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Juan de Sotomayor

Biografía

Sotomayor, Juan de. ?, s. m. s. xiv – p. m. s. xv. Trigesimotercer maestre de la Orden de Alcántara.

Fue hijo natural de un caballero de origen gallego cuyo nombre era Alfonso, o quizá Hernando, de Sotomayor. Fue hombre muy vinculado al infante Fernando de Antequera de quien fue maestresala. Enviudó siendo todavía joven, y su mentor, entonces regente de Castilla, le introdujo en la Orden militar de Alcántara en 1409, precisamente a raíz de la elección de su hijo Sancho, un menor, como maestre de dicha orden el mes de enero de aquel año. La intención de Fernando de Antequera era la de confiar el gobierno del maestrazgo, en tanto durara la minoría de Sancho, a Juan de Sotomayor, y para ello hubo que entregarle precipitadamente el hábito de la milicia, al tiempo que se le concedía la encomienda de Valencia de Alcántara; a continuación, en efecto, recibía en calidad de “regidor y governador” la administración efectiva del maestrazgo en nombre de Sancho. No faltaron en octubre de 1409 las bulas papales de Benedicto XIII dispensando su defecto de nacimiento y confirmándole como gestor legal de la Orden.

En estos años Juan de Sotomayor cumplió sus responsabilidades desde la más estricta lealtad hacia el regente de Castilla y Rey de Aragón desde 1412. En 1410, cuando el infante Fernando decidió entregar el maestrazgo de Santiago a otro de sus hijos, Enrique, el gobernador de Alcántara acudió a neutralizar la oposición que tal decisión había generado en el comendador mayor de la Orden en Castilla. En aquel mismo año también colaboró con el infante en el éxito militar de Antequera, bien explotado por la propaganda cruzadista de la regencia. Y en lo que se refiere propiamente al gobierno de la Orden, todo parece indicar que Juan de Sotomayor estimuló las importantes reformas que el capítulo general de 1411, celebrado en Ayllón, planteó en nombre del joven Sancho, y probablemente tuvo mucho que ver con la introducción de la vistosa cruz lanceolada de color verde que se convirtió entonces en distintivo de los freires alcantarinos. También Juan de Sotomayor, en calidad de gobernador, hubo de atender el cumplimiento de las “definiciones” promulgadas en 1413 por frey Bartolomé Escuter, un monje de Poblet que visitó el convento de Alcántara siguiendo instrucciones del papa Benedicto XIII.

En marzo de 1416 la muerte del joven titular de la Orden de Alcántara convertirá en maestre al gobernador de la misma, Juan de Sotomayor, que, al menos desde 1414, era además su comendador mayor. Medió elección canónica, pero se plantearon algunos problemas de aceptación generados por el deseo de la reina madre de Castilla, Catalina, de entregar el maestrazgo a Gómez Carrillo, un caballero conquense que era ayo del joven Juan II y absolutamente ajeno a la religión alcantarina.

La canonicidad de la elección de Juan de Sotomayor legitimó su posición, y ésta se vio finalmente avalada, en los primeros meses de 1418, por Martín V, el primer papa que, tras muchos años de cisma, era unánimemente reconocido por el conjunto de la cristiandad.

Desde la perspectiva del gobierno interno de la orden, los aproximadamente quince años en que Juan de Sotomayor ocupó el maestrazgo no constituyen un período de especial significación. Se suceden las confirmaciones de privilegios concedidos por sus antecesores a las villas y lugares del señorío alcantarino sin que podamos apreciar novedades de interés. Sólo algunas excepciones confirman la regla, entre ellas las ordenanzas para el regimiento de Morón promulgadas por el maestre en agosto de 1424, o aquellas otras disposiciones que, en relación también con este importante enclave fronterizo, regulaban un año después la percepción de los diezmos de cabalgadas dejando a salvo el quinto real, tan frecuentemente escamoteado a los “alcaldes de lo morisco”. Por lo demás, el gobierno maestral de Juan de Sotomayor, que se preocupó de modernizar las instalaciones conventuales de Alcántara y que contempló un proyecto de creación de una mesa prioral para el sostenimiento de la sede central de la Orden, estuvo fundamentalmente atento a preservar las prerrogativas de su propia autoridad, aunque para ello cayera en los excesos del nepotismo. En efecto, la lista de sus deudos al frente de dignidades de la milicia es más que notable: su sobrino Gutierre, futuro maestre, sería clavero y más tarde comendador mayor, y las encomiendas de Piedrabuena, Valencia de Alcántara, Lares, Herrera, Belvís y Magacela estuvieron ocupadas a lo largo de su mandato por otros tantos familiares del maestre.

