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Yusuf b. Tasufín

Biografía

Yūsuf b. Tāšufīn: Abū ‘Alī Yūsuf b. Tāšufīn b. Ibrāhīm b. Turqūṭ b. Wartānaðiq b. Manṣūr b. Maṣāla b. Umayya b. Wātmanlī b. Talīṭ al-Ḥimyarī al-Ṣinhāŷī. ?, p. m. s. XI – Marrakech (Marruecos), 1 muḥarram de 500 H. (2.IX.1106). Fundador del Imperio almorávide y primer emir almorávide de al-Andalus.

Yūsuf pertenecía a los Lamtūna, una de las principales ramas de los Ṣinhāŷa, que, junto a los Zanāta, configuran las dos grandes confederaciones tribales beréberes del Norte de África. En la época del surgimiento del movimiento almorávide, los Lamtūna practicaban el nomadismo en el desierto del Sahara, en concreto en la zona situada entre el sur del río Darŷa y el Níger. Se ignora con certeza la fecha de nacimiento de Yūsuf b. Tāšufīn, aunque algún cronista le atribuye, sin duda abusivamente, cien años en el momento de su fallecimiento. Era hijo de Tāšufīn b. Ibrāhīm y primo hermano de dos de los primeros seguidores del ideólogo ‘Abd Allāh b. Yāsīn, Yaḥyà y Abū Bakr b. ‘Umar, quienes lo acompañaron al ribāṭ en el que se gestó el origen del movimiento almorávide y cuya actuación conjunta posibilitó el éxito inicial de “los del ribāṭ” (al-murābiṭūn).

Durante las más de cuatro décadas que actuó como caudillo de los almorávides, entre los años 453/1062 y 500/1106, Yūsuf b. Tāšufīn fue el verdadero artífice de su expansión y consolidación política, transformando lo que, en origen, había sido un movimiento de reforma y pureza islámica sostenido por una coalición de beréberes Ṣinhāŷa en un Estado expansivo que llegó a unificar, por vez primera, los territorios islámicos de ambos lados del estrecho de Gibraltar, el norte de África y la península Ibérica. Su faceta se resume, por lo tanto, en la de hombre de Estado, organizador de un sistema administrativo, fiscal y militar, así como en la de creador de un Imperio, conquistador de amplios territorios.

La carrera política y militar de Yūsuf b. Tāšufīn se inició a la sombra de su primo paterno Abū Bakr b. ‘Umar, hermano y sucesor de Yaḥyà b. ‘Umar (m. 447/1055), de quien fue lugarteniente y mano derecha durante la primera fase de expansión almorávide, hasta que ambos se separaron. Las circunstancias que rodean el acceso a la cúspide del poder de Yūsuf son un tanto confusas y, en la práctica, puede hablarse de una usurpación. Tras la irrupción de los almorávides en Āgmāt, Abū Bakr partió en el año 1061 hacia el Sur para sofocar la discordia surgida entre Massūfa y Lamtūna en el Sahara, lo cual supuso la paralización de la expansión almorávide. Dejó en Āgmāṭ a Yūsuf para controlar y organizar los territorios recién conquistados, pero, a su vuelta, se encontró con la resistencia de su primo a abandonar el poder alcanzado durante su ausencia. La situación se resolvió con la renuncia de Abū Bakr al enfrentamiento y su regreso a las bases saháricas originarias de los almorávides.

En la práctica se puede hablar, a partir de este momento, de una verdadera escisión, ya que, mientras que Abū Bakr prosiguió la expansión hacia el Sur, donde acabó con el Imperio de los negros de Gana (1076), por su parte, Yūsuf b. Tāšufīn protagonizó las conquistas en la zona marroquí. Esta situación se mantuvo a lo largo de casi un cuarto de siglo, hasta la muerte de Abū Bakr en 480/1087, si bien durante ese tiempo fue Yūsuf el verdadero caudillo del movimiento almorávide y el que, además, mantuvo la sucesión del poder dentro de su linaje. La desaparición de Abū Bakr supuso la pérdida de control directo sobre los territorios saháricos, resurgiendo las tradicionales disputas entre las tribus beréberes y la consiguiente reacción de los negros, que recuperaron el control de los territorios sometidos por Abū Bakr. De esta forma, como señaló J. Bosch, la historia de los almorávides bajo Yūsuf b. Tāšufīn, entre los años 1062-1106, es esencialmente marroquí.

