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Francisco Casarrubios y Melgar

Biografía

Casarrubios y Melgar, Francisco. Lillo (Toledo), 3.X.1783 – Tuy (Pontevedra), 28.I.1855. Monje del Císter (OCist.), obispo de Tuy, preconizado arzobispo de Granada, predicador y defensor de los derechos de la Iglesia.

Después de una formación profundamente religiosa, recibida de su madre, que había quedado viuda muy joven, se sintió llamado a la vida del claustro, ingresando en el monasterio asturiano de Valdediós.

Recibió el hábito monástico de manos de fray Alberico Salazar, monje de la Espina y reformador general, siendo abad de la casa fray Ruperto Martínez, monje de Oseira. Formado debidamente en los deberes de la vida monástica y concluido el noviciado, fue destinado sucesivamente a los colegios que tenía la Orden en los que “concluyó su carrera mereciendo siempre y en todas partes las calificaciones más honrosas, no sólo en literal, sino también en religiosidad”.

Recién ordenado sacerdote, sucedió la invasión napoleónica.

El monje Casarrubios dejó un bello manuscrito con preciosos datos y la lista de defunciones de monjes sucedidas en los últimos cuarenta años de la congregación de Castilla. No consta que Casarrubios desempeñara en la congregación puestos destacados en su juventud, por haber estado esos años presididos primero por la invasión napoleónica y luego por el período constitucional. Parece que se dedicó más a la docencia en los colegios de la Orden, aunque tampoco eran tiempos para dedicarse mucho a ella, debido a que estaban dispersados la mayor parte de los monjes. En 1824 su nombre entra en la esfera nacional al ser presentado por el Rey para el obispado de Ceuta. Recibidas las bulas de Roma y consagrado en el monasterio cisterciense de Santa Ana de Madrid el 21 de diciembre del mismo año, al disponerse a partir para su sede, una orden real le comisionaba para establecer en Alcalá el nuevo plan de estudios, lo que realizó con celo y notable acierto.

Visto el buen resultado obtenido en la ordenación de los estudios de Alcalá, se le nombró para hacer otro tanto en la Universidad de Salamanca, donde también dejó todo ordenado y en regla, y al regresar a Madrid para dar cuenta al Rey de las gestiones hechas, se halló con la sorpresa de verse trasladado a la diócesis de Tuy, en Pontevedra, de la que tomó posesión de la sede por poder el 28 de febrero de 1826, entrando en la diócesis el 16 de mayo, en la fiesta de Pentecostés. De tanto como se pudiera decir de suactuación como prelado sólo se destaca que, al llegar a la diócesis, halló que entre el cabildo y el obispado existían unas atribuciones conflictivas que generaban no poca discordia y nada de buen ejemplo para el pueblo llano. Fue lo primero que trató desterrar para siempre, aquella fricción, y llegar a una total concordia entre todos los discípulos de Cristo.

Entre tantísimos hechos como se pudieran sacar a relucir, uno de ellos es saber que en los primeros años de su gobierno ocurrió la muerte de Fernando VII, en 1833, a la que siguió la desagradable polémica al tratar el problema sucesorio. Abolida la Ley Sálica establecida por Felipe V, según la cual sólo podían ser candidatos al trono los varones, y sin que le hubiera quedado más que una niña de tres años, la futura Isabel II, se encargaría de momento de la regencia su madre María Cristina, hecho que disgustó a don Carlos, hermano del Rey, quien se creía con todos los derechos a la corona, por lo que se formaron dos bandos, uno a favor de la Regente, otro a favor de don Carlos.

Las preferencias de la mayor parte de la nobleza y del clero fueron por este último, y el resto por la regente.

No se sabe en qué partido militó Francisco Casarrubios, por no haber noticias claras como las hay de otros que se distinguieron por sus campañas a favor de unos o de otros, y su influencia era muy importante.

Le resultaba odioso en un prelado manifestar preferencia por unos u otros; consideraba que la labor principal de un prelado era ser padre de todos sus fieles, espejo en quien pudieran mirarse, sembrando por doquier regueros de paz.

