García Íñiguez. ?, p. m. s. IX – c. 882. Segundo Rey de Pamplona, según la historiografía tradicional.
Primogénito de Íñigo Arista y su sucesor en los años 851 u 852 como caudillo de las poblaciones cristianas de la región de Pamplona, es decir, el territorio coincidente más o menos con la actual Navarra a excepción de las riberas meridionales. Como en el caso de su padre, las cuantiosas lagunas de información y la discutible fiabilidad de buena parte de los contados testimonios conocidos sobre su trayectoria personal y política —más detallados los árabes que los hispanocristianos— han motivado entre los historiadores modernos muy variadas conjeturas que impiden, o al menos dificultan mucho, compaginar las hipótesis contrapuestas para tratar de establecer una síntesis suficientemente razonada.
A pesar de los frecuentes conatos de insumisión, el singular espacio de poder político pamplonés seguía constituyendo teóricamente una especie de protectorado tributario del emirato musulmán de Córdoba, al que teóricamente debía lealtad política ante terceros. En vida todavía de su progenitor había participado García Íñiguez en las tortuosas maniobras político-militares que al parecer tramaba sobre todo en propio beneficio su cuñado Muza b. Muza, el vástago más renombrado del linaje converso de los descendientes del conde hispano-godo Casio (los Banñ Qasi), enraizados en la zona ribereña de Navarra y sus aledaños aragonés y riojano. Es probable que, al frente ya de los pamploneses, siguiera colaborando al menos pasivamente con el mismo Muza, valí ya de Tudela y enseguida también de Zaragoza (852). No hay constancia segura de que interviniera ni a favor ni en contra de éste en la batalla librada frente al rey astur Ordoño I junto a la población riojana de Albelda (851-852). Parece además que en fechas próximas a ésta, atravesando lógicamente los dominios pamploneses y quizá con la connivencia de García Íñiguez, una incursión de Muza penetró en los confines de Gascuña y fueron capturados dos condes de aquella región. Con esto el poderío y prestigio del cabecilla muladí habían crecido de tal forma que, según un cronista asturiano casi coetáneo, se hacía llamar “el tercer rey de España”, parangonándose así con los monarcas de Córdoba y Oviedo, una muestra más de que el de Pamplona no era reputado todavía como un verdadero reino.
En semejante contexto cuesta admitir una brusca inversión de alianzas por parte del príncipe pamplonés que le llevara a alinearse junto a Ordoño I, tanto en la expedición de ayuda a los mozárabes toledanos —rechazada junto al río Guadacelete (854)—, como en su nuevo enfrentamiento con Muza, en la que se ha denominado la —auténtica batalla de Clavijo— (859). Justamente en este año García Íñiguez era capturado por los normandos que, después de saquear la región sevillana y recorrer la costa mediterránea, lanzaron “algaras contra los Bashkunish e hicieron prisionero a su emir Garsiya ibn Wannaqo” por quien, según los mismos autores árabes, se debió de pagar como rescate la fabulosa suma de setenta mil dinares. Tal vez había aprovechado Muza su ausencia para arrebatarle alguna de sus fortalezas limítrofes, es posible que la campaña lanzada al año siguiente por el soberano cordobés Muhammad I, contra los márgenes meridionales de la región pamplonesa, tuviera por objeto atajar un eventual amago de coalición del rey ovetense Ordoño I con García Íñiguez, cuyo hijo Fortún el Tuerto fue capturado entonces junto con varias plazas fronterizas (Falces, Caparroso y Carcastillo o Murillo el Fruto) como garantía presumiblemente del débito tributario y la lealtad del principado pirenaico. Conviene recordar que la monarquía asturiana estaba consolidando entonces, no sólo toda la línea de avanzadas galaicas y subcantábricas en la meseta superior como plataforma para la ulterior carrera de conquistas hacia la cinta del Duero, sino también sus firmes posiciones viejo-castellanas del alto Ebro como punta de lanza contra los vecinos señoríos riojanos de los Banñ Qasi. Y acaso por su negligencia o pasividad ante esa peligrosa conjunción de circunstancias fue cesado (862) Muza ben Muza como valí de Zaragoza y guardián directo del contiguo protectorado pamplonés.
