivo de casi todos los géneros: pintura religiosa, retratos, bodegones, paisajes, vanitas, arquitecturas fingidas, decoraciones murales e incluso la policromía de esculturas. Su interés por la cultura, en cambio, aparece reflejado tanto en su testamento como en el inventario de sus bienes, puesto que en estos documentos se señala la presencia en su biblioteca de casi quinientos libros, escritos en varios idiomas, y numerosas estampas, grabados y dibujos de prestigiosos artistas como Federico Barocci, Antonio Tempesta, Rubens o Durero. En su trayectoria fueron determinantes las estrechas relaciones que estableció con la nobleza, los alcaides y los veedores de las obras del Rey, contactos que influyeron notablemente tanto en sus adquisiciones de objetos artísticos como en su abundante producción pictórica. Sólo así se comprende su especial talento para la realización del retrato, un género en el que posiblemente destacó en su época, tal y como se puede observar en las obras de este género que han llegado hasta hoy de Enrique Pimentel, Alonso López Gallo o Gregorio Pedrosa. La invención de un estilo muy personal le permitió introducir innovaciones en los repertorios iconográficos tradicionales e incluso incorporar una cierta idealización en la recreación de figuras humanas, que sólo puede parangonarse a la realizada por el pintor sevillano Francisco Pacheco.

La ambición de Diego Valentín Díaz le llevó a consolidar su nombre en localidades alejadas de su ciudad natal, un hecho que repercutió favorablemente en su carrera. Quizás también le ayudó su nombramiento como familiar del Tribunal del Santo Oficio, así como su pertenencia a la mayor parte de las cofradías penitenciales de Valladolid. Estos contactos le permitieron ayudar económicamente al gremio de pintores, los cuales se reunían en torno a la cofradía de San Lucas, e incluso les prestó una de las dependencias del colegio que fundó para niñas huérfanas para sus encuentros. Diego Valentín Díaz adquirió el patronato de esta institución en el año 1647 convirtiéndose en el primer artista que actuó como mecenas en toda la historia del arte. El pintor ideó, en la década de 1650, el programa decorativo con alegorías y virtudes para la iglesia de su fundación, llamada Dulce Nombre de María, e incluso proyectó la apertura de una academia para la enseñanza de las artes en este centro, en donde proyectó el diseño de varias salas de estudio. En este ámbito pudo incluso pensar en la posibilidad de escribir un tratado sobre la pintura, a imagen y semejanza de su competidor en Sevilla, Francisco Pacheco. Se conservan varias de las pinturas que ideó para este templo: dos representaciones de San Francisco de Asís y Santa Isabel de Hungría, obras que junto con la de San Alejo estaban colocadas en el banco de uno de los retablos colaterales, dedicado a San Luis. Para el altar mayor, en cambio, creó un monumental lienzo dedicado al rey santo de Francia que dispuso flanqueado por una imagen de San José con el Niño Jesús y Santa Ana con la Virgen. En las pinturas de los retablos colaterales recordó la vida de San Nicolás de Bari y San Luis de Francia. No se trataba de una elección iconográfica casual, puesto que la presencia de san Luis, san Francisco de Asís y santa Isabel sólo se justificaba en este templo por el especial interés que el pintor mostró en dar a conocer a la Venerable Orden Tercera, una institución fundada por el santo italiano a la que pertenecía el propio artista e ideólogo del programa decorativo del templo.

Una de sus primeras obras en solitario la realizó en 1608, año en que firmó el contrato para realizar el retablo mayor del Convento de Santa Catalina en Valladolid. Además realizó diversas intervenciones en Valladolid en los Conventos de San Francisco, San Benito y Santiago o Portacoeli y participó en el programa decorativo de las iglesias parroquiales de Villaverde de Medina, Velilla o Villabáñez. Su ámbito de trabajo se amplió hacia otras zonas, como Galicia, Asturias, País Vasco, Madrid, La Rioja o Castilla. El Cabildo catedralicio de Santiago de Compostela solicitó su asesoramiento para la realización de un baldaquino, mientras que en Valladolid le encargaron el diseño del trono de la Virgen de San Lorenzo, la pieza más importante de la platería castellana del siglo xvii. El Ayuntamiento de su ciudad natal, consciente de la repercusión de sus proyectos, le encargó un lienzo de gran tamaño para el techo del salón principal del edificio municipal. En el año 1656 realizó una serie de pinturas para el retablo mayor del Convento de San Bartolomé, hoy desaparecido. Asimismo diseñó cuatro pinturas entre 1638 y 1641 en las que representó a San Vicente, San Benito, Santa Escolástica y la Inmaculada Concepción, destinadas a la iglesia de San María la Real de Oviedo. Estas obras fueron solicitadas por el abad fray Luis Manuel, un vallisoletano amigo personal de Diego Valentín Díaz. Asimismo intervino en la decoración del Convento de Santa Isabel de la capital castellana, para el que pintó un lienzo con la representación de La Virgen orante que formaba pareja con una escena de El Salvador, obra a la que incorporó varios grupos de ángeles, cuya presencia sólo puede explicarse gracias a la presencia en el mercado de numerosos textos sobre iconografía angélica popularizados, entre otros, por san Luis Gonzaga.

