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Pedro Francisco Marcuello Zabalza

Biografía

Marcuello Zabalza, Pedro Francisco. Esteban de Adoáin. Adoáin (Navarra), 11.X.1808 – Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), 7.X.1880. Capuchino (OFMCap.), predicador y misionero en Centroamérica, en proceso de canonización.

Nacido en el seno de una familia de modestos propietarios de tierras y ganados, en una aldea de la montaña del prepirineo navarro, sus padres fueron Juan José y María Francisca, quienes alumbraron otros cuatro hijos. El último, José Rafael, murió al nacer, el 3 de octubre de 1819, causando la muerte de la madre.

La infancia y la adolescencia de Pedro Francisco transcurrió entre la escuela del pueblo y el pastoreo, y en ella no faltó, por parte de su madre sobre todo, el aprendizaje y el crecimiento en las prácticas de piedad de la religión católica. Pedro Francisco era parco en palabras, pero sincero y leal. Cuando estaba para cumplir diecinueve años, una edad un poco tardía para entonces, comunicó a su padre y hermanos que quería seguir la carrera sacerdotal, influenciado probablemente por el párroco y por los capuchinos que solían aparecer por aquellos parajes para predicar y confesar. Persiguiendo este objetivo, que exigía el conocimiento básico del latín, se estableció en casa del párroco del pueblo colindante de Aspurz, que regentaba una preceptoría de gramática de dicha lengua.

Estando todavía estudiando Latín fue confirmado por el obispo de Tudela en otro pueblo cercano, Irurozqui, el 13 de octubre de 1828. A los pocos días Pedro Francisco comunicó a su padre su decisión de salir para Pamplona a pedir su admisión en el convento de los Capuchinos.

Realizado el noviciado en el convento de Cintruénigo (Navarra), noviciado de la provincia capuchina de Navarra-Cantabria, emitió los votos solemnes el 28 de noviembre de 1829, momento en el que se le impuso el nombre de Esteban de Adoáin. A continuación vinieron los estudios de Humanidades, Filosofía y Teología en Vera de Bidasoa, Peralta y Pamplona, siendo ordenado en esta ultima el 22 de diciembre de 1832.

Fue en 1834, el 5 de agosto, cuando, junto con los otros cincuenta y un religiosos de la comunidad, huyó del convento de Pamplona, pues estaba en curso, por parte del jefe político, una investigación que inculpaba a los capuchinos de ser afectos al carlismo.

Desde este momento el curso de la vida del padre Esteban será un continuo ir y venir, siempre zarandeado por la política liberal antieclesiástica y anticlerical que fue repitiendo miméticamente en las repúblicas americanas la praxis de la metrópolis. Los estudiantes de Teología, entre ellos el padre Esteban, se refugiaron junto con su lector, en el señorío de Bértiz (Navarra), pasando después al convento de Tudela, donde fueron examinados en 1836, obteniendo ese mismo año las patentes de predicadores, y al siguiente las licencias del obispo diocesano. Con la supresión de las Órdenes religiosas en 1836, por obra de Mendizábal, el padre Esteban se instaló primero en Bértiz, con otros religiosos jóvenes, pasando después a atender, de 1837 a 1839, las parroquias de Irurozqui, Imirizaldu y Ciga. El Abrazo de Vergara, del 31 de agosto de 1839, supuso el final de las esperanzas carlistas, y por ende el de las de algunos religiosos de volver a sus conventos.

El padre Esteban, a finales de 1839, deseando vivir su vocación capuchina, se dirigió a Italia, donde el padre Fermín de Alcaraz, nombrado en 1838 por el Papa comisario apostólico para los capuchinos españoles, lo destinó al convento de Senigallia (Las Marcas), lugar al que también habían acudido otros capuchinos españoles. Allí aprendió el Italiano y pronto se dedicó a la predicación de cuaresmas y otros sermones, haciendo acopio de material para predicar del que no se desprendería durante toda su vida. La Santa Sede, ante la petición del Gobierno de Venezuela de misioneros, pidió al padre Alcaraz que consiguiera capuchinos españoles para tal misión.

