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Jerónimo Fernández de Otero

Biografía

Fernández de Otero, Jerónimo. Carrión de los Condes (Palencia), 10.X.1586 – Barcelona, I.1635. Canonista, jurisconsulto, canónigo e inquisidor.

Nació en Carrión, diócesis de Palencia, siendo sus padres Toribio Fernández de Otero y María Díez de Osuna, ambos originarios de la localidad de Mogrón, familia de la baja nobleza castellana, como demuestra el hecho de que Jerónimo aparezca tratado como nobilis vir, lo mismo que su hermano Antonio Fernández de Otero, abogado-fiscal de la Chancillería de Valladolid y notable jurisconsulto, autor de un conocido tratado sobre pastos públicos (Tractatus de pascuis et iure pascendi) y de una monografía sobre la burocracia (Tractatus de officialibus Reipublicae). Conviene no confundir a los dos hermanos, como hace Antonio Palau y Dulcet (1951: 338), quien le atribuye a Jerónimo la obra titulada De pascuis et jure pascendi, la cual no fue compuesta por Jerónimo Fernández, sino por su hermano Antonio.

Hombre activo, de los cuarenta y ocho años que vivió, sólo está documentada la segunda mitad (1610- 1635), a partir de su ingreso en el colegio de San Clemente de Bolonia, donde residió desde septiembre de 1610 hasta marzo de 1616 y alcanzó el título de doctor en ambos Derechos en 1611. Antes de ingresar en dicho colegio había estudiado Jurisprudencia en Salamanca, obteniendo el grado de bachiller.

La etapa boloñesa es la más documentada de la vida de Otero. Ingresó en el colegio el 9 septiembre de 1610, presentado por el obispo Felipe Tassis y Cabildo palentinos para estudiar Derecho canónico y fue admitido en el colegio por Esteban Daoíz (rector entre 1610 y 1612). El tema de su disertación de ingreso en el colegio fue “in capitulo 1 de judiciis”.

Fue admitido con la condición de que en el plazo de nueve meses demostrase su limpieza de sangre con testigos naturales de Carrión y si no fuera posible, por falta de parientes, debía traer nuevas pruebas hechas en Mogrón de donde eran naturales sus padres; asimismo deberá probar que los testigos y el notario eran cristianos viejos y que él no había sido criado en otro colegio. Con la condición impuesta cumplió el 23 de abril de 1611. Fueron testigos en su admisión los capellanes Juan Aliberto y Cerbonio Ruzzoli.

En el Archivo del colegio de San Clemente se conservan: 1) Copia de las primeras pruebas de Jerónimo Fernández de Otero hechas en Carrión el 26 de abril de 1610; 2) Suplementos a las anteriores pruebas hechos en Carrión el 15 de enero de 1611; 3) Segundas pruebas de Jerónimo Fernández, hechas por encargo de Pedro de Nava y Sotomayor en Carrión el 20 de octubre de 1614, siendo abiertas en el colegio el 24 de mayo de 1615 y aprobadas dos días más tarde; 4) Veintitrés documentos de o sobre Jerónimo Fernández de Otero.

Rápidamente comenzó su actividad académica en la Universidad de Bolonia, en la que tuvo la representación de “Consiliario de la Universidad por Portugal”.

El 9 diciembre de 1610 tiene conclusiones públicas sobre diversos textos del Corpus Iuris Civilis, que serán impresas con el título de Selectarum Interpretationum Iuris (Bolonia, 1613). El tema de sus conclusiones fue “ex toto titulo ff et C. de edendo y et toto titulo ff et C. ad exhibendum et capitulum 1 de probationibus”. Le contraargumentaron en su exposición los Doctores Angelo Spanochio, Catáneo, Diego Milán (colegial), Martín Fernández de Lechuga (colegial) y Francisco Sallén (colegial). El 4 de enero de 1611 se acordó imprimir a expensas del colegio estas conclusiones, sostenidas por Fernández de Otero.

Posteriormente se mandaron retirar unas hojas de esta obra, que se estaba imprimiendo, porque en ella no aparecía expresamente que fuera colegial, y nuevamente el 28 de febrero de 1613 se acordó que se imprimiera la obra a expensas del colegio, siempre que no costara más de 40 liras, ya que en parte la responsabilidad era del colegio al mandar a la imprenta la obra sin revisarla antes.

El 10 enero de 1611 fue presentado al examen en ambos Derechos, teniendo como promotores en Derecho canónico a Arnobio y Blondino y en Derecho civil al obispo Reatino y a Aníbal Marescotti. Al día siguiente, 11 de enero, recitó muy bien los puntos del examen, siendo aprobado por todos y recibiendo las insignias doctorales de manos de Hércules Peregrino.