Si bien la expansión almorávide había comenzado ya con Yaḥyà b. ‘Umar y su hermano Abū Bakr, en realidad fue Yūsuf b. Tāšufīn el verdadero fundador del Imperio almorávide, el primer Imperio musulmán y beréber del Occidente islámico, que, en su momento de máxima extensión, abarcó desde el Níger hasta el Ebro. Dicha expansión territorial se realizó en dos ámbitos, el norteafricano y el peninsular, correspondiendo a fases distintas de su actuación política.

Si con Abū Bakr el movimiento almorávide se había convertido en la fuerza política dominante en el ámbito sahárico, a partir del ascenso de Yūsuf b. Tāšufīn será el ámbito propiamente marroquí el que pasará a formar parte de los dominios territoriales gobernados por los “velados”, como también se conocía a los almorávides. Dicha expansión se produce desde 1062, fecha a partir de la cual se produjo la extensión del poder almorávide hacia el Norte, territorio gobernado en su mayor parte por fracciones tribales pertenecientes a la rama Zanāta, a lo largo de un proceso que duró veinte años y se extiende hasta 1083. El Emir almorávide no participó personalmente en todas las numerosas campañas de conquista realizadas durante tan amplio período de tiempo, pero sí en algunas de las más importantes. En el transcurso de dicha expansión tuvo lugar la fundación de Marrakech (462/1070) por el emir Abū Bakr, ciudad que, a partir de ese momento, será la capital política del naciente imperio, papel que continuará desempeñando bajo los almohades.

El primer gran jalón de este proceso fue la sumisión de Fez, principal y más antiguo núcleo urbano islámico del Occidente magrebí, sometida al asalto en la segunda mitad del año 1063, si bien la ciudad logró sacudirse el control almorávide, nueva y definitivamente reestablecido el 2 de ŷumādà II de 462 (18 de marzo de 1070) por obra del propio Yūsuf b. Tāšufīn. Tras la definitiva sumisión de Fez, las posteriores tomas de Tánger (1077) y Ceuta (1083) puso en manos de los almorávides los tres principales núcleos urbanos de la zona noroccidental de Marruecos. Hacia el Este, Yūsuf extendió el poder almorávide hasta el Magreb central y, a la cabeza de sus fuerzas, tras someter Melilla y arrasar Nakor, se apoderó sucesivamente de Uŷda, Tremecén, capital de los Zanāta del Magreb central, y Orán (1082), marcando Argel el límite de sus posesiones, que lo pusieron en contacto directo con las ramas ṣinhāŷíes de Ifrīqiya.

Junto a la faceta expansiva, la actuación de Yūsuf b. Tāšufīn tuvo también una importante dimensión organizativa de los territorios progresivamente incorporados al dominio almorávide. En este sentido, una de sus principales actuaciones fue la adopción de una sede estable, lo que supuso la fijación del movimiento almorávide en Marrakech, nueva y definitiva capital de la dinastía. Situada en el punto de confluencia de los grandes valles del Atlas y de las rutas que, desde allí, conducían al desierto, la que en principio fue un simple campamento militar acabó convirtiéndose en poderosa capital de un vasto Imperio desde la que se gobernaban extensos territorios. A partir de entonces, Marrakech llegará a convertirse en uno de los principales núcleos urbanos del Magreb, aunque en su desarrollo urbano intervendrán también de forma decisiva los almohades, quienes asimismo la escogieron como su capital, hasta que los benimerines devolvieron a Fez su condición de centro político el Magreb occidental.

La amplia expansión territorial protagonizada por Yūsuf transformó profundamente la dinámica política del Occidente islámico medieval, creando un nuevo y poderoso núcleo de poder en el norte de África, cuya influencia no tardó en hacerse patente en la península Ibérica. No parece que, tras completar el dominio del Magreb, Yūsuf b. Tāšufīn tuviese intención alguna de continuar su expansión al otro lado del estrecho. Por el contrario, la irrupción de los almorávides en la península Ibérica se explica como consecuencia de las circunstancias internas de al-Andalus, determinadas por dos factores. Primero, la pérdida de la unidad política como consecuencia de la desmembración del califato omeya cordobés, sustituido por los reinos de taifas. Dicha situación tuvo un reflejo inmediato, a producirse la completa inversión de la relación de fuerzas hasta entonces existentes entre cristianos y musulmanes en la península. Al apogeo musulmán bajo el régimen de Almanzor durante la s. m. s. X va a seguir, a partir de la s. m. s. XI el inicio del avance conquistador de los reinos cristianos del Norte, jalonado por la caída de Barbastro (1064) en el área oriental, de Lamego (1057), Viseo (1058) y Coimbra (1064) en la occidental y, sobre todo, de Toledo en la región central (1085).

