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Álvaro Alonso Barba

Biografía

Alonso Barba, Álvaro. Lepe (Huelva), 15.XI.1569 – Sevilla, 25.X.1662. Metalúrgico.

El clérigo Álvaro Alonso Barba, que en diversos momentos de su vida añadió alternativamente un tercer apellido, Toscano o de Garfias, llena él solo la historia de la metalurgia occidental en el siglo XVII, en parte por sus propios méritos y en parte por la mediocridad general en materia de metalurgia de la centuria situada entre las grandes obras de Biringuccio, Agrícola y Ecker y la de los primeros metalurgistas modernos del Siglo de las Luces. La obra escrita de Barba —como es habitualmente conocido—, un solo libro, es el único gran tratado de metalurgia escrito en el siglo XVII.

Habitualmente se ha aceptado la fecha del 15 de noviembre de 1569 como la del nacimiento en Lepe de Álvaro Alonso, si bien su máximo especialista, Josep M. Barnadas, aporta elementos que la ponen en duda.

De sus primeros años en España se sabe muy poco, prácticamente sólo los datos que proporciona en su obra el propio Barba; los que aportan sus numerosos biógrafos posteriores son muchas veces contradictorios.

Es seguro, eso sí, que se matriculaba en el primer año de Artes de la universidad sevillana en octubre de 1585, de lo que puede inferirse que desarrolló sus estudios sucesivos de Artes y Teología en la ciudad hispalense entre ese año y el de 1592, pero, si bien en muchas ocasiones en su vida firmó como Doctor, no se tienen datos para saber si obtuvo el doctorado en sus primeros años españoles o si lo logró en tierras americanas. Menos aún —y esto tendría mucho mayor interés— dónde o cómo adquirió su vasta formación alquímica que aparece reflejada en su obra.

Siempre según Barnadas, debió pasar a América ya ordenado entre los años 1604 y 1608. Allí se instaló en el territorio de la Real Audiencia de Charcas, donde en los sucesivos cargos eclesiásticos que desempeñó, manifestó siempre su doble vocación de religioso y minero, ya que prácticamente todos sus destinos fueron pueblos en los que la extracción de plata era su principal actividad. El primero de sus destinos parece que fue el pueblo de Tarabuco, un pueblo indio cerca de La Plata —hoy Sucre—, donde él mismo escribe que descubrió —parece, según las más recientes pesquisas, que fue en 1609— el procedimiento de amalgamación que denominará “de cazo y cocimiento” mientras calentaba un poco de plata molida con mercurio en una cacerola de cobre. Sin embargo, un célebre químico de Gottingen, Johannes Beckmann, sostenía, y Born lo recogió en su obra, que Barba estaba en 1609 aún en España y que fue aquí donde llevó a cabo sus experimentos antes de llegar a América y familiarizarse con el procedimiento americano de amalgamación. Si ello fuera así, esto abriría muchos interrogantes sobre la relación de Barba con la minería en su primera etapa española.

A su destino en Tarabuco seguirían otros en Tiwuanaku, Chuquisaca, Lipes, Porco, Pacajes, Oruro, Potosí y Chocaya, para culminar su vida sacerdotal a partir de 1644 con el desempeño de diversos cargos en la iglesia metropolitana de La Plata. Durante los casi cincuenta años que ejerció su labor pastoral en tan diversos lugares mineros tuvo ocasión de conocer y experimentar las diversas prácticas que los que trabajaban minas practicaban en cada una de ellas. Con sus experiencias y las reflexiones teóricas sobre éstas, instado y apoyado por el presidente de la Audiencia de Charcas, máxima autoridad en la región altoperuana, Juan Lizarazu, a quien se la dedica, compuso su única obra, publicada en Madrid en 1640, Arte de los metales en que se enseña el verdadero beneficio de los de oro y plata por açogue, el modo de fundirlos todos y como se han de refinar y apartar unos de otros.

Es muy de lamentar que Barba no volviera a coger la pluma, ya que nos son desconocidas todas sus experiencias y los conocimientos que adquiriera en el dilatado tiempo que transcurrió desde ese año hasta el de su fallecimiento.

