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Cecilia Sobrino Morillas

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Biografía

Sobrino Morillas, Cecilia. Cecilia del Nacimiento. Valladolid, 1570 – 7.IV.1646. Carmelita descalza (OCD), escritora, superiora.

Pocas familias se encontraron tan arraigadas con la reforma teresiana descalza como la de los Sobrino de Valladolid. De los nueve hijos que nacieron del matrimonio formado por el letrado Antonio Sobrino y Cecilia de Morillas, cuatro de ellos (dos frailes y dos monjas) profesaron en el Carmelo. Por entonces, esta religión estaba viviendo transformaciones jurídicas importantes, que desembocaron en su consideración como Congregación independiente. Diego Sobrino, fray Diego de San José, fue el testigo más directo y el cronista de la vida más íntima, intelectual y espiritual de su propia familia y de su hermana, la madre Cecilia del Nacimiento, monja que profesó en el Carmelo de Valladolid.

Era la más pequeña de todos, pues había nacido en 1570, y como buena parte de sus hermanos en Valladolid, cuando su padre era ya secretario de la universidad y funcionario del Tribunal del Santo Oficio. En su primera infancia fue educada por su madre, Cecilia de Morillas, una mujer intelectual que enseñaba a sus hijos a leer y a escribir en latín. No solamente les acercó a la lectura de la Biblia, al cultivo de las letras y de las artes plásticas —la pintura—, sino que no olvidó la educación musical. Tras la muerte de su madre, en 1581, María y Cecilia continuaron su formación musical en el Monasterio de las Huelgas Reales de Valladolid, de forma gratuita. Quizás, ambas hermanas recibieron algunos ofrecimientos de las monjas cistercienses para profesar en una casa ligada a la Monarquía y en la cual pudieron sus hermanos haber concertado su entrada.

Sin embargo, ambas hermanas profesaron el mismo día en el Convento de la Concepción del Carmen de Valladolid, la cuarta de las fundaciones culminadas por la madre Teresa de Jesús. Era el 2 de febrero de 1589.

Era ésta una joven de carácter mucho más abierto que su hermana María, según apunta Blanca Alonso Cortés.

Ambas se hallaban preparadas para el ejercicio de oficios de gobierno en las casas de la Orden y muy especialmente en el proceso extensivo de las carmelitas, todavía con gran dinamismo fundacional.

Cecilia del Nacimiento era hija espiritual de fray Tomás de Jesús, el cual como provincial de Castilla creyó (en 1601) que esta monja era la religiosa perfecta para consolidar el convento de Calahorra, en La Rioja, fundado en 1598. En torno a su primera priora, Magdalena de Jesús, procedente también de Valladolid, habían circulado una serie de rumores. En las primeras elecciones, Cecilia del Nacimiento fue elegida priora, además de maestra de novicias. Su gobierno no fue únicamente espiritual y temporal, sino también intelectual. Una de sus discípulas fue la madre Ana de Trinidad, una religiosa sumamente culta, experta en matemáticas, poesía, pintura, música y latinidad, en definitiva, las facetas que le había enseñado a dominar a Cecilia del Nacimiento su propia madre. Como priora no pudo completar el trienio, debido a su enfermedad. A pesar de todo, volvió a ser elegida como priora en noviembre de 1608, aunque entonces tampoco concluyó su tiempo. Esta vez no fue por su enfermedad sino por la oposición dentro de la Orden. Su confesor, el provincial que había sido fray Tomás de Jesús, se había enfrentado al general Alonso de Jesús María.

Con todo, fue un gobierno fecundo, pues llevó a cabo la compra del terreno donde se ubicaba el convento, así como la construcción de buena parte de la casa. Fomentó, además, el establecimiento de los frailes carmelitas en Calahorra, consiguiendo las licencias requeridas. La madre Cecilia del Nacimiento quería contar en ellos a los predicadores y directores espirituales, adecuados no solamente para las monjas, sino para la población.

Cecilia del Nacimiento vivió en carne propia las rivalidades que se desencadenaron dentro de la Congregación, sobre todo con los enfrentamientos del general Alonso de Jesús María (el mismo que había impedido la conservación de los escritos de su hermana María de San Alberto) y su confesor fray Tomás de Jesús. La madre Cecilia recibió “rigurosísimos mandatos” de no mantener comunicación con el citado Tomás de Jesús, una vez que éste había sido requerido en Roma para hacerse cargo de las misiones de los carmelitas. Para evitar cualquier ataque focalizado en exceso, se procuró la salida de la religiosa de Calahorra en 1610. La acompañaron algunas otras monjas, camino primero de Palencia, entrando en Valladolid, en octubre de 1612, en donde se reencontró con su hermana María, después de más de diez años de ausencia.

Los años de la estancia de la madre Cecilia, la mejor poetisa del Carmelo según la ha definido Emeterio de Jesús, en Calahorra, fueron los más fecundos literariamente hablando. No fue extraño que esto motivase que dos de sus poemas fuesen atribuidos durante siglos a San Juan de la Cruz. En su literatura mística se incluye el Tratado de la unión del alma con Dios, junto con el Comentario a las liras de la Transformación del alma en Dios. En ellas se muestra —según Gerardo de San Juan de la Cruz— como una auténtica experta en teología mística, manifestándose extraordinariamente clara en la Dogmática, sobre la que demostraba un perfecto dominio. Junto a estas páginas que permanecieron manuscritas en su siglo, no podía faltar el Tratado de la transformación del alma en Dios. En opinión de Emeterio de Jesús, la inteligencia que demostraba, su formación literaria y su amor manifestado por Dios y la naturaleza, se convertían en fuentes de su producción literaria.

