Sainz Muñoz, Faustino. Almadén (Ciudad Real), 5.VI.1937 – Madrid, 31.X.2012. Diplomático al servicio de la Santa Sede, pronuncio, nuncio y arzobispo titular de Novaliciana.
Hijo de Manuel Sainz Arenas, abogado del Estado natural de Almadén, y de María Luisa Muñoz Ramírez, nacida en Puertollano, fue el segundo de diez hermanos. Su padre, dirigente de Acción Católica que defendió en juicio por igual a simpatizantes y adversarios del régimen republicano, fue objeto, durante la Guerra Civil, de la hostilidad de ambos bandos; y, aunque al final de la contienda pudo restituirse al ejercicio de su profesión (tras año y medio encarcelado y la apertura en su contra de un “expediente de depuración”), las circunstancias de la posguerra le inclinaron a trasladarse en 1951 desde Ciudad Real a Madrid. Con la esperanza de reunir en la capital a toda la familia, el abogado se llevó consigo únicamente a Faustino, que, estudiante hasta entonces en el colegio ciudadrealeño de Nuestra Señora del Prado, completó su formación con los marianistas de Nuestra Señora del Pilar. En este centro del madrileño barrio de Salamanca, el joven coincidió con otros alumnos que habrían de convertirse en destacadas figuras de la vida política, social, empresarial e intelectual de la España democrática (así, por ejemplo, el escritor Fernando Sánchez Dragó, compañero de pupitre del futuro nuncio). Establecidos, finalmente, todos los Sainz en Madrid, Faustino cursó entre 1953 y 1958 la carrera de Derecho en la Universidad Complutense, donde se licenció con Premio Extraordinario; mientras que Manuel, el padre, desarrolló una dilatada carrera en la representación jurídica de grandes empresas nacionales -Empresa Nacional Calvo Sotelo y Termoeléctrica del Ebro (de la que fue vicepresidente)-, fundó y presidió la Mutualidad de Seguros del Instituto Nacional de Industria (MUSINI), creó y fue presidente de la Asociación Nacional de Padres de Familias Numerosas y en 1981 se jubiló como magistrado del Tribunal Supremo.
Acabada la carrera de Derecho, Faustino ingresó en el Seminario de Vocaciones Tardías del Colegio Mayor El Salvador de Salamanca, y cursó los estudios de Filosofía y Teología en la Universidad Pontificia de esa ciudad. Ordenado sacerdote en diciembre de 1964, fue asignado como párroco a la madrileña localidad de Somosierra, donde permaneció hasta 1967. Aquel año, por iniciativa del prelado coruñés Maximino Romero de Lema, se le propuso trasladarse a Roma para formarse como diplomático al servicio de la Santa Sede. Al tiempo que completaba tales estudios en la Pontificia Academia Eclesiástica, obtuvo el doctorado en Derecho Canónico por la Universidad Lateranense. Con las sesiones del Concilio Vaticano II concluidas en 1965, Faustino formará parte de las primeras promociones de diplomáticos encargadas de aplicar el aggiornamento de la Iglesia Católica sobre la política internacional promovida por los pontífices, en el contexto de un orden mundial signado por la Guerra Fría, la descolonización, el auge del llamado Tercer Mundo y el desarrollo de foros y organizaciones multilaterales destinados a actuar en los más diversos ámbitos.
Entre 1970 y 1972 se desempeñó como secretario de la nunciatura en el África Occidental Francesa, con sede en Dakar. Seguidamente, se trasladó a Copenhague como miembro de la Delegatio Apostolica in Scandia, que comprendía Dinamarca, Finlandia, Suecia, Noruega e Islandia. Desde allí se incorporó a la delegación de la Santa Sede para la Conferencia sobre la Seguridad y Cooperación en Europa convocada en Helsinki. El encuentro, que comenzó sus reuniones en 1973, representaba una ocasión inédita para el diálogo entre Occidente y el bloque soviético, y una oportunidad excepcional para afirmar en el concierto internacional la voz del Vaticano. Cercano a la sensibilidad de una España en la que se adivinaba próximo el final del franquismo, y que podía abonar en la Conferencia el terreno de su apertura al mundo, Faustino trabajó estrechamente con los diplomáticos españoles -el embajador Aguirre de Cárcer y el secretario Javier Rupérez, antiguo compañero suyo en El Pilar-, y sus esfuerzos conjuntos se abocaron a la defensa de principios como la libertad religiosa, que finalmente quedó recogida en el Acta Final, firmada el 1 de agosto de 1975 por treinta y cinco jefes de Estado y de Gobierno. Junto al delegado apostólico Joseph Zabkar, y a los enviados pontificios Agostino Casaroli y Achille Silvestrini, Faustino Sainz constituyó una presencia activa en las reuniones de la Conferencia celebradas en Helsinki y en Ginebra, llegando a presidir, en marzo de 1973, su órgano más alto, el Comité de Coordinación.
