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Justa Domínguez de Vidaurreta e Idoy

Biografía

Domínguez de Vidaurreta e Idoy, Justa. Azpeitia (Guipúzcoa), 2.XI.1875 – Madrid, 18.XII.1958. Hija de la Caridad de San Vicente de Paúl (HC), superiora provincial de la provincia española.

Única mujer de ocho hermanos, entre los que ocupaba el tercer lugar. Sus padres, Telesforo Domínguez de Vidaurreta, oriundo de Mendigorría (Navarra), y Celestina Idoy, natural de Tafalla, eran de buena posición y carlistas leales. Durante la persecución a causa de las guerras carlistas del norte de España se vieron obligados a refugiarse en Azpeitia, lugar del nacimiento y bautismo de Justa. Terminada la guerra en la primavera de 1876, vuelven a Tafalla, su ciudad de origen, donde proporcionaron estudios a sus siete hijos varones en el colegio de los religiosos escolapios y a su hija Justa en el Colegio de San José, regido por las Hijas de la Cruz. La joven, durante su infancia y adolescencia, respiró el ambiente de piedad y caridad de su familia y religiosas educadoras. Durante su estancia en Tafalla (Navarra), de 1876 a 1895, se comprometió activamente en el apostolado parroquial y en el movimiento caritativo de la ciudad: visitas a enfermos del hospital, clases de alfabetización en la escuela dominical, catequesis de niños, asociación de Hijas de María, Conferencia de San Vicente de Paúl para señoritas y participación en el coro parroquial.

Desde joven llamó la atención de amigas y compañeras de colegio por su fuerte personalidad, hasta llegar a encararse con una señora piadosa que rezaba mucho, pero se portaba de forma injusta con los pobres jornaleros que tenía a su servicio, a los que no pagaba el salario debido. En estos años percibió con sensibilidad las necesidades de la época: educación de niños y jóvenes necesitados, promoción de la mujer y cuidado de los enfermos pobres. Fiel a su vocación, rechazó la propuesta de matrimonio que le hicieron sus familiares y decidió ingresar en la Compañía de las Hijas de la Caridad, conocida por sus visitas a los enfermos del Hospital de Tafalla.

Tras realizar la prueba en el Hospital Civil de Pamplona, llega a Madrid, el 4 de septiembre de 1895, para comenzar su nueva vida de Hija de la Caridad, guiada por sor Cecilia Álvaro, directora del seminario.

Esta etapa (1895-1922) está caracterizada por su respuesta vocacional, dedicación a la formación, identificación progresiva con el espíritu propio de la Compañía, y la misión de formadora que se le confió desde su primer destino, el 14 de marzo de 1896.

Poseía buena cultura, exquisita formación cristiana, capacidad de acogida, prudencia, sentido del humor, firme personalidad y gran hondura espiritual. Además, valoraba la formación y tenía dotes pedagógicas singulares para ser educadora de las más jóvenes.

Durante estos años ejerció como maestra en la escribanía del seminario, preparando sus clases con responsabilidad, interés y sentido de la justicia. Simultáneamente, continuaba su formación personal como autodidacta con lecturas asiduas de puesta al día, conforme a los medios propios de la época. En la escribanía pasó veintiséis años impartiendo clases de cultura general y catecismo de la doctrina cristiana, dejando en sus discípulas la impresión de una persona armónica, comprensiva y serena. Tuvo incomprensiones y dificultades que superó con paz y humildad.

Reconocidas sus cualidades personales y dotes pedagógicas, los superiores de la Compañía la nombran directora del seminario, el 17 de diciembre de 1922. El nuevo ministerio suponía acoger y formar a las jóvenes que llegan a la Compañía, organizar la formación, animar y coordinar al equipo de formadoras, preparar a las hermanas para los votos después de cinco años de vida vocacional, y el seguimiento de las mismas hasta los diez años de antigüedad en la vocación. Estas responsabilidades fueron asumidas y desarrolladas por ella con serenidad, ánimo alegre y confianza en Dios. Para ello se rodeó de colaboradoras buenas y bien preparadas: sor Dolores Bohorques, sor Francisca Millán, sor María Goy y sor Ascensión Ramírez; y para la formación bíblica y moral solicitó al padre José María Fernández, que murió mártir de la fe al comienzo de la Guerra Civil. Su influencia durante estos años (1922-1932) llegó directamente a 2.620 hermanas, consiguiendo crear verdadera escuela de responsabilidad y santidad por la práctica de la caridad en el desarrollo de la acción social. Fueron años de notoria renovación carismática y espíritu misionero, manifestados en gestos heroicos durante la guerra (1936-1939) en los hospitales de campaña y la actividad social y benéfica desarrollada por las hermanas en la posguerra.

