Villena y Moziño, Manuel de. Setúbal (Portugal), 25.XII.1740 – ?, 1794 post. Arqueólogo, dibujante.
Hijo del teniente coronel Domingos de Vilhena y de Catharina Victória Mozinho, naturales de Lisboa y Setúbal respectivamente, ambos de origen noble y al menos hidalgos. Fue bautizado en la parroquia de S. Julião de Setúbal el 28 de diciembre. Sus padrinos fueron dos miembros de la casa de Avintes: João de Almeida, veedor de la reina Ana y gobernador de la Fortaleza de la Barra de Setúbal (quizá superior jerárquico del padre), y Magdalena de Borbón, posiblemente hermana del anterior, casada con Jorge Henriques, también veedor de la Reina; todo apunta a una familia bien situada socialmente y a una buena educación.
Su verdadera personalidad, y unos treinta años de su vida, pudieron ser descubiertos sólo a partir de 1994. Nada se sabe del por entonces Manoel de Vilhena y Mozinho desde su bautizo hasta al menos 1763, salvo que pudo estar en Italia formándose en el arte del dibujo y pasar exiliado por motivos políticos tras la crisis entre Portugal y España de 1762 a Cádiz, quizá por alguna relación familiar con Joaquín Manuel de Villena, I marqués de Villena, que era comisario general del Real Cuerpo de Artillería de Marina en esta plaza.
Fue alumno de la Academia de Artillería de Cádiz, donde estudió Matemáticas y trabajó junto al ingeniero director de la misma, el experto cartógrafo Antonio Gaver. Ello se menciona en el primer documento sobre él cuando, ya joven viudo, aparece contratado como maestro delineador de la Escuela de Navegación de Cádiz, para sustituir al famoso Joseph Badaraco; fue recomendado desde Cádiz ante Carlos III por el también célebre marqués de la Victoria (uno de los mejores dibujantes de su tiempo), quien elogia el “lucido travajo en la delineación, dibujo y Miniatura” del joven Villena.
Durante los diez años siguientes permaneció posiblemente en Cádiz; en ese tiempo fue admitido oficialmente en la Armada y entró en el Cuerpo de Pilotos. En 1769 era piloto segundo, antes de 1777 fue ascendido a piloto primero y obtuvo, ya como oficial, el grado de “alférez de Fragata graduado” de la Armada española, siempre manteniendo su empleo como profesor de Delineación de la Escuela de Pilotos.
Recién creada, en 1777, la nueva Escuela de Guardia Marinas de Cartagena, por Real Orden de 2 de diciembre de ese año fue trasladado a ella para ser su primer maestro de Fortificación y Dibujo; el Libro de Asientos de los Maestros de la Plana Mayor de la citada Escuela le cita en primer lugar, y aclara que “tomó posesión el 21 de Abril de 1778”. Este nombramiento, en una ciudad donde habían brillado los trabajos de Jorge Juan y Sebastián de Feringán, habla claramente de su calidad profesional. Villena permaneció en Cartagena, al parecer ininterrumpidamente, durante algo menos de diez años (1778-1787). De esta época se conoce sólo una memoria autógrafa sobre las antigüedades apresadas en la fragata inglesa Thetys (1783) y su gran Mapa plano de las costas e islas turcas, que fue hecho en 1784 para la expedición de G. de Aristizábal a Constantinopla y se conserva en la Real Biblioteca; debió de preparar otras muchas cartas náuticas, mapas y derroteros para expediciones similares o de menor trascendencia. Coincidió en el tiempo y en ambas Academias con marinos tan notables como V. Tofiño y J. Varela (director y maestro en la de Cádiz), J. Mazarredo (ascendido y trasladado, como él, de Cádiz a Cartagena, luego director de las tres Academias y ministro), Gabriel Císcar, A. Malaspina o J. Vargas Ponce, y con muchos futuros oficiales y cartógrafos célebres de la época, como F. Bauzá, que pasarían por sus enseñanzas o serían sus colegas.