Animado por las noticias que le llegan a través de un paisano suyo minero sobre la existencia de plata abundante sin explotar en las cercanías de su pueblo natal, en el condado de Niebla, Alonso decide de inmediato emprender viaje a España, movido por su afición y a pesar de su edad ya avanzada. Solicita el correspondiente permiso a las autoridades en 1649, que sólo le llega en 1657, acompañado de la orden real para que a su llegada a la metrópoli se dedicara a la investigación de las minas que había propuesto. El metalurgista estaba ya en España en 1659 y la recorría de norte a sur acompañado de dos expertos mineros, el potosino Agustín Núñez de Zamora y el capitán Juan de Figueroa. En su recorrido hacia las tierras de Huelva pudo visitar e investigar indicios y explotaciones mineras en la sierra madrileña, Linares, Galaroza y Aracena para terminar su viaje en los enormes escoriales abandonados desde el Bajo Imperio en la que sería un siglo después la mina de Riotinto. En éstas tuvo ocasión de ensayar con éxito un procedimiento para el tratamiento de las aguas cobrizas, la cementación artificial por precipitación con hierro, que había ya experimentado en Perú y al que se había referido en su Arte y que, retomado a comienzos del siglo XIX por una de las primeras compañías que explotaron la mina, constituiría uno de los beneficios más utilizados en ella hasta su sustitución por la electrolisis ya a fines del siglo XIX. La inactividad de la administración real y la falta de capitales privados interesados no permitieron aprovechar las posibilidades que ofreció el experimento del sacerdote, a pesar de la angustiosa necesidad de cobre que entonces sufría el reino, obligado a realizar constantes y onerosas importaciones desde la Europa del norte.

Junto a los reconocimientos y experimentos en minas, el padre Alonso siguió mejorando y efectuando experiencias de un procedimiento de amalgamación en frío del que no nos han quedado referencias. Resultado de todo ello fueron varios memoriales dirigidos a la Corte de contenido muy crítico, con la situación de la minería metropolitana, y plagados de propuestas para su mejora. Pero la administración real, sumida en lo más profundo de la crisis que había estallado en torno a 1640, no concedió atención a las indicaciones del clérigo. Decepcionado y con conciencia de fracaso, solicitó nueva licencia, ahora para volver a su destino en Charcas, pero la muerte lo sorprendió en Sevilla antes de embarcarse el 25 de octubre de 1662.

El Arte de los metales, la obra más importante de metalurgia aparecida en el siglo XVII es al mismo tiempo un acabado compendio del saber técnico en metalurgia en ese momento y un conjunto de propuestas originales del propio Barba, en el que lo más llamativo es la modernidad de su forma de concebir los procesos que describe. El sacerdote divide el Arte en cinco libros, de los que el primero se dedica a la generación de los metales y las sustancias que los acompañan.

Sus citas demuestran el vasto conocimiento que poseía, tanto de los autores clásicos como de los medievales, musulmanes —Al Razi o Avicena— y cristianos —Alberto Magno—, con un especial énfasis en los catalanes —Ramon Llull o Arnau de Vilanova— y de sus contemporáneos, metalurgistas, como Agrícola, o no, como Cardano, Valentino o Galileo —de quien es importante hacer notar la presencia de su obra en el Perú de comienzos del siglo XVII.

Es en este primer libro, además, donde la presencia de las ideas alquímicas de Barba, sobre todo en lo que se refiere a la formación de los metales, su transmutación, la oposición caliente-frío y la clasificación de los productos del reino mineral, es más notable. Es quizá esta parte de la obra la que ha recibido mayores críticas, acusando al clérigo de arcaísmo. Autores modernos —como T. Platt—, sin embargo, opinan que el trasfondo alquímico resultó altamente práctico a los beneficiadores peruanos en las sucesivas mejoras y adaptaciones del uso del mercurio en la amalgamación, no sólo en tiempo de Barba, sino centurias más tarde, en los siglos XIX y XX en una forma renovada de alquimia, a la par que rechazan la tradicional oposición de alquimia “precientífica” frente a química “científica”.

El segundo libro está dedicado a la descripción de los procedimientos entonces utilizados para amalgamar la plata con mercurio, según las diferentes clases de minerales, a las dificultades que pueden presentarse y a las formas de superarlas. Es quizá aquí donde más nítidamente se revela la modernidad del pensamiento de Barba, en sus planteamientos basados en la pura experimentación o en la correlación que establece entre los ensayos previos en pequeña y los tratamientos a gran escala. Es la primera vez en que aparece publicada una descripción del procedimiento tal como se practicaba de forma estándar por los mineros peruanos. Pero el libro no se limita a la descripción de lo existente; Alonso aporta también mejoras a muchos procesos entonces corrientes en la metalurgia de la plata: mejora los aparatos para desazogar, recomienda molinos de atahona para la molienda del mineral, introduce perfeccionamientos en las formas de calcinación, estableciendo distinciones sistemáticas entre minerales que precisan y no de ésta, etc. Es seguramente ésta la parte más importante de la obra y la que la convirtió en un auténtico manual de cabecera de los mineros americanos, especialmente por la sencillez con que aparecen descritos los procesos, a pesar de que el propio autor concediera mucha más importancia al tercero, en el que describe el proceso de su invención, el de amalgamación en caliente por cazo y cocimiento. Éste no era, por primera vez, una modificación más o menos importante del beneficio inicial introducido por Bartolomé de Medina, sino un procedimiento totalmente nuevo y original, del que todos los comentaristas coinciden en afirmar que admira por su sencillez y por la brevedad con que se conseguía extraer la plata; en el caso de los minerales de tratamiento más sencillo, los llamados pacos, tacanas o plata córnea, se hacía preciso recurrir tan sólo a un cazo o caldera de cobre, mercurio y agua hirviendo, eliminándose así el recurso a cualquier otro ingrediente y sólo en los minerales de más difícil amalgamación, como los sulfuros o los negrillos no sometidos previamente a tostación se hacía preciso añadir otros materiales, como sal, alumbre, caparrosa o agua fuerte.

