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Juan Bautista de Tassis

Biografía

Tassis, Juan Bautista de. Malinas (Bélgica), 1530 – Madrid, 1610. Agente diplomático, embajador y militar.

Hijo de Juan Bautista de Tassis y de Cristina de Wachtendonk, pertenecía Tassis a la familia de los célebres correos mayores del Imperio. Fue consejero y mayordomo de Juan de Austria, consejero de Estado en los Países Bajos y de Guerra en España, embajador dos veces en Francia y plenipotenciario para las paces hechas con Francia en el Tratado de Vervin. Ha sido calificado como uno de los más honrados y serviciales embajadores de Felipe II. Tuvo en su época merecida fama de ser un experimentado políglota (hablaba a la perfección francés, italiano, español, alemán flamenco y latín), lo que sin duda le ayudaría para ejercer su cargo como diplomático.

Como mayordomo y consejero de Juan de Austria tuvo que abandonar los Países Bajos a raíz del “Edicto Perpetuo”, acuerdo alcanzado entre Felipe II y los Estados Generales de Flandes, por el que se comprometió el monarca español a ordenar la evacuación de todo su Ejército de los territorios flamencos en 1577.

De los Países Bajos pasó a España, desde donde Felipe II le envió a Francia para que ocupase el puesto vacante como embajador en dicho reino tras el fallecimiento del anterior embajador Juan de Vargas Mexía, quien murió desempeñando el cargo.

Juan Bautista de Tassis fue nombrado embajador en Francia por instrucciones dadas por Felipe II desde Badajoz, donde se encontraba de camino a Portugal, el 6 de noviembre de 1580. Llegó el 4 de enero de 1581 a Blois, en donde se encontraba la Corte francesa, después de seis meses de interinidad desempeñada por el secretario de la embajada Diego Maldonado.

Tassis iba a Francia en calidad de embajador residente, si bien no de pleno derecho. La circunstancia de que Felipe II no le diera a Tassis el rango de embajador con plenos poderes puede obedecer a que quizá le enviara con carácter de interinidad y de urgencia, mientras se pensaba en algún otro candidato que ocupara el cargo de forma oficial. Sea como fuere, el hecho molestó a la reina madre Catalina de Médicis, quien protestó formalmente ante la Corte española por medio de su embajador, Monsieur de Saint-Goard. Respondiendo a su habitual lentitud en tomar decisiones, Felipe se demoró más de tres años en buscar un embajador más adecuado para sustituir a Tassis, quien permaneció en el puesto hasta finales de 1584. No hay que pensar que Tassis no era apto para el cargo, pero la complicada situación en Francia, desgarrada y dividida por las Guerras de Religión que parecían no tener fin y con el hermano menor del Rey, Francisco duque de Alençon, interviniendo en el conflicto de los Países Bajos, con dinero inglés, y con la pretensión de convertirse él mismo en soberano de esas tierras, arrebatando así la soberanía que sólo pertenecía al Rey de España, requería a alguien mucho más experimentado en la compleja tarea diplomática de esta época. Felipe II había optado por intervenir en los asuntos internos de Francia apoyando decidida aunque veladamente, con su dinero y diplomacia, al partido católico, que estaba liderado por el duque de Guisa. Con tal situación de caos en el país vecino y con la peligrosidad que esta situación representaba para los intereses de España en los Países Bajos, el representante de Felipe tenía que ser un enérgico diplomático, a la par que hábil en manejar las difíciles situaciones que se pudieran presentar, al mismo tiempo que un experimentado conocedor de la política internacional. El candidato ideal para Felipe II fue Bernardino de Mendoza, que a la sazón acababa de abandonar su puesto en Inglaterra expulsado por el gobierno de esa isla, quien sustituyó a Tassis en la embajada francesa en octubre de 1584. No obstante, en los cuatro años en los que Tassis estuvo al frente de la embajada tuvo que enfrentarse a no pocos problemas que resolvió de forma notable. Nada más ocupar su puesto, tuvo que frenar las pretensiones de Catalina de Médicis a la Corona portuguesa, quien intentaba arrebatar el título que por derecho de sucesión correspondía al Monarca español. También tuvo Tassis que protestar enérgicamente ante la reina Catalina y el rey Enrique III por el amparo que se venía prestando al pretendiente portugués a la Corona de ese reino, Antonio el prior de Crato, que estaba proscrito por Felipe II y a quien no sólo se le recibía con todos los honores en la Corte francesa, sino que se le ayudaba con cuantiosas sumas de dinero y fuerzas navales para continuar su lucha contra España. Pero como ya se ha visto, además, Catalina también pretendía tener sus derechos a la Corona portuguesa amparándose en un lejano parentesco con la Familia Real lusa, por lo que también le hizo la guerra al monarca español enviando una flota al mando de Filippo Strozzi para conquistar las islas Azores, único foco de resistencia portuguesa a Felipe II. Protestó Tassis vivamente ante Catalina de Médicis y ante el Rey por esta intervención que era contraria a la amistad que unía a ambas Coronas. Para complicar más la situación y simultáneamente a los hechos descritos, el duque de Alençon estaba llevando a cabo su particular guerra en los Países Bajos con ayuda de la reina Isabel I de Inglaterra, a quien se había prometido en matrimonio.