En septiembre u octubre de 1786 su vida cambió radicalmente. Habiendo obtenido por seis meses una “Real Licencia para pasar á Portugal su patria a negocios propios, y habiéndose demorado en esta Corte, tanto por la crudelidad del tiempo quanto por lo débil que se halla después de una enfermedad que ha padecido once meses, de la cual ha recaído y está convaleciente”, como consecuencia de dicha enfermedad crónica (¿acaso el frecuente mal de pecho de los marinos?), en una carta manuscrita de 29 de enero de 1787, firmada ya como Manuel de Villena Mosiño y dirigida a Carlos III desde Madrid, solicitaba que se le concediera el relief, los haberes y su baja en la Real Armada. Contando posiblemente con la protección del secretario de Estado, el conde de Floridablanca, todo ello se le concedió, junto con la nacionalidad española y un destino que le asegurase el sustento, en sendos Reales Decretos de 18 de mayo y 15 de junio de 1787. En el segundo de ellos se dice: “Atendiendo á las circunstancias que concurren en Don Manuel de Villena Moziño, he venido en concederle naturaleza de estos Reynos para que pueda obtener y gozar la Prestamera de la Yglesia Parroquial de Santa María del Campo de la Diócesis de Cuenca, para la qual le nombré por Decreto de diez y ocho de Mayo próximo pasado. Tendráse entendido en la Cámara, y se pedirá el consentimiento acostumbrado á las Ciudades de voto en Cortes para su cumplimiento”. Según el propio Floridablanca, en carta al ministro de Marina dada en El Pardo a 22 de enero de 1788, Villena “se retira de aquella carrera para seguir la del estado eclesiástico”.
En la citada parroquia conquense, como en la Catedral misma, no se registra constancia alguna de una presencia efectiva. El ahora presbítero quedó, pues, en la Corte, con una renta asegurada y al servicio de Carlos III, es posible que por sus excelentes condiciones como dibujante; como indica el citado documento de 1783, durante su larga estancia en Cartagena, donde muchos restos romanos estaban a la vista, pudo iniciar o perfeccionar sus conocimientos sobre arqueología, y tales habilidades serían especialmente apreciadas por este Rey.
Carlos III falleció el 14 de diciembre de aquel mismo año, pero Villena quedó a las órdenes de Carlos IV, sin que se sepa en qué se le ocupó de 1787 a 1791. Aunque no hallada de momento, tuvo que existir en ese año una Real Orden por la que, “dotado por la generosidad del monarca”, se le comisionó amplia y específicamente para dibujar las antigüedades de Mérida y para practicar las excavaciones que fueran necesarias a su estudio. Esta misión tuvo que tener origen en el hallazgo, en 1789, de algunas notables antigüedades en la zona del teatro emeritense, y se enmarca perfectamente en las muchas y hasta hace poco muy desconocidas actividades que, en favor de la arqueología nacional, tuvieron lugar por interés y orden tanto de Carlos IV como de su secretario de Estado Manuel Godoy.
Entre el otoño de 1791 y el verano de 1794 Villena realizó en Mérida distintas excavaciones, las primeras oficiales de que hay noticia en la ciudad (las primeras ilustraciones las había llevado a cabo cuarenta años atrás el marqués de Valdeflores), y un conjunto indeterminado de espléndidas aguadas de temas arqueológicos, la mayoría “lavadas a color”, para lo que contaba con exquisitas técnica y estética, además de los dibujos de dos inscripciones notables, una “hebrea” o “púnica” (perdida) y otra “arábigo-cúfica”, que es la primera de las tres fundacionales de la Alcazaba árabe, datada en 835 d. C. y ya enviada años atrás a la Real Academia de la Historia por el marqués de Valdeflores.
De todas las láminas que debió de hacer, sólo diecinueve (dieciocho de Mérida y una de los Baños de Alange) han conseguido llegar a nuestros días y se conservan en el Museo Naval de Madrid; los detalles valiosos e inéditos que aportan estimularon en Mérida, entre 2003 y 2006, varios proyectos, por ejemplo sobre el arco de Trajano y el aljibe de la Alcazaba.