El libro cuarto se dedica al beneficio de los minerales de plata por fundición, un procedimiento que no había quedado anulado ante la aparición de la amalgamación, antes bien seguía aplicándose en Nueva España y Perú a los minerales de mayor riqueza, para los que se creía que la amalgamación resultaba escasamente rentable. En él describe los diferentes tipos de hornos, tanto para fundición —castellanos y de reverbero— como para ensaye y calcinación y proporciona los procedimientos para su erección. Por último, el quinto se ocupa de la separación de plata y oro respecto a otros metales, la copelación y la descripción de las copelas. La separación de la plata del cobre le permite describir la fundición de panes de licuación y los procedimientos a que es indispensable someter a éstos, así como la cementación —el beneficio que luego aplicaría en Riotinto— y la preparación del agua fuerte para separar el oro de la plata, en cuyo proceso aporta también una invención propia: las retortas tabuladas de barro.

En suma, la obra de Barba es un precioso compendio y una acabada sistematización de las técnicas utilizadas a la altura de su tiempo en la metalurgia más productiva del momento, la americana y una aportación de un conjunto de innovaciones que el autor proporciona, fruto de sus propios experimentos.

Todo ello la convierte, es importante repetirlo, en la más importante aportación a la metalurgia en los más de doscientos años que transcurren desde la segunda mitad del siglo XVI hasta la segunda del XVIII y a su autor en uno de los hitos más importantes de la historia de la ciencia española y, desde luego, al más destacado personaje de ésta en el siglo XVII.

El Arte de los metales tuvo una amplia y rápida difusión —para los parámetros de la época— en Europa y en América. Tras la primera edición de 1640 aparecieron reimpresiones españolas en 1674, 1680, 1729, 1768 y 1770, que tuvieron una vasta divulgación en todo el territorio americano, tal como puede comprobarse en las numerosas referencias que aparecen en obras y documentos referentes a minería que demuestran que el clérigo de los Lipes era el autor más conocido —y utilizado— por los mineros, quienes lo perciben como la máxima autoridad en beneficio de minerales. Las primeras traducciones aparecen en Europa ya en el propio siglo XVII —inglesas en Londres, 1670 y 1674, alemanas en Hamburgo, 1676 y 1696 y Frankfurt en 1726, francesas en 1730 y 1751—, si bien son precedidas de amplias recensiones en la literatura técnica: Philosophical Transactions —Inglaterra—, en 1674, con una muy amplia descripción del procedimiento de amalgamación y Journal des Savants —en Francia— en 1675, que igualmente recoge el método antedicho, lo que muestra que la obra de Barba fue conocida y se difundió ya antes de sus traducciones.

En lo que se refiere a la incidencia práctica de la obra escrita de Barba, existen numerosos testimonios de mineros americanos que refieren su uso en recetas para el tratamiento de minerales previo al beneficio, la construcción de hornos, uso de fundentes y magistrales, etc. La obra escrita de Barba se difundió entre los mineros tanto directamente como a través de innumerables cartillas y directorios de mineros, muchos de ellos manuscritos, más accesibles por más breves a los beneficiadores más sencillos, cuyos autores copiaban a Barba sin citarlo en la mayoría de las ocasiones. La popularidad del clérigo andaluz entre los mineros peruanos y mexicanos pervivía aún a fines del siglo XVIII, en el tiempo de las misiones mineras europeas y su obra fue el argumento central que opusieron los mineros contrarios a las ideas y los procedimientos de aquéllas.

Otra cosa fue el éxito del elemento que el autor consideraba central en su obra, el procedimiento de beneficio de cazo y cocimiento. Éste no se produjo de forma inmediata.