Conseguido el doctorado, estuvo cuatro años (1611-1614) ocupado en tareas internas del colegio de San Clemente, como consiliario y secretario. El 20 de mayo de 1611 fue nombrado secretario para escribir las cartas y decretos del colegio. El 16 de agosto de 1611 se declaró que mientras el cardenal protector del colegio no decidiera otra cosa correspondía al Dr. Otero, y no al colegial Francisco Sallén, el interceder por el candidato y presentar sus pruebas. Pero no estaba inactivo, pues el 14 de abril de 1611 hizo un primer viaje a Nápoles, ciudad en la que triunfará plenamente como jurista a partir de 1616.

Fue profesor de Derecho canónico (Decretales) en la Universidad de Bolonia dos cursos (1614-1616). El 30 de junio de 1614 fue elegido por todo el colegio para suceder al colegial Diego Millán en la cátedra vespertina ordinaria de Derecho canónico (“Predictus dominus Hieronimus legit ad presens cum maxima totius Universitatis aprobatione cathedram ordinariam juris canonici vespertinam”). En concreto explicaba el título “de usuris” (X 1.19) de las Decretales durante la tercera hora postmeridiana. Empezó el curso con cierto retraso, pues entre el 1 y el 20 noviembre de 1614 estuvo en Roma para gestionar asuntos del colegio ante el cardenal protector (Antonio Zapata), según acuerdo del colegio del 19 de octubre, que determinó que Otero fuera a Roma para tratar con el protector asuntos gravísimos del colegio y se le diera 400 liras para que pudiera honrosamente desempeñar su encargo, lo cual hizo con “maxima dexteritate ac prudentia”.

El curso 16151616, el último como colegial, actuó como consiliario, ecónomo y vicerrector. El 25 de agosto fue nombrado ecónomo de 1615, presentando como fiador al rector Diego Millán, cargo que desempeñó hasta su partida para Nápoles el 3 de marzo de 1616, día en que se le da licencia para que vaya a opositar para una cátedra vacante en aquella Universidad.

Al mismo tiempo continuó como profesor de Decretales en la Universidad de Bolonia, leyendo ahora el título “de regularibus et transeuntibus ad religionem” (X 3.31) durante la tercera hora postmeridiana.

No regresó más al colegio. Su nombre figura como ausente en el curso 16151616 y falta en las listas de colegiales a partir del curso 16161617, si bien continuaron los contactos con el colegio, pues consta que el 30 de mayo de 1617 Otero estaba en Nápoles y se acuerda escribirle recordándole una deuda que tiene con el colegio.

En la ciudad sureña no sólo ganó la cátedra de Prima de Leyes, sino que desempeñó varios importantes cargos civiles en poco tiempo, pues en la portada de la obra Diversarum quaestionum, impresa en Nápoles (1619), aparece Fernández de Otero con los siguientes títulos: “[...] quondam almi ac celeberrimi Collegii Maioris Hispanorum Bononiae alumno, et illius Archigymnasii catedrae vespertinae Iuris Pontificii moderatore, et postea in amplissimo Neapolitano Studio Publico Iuris Caesarei matutino professore, deinde Regiae Aprutinae Audientiae, et postea Regiae Dohanae manucudum Apuleae et Dohanellae Aprutii Auditore, et earundem Officialium Visitatore. Et nunc totius regii exercitus huius regni generali auditore et simul Magnae Curiae in Criminalibus Iudice [...]”, es decir, en tres años (1616-1619) había sido catedrático de Prima de Leyes en la Universidad de Nápoles, oidor de la Real Audiencia de los Abruzos, oidor en la Audiencia de Puglia, así como visitador real. En 1619 era juez de la vicaría de Nápoles, auditor general de Nápoles, visitador general del reino de Nápoles y vicario general castrense. Todos estos empleos fueron desempeñados con gran diligencia (“Hic nobilis vir post multas Audientias Regni Neapolitani quas integerrime administravit fuit creatus generalis Auditor eiusdem Regni et Regiarum ecclesiarum Visitator”). Detrás de esta fulgurante carrera administrativa estaba su protector, el virrey Pedro Téllez- Girón y Velasco, III duque de Osuna (virrey entre 1616 y 1620): “Iste nobilis vir [Fernández de Otero] fuit electus ab Excellentissimo Duce de Osuna post multa alia officia judex vicarie Regni Neapolitani et Auditor Generalis regis simul et postea ab eodem Excellentissimo Duce [Osuna] fuit creatus Visitator generalis totius Regni eiusdem in quo officio mirifice omnibus satisfecit”.