Durante su estancia debió de excavar en primer lugar los sectores del teatro que él mismo señala en sus láminas, mostrando plantas, perfiles por sectores y detalles, hallando, por ejemplo, el arquitrabe oriental con el epígrafe dedicatorio de Agripa (todavía recubierto de un estuco marmóreo blanco), que recomienda que se reponga sobre la puerta, y que el edificio se libere completo. A continuación el presbítero-arqueólogo excavó en el área de la calle Holguín, donde situó con notable aproximación lo que él ya sabía que era “el convento jurídico”, esto es, el foro provincial, de cuyos hallazgos da cuenta (“chapitel... distintas piesas de columnas del mismo orden, como assi mismo fragmentos de estatuas”). Observa por primera vez que el famoso “Arco de Trajano” (por entonces “de Santiago”) tiene buena parte enterrada, por lo que practica una excavación para liberarlo y dibujar su perfil original para que recupere “su elegancia natural” (tareas que en 2004 se han repetido), reflejando de paso el pavimento empedrado que pasaba bajo él y daba acceso al foro. Dedica láminas posteriores al obelisco de Santa Eulalia y el “Templo de Diana” (en las que, con modernos criterios, prescinde de lo no romano), el anfiteatro, el circo, los puentes sobre el Guadiana y el Albarregas, y a edificios complejos de comprensión o medición, como el aljibe romano de la Alcazaba y su mezquita árabe sobrepuesta (igualmente reestudiada desde 2004, tras la publicación de sus láminas), o los famosos acueductos (Milagros y San Lázaro) y las presas próximas a la ciudad (Araya y Proserpina, muy notable lámina ésta de 133 x 47 cm). Destaca entre ellas, fechada el 3 de junio de 1794, una espectacular vista del frente de la ciudad desde el otro lado del río, con detalles desconocidos como la puerta de herradura que daba entrada a la Alcazaba y a la urbe, aún completa, los almenados de la muralla, o el perdido “Chorrillo”.
El conjunto de estos trabajos y láminas, la mayoría de bellos colores, y el conjunto de las observaciones que las acompañan, convierten al hasta hace poco desconocido Manuel de Villena Moziño en uno de los más relevantes arqueólogos y anticuarios del siglo xviii, haciendo más lamentable que su precioso trabajo gráfico nunca llegara a publicarse. Su estancia en Mérida debió de estimular algunas otras excavaciones y hallazgos que se conocen, de 1792, y su calidad de comisionado regio contribuyó a sujetar los por entonces frecuentes desmanes contra el patrimonio.
Villena dejó además en Mérida un discípulo, también desconocido de la investigación moderna, Fernando Rodríguez. Éste, que había suspendido dos veces en 1788 los exámenes para la obtención del título de maestro de obras, debió de trabajar en estrecho contacto con Villena en sus años de estancia y trabajos en Mérida, aprendiendo de él mejores técnicas para el dibujo de edificios antiguos; este inesperado magisterio con tan excepcional dibujante es seguramente lo que le permite, en abril de 1794, volver a intentar, esta vez con éxito, la superación en la Corte de los exámenes pertinentes para ser “maestro de obras”, y la ejecución, entre 1794 y 1802, de nada menos que sesenta láminas, casi todas en blanco y negro, pero algunas realmente novedosas por tratar edificios actualmente poco conocidos o bien desconocidos (como el “Templo de Júpiter”, la planta y alzados “del templo jurídico o casa-tribunal, y de un templete”, la “planta y sección de una villa de recreo en las afueras de la ciudad”, plantas de edificios a orillas del río destinados a alfarería y construcción de adobes, las termas de la calle Baños, los “sepulcros” mencionados por Moreno de Vargas, aras y epígrafes, o un edificio para la fundición de metales, espléndidamente conservado en altura con sus cúpulas, situado “en los montes, á dos leguas de la ciudad”. Dichas láminas, que imitan bien el estilo del maestro aunque no su maestría en los colores, se conservan en la Real Academia de San Fernando (hay una más en la Biblioteca Nacional), y seguramente le valieron, por Real Orden de 13 de febrero de 1807, el ser nombrado por Carlos IV “celador de las antigüedades emeritenses”. A la vez, dan una idea de cuál pudo ser la temática y producción real de Villena en Mérida, de la que sólo se han salvado las diecinueve glosadas.