El 9 de mayo de 1842 se embarcaron en Civitavecchia cuarenta y nueve religiosos, de los que cuarenta y uno eran capuchinos, entre ellos el padre Esteban, alcanzando Cumaná el 8 de julio. Según el contrato hecho con el Gobierno los religiosos eran destinados a las antiguas misiones entre los indios, pero al llegar, por problemas bizantinos de naturaleza político-religiosa, tuvieron que encargarse de varias parroquias. Sólo el 6 de abril de 1843 llegaba el padre Esteban, con el padre Julián de Hernani, a la región del Apure, evangelizada antes de 1820 por los capuchinos, donde se dedicaron a catequizar y civilizar indios intentando su socialización, organizando pueblos como habían hecho antaño. Pero los reveses de la política liberal los expulsó de la República justo cuando habían caído, tanto el padre Julián como el padre Esteban, víctimas del paludismo y del intenso trabajo que realizaban predicando misiones. Embarcados para Europa el 8 de junio de 1845, llegaron a Burdeos el 29 del mismo mes, estableciéndose en Marsella hasta 1846. De allí el padre Esteban pasó a Ustaritz, pequeña localidad francesa próxima a Bayona en la que existía una pequeña comunidad de capuchinos navarros reunidos desde 1842, dedicada a la predicación en euskera y a la vida común, que conducían con una austeridad y espíritu de oración rigidísimos. En Ustaritz se quedó hasta 1847, volviendo en septiembre a Caracas. De nuevo tuvo que aceptar ser párroco, repitiéndose las incomprensiones con el gobierno liberal, que le exigía naturalizarse venezolano y jurar la Constitución, a lo que el padre Esteban se negaba.

El arzobispo lo nombró director del seminario diocesano de Caracas y catedrático de Teología Moral.

Al mismo tiempo vivía con otros capuchinos en la iglesia de San Felipe Neri. Su popularidad iba creciendo y era reclamado continuamente para predicar misiones y todo tipo de sermones, lo que molestaba al Gobierno, que lo expulsó de nuevo. La gente, e incluso los cónsules de otras naciones, se movilizó para que no se efectuara su salida del país. Estando las cosas así el Gobierno quiso ver en un sermón suyo la alusión a la vida concubinaria del presidente, por lo que fue acusado de “sedición contra los poderes constituidos”, siendo encarcelado el 31 de marzo de 1849, aunque la opinión pública estaba de su parte y lo visitaba lo más selecto de la sociedad de Caracas.

El 24 de abril fue puesto en libertad, y él siguió predicando, pero comenzó a pensar en nuevos rumbos, ya que tanta notoriedad, según él, desvirtuaba su ministerio evangélico. Sus compañeros que vivían en el oratorio, y también él, estaban acariciando por entonces la idea de trasladarse a La Habana para restaurar el colegio de misioneros que había pertenecido a la provincia de Castilla. Para ello comisionaron al padre Esteban, que desembarcó en dicha capital el 26 de enero de 1850.

Pronto llegaron los demás religiosos, pero nada de lo programado se pudo hacer, pues la mayor parte de ellos enfermó. Con todo, el padre Esteban había descubierto que la isla le ofrecía muchas posibilidades para su ministerio de la predicación. Enseguida comenzó a predicar en las principales iglesias de la capital con mucho fruto. Algunos problemas surgidos con el obispo de La Habana, que coincidieron con el anuncio de la llegada a la isla de monseñor Claret como arzobispo de Santiago, hicieron que el padre Esteban se presentara ante este último para ofrecerle sus servicios. Corría el mes de abril de 1850 y monseñor Claret preparaba un grupo de misioneros para que bajo su dirección recorriera la diócesis predicando misiones. Con Claret y su grupo de misioneros el padre Esteban llegó a formar una comunidad de ideales espirituales y apostólicos. Vivían juntos en el palacio episcopal llevando vida común, hacían juntos los ejercicios espirituales anuales, y se dedicaban a predicar misiones con las que buscaban la regeneración moral de una sociedad en la que abundaba el concubinato, la embriaguez, las familias rotas, los hijos abandonados. Incluso pensaron abrir un noviciado en Pamplona, para formar misioneros para Cuba, pero el proyecto no llegó a materializarse. Por otra parte, también tuvieron que afrontar la oposición de aquellos concubinos de clase alta que se sentían atacados con la predicación de los misioneros, sobre todo con la del padre Esteban, pero éste siempre contó con el apoyo incondicional del obispo, que tenía en él a un fiel colaborador. Cuando en 1856 monseñor Claret pidió a la Reina retirarse a España, después de un atentado del que salió ileso, el padre Esteban, rechazando la posibilidad de conseguir una mitra de la mano del obispo y añorando siempre la vida capuchina, pensó en unirse a los capuchinos catalanes que en 1852 habían abierto un convento en Guatemala, dependiente del ministro general. Así, el 23 de octubre de 1856 desembarcaba en ese país, llegando el 30 al convento de la Antigua Guatemala.