Después de treinta y seis años dedicados a la formación, es nombrada visitadora o superiora provincial, el 19 de julio de 1932, de la provincia española con sede en Madrid, calle de Jesús, número 3. Era la más numerosa del mundo, con 628 comunidades distribuidas por el país, en 100 asilos, 208 hospitales, 29 dispensarios, 13 cárceles, 209 escuelas primarias y 70 colegios, sin contar las casas y hermanas de las viceprovincias de Ultramar: Filipinas, Cuba y Puerto Rico. Corrían tiempos difíciles para la Iglesia, por la ola de anticlericalismo desatada al proclamarse la Segunda República. Las hermanas fueron expulsadas de muchas instituciones de beneficencia, maltratadas y perseguidas. Sor Justa multiplica viajes y visitas, alentando, calmando ánimos y buscando solución a los conflictos, lo que no siempre fue posible. Inculca el respeto, la prudencia, el perdón y la reconciliación, manteniendo el servicio a los necesitados por encima de toda diferencia. En estos años dificultosos (1932- 1936) fomenta el asociacionismo juvenil católico, crea un comedor social para obreros en el barrio de Atocha, organiza en Madrid una biblioteca popular católica para niños y jóvenes, y, en colaboración con la Asociación Internacional de Caridad y la Acción Católica, establece varios comedores gratuitos para niños en los barrios periféricos de la capital. También organiza el Secretariado de Obras (1935), ubicado en la sede de la casa central de la calle de Jesús, número 3, con el objetivo de organizar actividades educativas para ocupar el tiempo libre de niños y jóvenes con diversiones sanas: grupos de teatro infantil y juvenil, colonias, clubes literarios y deportivos, círculos de estudio, excursiones y salidas al campo, celebraciones, fiestas y tómbolas benéficas y todo tipo de obras postescolares.

También asigna al secretariado la organización de planes de formación sistemáticos para los jóvenes de las asociaciones de Hijos e Hijas de María de la Milagrosa, vinculados a la Compañía, y la formación cristiana de directivos de estas asociaciones, en conformidad con los criterios del magisterio de la Iglesia. Deja claro que la formación de líderes cristianos vicencianos debe cristalizar en compromisos de caridad social concretos. Así surgieron en Madrid (1934-1936) escuelas de alfabetización en barrios periféricos, roperos sociales, comedores infantiles y escuelas dominicales, llevadas conjuntamente por jóvenes asociados y hermanas designadas por sor Justa.

Durante su mandato de superiora provincial no dejó la formación del seminario, al que acudía todos los domingos a dar una conferencia, a modo de catequesis viva. Entre 1932 y 1936 logró visitar las dos terceras partes de las comunidades que estaban bajo su dirección. En 1936, ante la proximidad de la revolución, trasladó el seminario a Sangüesa (Navarra), pero no pudo evitar el asalto a la casa central, el 21 de julio de 1936, el apresamiento de muchas hermanas y el incendio posterior de su sede de acción, el 17 de noviembre de 1936. Ella misma fue apresada, maltratada y juzgada, de julio a octubre. Tras la liberación, gracias a las gestiones de dos jóvenes de la asociación de Hijas de María, recorrió varios refugios, el más duradero en la embajada de Chile de Madrid, ofreciendo un testimonio ejemplar a las personas refugiadas.

En septiembre de 1937 logró salir por barco Valencia-Marsella y llegar a la zona nacional, encontrarse con los superiores generales de París y organizar la casa central en Sangüesa hasta el final de la guerra.

En ese tiempo se multiplican sus esfuerzos para liberar a las hermanas en clandestinidad, aconsejar y rehacer las comunidades y obras apostólicas. Visita también a las hermanas empleadas en los hospitales de campaña en los frentes de guerra y logra enviar un centenar de puestos de socorro, exponiendo más de una vez su vida.

Terminada la contienda, dedica todas sus energías a la reconciliación y restauración de las obras y comunidades.

Destruida la casa central de la calle de Jesús, da los pasos legales necesarios para establecerla de nuevo en la calle de José Abascal, sobre el asilo de San Nicolás que es trasladado a otro lugar. Esta casa será en adelante (1939-1958) su cuartel general de acción, desde donde expande su celo apostólico más allá del propio país. En enero de 1940 envía hermanas a la misión de Cuttack en India; en 1942 funda la Casa de Estudios para la formación de hermanas y las revistas Hoja Pedagógica y Reina de las Misiones.

En 1943 reorganiza el Secretariado de Obras y anima la cruzada misional pro Cuttack. En 1946 estimula el establecimiento de la Unión de Enfermos Misioneros en los hospitales, sigue alentando el restablecimiento de todas las obras y dedica especial atención a los suburbios de las grandes ciudades. Su actividad humanitaria y social fue reconocida, el 8 de septiembre de 1945, con la condecoración de la Gran Cruz de Beneficencia.