Oficialmente, la Corona francesa no apoyaba la aventura de su vástago menor, pero tampoco oponía resistencia. No tardaría Tassis mucho tiempo, sin embargo, en darse cuenta de que en realidad Enrique III era muy hostil a su señor, y de que le enviaba abiertamente refuerzos a su hermano. A Tassis le preocupaban asimismo los movimientos de Enrique de Navarra en el Béarn, que ponían en peligro la seguridad de la frontera pirenaica.

Finalmente, el embajador español también se vio involucrado en los asuntos de las islas Británicas al hacer de enlace entre el duque de Guisa, quien planeaba por su cuenta y riesgo una invasión de dicho reino, paralelamente a la que se barruntaba ya en España, y el agente secreto de María Estuardo en Francia. A Tassis le fueron revelados algunos asuntos secretos sobre los planes de invasión de Inglaterra que tanto Felipe II como su embajador en Inglaterra Bernardino de Mendoza hubieran preferido mantener en estricta confidencialidad, lo cual inquietó también a María Estuardo, quien era la mayor perjudicada en que dichos secretos se divulgaran. Por eso, se le previno a Tassis para que se mantuviera al margen de los asuntos referentes a Inglaterra.

Por su parte, Bernardino de Mendoza ansiaba ocupar la embajada de París e hizo todo lo posible para conseguirla. Cuando Tassis descubrió las maniobras de Mendoza para hacerse con la titularidad de la embajada francesa se apresuró a escribir un memorial a Felipe II en donde le exponía los cuatro años de servicios prestados en la Corte de los Valois y recordándole al Rey que aún no le había otorgado la titularidad oficial como embajador, dándole a entender que mientras no la tuviera no podría servirle como él quisiera, ya que no era suficientemente considerado en la Corte francesa al no estar investido por la autoridad necesaria. Pero precisamente este memorial fue utilizado por Mendoza y sus amigos en la Corte de Madrid para justificar el cambio de embajador.

Así, Bernardino fue enviado por Felipe II a París en septiembre de 1584 como legado especial con la excusa de ofrecer las condolencias en nombre del Monarca español a la Familia Real francesa por la muerte del hermano menor del Rey, el duque de Alençon, fallecido en junio de ese mismo año, pero en realidad iba a preparar el terreno para quedarse allí como embajador, desplazando así a Juan Bautista de Tassis. Al mismo tiempo Felipe II se había apresurado a enviar a Francia también al comendador Moreo, con instrucciones de entenderse con Tassis, con el fin de acelerar la conclusión de un tratado secreto de alianza entre España y los católicos franceses. Para este fin se le encargó a Tassis la última gestión antes de abandonar definitivamente la embajada, como fue la de asistir como representante de Felipe II a la reunión con los jefes de la llamada Liga Católica Francesa y con los miembros de la familia Guisa para concluir el Tratado de Joinville, firmado el 31 de diciembre de 1584, por el que Felipe II se comprometía a apoyar económicamente a los católicos de Francia y alentar, a través de su nuevo representante en Francia, a la Liga Católica y a su jefe el duque de Guisa para que no abandonaran la lucha contra los hugonotes y sus adherentes. Felipe nombrará a Tassis inspector general (veedor) del Ejército de Flandes, hacia donde tuvo que partir inmediatamente para tomar posesión de su nuevo destino, cargo que estaba dotado de una mayor retribución económica que la de su anterior misión como embajador. En este puesto Tassis se destacó notablemente.