Caído en desgracia el duque de Osuna, destituido por sospechas de independentismo y sustituido por el cardenal Antonio Zapata (septiembre de 1620-diciembre de 1622), Fernández de Otero abandonó Nápoles y se dirigió a Roma, donde el pontífice Gregorio XV (papa entre 1621 y 1623) lo nombró referendario apostólico en ambas signaturas de Justicia y Gracia, y su camarero mayor (1622), con la expectativa de una prometedora carrera en la curia vaticana (“cum non parva spe progrediendi ad maiora”). El 25 de mayo de 1622 está en Roma, fecha en que el colegio de Bolonia acuerda enviarle una copia de sus segundas pruebas de limpieza de sangre, que Otero había solicitado para su ingreso en la burocracia vaticana. Además, participa activamente en las polémicas de los canonistas, publicando en Roma unas Romanae lucubraciones seu Misecellaneae iuris disputationes (1623).

El nuevo papa, Urbano VIII (nacido Maffeo Barberini, papa entre 1623 y 1644) lo nombró canónigo y deán de Orense, en señal de vieja amistad y premio de sus servicios (“in veteris amicitiae signum et laborum Premium”), pues Otero siempre mantuvo buenas relaciones con la familia Barberini, como demuestra el hecho de que en 1628 le dedicase su Tractatus de Actionibus al cardenal Francesco Barberini, sobrino predilecto del Papa, siendo ya inquisidor en Cagliari.

Pero Jerónimo Otero no debió abandonar Italia ni pisar nunca Orense, pues no se consigna su presencia en ningún Cabildo y sólo dos actas hacen referencia a él. En la del 12 de junio de 1624 en que se posesionó del deanato y de una cardenalía (en Orense como en Santiago había seis canónigos cardenales). Y el 14 de junio de 1625 en que fue nombrado su sucesor Lucas Dogal por haber renunciado en su favor el deanato Jerónimo de Otero. Por lo tanto, fue nombrado inquisidor apostólico en el reino de Cerdeña en la primera mitad de 1625, donde continuaba en 1629 (“Et iste nobilis vir ad presens Inquisitor Regni Sardinie ubi rectisimum Inquisitoris oficium exercet 1629”). Hecho confirmado por una nota del rector del colegio de San Clemente de Bolonia, Alfonso del Río: “Hic nobilis vir est ad presens [¿16251627?, años en los que fue rector] creatus inquisitor Regni Cerdanie”.

Teniendo en cuenta que Otero falleció en enero de 1635, fue inquisidor unos diez años (1625-1634), sin duda los más oscuros y ajetreados geográficamente, pues ejerció en los tribunales inquisitoriales de Cagliari (entre 1625 y 1632, aproximadamente), Llerena (inquisidor apostólico de la provincia de León en la ciudad de Llerena, título con el que se autocalifica en 1633, según Nicolás Antonio, Bibliotheca Hispana Nova, I, Madrid, 1783, pág. 574), aunque probablemente nunca pisó la ciudad extremeña, y Barcelona, donde falleció a principios de 1635, dejando bastantes deudas, a juzgar por el “Pleito civil contra los bienes de Jerónimo Fernández Otero, difunto, inquisidor que fue del Santo Oficio en Barcelona, a instancias de Juan Barceló, receptor del Tribunal de la Inquisición de Barcelona, de Diego Villaseca, boticario y vecino de la referida ciudad, y de Agustín Monella, caballero de la Orden de Alcántara y vecino de Madrid, todos acreedores, sobre cierta cantidad de maravedís” (AHN, Inquisición, 1582, exp. 14).

Una nota del colegial José Muñoz Hurtado (rector del colegio de San Clemente entre 1635 y el 8 de marzo de 1637, en que fue asesinado) dice a este respecto: “Dominus Hieronimus Otero postquam in Sancte Inquisitionis Barcinonensi tribunali mirifice vita per aliquot annis dedit, obiit anno 1635 mense januari”.