La última etapa de su vida (1948-1958) está caracterizada por sus viajes apostólicos, aumento de vocaciones, preocupación por la formación de las hermanas, superación de pruebas y establecimiento de numerosas obras asistenciales nuevas. En 1948 visita la misión de Cuttack (India) y la viceprovincia de Filipinas, y en 1950 las viceprovincias de Cuba y Puerto Rico. En 1952 logra fundar en Santo Domingo y su celo misionero parece multiplicarse sin cesar. En 1953 organiza la escuela de enfermeras de Carabanchel y, de 1950 a 1958, logra el establecimiento de cinco escuelas de magisterio de la Iglesia en Madrid, Zaragoza, Burgos, Santiago y Zamora, la creación de numerosas escuelas primarias y la participación directa en la campaña “Por un mundo mejor” impulsada por el papa Pío XII. Bajo su gobierno dinámico y alentador, crecen las vocaciones y la provincia alcanza los doce mil miembros. Poco antes de su muerte, en junio de 1958 consigue inaugurar la Escuela de Asistentes Sociales de la Casa de Estudios en Madrid, dejando proyectada abrir otra en Zaragoza. Había establecido nuevas comunidades en residencias-hogar para niños, escuelas rurales, hospitales, dispensarios, asilos, residencias de mayores y casas destinadas a madres con niños en situación de dificultad. Los niños y los jóvenes sin hogar eran su gran debilidad y preocupación. En sus visitas realiza gestiones para mejorar, desmasificar y humanizar la situación de los niños, obteniendo abundantes éxitos.

En estos años también colabora activamente en la federación sanitaria Asociación de Religiosas Sanitarias (ARAS), ahora Federación Española de Religiosos Sociosanitarios (FERS), como presidenta de la misma, y es también miembro activo de la Federación de Amigos de la Enseñanza católica (FAE), actual Federación Española de Religiosos de Enseñanza (FERE).

Su actividad social y apostólica está sustentada por su fidelidad al carisma, dotes de gobierno y capacidad para trabajar en equipo con las veinticuatro vicevisitadoras o regionales que secundan sus iniciativas.

En esta actitud de trabajo y entrega, le sorprendió la enfermedad que en dos meses y medio la llevó a la muerte, a los ochenta y tres años de edad.

 

Bibl.: P. Vargas, “Superioras y Visitadoras del Noviciado de las Hijas de la Caridad: Sor Justa Domínguez”, en Anales Españoles de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad (AECMHC), 41 (1933), pág. 24; A. Ramírez Latorre, sección “Noticias diversas de la Casa Central”, en AECMHC, años 1932-1958; Anónimo, “Dinamismo y espíritu emprendedor”, en Informaciones, 19 de diciembre de 1958; V. Corna Valey, “Las Hijas de la Caridad no mueren”, en Diario de Cataluña, 20 de diciembre de 1958; F. Pérez Embid, “La amiga que todos de alguna manera perdemos”, en ABC, 23 de diciembre de 1958; C. S. J., “Réquiem por Sor Justa”, en Correo de Andalucía, 8 de enero de 1959; J. Montero, “Hija de la Caridad, Madre de la Caridad”, en Ya, 15 de enero de 1959; E. Alvarado, “Mujer de ejemplares virtudes”, en Diario de Burgos, 20 de marzo de 1959; E. Albiol Estapé, Madre Justa, boceto biográfico, Madrid, La Milagrosa, 1961; P. Núñez, “Sor Justa Domínguez de Vidaurreta, notas biográficas”, en suplemento de Ecos de la Compañía (París) (1963), págs. 3-35 (notas de hermanas difuntas); E. Amigo, Madre Justa, Madrid, La Milagrosa, 1991; “Hacia la canonización de Madre Justa”, en AECMHC, 2 (1991), pág. 159; M.ª C. Vázquez Ramírez, Semblanza de Sor Justa D. de Vidaurreta, Madrid, Hermanas de la Caridad, 1991; “Información sobre el proceso de Madre Justa”, en AECMHC (1993), pág. 659; P. Vargas, Historia de las Hijas de la Caridad de la Provincia española, Madrid, 1996 (ed. informatizada por P. Junquera); M. de Inés Vicente, Semblanza de Sor Justa D. de Vidaurreta, Madrid, Hermanas de la Caridad, 2000; M. Pérez Flores, “Sor Justa Domínguez de Vidaurreta”, en AECMHC (2000), págs. 315-320; M.ª Á. Infante, Sor Justa Domínguez, forjadora de apóstoles de la Caridad, Salamanca, Ceme, 2004; Alas de águila: Itinerario espiritual de Sor Justa D., Madrid, La Milagrosa, 2004.

 

Ángeles Infante Barrera, HC

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