Es muy significativo el dato que apunta cierto autor contemporáneo, describiendo minuciosamente la actitud de los prelados españoles, sacando a relucir sus virtudes y defectos. Al referirse a Casarrubios, le cataloga entre el contado número de los prelados que no fueron molestados ni removidos de su sede por motivos políticos, habiendo permanecido en su puesto trabajando de manera normal durante todo el tiempo que duró la campaña entre los bandos contendientes.

Pero hay que tener en cuenta que esto no fue a costa de “doblar la cabeza a las disposiciones del gobierno”, sino todo lo contrario: jamás fue perro mudo que se conformara con las disposiciones antieclesiásticas de aquellos gobiernos saturados de liberalismo en su mayoría afiliados a las logias masónicas. Hay pruebas fehacientes de que levantó la voz siempre que advirtió que los gobiernos dictaban leyes opuestas a los intereses de Dios y de su Iglesia. Fue un verdadero luchador en defensa de la Iglesia.

Ya antes de ser sublimado al episcopado se pudo escribir de él: “El cisterciense García Casarrubios, obispo de Ceuta, había defendido con firmeza durante el trienio los principios religiosos y monárquicos”.

Se refiere sin duda al período liberal de 1820 a 1823. En 1847 se vio en la precisión de viajar a Madrid para solucionar ciertos asuntos importantes.

Al regresar a Tuy, se encontró con la inesperada sorpresa: una real orden por la cual se le nombraba para el arzobispado de Granada. Tal noticia a otra persona hubiera llenado de santo orgullo, mas no a él. Hizo reiteradas instancias para verse libre de aquella dignidad honrosa, pero no poco ardua para su edad.

Finalmente, “hallándose desahuciado de la vida, pidió y recibió todos los santos sacramentos con tiernísima devoción y afecto como buen Prelado y por último entregó su Anima en manos del Criador a las tres y cuarto de la mañana del 28 de enero de 1855” a los setenta y un años de edad y treinta y uno al frente de la diócesis tudense. “Su muerte fue edificantísima y su memoria será eterna en todos los corazones agradecidos que aman la virtud y los beneficios de este Prelado que era llamado padre de los fieles de Tuy”.

Se conserva un manuscrito precioso, forrado en pergamino y escrito personalmente casi todo por él, en el archivo del monasterio de Oseira, con datos preciosos sobre la Orden y su fidelidad a las obligaciones monásticas, a pesar de que la Orden había sido disuelta.

También constan dos documentos protestando por las leyes inicuas contra la Iglesia, aparecidos en una especie de revista titulada La Voz de la Razón y en El Reparador o continuación de la Voz de la Religión.

 

Obras de ~: [artículos], en La Voz de la Razón (Madrid), t. II (1840), págs. 152-154; y en El Reparador o continuación de la Voz de la Religión (Madrid), t. III (1842), págs. 169-173.

 

Bibl.: F. Ávila y la Cueva, Historia civil y eclesiástica de la ciudad de Tuy y su obispado, t. IV, Tuy, 1852, págs. 368-373 (ed. facs. Santiago de Compostela, Consello da Cultura Galega, 1995, 4 vols.); V. Beltrán de Heredia, [“F. Casarrubios y Melgar”], en Boletín de la Real Academia Gallega, XXVIII (1933), pág. 159; M. de Pazos, El Episcopado gallego a la luz de los documentos romanos, t. I, Madrid, Instituto Jerónimo Zurita, 1946; V. Cárcel Ortí, Política eclesial de los gobiernos liberales españoles, 1830-1840, Pamplona, Universidad de Navarra, 1975, pág. 414; A. G. Santiago, Tuy, Museo y Archivo Histórico diocesano, t. I, Tuy, Museo y Archivo Histórico Diocesano, 1975, pág. 62; D. Y áñez Neira, “Episcopologio cisterciense. Fray Francisco García Casarrubios y Melgar”, en Nova et Vetera (Zamora, Montecasino), vol. XVII, n.º 33 (1992), págs. 97-120.

 

Damián Yáñez Neira, O

 

 

 

 

 

 

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