Sus versos, se inspiran en los recursos espirituales que habían utilizado Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz, además de fray Luis de León. Había mucho de poesía culta pero también de popular y tradicional.

Aquella naturaleza que describió, por ejemplo, en un extenso poema donde describía un bello paraje carmelitano que ella no conocía: el desierto de San José de las Batuecas: “Aquí las peñas cuyos hombros hacen / a la región del aire competencia; / puntos de riscos en que el cielo estriba, / montañas encumbradas por esencia; / valles profundos do las fieras pacen, / fuentes que brotan de la peña viva, / yerba menuda que el humor reciba; y allí, frondosas hayas / de el águila secretas atalayas / más los crecidos fresnos en la vega / afrentan los mayores de Noruega, / y la robusta encina / que al fiero jabalí su rama inclina”. Y por no escapar de su mundo literario de sensaciones, tampoco lo hace la entrada de nuevas monjas en el convento y lo plasma en piezas dramáticas como la “Fiestecica para una profesión religiosa”. Palabras todas ellas que reflejaban vivamente la pasión existente entre lo divino y lo humano. Por eso, desde sus propios días, Cecilia del Nacimiento obtuvo mejor reconocimiento como escritora, que su hermana María de San Alberto, a pesar de que existían destacadas similitudes entre ambas.

En medio de tantas virtudes intelectuales, las mentalidades de aquel momento no podían dejar de buscar hechos extraordinarios. Igualmente, prodigioso era que una monja se atreviese a ser una pintora, capaz de hacer sombra a Diego Valentín Díaz, cuando entonces recompuso un óleo de la Verónica que se conservaba en mal estado en el convento. Serrano y Sanz hablaba de cinco obras artísticas atribuidas a la madre Cecilia en el convento de las carmelitas de Valladolid, incluidas tallas y lienzos, con un dibujo correcto aunque con un color que carecía de energía. Sin embargo, sus trabajos eran muy valorados, puesto que esta monja carecía de modelo a la hora de trabajar.

Murió en abril de 1646, a los setenta y cinco años.

Se iniciaron entonces diversas iniciativas para promocionar y probar su santidad, siendo deseadas sus reliquias.

De hecho, las calaveras de ambas hermanas fueron conservadas dentro de una urna en el relicario del convento. Muchos hechos de su vida fueron recogidos, no solamente por su hermano fray Diego de San José o por los propios escritos autobiográficos, sino también por monjas carmelitas como Petronila de San José. Fue la última de los hermanos que murió de aquella amplia familia de los Sobrino de Valladolid, un siglo después del nacimiento del primogénito Francisco, que fue cuarto obispo de Valladolid.

 

Obras de ~: Dos monjas vallisoletanas poetisas, ed. de B. Alonso Cortés, Valladolid, 1944; Transformación del alma en Dios, Madrid, Editorial Espiritualidad, 1952; Unión del alma con Dios, Madrid, Editorial Espiritualidad, 1953; Cecilia del Nacimiento, O. C. D. 1570-1646 (obras completas), ed. notas críticas y est. de J. M. Díaz Cerón, Madrid, Editorial Espiritualidad, 1971.

 

Bibl.: D. de San José, Relación de cosas memorables de la vida y muerte del S. D. Francisco Sobrino, Obispo de Valladolid y de sus Padres y Hermanos, s. l., s. f.; P. de San José, Virtudes de la M. Cecilia del Nacimiento, religiosa carmelita del convento de Valladolid, s. l., s. f.; F. de Santa María, Reforma de los descalzos de Nuestra Señora del Carmen de la primitiva observancia, vol. I, Madrid, 1644; M. de San Jerónimo, Reforma de los Descalzos de Nuestra Señora del Carmen, Madrid, 1710, lib. XXIV, págs. 361-369; M. Serrano y Sanz, Apuntes para una biblioteca de escritoras españolas, vol. II, Madrid, 1905; S. de Santa Teresa, Historia del Carmen Descalzo en España, Portugal y América, vol. IX, Burgos, El Monte Carmelo, 1937; B. Alonso Cortés, Dos monjas vallisoletanas poetisas, Valladolid, Imprenta Castellana, 1944; E. de Jesús María, “A la madre Cecilia del Nacimiento, gloria del Carmelo y de España. En el III centenario de su muerte 1646-1946” y “Ensayo sobre la lírica carmelitana hasta el siglo xx”, en Monte Carmelo (MC), 47 y 54 (1946 y 1949), respect.; A. de la Virgen del Carmen, Historia de la Reforma Teresiana (1562-1962), Madrid, Editorial Espiritualidad, 1968; J. L. Rodríguez y J. Urrea, Santa Teresa en Valladolid y Medina del Campo, Valladolid, Caja de Ahorros Popular de Valladolid, 1982; T. Egido López, “Tomás de Jesús Sánchez Dávila”, en MC, 110 n.os 1-3, (2002); VV. AA., Mujeres ilustres en Valladolid, siglos xii-xix, Valladolid, Ayuntamiento, 2003; J. Burrieza Sánchez, “Virtudes y Letras. La familia de los Sobrino de Valladolid”, en M. García Fernández y M. A. Sobaler seco (coords.), Estudios de Historia. Homenaje al profesor Teófanes Egido, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2004.

 

Javier Burrieza Sánchez

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