Mientras Juan Bautista estaba en Flandes, los acontecimientos se sucedían en Francia: asesinato del duque de Guisa, muerte de Catalina de Médicis y del rey Enrique III asesinado también, a manos de un fanático fraile de la Liga. El embajador Mendoza tendrá la misión de colaborar estrechamente con el nuevo jefe de la Liga, el hermano del fallecido duque de Guisa, el duque de Mayenne, con el fin de impedir la entronización del hugonote Enrique de Navarra. Para reforzar la presencia española en el seno de los ámbitos de poder en medio del caos general que reinaba en Francia, en 1589 Felipe II colocó al lado de Mendoza a dos ayudantes subalternos: el comendador Moreo y a Juan Bautista de Tassis, a quien hizo llamar nuevamente desde los Países Bajos para que volviera a tomar los asuntos de Francia. Será lo que se dio en llamar “el triunvirato español”. Los tres representantes españoles tenían la misión de cooperar con el nuevo legado pontificio Caietano, que Sixto V acababa de mandar a París y que habría de ser el mayor sostenedor de la política española. Su primer acto fue el de favorecer la elección al Trono del viejo y caduco cardenal de Borbón, el pretendiente al Trono elegido por los miembros ligueros, quien se encontraba a la sazón como prisionero de Enrique de Navarra. Felipe II había enviado a los dos agentes especiales, Tassis y Moreo, con grandes sumas de dinero con el fin de atraerse voluntades hacia su causa. Cuando se les acabó el dinero regresaron a España a por más, dejando en París sólo a Mendoza. Es entonces cuando se produjo el famoso asedio de París por las tropas del de Bearn, que venía victorioso de la batalla de Ivry contra el ejército liguero comandado por Mayenne, aunque París le cerró las puertas al Trono debido a su credo religioso. El hambre empezó a aparecer en la capital desde mediados del mes de junio. Felipe II dio órdenes a su gobernador en Flandes Alejandro Farnesio para que acudiera a París con su ejército para socorrer a los asediados. Felipe II reenvió entonces a Tassis a Flandes para acelerar la ejecución de sus órdenes. Este último abandonó Madrid el 4 de mayo, justo el día en que comenzó el asedio de París, llegando a Bruselas en los primeros días de agosto. Tassis encontró al ejército de Farnesio en Meaux; allí conoció la muerte súbita de su colega Moreo, y tomó su lugar junto al duque de Mayenne.

A últimos de agosto de 1590, las tropas de Farnesio, muy superiores a las del ejército hugonote, consiguieron levantar el cerco de París y poner en desbandada al ejército del de Navarra.

Durante los años 1592 y 1593 ante la incógnita de quién ocuparía el Trono, los hechos de Francia se hicieron de vital importancia para Felipe II, tanto que llegó a descuidar por un tiempo su principal objetivo durante su reinado, los Países Bajos, para concentrarse en el escenario francés, ordenando por segunda vez a Farnesio que volviese a penetrar en territorio francés con su ejército. Será ahora cuando Felipe II intervenga plenamente en los asuntos internos del país vecino, pues muerto el cardenal de Borbón, Felipe II aspiraba a colocar a su hija mayor Isabel Clara Eugenia en el Trono de Francia casándola con un príncipe francés, en virtud de ser nieta de Enrique II e hija de la hermana mayor de Enrique III. Esta focalización en Francia hizo que Felipe II reforzara su aparato diplomático en este país. En 1593, junto a Juan Bautista de Tassis, se encontraron en París cuatro delegados españoles más: el embajador oficial Diego de Ibarra, el II duque de Feria, como embajador extraordinario ante los Estados Generales convocados por la Liga para elegir sucesor al Trono, Íñigo de Mendoza y el secretario Diego de Maldonado. Cabrera de Córdoba, haciendo alusión a esta representación española los comparó con los cuatro elementos de la naturaleza, al decir que “envió el rey los elementos a esta gran embajada, el agua el Duque de Feria, el aire Don Iñigo, el fuego Don Diego, la tierra Juan Baptista por la flema y la vexez”. Efectivamente, Tassis era ya un anciano de sesenta y tres años y pedía licencia al Rey para que le relevara del cargo, aunque aún habría de realizar importantes servicios para la Monarquía antes de su retiro definitivo.

La delegación española acreditada en París no logró ni con la diplomacia ni con dinero —a Tassis se le encargó distribuir entre los tres estados 8000 ecus— que los miembros más destacados de la Liga aceptaran a Isabel Clara Eugenia como reina de Francia en virtud de la Ley Sálica que vetaba el Trono galo a las mujeres.