De los tres tribunales inquisitoriales que conoció Otero, fue el de Cerdeña donde más tiempo permaneció y jugó un papel más relevante, porque tuvo que sacar a relucir sus relevantes dotes de jurista en el enconado pleito de competencias entre el Tribunal de la Inquisición de Cerdeña y la jurisdicción eclesiástica del obispo de Ampurias (hoy Tempio-Ampurias, sufragánea de Sassari), Giovanni de la Bronda (obispo entre 1622 y 1633). El regalista Fernández de Otero defendió, en contra del obispo, la postura del virrey de Cerdeña (marqués de Bayona, Jerónimo Pimentel, virrey entre 1625 y 1631, del que se conservan varias cartas dirigidas a Jerónimo Otero) y se vio obligado a pronunciar varios discursos, apoyando el servicio que pedía el rey Felipe IV en las Cortes de 1631. Sin embargo, en esta pugna entre el tribunal de la Inquisición de Cerdeña y el obispado sardo, Otero salió perdiendo, pues, fallecido su protector el virrey marqués de Bayona en 1631, quien fue sustituido interinamente por fray Gaspar Prieto, general de la Merced Descalza, obispo de Alguer y enemigo del inquisidor (en 1628 había mandado un memorial de agravios contra los inquisidores de Cerdeña), Otero tuvo que trasladarse a Madrid para defenderse en el Consejo de Aragón (véase AHN, Inquisición, legajo 1630). Después de elevados gastos y correspondientes deudas, logró rehabilitar su nombre y continuar en la administración inquisitorial, pero no se le permitió regresar a Italia, asignándolo a tribunales dentro de España. Pero Fernández de Otero hoy es recordado por alguna de la media docenas de obras que escribió, todas en latín, excepto la última y más importante, El maestro del príncipe (1633), publicada dos años antes de morir. El Selectarum Interpretationum Iuris. Liber unicus. [Selectae interpretationes iuris] (Bononiae, Rossi, 1613, 315 págs.), hoy se denominaría “tesis doctoral”, pues fue una disertación defendida un mes antes de examinarse para dicho grado y con ella se dio a conocer en el mundillo jurídico boloñés. Su obra Diversarum quaestionum juris disputatio, publicada en Nápoles en 1619, está dedicada al duque de Osuna, Pedro Girón, virrey de Nápoles, su mecenas, quien había dado el imprimátur el 25 de enero de 1618. El colegial Fernando de Muñoz Villa (rector de San Clemente en el curso 1622-1623) destaca la utilidad de estas dos primerizas obras jurídicas de Otero: “Compusuit librum unum selectarum interpretationum cum repetitionibus ad titulos de judiciis, de consuetudine, de sententia et re iudicata et de probationibus et postea existens Neapoli composuit alium librum diversarum questionum canonicarum et civilium ingeniossisimum et maxime utilem”. El Tractatus de Actionibus et illarum origine, natura et effecto fue publicado en 1628 y está dedicado el cardenal Francesco Barberini (15971679), nepote de Urbano VIII. Es un ataque valiente contra las tesis de Calvino y Lutero en la materia. Pero sin duda, el libro más importante de Otero es El Maestro del Príncipe (Madrid, 1633), dedicado al condeduque de Olivares, donde se autocalifica de inquisidor apostólico de la Provincia de León en Llerena, y hace hincapié en que el príncipe debe estar bien instruido, por un buen maestro, “valiéndose para ello de los hombres más doctos, prudentes, sabios y valerosos que ha podido hallar dentro y fuera de sus estados [...]. Pues ni la grandeza, ni los títulos le pueden hacer bueno, ni la falta de ellos le harán malo. Luego la buena educación para que se cría señor dellos es lo que principalmente y ante todas las cosas debe procurar”. Esta obra tiene dos aprobaciones (hay ejemplares con una sola de las dos), del doctor fray Juan Pastor, de san Francisco de Paula, y del maestro fray Gaspar de Villarroel, agustino, quien señaló que el libro “serviría de manual” al príncipe.

En 1627 la condesa de Olivares, Inés de Zúñiga y Velasco, había sido nombrada camarera mayor tras el fallecimiento de la duquesa de Gandía, por lo que se convertía en aya del hijo de Felipe IV. Fernández de Otero escribió al condeduque, en la dedicatoria de su libro, que dado que la condesa había comenzado “la crianza y educación del príncipe”, bien podía ayudar a convertir al príncipe en el “más perfecto de todo el orbe, como es el mayor en la grandeza y Monarquía, pues con eso se dilatará tanto su imperio que pueda añadir las tres letras que faltan al Plus Ultra que su invicto rebisabuelo le dejó con el nombre”. El autor insiste en que la buena educación del príncipe era lo más importante, por eso debía aprender idiomas, latín, griego, alemán, francés e italiano. Debía tener conocimientos de Dialéctica, Filosofía y Aritmética. Pero lo más importante era que dominara la Aritmética. Detrás hay críticas a la conducta real por dejar los asuntos militares en manos de Olivares, impidiendo que el Rey estuviera presente en el Consejo de Guerra y fuera en persona a las campañas más importantes. Fernández de Otero dirá: “Cuanto importa esta ciencia para todas las demás y en particular para las materias de guerra, en que el príncipe ha de estar tan advertido y diestro, que desde su palacio sepa en lo que le sirven sus capitanes, a quién encomendar sus armas, y cuando fuere necesario hallarse en el gobierno de ellos con su persona.