La comunidad de la Antigua, compuesta por una veintena de frailes y dedicada casi exclusivamente a la formación de los novicios, recibió al padre Esteban, que gozaba ya de gran fama como predicador, como algo providencial que daba peso a la nueva fundación. Él se dedicó a predicar misiones, investido de facultades para legitimar matrimonios, procurando la reconciliación de los distintos bandos políticos y asistiendo a los apestados por el cólera, que cíclicamente diezmaba a la población y sobre todo a los indios. En 1859 quiso misionar en El Salvador, pero en Santa Ana tuvo que salir escoltado por un piquete de cincuenta hombres, a causa de los liberales que gobernaban la República. En cambio, en Guatemala el entusiasmo por su predicación, durante la que ocurrían conversiones y fenómenos milagrosos, era tan grande y unánime que los capuchinos tuvieron que aceptar una nueva fundación en Chiquimula, que más tarde hubo que abandonar.

Más adelante, cambiado el gobierno liberal por el conservador en El Salvador, fue llamado por el obispo y el presidente de la República para predicar misiones, llegando a fundar en 1865 un nuevo convento en Santa Tecla. Cuando, por la estación de las lluvias, era más difícil predicar misiones dirigía ejercicios espirituales de ocho días, lo que consideraba el mejor método para consolidar los buenos efectos de una misión. Y trabajó lo indecible para establecer una casa de ejercicios en Centroamérica, lo que consiguió en 1870 en la Antigua. Aunque contra su deseo y voluntad, en esta época fue nombrado superior de la Antigua y comisario general de los capuchinos de América Central (1868-1871), lo que le impedía seguir plenamente su vocación de misionero itinerante. Como superior fue madre espiritual de los hermanos y servidor suyo, sobre todo de los enfermos, a los que visitaba diariamente e incluso los aseaba personalmente. Preparaba escrupulosamente sus visitas pastorales, amonestando y corrigiendo con un sentido muy práctico. Durante su mandato vio proclamada por el Papa a la Divina Pastora como patrona de los capuchinos de Centroamérica.

Al concluir su trienio la Orden estaba más asentada y había crecido notablemente en Guatemala y El Salvador.

Pero aquella situación iba a durar poco, pues los liberales se hicieron con el poder en Guatemala, después de largos años de gobierno moderado. Casi inmediatamente desterraron al arzobispo y expulsaron a los jesuitas. Con los capuchinos tuvieron más cautela, aunque pretendían lo mismo, ya que despertaban la simpatía y el apoyo del pueblo. Un sermón del padre Esteban, el Viernes Santo de 1872, en el que apoyaba la condena de un periódico anticlerical hecha por el arzobispo fue la ocasión propicia para atacarlos. En primer lugar el Gobierno, instigado por los editores liberales del periódico, pidió al superior del convento de la Antigua que solicitara la salida del país del padre Esteban, pero lejos de ejecutar el deseo del Gobierno le pasó el escrito al padre Esteban para que se defendiera. El Gobierno esperó de abril a junio para expulsar violentamente a los capuchinos por “razones de alta política”, mandando un destacamento de más de quinientos soldados para ejecutar la orden. Un gentío inmenso acompañó a los capuchinos en su despedida, entregándoles provisiones, y por muchos lugares por donde pasaban salía a recibirlos todo el municipio. A petición del padre Esteban no fueron llevados hacia la frontera con México, sino a un puerto donde se embarcaron en un vapor rumbo a San Francisco. Después de hospedarse con los jesuitas en San Francisco y con los capuchinos alemanes en Milwaukee, no aceptando quedarse con ellos, el padre Esteban se embarcó en Nueva York con destino a Francia el 22 de febrero de 1873, arribando a Le Havre el 6 de marzo. De allí se dirigió a Bayona, donde los capuchinos españoles habían erigido en 1856 un convento de estricta observancia bajo la jurisdicción inmediata del ministro general.