Pero no sólo fue ésta la causa, también un incipiente orgullo patrio empezó a emerger en los espíritus de hasta los más recalcitrantes católicos, no aceptando de buena gana el que Francia se convirtiera en un nuevo satélite de la ya poderosísima España. Por otro lado, la mucho más hábil diplomacia del de Navarra, unida a su oportunismo al abjurar públicamente de su fe protestante y abrazar el catolicismo, le abrió definitivamente las puertas al Trono francés convirtiéndose en el primer Monarca de la dinastía Borbón. Una vez reconocido Enrique IV, ya no era necesaria la presencia de los embajadores españoles, quienes salieron de la capital con el ejército que los escoltaba al mismo tiempo que el nuevo Monarca hacía su entrada triunfal en París. Juan Bautista volverá a Flandes, donde fue nombrado como nuevo miembro del Consejo de Estado en Bruselas en 1594, convirtiéndose en un fiel servidor de los nuevos gobernadores de los Países Bajos, el archiduque Alberto de Austria y su esposa la infanta Isabel Clara Eugenia.

Por otra parte, uno de los primeros actos del reinado de Enrique IV fue precisamente declararle la guerra a España, guerra que se prolongó hasta 1598.

En este año, el rey Felipe, intuyendo su rápido final (13 de septiembre) y ante la exhausta situación de la Monarquía con varios escenarios bélicos abiertos a la vez, decidió empezar a poner fin a algunos de sus frentes, empezando precisamente por el francés. Así se prepararon los acuerdos de paz entre los dos Reinos en la ciudad francesa de Vervin, donde acudió como plenipotenciario de España Juan Bautista de Tassis, paz que fue solemnemente ratificada el 2 de mayo de 1598.

Ya reinando Felipe III y debido al gran conocimiento de Juan Bautista de los asuntos franceses, fue nombrado como embajador ordinario (noviembre de 1598), esta vez de pleno derecho, de España en Francia, donde desempeñó el cargo hasta 1603.

En su segunda embajada en Francia, Tassis hizo todo lo posible por lograr un buen entendimiento entre ambas Coronas, aunque sin grandes resultados ya que los recelos mutuos eran aún muy fuertes. Tuvo un destacado papel en las negociaciones del Tratado de Lyon (1601). Sin embargo, no quedó muy contento de su labor en el Consejo de Estado español, comprendiendo que aunque era un honrado caballero, gran conocedor de las cosas de Francia y que había servido dignamente en su puesto, se requería en estos momentos a una persona más activa y enérgica que Tassis, capaz de frenar las ambiciones de Enrique IV. Además los franceses desconfiaban aún más de él por no ser español, y fue incapaz de ganarse voluntades y confidentes, tan necesarios en esos tiempos, por carecer de dinero suficiente. Durante esta embajada estuvo hasta doce meses sin cobrar un real de su sueldo ni las ayudas de costas que era costumbre pagar a los embajadores para gastos extraordinarios, llegándosele a deber hasta quince meses y 4000 escudos. Finalizada su misión, no se le entregaron cartas de despedida por parte de Francia ni muestra alguna de satisfacción, a pesar de que había puesto toda su mejor intención al desempeñar el cargo. Regresó a España en 1604, donde Felipe III le hizo miembro de su Gran Consejo, encargado de dirigir los asuntos militares. Ya retirado, aún se le pidió su opinión en asuntos de Francia dada su gran experiencia. En 1609, se le concedió el permiso, tantos años solicitado, para retirarse con uno de los beneficios que se había acordado darle como recompensa por sus servicios prestados, una encomienda.

Murió al año siguiente en Madrid, y fue enterrado en Valladolid.

Sus Comentarios sobre los sucesos de Flandes, escritos en latín, donde examina con gran imparcialidad los acontecimientos bélicos de estos territorios, le acreditan como excelente historiador. Presentó su obra a Felipe III, a quien no gustó mucho a causa de la independencia con la que el autor trataba algunos asuntos como el Tribunal de los Tumultos o la administración del duque de Alba. Lo depositó en la biblioteca de El Escorial, donde más tarde el cardenal de Alsacia, arzobispo de Malinas, hizo una copia. Este prelado donó todos sus libros y manuscritos al capítulo de su iglesia catedral. Es ahí donde un pariente de Tassis, Godefroy Haften encontró el volumen y lo publicó, siendo un libro muy estimado por los historiadores que se han ocupado de la historia de los Países Bajos.

Casó Juan Bautista de Tassis en 1562 con Hélène de l’Espinée, originaria de la ciudad de Namur, quien falleció en 1598 sin descendencia. Fue Tassis caballero de la Orden de Santiago desde 1575, ostentando las encomiendas de Montijo (1583), Bienvenida (1584) y los Santos de Maimona (1596).

 

Obras de ~: Joannis Baptistae de Tassis, commentarium de tumultibus Belgicis sui temporis libri octo, en C. P. Hoynek van Papendrecht, Analecta Belgica, La Haya, 1743.

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José Miguel Cabañas Agrela