Mientras que en los siguientes años las correrías musulmanas castigaron reiteradamente los confines alaveses, no hay constancia de que García Íñiguez diese especiales muestras de insumisión frente al Islam, algo poco probable sobre todo si se tiene en cuenta que seguía retenido en Córdoba, y presumiblemente como rehén, su primogénito Fortún Garcés quien incluso casaría a sus hijas, Onneca, nada menos que con Abdallá, hijo y luego sucesor del emir MuÊammad I. Con todo y tal vez por mediación pamplonesa los hijos de Muza habían entablado relaciones de amistad con el nuevo rey ovetense Alfonso III (866), quien al parecer envió para criarse en Tudela junto a ellos a su hijo el futuro Ordoño II. En estos momentos, por tanto, habría que retrasar el triángulo político que pudo relacionar de alguna manera al monarca astur con el príncipe pamplonés y los hijos de Muza a quienes, descontentos por la pérdida del gobierno de Zaragoza, habría contagiado la plaga de sediciones extendida en el último tercio de siglo de un extremo a otro de al-Andalus. Por otra parte, en esta tesitura habría concertado García Íñiguez el matrimonio de su hija Onneca con el conde aragonés Aznar Galindo II cuyos guerreros (Sirtaniyyun) le prestaron apoyo al acudir en ayuda del cabecilla de Huesca Amrus ibn Umar, del clan también muladí de los Banu Amrus, contra el que dispuso el emir cordobés las oportunas operaciones de castigo (870-871). Es probable que alentara y, en todo caso, celebrara el decidido enfrentamiento con el régimen musulmán que supuso el golpe de mano que permitió a los hijos de Muza extender su hegemonía por todo el semicírculo de núcleos urbanos que, como Tarazona, Tudela, Ejea, Huesca, Barbastro, Monzón y Lérida, tenían como capital Zaragoza, en la cual lograron encastillarse durante una docena de años (872-884). Algunas de las nuevas aceifas conducidas por MuÊammad I y su hijo el príncipe al-Mun¼ir para intentar restablecer su autoridad en la cuenca del Ebro tuvieron también como objetivo secundario, y carácter más bien intimidatorio, la periferia meridional de los dominios del príncipe pamplonés (873, 874, 878 y 882) cuando se pierde noticia sobre sus últimos años de vida aún más eclipsados tras la pantalla de sus parientes ribereños los hijos de Muza b. Muza y, luego, su nieto MuÊammad ben Lope quien llegó a dominar el castillo de San Esteban de Deyo (Monjardín), punto clave de vigilancia de los accesos por el Ega a los valles del reborde meridional de la sierra de Urbasa.
De una esposa de nombre desconocido engendró García Íñiguez, además de su mencionado primogénito Fortún, a la citada Onneca, casada con Aznar Galindo II de Aragón, así como otro hijo, Sancho Garcés, padre a su vez de Aznar Sánchez de Larráun, segundo esposo de otra Onneca, la hija de Fortún Garcés también mencionada. Tales son los datos familiares precisos y seguramente veraces recogidos un siglo después en las llamadas Genealogías de Roda insertas en el Códice Rotense (Biblioteca de la Real Academia de la Historia, 68). No existe, en cambio, ninguna certeza de que Jimena, esposa del monarca ovetense Alfonso III, fuese hija de García Íñiguez como se ha pensado, y menos aún de que éste contrajese matrimonio con una princesa asturiana llamada Leodegundia, personaje seguramente imaginado un siglo después por el diestro poeta que en loor de la “hermosa reina” compuso el epitalamio en verso acróstico trascrito como un ornato final en el indicado códice.
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Ángel Martín Duque