En Perú su utilización en los siglos XVII y XVIII fue tan marginal que no han quedado rastros documentales de él antes de fines del último siglo, mientras que en Nueva España apenas hay noticias fuera del centro minero de Santa Eulalia —Chihuahua—, donde se introdujo a comienzos del siglo XVIII. El propio Fausto de Elhuyar se lamentaba en 1780 en carta a Gálvez del poco aprecio que los expertos americanos habían sentido por el beneficio del clérigo: “por desgracia nuestros beneficiadores americanos no han seguido [el procedimiento de Barba], pues ninguno de los autores modernos da a entender [que] esté en uso actualmente”. Las razones del escaso éxito del procedimiento “en caliente” de Barba frente a los tradicionalmente utilizados “en frío”, a pesar de que el primero era asombrosamente rápido —extraía la plata en menos de veinticuatro horas, frente a las tres a ocho semanas normales en el procedimiento de Medina a mediados del siglo XVII—, ahorraba mercurio y eliminaba los “repasiris” —indios que en Perú pisaban la combinación de mineral con mercurio para ayudar a una mezcla más apurada— y sus salarios, no nos son, hoy todavía, bien conocidos. Seguramente tuvieron que ver con la endémica carestía del combustible —la causa que apuntaba el ilustrado novohispano Alzate y el factor decisivo un siglo antes para la introducción de la amalgamación—, con dificultades que presentaba a los refinadores y con el consumo del cobre de las calderas, un material que era especialmente escaso y caro, sobre todo en el Perú colonial.

El triunfo de Barba llego sólo a fines del Siglo de las Luces, cuando comienza a practicarse en varios reales de minas de Nueva España —Pachuca, Sierra de Pinos, Baja California— y en Perú, Oruro y Potosí y cuando en Europa Ignaz von Born rompe con el pensamiento científico dominante en este lado del Atlántico —con la excepción de España—, que consideraba imposible la amalgamación con mercurio de las menas de plata europeas. Los químicos germanos de fines del siglo XVIII estaban convencidos de que no era posible amalgamar minerales complejos y que si los mineros americanos lograban extraer plata con mercurio era sólo porque trabajaban únicamente plata nativa, ignorando así, con una mezcla de ignorancia y prejuicio, la evidencia de que la amalgamación llevaba más de doscientos años aplicándose con éxito en ultramar a minerales complejos. Von Born les demostró la falsedad de su creencia, de forma práctica cuando presentó en 1786 el propio procedimiento de Barba con algunas mejoras de tipo puramente mecánico y de forma teórica, al reformular en clave de química “moderna” las mismas ideas alquímicas con que lo había explicado su antecesor hispano.

El procedimiento en caliente de Born fue reemplazado en Europa, en aras del ahorro de combustible, por un sistema en frío con barriles rotatorios —el método de Freiberg— y es éste el que la Corona española pretende introducir en América con las misiones mineras de Sonneschmidt y Nordenflycht. Las expediciones se saldaron con un fracaso cuyas razones han hecho correr ríos de tinta en busca de una explicación, si bien en México, las compañías británicas y alemanas que llegaron desde 1824 introdujeron los procedimientos europeos de amalgamación en frío con barriles. No sucedió lo mismo en Bolivia, donde el renacimiento de la minería argentífera después de la Independencia se produjo mediante la reintroducción del propio método del padre Barba, en una resurrección exitosa —ahora los nuevos centros mineros disponían de combustible, Bolivia producía abundante cobre y el mercurio, ya no subvencionado por una Corona con la que se habían roto los lazos, era mucho más caro— que pervivirá hasta fines de siglo y en el seno de la cual se produjo la mayor parte de la plata boliviana del siglo XIX.

Es más, incluso el discurso alquímico que sustentaba la amalgamación en la obra del clérigo fue retomado en varias obras de mineralogía, a despecho del desprecio que la química moderna mostraba por la alquimia y como una manifestación de independencia nacional frente al desafío europeo. Quizá el último triunfo del remoto metalurgista hispano fue la introducción de su procedimiento a mediados del siglo XIX en Comstock, Nevada. Se cerraba así un largo y curioso ciclo: un procedimiento aparecido a comienzos del siglo XVII en el altiplano andino, ignorado durante siglo y medio, llegaba a Europa a fines del XVIII, triunfaba en Bolivia y constituía el eje de una de las producciones argentíferas más importantes del mundo para arribar finalmente incluso a la parte norte del continente, donde nacía la más potente industria minera del futuro.

 

Obras de ~: Arte de los metales en que se enseña el verdadero beneficio de los de oro y plata por açogue. El modo de fundirlos todos y cómo se han de refinar y apartar unos de otros, Madrid, 1640 (ed. facs., Valencia, 1993). Mss. en J. M. Barnadas, Álvaro Alonso Barba (1569-1662), Investigaciones sobre su vida y obra, La Paz, Biblioteca Minera Boliviana, 1986.

 

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Julio Sánchez Gómez