La iniciativa de acudir al auxilio de los almorávides parece haber correspondido a al-Mu‘tamid b. ‘Abbād, directamente amenazado por Alfonso VI ante el impago de las correspondientes parias. No obstante, el soberano de Sevilla organizó una embajada conjunta dirigida a Yūsuf b. Tāšufīn en la que participaron, además, los legados de Granada, Badajoz y Córdoba, estipulándose un tratado por el que todos se unirían para combatir a los cristianos, mientras que el emir almorávide se comprometía a respetar la soberanía de los gobernantes andalusíes.

La petición de auxilio se tradujo en la primera de las cuatro campañas de Yūsuf b. Tāšufīn en al-Andalus, que fue la más exitosa de todas, pues se saldó con una resonante victoria frente a los cristianos. Tras desembarcar en Algeciras, los almorávides se unieron a los soberanos de Sevilla, Málaga y Granada en los dominios del soberano de Badajoz y fue allí, en Sagrajas (Zallāqa), donde el 23 de octubre de 1086 los musulmanes derrotaron a Alfonso VI. Tras la victoria, el emir almorávide partió de regreso hacia sus territorios dejando una guarnición de apoyo. Es probable que fuese después de esa resonante victoria cuando Yūsuf b. Tāšufīn adoptase el título de “príncipe de los musulmanes”, rechazando el de “príncipe de los creyentes” para evitar equipararse a los califas abasíes de Bagdad, a quienes correspondía en exclusiva portarlo. Dicho reconocimiento tuvo su plasmación en los dinares acuñados por el emir almorávide, en una de cuyas caras se mencionaba el nombre del califa abasí.

La segunda intervención de Yūsuf b. Tāšufīn en al-Andalus se produjo en 1088 y estuvo motivada por el deseo de recuperar la fortaleza de Aledo, entre Murcia y Lorca, ocupada por los castellanos y que representaba una amenaza para los musulmanes de la zona. El fracaso de la toma de la plaza dejó patente la desunión existente entre los reyes de taifa y, tras cuatro meses de fracasado asedio, Yūsuf se retiró ese mismo año a Marruecos.

En el año 1090 desembarcó Yūsuf b. Tāšufīn por tercera vez en Algeciras, esta vez sin que mediara previa petición de ayuda de los soberanos andalusíes y con la clara intención de eliminarlos, para lo cual obtuvo de los alfaquíes mālikíes el correspondiente dictamen legal o fetua que lo legitimaba a ello. Los soberanos zīríes de Granada y Málaga fueron depuestos y desterrados a Marruecos, acción por la que Yūsuf recibió la felicitación de al-Mu‘tamid de Sevilla y al-Mutawakkil de Badajoz antes de volver a cruzar el estrecho, no sin antes nombrar gobernador de sus nuevas tierras a su primo Sīr b. Abī Bakr, quien se encargaría de someter las taifas de la zona occidental y meridional de la península. De esta forma, sin llegar a recuperar por completo su perdida unidad política, al-Andalus quedaba sometida a un poder musulmán cuyo centro estaba radicado fuera de la península Ibérica.

A mediados de 1097, Yūsuf b. Tāšufīn cruzó a al-Andalus por cuarta vez y llevó a cabo su última campaña militar, movido, en esta ocasión, por las derrotas de los almorávides ante el Cid en Cuarte, cerca de Valencia, y Bairén, que habían detenido el avance musulmán en la zona del Levante. En el transcurso de esta campaña volvió a derrotar, en Consuegra, a Alfonso VI, regresando a Marrakech a finales de ese mismo año. A partir de entonces continuaron las campañas almorávides en la península, pero ya sin la presencia directa del emir de los musulmanes.

En este momento se produce un hecho que permite simbolizar el apogeo del poder de Yūsuf b. Tāšufīn, caudillo de la principal entidad estatal del Occidente islámico. En 491/1098, el califa abasí de Bagdad, cuya suprema autoridad había reconocido el emir almorávide al negarse a aceptar el título de “príncipe de los creyentes”, reconoció de forma oficial su autoridad, legitimando su título de “príncipe de los musulmanes”, lo que, de hecho, lo convertía en su legítimo representante y lugarteniente en los territorios que gobernaba.