No sólo conozca la importancia de los pareceres de sus consejeros de guerra, sino que los obligue a mayor desvelo para el acierto de ellos” (pág. 59). Se debe tener presente que en 1632 Olivares se había percatado del fracaso desde el punto de vista militar que supuso el Colegio Imperial de Madrid. Quería formar academias al estilo de las que podían encontrarse en Francia y Venecia. Es posible que tuviera presente el libro de Fernández de Otero, porque fue entonces cuando decidió crear una Junta de Educación para crear una academia militar y política.

En conclusión, el castellano viejo Jerónimo Fernández de Otero fue jurista práctico, más que inquisidor (simple modus vivendi), al servicio de su patria, cuya decadencia ya vislumbraba, aunque tuvo la suerte de morirse antes de que empezase el ocaso. Lo mismo que Francisco de Quevedo vio en Italia que el Imperio español tenía los pies de barro, por lo que Otero creía que era necesario que el príncipe tuviera una educación especial para saber conservar y aumentar la monarquía. En este sentido Fernández de Otero ofrece los medios en su libro El Maestro del Príncipe, subrayando la importancia de que el Rey debe estar preparado para la guerra, sin necesidad de depender de consejeros, atacando así veladamente al condeduque de Olivares. En cuanto que propugna la idea de una España como defensora de la religión para restablecer en Europa y en el mundo un período de paz bajo la autoridad del Monarca español como “Monarca Universal”, haciendo hincapié en los medios que permitieran a Felipe IV “dilatar su Imperio”, Fernández de Otero es personalidad peculiar y un magnífico paladín de la pedagogía especial, la de los príncipes, de los días de Baltasar Gracián.

Obras de ~: Selectarum Interpretationum Iuris. Liber unicus. [Selectae interpretationes iuris], Bononiae, Rossi, 1613; Diuersarum quaestionum iuris disputatio [Diversae quaestiones iuris]: diuisa in tres partes: in quarum prima canonicae, in secunda ciuiles [...] in tertia plurium delictorum natura et circunstantiae describuntur et cuiusq[ue] poena a iure canonico, ciuili, consuetudinario et municipali Unius et Hispani regni statuta refertur / authore D. Hieronymo Fernández de Otero [...]. Neapoli, apud Scipionem Boninum, sumptibus Lazari Scorigij & Socij, 1619; Romanae lucubraciones seu Misecellaneae iuris disputationes, Romae, I. Marcadorum, 1623; Tractatus de Actionibus et illarum origine, natura et effecto, ex typographia doctoris Antonii Galcerin. Cagliari, Apud Bartholomeum Gobettum, 1628; El maestro del príncipe: dividido en dos libros: en el primero se prueua quam importante y necesario es dar maestro a un príncipe [...], qual debe ser, cómo se ha de elegir [...]: en el segundo se trata de lo que a de enseñar al príncipe [...] por [...] don Jerónimo Fernández de Otero [...], Madrid, por la viuda de Juan González, 1633.

 

Bibl.: N. Antonio, Bibliotheca Hispana nova, vol. I, Madrid, Joaquín Ibarra, 17831788, pág. 574; A. Renedo, Escritores Palentinos. Datos bio-bibliográficos, vol. I, Madrid, Imprenta Helénica, 1919, págs. 239242; E. Toda y Güell, Bibliografía Espanyola d’Itàlia, t. III, Barcelona, Imprenta Vidal Guellt, 1927, pág. 117; A. Palau y Dulcet, Manual del librero hispanoamericano, vol. V, Barcelona, Palau, 1951, pág. 338, n.os 89516- 89526; J. Simón Díaz, Bibliografía de la Literatura Hispánica, vol. X, Madrid, Instituto Miguel de Cervantes de Filología Hispánica, 1963-1994, págs. 157158; A. García y García, “Fernández de Otero, Jerónimo”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, t. II, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 920 (supl. I, 1987, pág. 2); A. Pérez Martín, Proles Aegidiana, vol. 3, Bolonia, Publicaciones del Real Colegio de España, 1979, págs. 1184-1189; G. Díaz Díaz, Hombres y documentos de la Filosofía española, vol. III, Madrid, Instituto de Filosofía “Luis Vives”, 1980-2003, pág. 170; E. García Hernán, “Escritores políticos palentinos del Siglo de Oro”, en Publicaciones de la Institución Tello Téllez de Meneses, n.º 73 (2002), págs. 245-273.

 

Antonio Astorgano Abajo

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