En el padre Esteban, junto con el deseo de las misiones seguía crepitando el fuego que le impulsaba a restaurar la Orden en España. El padre general le permitió hacer gestiones conducentes a ese fin, pero sin romper la dependencia del comisario apostólico de los capuchinos españoles, que en ese momento era el padre José de Llerena. A inicios de 1874, desde Bayona se dirigió a Estella, Corte del pretendiente al trono de España, Carlos VII, que había pedido una misión a los capuchinos, pero el padre Esteban regresó totalmente decepcionado de la vida que llevaban.

En enero de 1875 hizo nuevamente gestiones para abrir un convento, pero Roma no aprobó el proyecto. Mientras esperaba mejores ocasiones para restaurar la Orden se dedicó a la predicación en vascuence.

Con la restauración política de la Monarquía borbónica llegó el momento de la vuelta de las Órdenes religiosas a España, apoyada por Cánovas, quien por el contrario se oponía a que se realizaran fundaciones en la zona que habían ocupado hasta ese momento los carlistas. En septiembre de 1876 el padre Esteban volvió a su pueblo natal, causando honda impresión su imagen (barba blanca hasta la cintura, crucifijo en el pecho, hábito capuchino). Enterado de su presencia el obispo de Pamplona le encargó una campaña misional por varios pueblos, labor que realizó con gran éxito y acogida popular. En enero de 1877 el Gobierno español concedió autorización a los capuchinos de Bayona para fundar un convento en Antequera, lo que se llevó a cabo el 19 de marzo de ese año, siguiendo al poco tiempo la fundación de otro convento en Sanlúcar de Barrameda. Las dos fundaciones fueron precedidas por sendas misiones dirigidas por el padre Esteban, que siguió predicando por toda Andalucía. Al mismo tiempo fue nombrado comisario provincial de Andalucía y vicecomisario apostólico. En agosto de 1879 consiguió ver realizado uno de sus sueños más queridos: la reapertura del convento de Pamplona, cerrado desde 1834, cuando él con los demás frailes habían huido. Muy debilitado en su salud, siguió recorriendo la Península, restaurando o abriendo nuevos conventos e intentando sobre todo restablecer la disciplina regular, algo no muy fácil entre los exclaustrados que volvían al convento. Además luchó denodadamente, lo que le causó incomprensiones, por la unión de los capuchinos españoles con Roma y la supresión del régimen de independencia establecido por la bula Inter graviores de 1804, que seguía defendiendo el comisario apostólico padre Llerena. Esto hizo que el padre Esteban fuera depuesto de su cargo de vicecomisario, aunque poco más tarde el Papa lo nombró comisario apostólico, cuando la Congregación todavía no sabía, por su inminencia, que había muerto. El 7 de octubre de 1880 expiraba en el convento de Sanlúcar de Barrameda.

La veneración de los fieles obligó a reconocer sus restos en 1898; y en 1929 el papa Pío XI autorizaba la apertura del proceso de canonización en la diócesis de Pamplona, consiguiéndose más tarde para la diócesis de Sevilla. En 1940 fueron aprobados sus escritos y en 1956 se incoó el proceso apostólico introduciendo la causa. En 1969 la Congregación para las causas de los santos aprobó los procesos diocesanos y en 1989 reconoció la heroicidad de sus virtudes, después de que en 1983 hubiera sido publicada la Positio super virtutibus.