Tras el envío de las láminas a Madrid, Godoy sometió nueve de ellas a un informe de la Real Academia de la Historia, que tergiversó el peritaje previo de Isidoro Bosarte y resultó injusto hacia sus grandes valores (se conserva allí un grueso fajo de documentos con todo el procedimiento). En ese momento se pierde por completo el rastro de Manuel de Villena Moziño, que por entonces contaba con cincuenta y siete años, y también el de sus láminas, las nueve que fueron devueltas a Godoy y las diez que se conservarían en la Secretaría de Estado. En su Setúbal natal no queda indicio de que regresara allí, lo que no es extraño dada su decisión, años atrás, de hacerse español. Puede suponerse que tuviera alguna relación familiar con el célebre arqueólogo portugués Ignacio de Vilhena Barbosa, nacido el 31 de julio de 1811 y pionero de la fotografía arqueológica pues, aunque viudo desde muy joven, Villena pudo tener hijos y nietos propios.
Obras de ~: Catálogo de varias Antigüedades, Idolos, Medallas y Monedas halladas en la pacotilla que se conducía à Londres desde Liorna, en la Fragata Toscana denominada la Tetis, apresada por el Javeque San Antonio, que corresponde à la Casa de los Roqueroles al comercio de esta ciudad, Cartagena, 7 de enero de 1783 [ms. autógrafo en Real Academia de la Historia, sign. 9-6408-2ª (Abascal-Cebrián, 2005, pág. 496)]; Carta plana del archipiélago que comprehende desde la ysla Serigo [...] para uso en su viage á Constantinopla, de la Esquadra de S. M. C(atólic) ª, del mando del brigadier de la Real Armada Dn. Gabriel de Aristizábal [...] a partir de los mas selebres navegantes de estos mares [en Biblioteca del Palacio Real de Madrid, vol. ms. II-1051, y en R. González Castrillo, El viaje de Gabriel de Aristizábal a Constantinopla en 1784, según el manuscrito original II-1051 de la Biblioteca del Palacio Real de Madrid, Fundación Universitaria Española, Documentos Históricos n.º 17, Madrid, 1997 (lámina final)]; Antigüedades de Mérida, colección de 19 láminas a la aguada, Museo Naval de Madrid.
Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional, sección Consejos, leg. 13.244, exp. n.º 6, y Libro de Asientos n.º 2753: Decreto n.º 27 de 1787; Real Academia de la Historia, Antigüedades de Badajoz, sign. 9/7983/68.
J. F. Guillén [Tato], “Hallazgo de los planos de unas excavaciones en Mérida en el siglo xviii”, en Homenaje a Mélida. Anuario del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, vol. III, Madrid, 1935, págs. 223-235 y láms. IVII; M.ª L. Martín-Merás y B. Rivera, Catálogo de cartografía histórica de España del Museo Naval, Madrid , Museo Naval- Ministerio de Defensa, 1990, cat. n.os 647 a 666; A. M. Canto, “La arqueología española bajo Carlos IV y Godoy: Preludio a los dibujos emeritenses de Villena Moziño (1791-1794)”, en Anas, 7-8 (1994-1995) (Homenaje a D. José Álvarez y Sáenz de Buruaga), págs. 31-56; La Arqueología española en la época de Carlos IV y Godoy. Los dibujos de Mérida de don Manuel de Villena Moziño (1791-1794), Madrid (Fundación El Monte, Fundación de Estudios Romanos y Ministerio de Educación, Cultura y Deporte), El Viso, 2001; Mérida y la Arqueología Ilustrada: Las láminas de don Manuel de Villena (1791-1794), catálogo de exposición, Madrid, Dirección General de Bellas Artes, Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, 2001.
Alicia M. Canto y de Gregorio