Esta tendencia, favorecedora de su propio linaje, casaba bien con la aristocrática solidaridad que Juan de Sotomayor, necesitado de consolidar la riqueza del incipiente poder patrimonial de su familia, mostró hacia la quintaesencia de la oligarquía nobiliaria encarnada en Castilla por los famosos “infantes de Aragón”.

Otras razones estaban también presentes detrás de esta opción que marcaría el destino final del maestre.

Él le debía todo a Fernando de Antequera, el padre de los infantes, y además, alinearse con ellos podía contrarrestar el “monarquismo” autoritario de Álvaro de Luna, detrás del que no es difícil adivinar las medidas de Juan II tendentes a limitar la autonomía de las órdenes militares y consagrar el intervensionismo real en su propio sistema institucional. No conviene olvidar que la bula papal Sedis Apostolicae de octubre de 1421 había puesto en manos del Rey la provisión más o menos directa de los maestrazgos de las tres órdenes militares castellanas y el priorato de la sanjuanista.

Pero Juan de Sotomayor obró en este campo, al menos en un primer momento, con cautela. De hecho sus simpatías hacia los inquietos “infantes de Aragón” no se evidenciaron del todo hasta que en 1427 el maestre de Alcántara se sume, junto a los de Santiago y Calatrava, a la liga nobiliaria que exigía del Rey el apartamiento de la Corte de Álvaro de Luna. El apartamiento llegó, pero el gobierno de la oligarquía nobiliaria fracasó y la vuelta del condestable inauguraría, a partir de 1429, una nueva y más radical ofensiva del autoritarismo regio que acabaría por decidir al maestre Juan de Sotomayor a comprometerse activamente con el “partido” de los infantes. Éstos aquel año habían pasado a la acción. Mientras Juan de Navarra se encargaba de sembrar inquietud en las fronteras castellanas de Navarra y Aragón, sus hermanos Enrique y Pedro protagonizaban una sublevación en toda regla en Extremadura convirtiendo la fortaleza de Alburquerque en centro de unas operaciones que la Corte portuguesa seguía muy de cerca y con interesada simpatía.

El Gobierno de Castilla, en tan delicados momentos, quiso poner a prueba la fidelidad del maestre de Alcántara al que, junto al de Calatrava, le fue confiada la neutralización de la revuelta. De hecho, Juan de Sotomayor llegaría a recibir el cargo de “frontero” de Alburquerque, pero las denuncias de connivencia entre el maestre y los rebeldes llegaron muy pronto a la Corte y la reticencia de Juan de Sotomayor a devolver la fortaleza de Villanueva de Barcarrota, que el Rey le había entregado para facilitar el ejercicio de su misión, parecía avalarlas. Con todo, Juan II esperó antes de actuar: todavía en abril de 1430 Juan II ordenaba a Lorenzo Suárez de Figueroa que se pusiese a las órdenes del maestre de Alcántara para defender la ciudad de Badajoz de los ataques de los infantes Enrique y Pedro. La situación de ambigüedad se mantendría casi hasta el final de aquel año: en noviembre el maestre aún recibía confirmaciones regias para algunos de sus históricos privilegios, pero los recelos del Monarca habían hecho que pocos meses antes, en agosto, hubiera obtenido autorización papal para proceder a la detención de cualquier miembro de una orden militar incurso en traición o delito de lesa majestad.

La abierta rebeldía del maestre era ya un hecho en los meses iniciales de 1431. Juan II exigió inútilmente su presencia en la Corte, mientras un desfile de embajadores del Rey intentaba ablandar el ánimo del maestre sin conseguir otra cosa que falsos compromisos destinados a ganar tiempo. Obviamente Juan de Sotomayor no estuvo presente, aunque sí algunos de sus freires, en ese importante hito de las “guerras de Granada” que fue la batalla de La Higueruela de julio de 1431. Para entonces el maestre había dado muestras más que evidentes de su colaboración con los infantes rebeldes, pero sería el año siguiente, 1432, el de la crisis definitiva. En sus primeros meses, y ante la frustración de las negociaciones, nunca cerradas del todo, Juan II ordenó el secuestro de las rentas de la orden y el embargo de sus fortalezas en las que el maestre no podría acogerse a partir de entonces, y es que el enconamiento de posiciones había llevado a Juan de Sotomayor a pactar con los infantes Enrique y Pedro la entrega de estas últimas.

Fue en este contexto de desafiante tensión —junio de 1432— cuando entra en escena el comendador mayor de la orden y sobrino del maestre, Gutierre de Sotomayor.

Aunque aparentemente acudió a la sede conventual para secundar los planes de su tío, en un espectacular e interesado viraje, decidió situarse del lado de la legalidad frente al maestre y los “infantes de Aragón”.