Su afinidad con señaladas personalidades que asumieron en España la tarea de vehicular la transición política le confirió un papel relevante en la reformulación de las relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado español bajo la jefatura del rey Juan Carlos I. El 28 de julio de 1976, Sainz asistió a la firma del Acuerdo básico que había ayudado a preparar, y en el que quedaba esbozada la voluntad que habría de concretarse en los Acuerdos entre el Estado Español y la Santa Sede de 1979. Por otro lado, la incorporación de Faustino, desde 1975, al Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia, donde Casaroli y Silvestrini ocupaban respectivamente los cargos de secretario y de subsecretario, puso al eclesiástico español en la primera línea de la Ostpolitik vaticana -término con el que se designaba la política desplegada por la Santa Sede para hacer valer sus reivindicaciones ante los regímenes del bloque del Este y conseguir de ellos graduales gestos de apertura. Así, Faustino se convirtió en un estrecho colaborador de Casaroli -que habría de llegar a ocupar el cargo de secretario de Estado- y acompañó a Juan Pablo II en su primer viaje a Polonia poco después de la elección del pontífice.
En 1978, Sainz se desplazó al Cono Sur junto al cardenal Antonio Samoré, que representaba la labor mediadora aceptada por el papa Wojtyła para evitar in extremis un enfrentamiento armado entre Chile y Argentina a causa de una disputa territorial en el Canal Beagle. Con Faustino como su principal asistente, el purpurado italiano logró reconducir la situación cuando la guerra parecía ya inminente, y comenzar un arduo proceso de negociaciones en el que Faustino se mantuvo intensamente implicado hasta la ratificación del Tratado de Paz y Amistad suscrita por ambas naciones y por Juan Pablo II en la Sala Regia del Palacio Apostólico en 1985. Posteriores actos conmemorativos, como el celebrado en 2009 en la Universidad Católica de Chile con ocasión de los veinticinco años del acuerdo, han homenajeado la participación de Faustino Sainz en aquella mediación.
Elevado al episcopado en 1988, con el nombramiento de arzobispo titular de Novaliciana, recibió la ordenación en Madrid de manos del cardenal Casaroli. Simultáneamente, Juan Pablo II lo designó pronuncio en Cuba, donde el régimen de Fidel Castro se esforzaba por sustraer al país de los cambios experimentados en la Unión Soviética como consecuencia del glasnot y la perestroika. En el contexto de escasez y de restricciones conocido como periodo especial, el representante papal utilizó las prerrogativas de su fuero diplomático para procurar a la población -y especialmente a las comunidades religiosas- los bienes básicos a los que no se podía acceder. En 1992 fue nombrado nuncio en Zaire (actual República Democrática del Congo), cuya iglesia, con el mayor número de obispos y fieles de toda África, trabajaba en la construcción de una jerarquía y un clero nativos tras el logro de la independencia. Con el régimen de Mobutu en descomposición, y el conflicto que condujo al genocidio tutsi en la vecina Ruanda, Sainz y los grupos de religiosas y misioneros católicos a los que brindaba protección y asistencia diplomáticas debieron enfrentar un clima de violencia descontrolada. La nunciatura dio cobijo a desplazados tutsis y, en estrecha sintonía y colaboración con la Embajada de España, dirigida sucesivamente por Antonio López y por José Antonio Bordallo, el nuncio participó en operaciones de carácter humanitario con notorio peligro de su vida. Sainz y otros diplomáticos asumieron personalmente la tarea de transportar refugiados hasta el puerto para que pudiesen huir hasta Brazzaville; y en mayo de 1997, tras la toma de Kinshasa por las tropas de Laurent-Désiré Kabila, el representante de la Santa Sede y el embajador Bordallo organizaron un arriesgado circuito por la ciudad sumida en el caos para visitar los diversos centros y casas de religiosos y asegurarse de la integridad de sus moradores. En otra ocasión, tras asistir a una ordenación, el nuncio permaneció secuestrado en Goma durante quince días.
En 1999 fue nombrado por Juan Pablo II primer nuncio con representación exclusiva ante las Comunidades Europeas. Durante aquella misión, sus esfuerzos se centraron en influir sobre la Comisión que redactaba el Proyecto de Constitución para Europa (rechazado finalmente en los referendos de Francia y los Países Bajos), con el propósito de incluir en el texto una mención explícita sobre las raíces cristianas del continente. En 2005, el español se puso al frente de la nunciatura en el Reino Unido, y desde ese cargo organizó la visita de Benedicto XVI a las islas británicas en septiembre de 2010, la primera que realizaba un pontífice con carácter oficial en tiempos posteriores a la reforma anglicana. Para esa fecha, monseñor Sainz había sido diagnosticado de un glioblastoma multiforme. Falleció en Madrid y se encuentra enterrado en la misma ciudad, en la cripta de la Basílica de la Concepción de Nuestra Señora.
Bibl.: X. Reyes Matheus, Monseñor Faustino Sainz. En el corazón de la diplomacia vaticana, Madrid, Sekotia, 2024.
Xavier Reyes Matheus