Por otro lado, también trabajó para la iglesia de San Martín, templo para el que ideó una pintura con la representación de La imposición de la casulla a san Ildefonso, un cuadro que, en origen, estaba destinado al cuerpo superior del retablo de la Virgen de la Soledad, y que, en un primer momento decoró el desaparecido Convento de San Francisco. Su estrecho contacto con las iglesias vallisoletanas le permitió participar en numerosas empresas artísticas como la parroquia de Santiago Apóstol, para la que realizó una imagen de El éxtasis de san Pablo; el Convento de Santa Catalina, en donde pintó la representación de El camino al Calvario y un San Bernardo o en las carmelitas descalzas, quienes compraron una imagen de Santa Teresa de Jesús. En los alrededores de la capital castellana también le encargaron pinturas, como una escena de El Juicio Final, comisionada por la iglesia de Santa María del Campo de Burgos, una imagen hagiográfica de San Antonio de Padua, destinada a una de las parroquias de Laguna de Duero (Valladolid) o una representación de La Anunciación, adquirida por la iglesia de Santiago Apóstol de Medina del Campo.

El pintor falleció, a una avanzada edad, en el mes de diciembre de 1660 y fue enterrado en la iglesia del Dulce Nombre de María, el templo que había sufragado con las ganancias obtenidas por su trabajo. En este emplazamiento se conservó un autorretrato del artista, que formaba pareja con el de su tercera esposa, María de la Calzada, ambos pintados hacia 1640. Dichas obras se conservan actualmente en la colección catedralicia, aunque se conoce, gracias al inventario de sus pinturas, que también le había retratado Juan Carreño de Miranda. Un tercer retrato del artista fue entregado a sus hijas, las cuales residían en el Convento de San Salvador del Moral. En el momento de su fallecimiento estaba finalizando las pinturas del retablo de Palacios de Campos, una obra que fue concluida por uno de sus alumnos. Entre sus discípulos hay que destacar a Felipe Gil de Mena, Tomás Peñasco, Bartolomé Santo o Antonio Caniego, quienes se limitaron, salvo excepciones, a repetir los modelos iconográficos popularizados por su maestro.

 

Obras de ~: Retablo mayor, Convento de Santa Catalina, Valladolid, 1608; Diseño del trono de la Virgen de San Lorenzo, Valladolid; Lienzo para el techo del salón principal del Ayuntamiento, Valladolid; San Vicente, San Benito, Santa Escolástica, Inmaculada Concepción, iglesia de San María la Real, Oviedo, 1638-1641; Serie de pinturas para el retablo mayor del Convento de San Bartolomé, 1656 (desapar.); La Virgen Orante y El Salvador, Convento de Santa Isabel, Valladolid; La imposición de la casulla a san Ildefonso, iglesia de San Martin, Valladolid; El éxtasis de san Pablo, parroquia de Santiago Apóstol, Valladolid; El camino al Calvario y San Bernardo, Convento de Santa Catalina, Valladolid; El Juicio Final, iglesia de Santa María del Campo, Burgos; San Antonio de Padua, parroquia de Laguna de Duero, Valladolid; La Anunciación, iglesia de Santiago Apóstol de Medina del Campo, Valladolid.

 

Bibl.: J. Martí y Monso, Estudios histórico-artísticos, Valladolid, Miñón, 1901; E. García Chico, Documentos para el estudio del arte en castilla, II, pintores, Valladolid, Seminario de Arte y Arqueologia adscrito al Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1940, págs. 44-49; M. Vivaracho Larraza, “Nuevos documentos sobre las obras del pintor vallisoletano Diego Valentín Díaz”, en Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (1951-1952), pág. 140; A. E. Pérez Sánchez, “Un grabado de Rubens en casa de Diego Valentín Díaz”, en Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología, vol. XXXVI (1970), págs. 48-51; E. Valdivieso, La pintura en Valladolid en el siglo xvii, Valladolid, Diputación Provincial, 1972; J. Urrea Fernández y C. Brasas Egido, “Epistolario del pintor Diego Valentín Díaz”, en Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (1980), págs. 435-449; J. Urrea Fernández, La pintura en Valladolid en el siglo xvii, en Historia de Valladolid, vol. IV, Valladolid, Ateneo, 1982; Catálogo de la exposición Diego Valentín Díaz (1556-1660), Valladolid, Caja de Ahorros Popular de Valladolid, 1986; M. Freixa i Serra y J. M. Muñoz Corbalán, Les fonts de la Història de L’Art d’època moderna i contemporanea, Barcelona, Universitat, Departament d’Historia de L’Art, 2005, págs. 132-138.

 

Macarena Moralejo Ortega

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