Aprovechando la confusión y la propia ausencia del maestre, en los primeros días de julio, se hizo con el control del Convento de Alcántara y de su villa, tomando preso al infante don Pedro que había acudido allí, a indicación del maestre, para hacerse cargo de los bienes del maestrazgo. A cambio de esta acción, y de mantenerse fiel al Rey, el comendador mayor recibió la promesa de que sería nombrado maestre tras la correspondiente renuncia de su tío, al que por otra parte se le garantizaría vida, libertad y una pensión anual a cargo de las rentas de la Mesa Maestral.

Concluido el acuerdo, un capítulo conventual celebrado en Alcántara con toda la apariencia de canonicidad procedió a la deposición del maestre Juan de Sotomayor, incurso en traición, y a la elección de su sucesor, su sobrino y comendador mayor Gutierre de Sotomayor. El Rey solicitó la confirmación papal, al tiempo que recompensaba al nuevo maestre y a los vecinos de Alcántara por su inestimable colaboración en el final de la crisis.

Aunque, en efecto, Juan de Sotomayor no fue hecho prisionero, decidió seguir los pasos de sus antiguos aliados, los infantes Enrique y Pedro, este último recién liberado, y marchar con ellos a tierras de la Corona de Aragón. De allí pasaron a Italia y participaron en las campañas que Alfonso V desplegó desde comienzos de 1435 para hacerse con el trono de Nápoles. De hecho, sabemos que Juan de Sotomayor participó en la flota aragonesa que sufrió a manos de los genoveses la espectacular derrota de Ponza —agosto de 1435—, y de resultas de ella compartió prisión con el propio monarca aragonés y con sus hermanos, los infantes Enrique y Juan. No fue una prisión duradera, y sabemos que el antiguo maestre volvería a la Península, aunque, desde luego, fue expresamente excluido del acuerdo de Toledo de septiembre de 1436 en el que el gobierno de Juan II de Castilla hacía público su perdón, acompañado de restitución de bienes, a todos aquellos partidarios de los “infantes de Aragón” que hubieran abandonado Castilla junto con ellos tres años antes.

El cronista Torres y Tapia piensa que Juan de Sotomayor tomó parte en las campañas de sometimiento de Nápoles acompañando a Alfonso V, y que murió en Italia donde, en efecto, se conservaba todavía en el siglo xvii el sepulcro del antiguo maestre en la iglesia de una aldea situada entre Génova y Milán. De ser esto cierto, habría en cualquier caso que compatibilizarlo con su presencia en Llerena, en junio de 1440, autotitulándose maestre de Alcántara y representando los intereses del infante don Enrique, maestre de Santiago, frente al concejo de Sevilla, y compatibilizarlo también con su deseo de ingresar en el monasterio de Guadalupe, extremo que conocemos por la solicitud que cursan el prior y el convento extremeño al papa en 1448 para que se autorizara la donación efectuada por el antiguo maestre de 2300 ducados como dote de ingreso.

 

Bibl.: F. de Rades y Andrada, Chronica de las Tres Ordenes y Cauallerias de Sanctiago, Calatraua y Alcantara, parte Chronica de Alcantara, Toledo, Juan de Ayala, 1572 (ed. facs. Barcelona, 1980), fols. 36r.-41v.; A. de Torres Y Tapia, Crónica de la Orden de Alcántara, Madrid, Imp. de Don Gabriel Ramírez, 1763, II, págs. 208-290; Crónica del Serenísimo Príncipe Don Juan, segundo Rey deste nombre por Fernán Pérez de Guzmán, Ed. C. Rosell, Crónicas de los Reyes de Castilla, II, Madrid, Atlas, 1953 (Biblioteca de Autores Españoles, 68), págs. 505-511 y 529; J. L. del Pino García, Extremadura en las luchas políticas del siglo xv, Badajoz, Diputación Provincial, 1991, en especial págs. 163-184; C. de Ayala Martínez, “La Corona de Castilla y la incorporación de los maestrazgos”, en Militarium Ordinum Analecta, 1 (1997), págs. 257-290; E. Cabrera, “El acceso a la dignidad de maestre y las divisiones internas de las Órdenes Militares durante el siglo xv”, en R. Izquierdo Benito y F. Ruiz Gómez (eds.), Las Órdenes Militares en la Península Ibérica, I. Edad Media, Cuenca, Universidad de Castilla- La Mancha, 2000, págs. 281-306; B. Palacios Martín (ed.), Colección Diplomática Medieval de la Orden de Alcántara (1157?-1494), I. De los orígenes a 1454, Madrid, Editorial Complutense, 2000, págs. 527-617 y 676-677.

 

Carlos de Ayala Martínez

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