Todavía habría de pasar a la península el emir almorávide una quinta y última vez a comienzos de 1103, pocos años antes de su muerte, aunque, en esta ocasión, no con objetivos específicamente militares, sino con la intención de inspeccionar sus dominios andalusíes y obtener en ellos el reconocimiento como heredero de su hijo ‘Alī, a quien ya se había proclamado en Marrakech el año anterior. La ceremonia se efectuó en Córdoba ante una representación de todo al-Andalus, incluyendo el hijo del rey Hudí de Zaragoza, único soberano andalusí aún independiente.

Ya a partir del año 498/1104-1105 comenzaron a difundirse las noticias sobre la enfermedad del emir, quien confió desde entonces el poder a ‘Alī b. Yūsuf, produciéndose finalmente su fallecimiento en Marrakech el 1 de muḥarram del año 500 (2 de septiembre de 1106), siendo enterrado en su alcázar.

En definitiva, Yūsuf b. Tāšufīn fue el auténtico forjador del Imperio almorávide. Sus cuatro campañas en al-Andalus transformaron por completo la situación política en la península Ibérica a finales del siglo XI. Por un lado, liquidó el sistema de los reinos de taifa, volviendo a unificar política y territorialmente los dominios musulmanes en la península e iniciando una dinámica que, desde entonces y hasta finales del siglo XIII, constituyó una de las constantes determinantes de la evolución de los acontecimientos: la intervención de poderes norteafricanos en al-Andalus. De otra parte, Yūsuf b. Tāšufīn detuvo el avance conquistador de los cristianos gracias a sus victorias de Sagrajas y Consuegra, si bien a medio plazo dicho avance había de continuar, siendo la caída de Zaragoza (1118) su primer síntoma importante. A su muerte en 1106, la dinastía almorávide se encontraba en el apogeo de su poder, tanto en el Magreb como en al-Andalus, situación que su hijo y sucesor ‘AlÌ b. Yūsuf mantuvo durante sus primeros años de gobierno.

 

Bibl.: E. Lévi-Provençal y E. García Gómez, “Novedades sobre la batalla llamada de al-Zallāqa”, en Al-Andalus, XV (1950), págs. 114-124; A. Huici Miranda, Colección de crónicas árabes de la Reconquista, Tetuán, Instituto General Franco, 1952, págs. 36-99; A. Huici Miranda,  “La invasión de los Almorávides y la batalla de Zalaca”, en Hesperis, 40 (1953), 17-76; E. Lévi-Provençal, “Le titre souverain des almoravides eṭ sa légitimation par le califaṭ ‘abbaside”, en Arabica, II/3 (1955), págs. 265-288; J. Bosch Vilà, Los almorávides, Tetuán, 1956; A. Huici Miranda, Historia política del Imperio almohade, Tetuán, 1956-1957, 2 vols.; E. Lévi-Provençal, “La fondation de Marrakech (462/1070)”, en Mélanges d’Histoire eṭ d’Archéologie de l’Occidenṭ musulman, II. Hommage a Georges Marçais, Argel, 1957, págs. 117-120; A. Huici Miranda, “La salida de los almorávides del desierto y el reinado de Yūsuf b. Tāšfīn: aclaraciones y rectificaciones”, en Hesperis, 46 (1959), págs. 155-182; A. Huici Miranda, “‘Alī b. Yūsuf y sus empresas en al-Andalus”, en Tamuda, VII (1959), págs. 77-122; A. Huici Miranda,  “El Rawḍ al-qirṭās y los almorávides”, en Hesperis-Tamuda, I/3 (1960), 515-541; M.ª J. Viguera Molins, “Las cartas de al-Gazālī y al-Ṭurṭūšī al soberano almorávid Yūsuf b. Tāšufīn”, en Al-Andalus, XLII (1977), págs. 341-374; A. Mackay, “The autenticity of Alfonso VI’s letter to Yūsuf b. Tāšufīn”, en Al-Andalus, XLIII (1978), págs. 233-237; V. Lagardère, Le Vendredi de Zallâqa, 23 octobre 1086, París, 1989; V. Lagardère, Les almoravides jusqu’au règne de Yūsuf  b. Tāšfīn (1039-1106), París, 1989; M.ª J. Viguera Molins (coord.), El retroceso territorial de al-Andalus. Almorávides y almohades (siglos XI al XIII), t. VIII/2 de Historia de España, Menéndez Pidal, Madrid, 1997; F. García Fitz, Relaciones políticas y guerra. La experiencia castellano-leonesa frente al Islam (siglos XI-XIII), Sevilla, 2002; H. T. Norris y P. Chalmeta, “Al-Murābiṭūn”, Encyclopédie de l’Islam, Leiden, (en prensa), VII, págs. 584-591.

 

Alejandro García Sanjuán

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