 

Obras de ~: Esteban de Adoáin, Memorias. Cuarenta años de campañas misioneras en Venezuela, Cuba, Guatemala, El Salvador, Francia y España, 1842-1880, ed. preparada por L. Iriarte, Caracas, Universidad Católica Andrés Bello-Vicepostulación Esteban de Adoáin, 2000.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de la Orden Capuchina (Roma); Archivo Histórico Provincial de Capuchinos de Pamplona; Archivo Provincial de Capuchinos de Andalucía (Sevilla); Archivo Provincial de Capuchinos de Cataluña (Barcelona); Archivo de la Vicepostulación del P. Adoáin (Pamplona), Actas del proceso de Beatificación del Siervo de Dios Esteban de Adoáin. Acta et decreta causarum beatificationis et canonizationis OFMCap [...], cura et Studio Silvini a Nadro, Romae-Mediolani, 1964; Pampilonensis seu Hispalensis beatificationis et canonizationis servi Dei Stephani ab Adoain. Super dubio [...], Roma, 1979; Ignacio de Cambrils, Cronicón de la misión de los PP. Capuchinos en Centroamérica, Barcelona, Imprenta de la Inmaculada Concepción, 1888; Lorenzo de Mataró, Apuntes biográficos y cartas del P. Lorenzo M. de Mataró, Milán, Tipografía de Serafin Ghezzi, 1890; Ildefonso de Ciáurriz, Vida del siervo de Dios P. Fr. Esteban de Adoáin, capuchino, misionero apostólico en América y España, Barcelona, Herederos de Juan Gili, 1913; Gonzalo de Córdoba, Vida del V. P. Esteban de Adoáin, Sevilla, 1942; Gumersindo de Estella, Historia y empresas apostólicas del siervo de Dios P. Esteban de Adoáin, Pamplona, Aramburu, 1944; Melchor de pobladura, “El venerable padre Esteban de Adoáin, heraldo de la supresión del comisariato apostólico de los capuchinos españoles (1878-1880)”, en Estudios Franciscanos (EstFranc), 62 (1961), págs. 161-206; L. Iriarte (de Aspurz), “Adoáin, Esteban de”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, págs. 9-10; A. de Galaroza, “Apuntes para la historia de la restauración capuchina en España: Antequera y Sanlúcar”, en EstFranc, 78 (1977), págs. 475-498; L. Iriarte (de Aspurz), Esteban de Adoáin, Edición Año Centenario, Burlada, Vicepostulación Padre Adoáin, 1980; “Esteban de Adoáin, misionero popular por vocación”, en EstFranc, 81 (1980), págs. 133-154; Esteban de Adoain: Llevó el evangelio de la paz a siete naciones. Restauro la Orden capuchina en España, Burlada, Navasal, 1980; V. Pérez de Villarreal, “Capuchinos navarros en Ustaritz (Francia), 1842-1848”, en EstFranc, 89 (1988), págs. 449-490; “El convento de Bayona en la restauración de la Orden capuchina en España”, en EstFranc, 91 (1990), págs. 91- 156; G. Zamora, “Esteban de Adoáin. Apóstol en dos continentes”, en “... el Señor me dio hermanos”. Biografías de santos, beatos y venerables capuchinos, t. II, Sevilla, Conferencia Ibérica de Capuchinos, 1997, págs. 123-149; J. A. Echeverría, “Documentos sobre los intentos de restauración de la Orden capuchina en España durante la exclaustración”, en EstFranc, 98 (1997), págs. 453-505; 99 (1998), págs. 273-370; V. Serra de Manresa, Els framenors caputxins a la Catalunya del segle xix. Represa conventual, exclaustracions i restauració (1814- 1900), Col.lectània Sant Pacià 63, Barcelona, Facultat de Teologia de Catalunya-Editorial Herder, 1998; J. A. Echeverría, “Los capuchinos y la exclaustración del siglo xix (1834-1877)”, en Scriptorium Victoriense, 45 (1998), págs. 353-469; “Stefano da Adoain (1808-1880), en Sulle orme dei santi. Il santorale cappuccino: santi, beati, venerabili, servi di Dio, a cura di Costanzo Cargnoni, Roma, Istituto Storico dei Cappuccini-Postulazione Generale, 2000, págs. 335-337.

 

José Ángel Echeverría, OFMCap.

 

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