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Francisco Javier Balmis Berenguer

Biografía

Balmis Berenguer, Francisco Javier. Alicante, 2.XII.1753 – Madrid, 12.II.1819. Médico y botánico.

Hijo y nieto de cirujanos, siguió desde muy joven la tradición familiar. Al terminar los estudios secundarios ingresó, a los diecisiete años, como practicante en el Hospital Real Militar de Alicante, donde, durante cinco años, se formó trabajando junto al cirujano mayor de dicha institución. En 1775, sirvió como practicante militar en la expedición al mando del general conde de O’Reylli, que la armada española envió, por mandato de Carlos III, contra Argel, con el objetivo de acabar con las incursiones de piratas berberiscos por el levante peninsular. Tres años más tarde obtuvo el título de cirujano, tras aprobar el examen reglamentario ante el Tribunal de Protomedicato de Valencia.

Ya cirujano militar, participó en el sitio de Gibraltar como segundo ayudante de cirugía y el 8 de abril de 1781 fue destinado al regimiento de Zamora. Con este regimiento, marchó a América, por primera vez, en la expedición del marqués del Socorro. Permaneció en el Nuevo Mundo diez años, trabajando en diferentes hospitales y guarniciones de las Antillas y de México. En el territorio novohispano, desarrolló una intensa actividad, siendo nombrado, en 1786, cirujano mayor del Hospital de San Juan de Dios de la capital y cuando este viejo hospital se une al de San Andrés en 1790, Balmis aparece como director de la sala de gálicos. Durante este período de actividad en Nueva España, se gradúa en Artes por la Universidad de México (1787) y durante el año 1788 deja temporalmente el ejército y viaja por el virreinato estudiando las plantas autóctonas e investigando la materia médica tradicional utilizada por los indígenas. Por entonces, uno de los más famosos curanderos locales, llamado el Beato, difundió el uso de un remedio popular para las enfermedades venéreas. Una serie de experiencias supervisadas por el Protomedicato en el Hospital de San Juan de Dios había convencido a las autoridades de su eficacia. Balmis, que conocía el remedio y dudaba de la bondad real de las cocciones de las raíces de pita y de begonia, que eran los vegetales que se hacían servir, cuando se responsabiliza de la supervisión de la sala de enfermedades venéreas en el Hospital de San Andrés, experimentó con ellas y acabó convencido de su eficacia, modificando la fórmula inicial y eliminando los elementos que sólo tenían un significado mágico o ritual, como las patas anteriores de algún insecto y otros aditivos.

Balmis participó en el movimiento revitalizador de las ciencias naturales en España de los últimos decenios del siglo XVIII y primeros del XIX. Conocía personalmente a los naturalistas más destacados de nuestro país. Vicente Cervantes (1757-1829), fundador del Jardín Botánico de México, le pidió que se hiciera cargo, en el viaje a la Península en 1791, del traslado a España de cuatro cajas de plantas destinadas al Jardín Botánico de Madrid. En el mismo año, regresó a México y allí recibió la aprobación de su terapéutica con un dictamen favorable del Protomedicato y con el soporte del prelado de la diócesis mexicana.

Vuelve a España en 1792, con cien arrobas de maguey y treinta de begonia. En junio de aquel año, inició las experiencias en los tres hospitales de la Corte, supervisados por una comisión nombrada por el Rey. Estos ensayos provocaron una viva polémica y chocaron con la oposición del protomédico, miembro de la citada comisión, Bartolomé Piñera y Siles, el cual, sin contar con la aquiescencia de sus compañeros, atacó duramente a Balmis en el libelo “Narraciones históricas de las observaciones o ensayos prácticos hechos para examinar y comprobar las virtudes medicinales del ágave y la begonia”. La respuesta del cirujano no se hizo esperar. Consistió en la redacción de un amplio informe: Demostración de las eficaces virtudes, nuevamente descubiertas, en las raíces de las plantas de Nueva España, especies de ágave y begonia para la curación del vicio venéreo y escrofuloso (1794). En ella explica detalladamente cómo conoció las propiedades medicinales de estas especies vegetales y cómo llevó a término un minucioso estudio de cincuenta y tres observaciones clínicas. La monografía fue ampliamente conocida en Europa y al año siguiente se hizo, en Roma, una edición en italiano y en 1797, en Leipzig, una versión en alemán. El informe incluye un comentario no exento de amargura: “Yo vine a España no como los charlatanes y los curanderos que, vendiendo sus drogas, han sacrificado a los pueblos para llenarse los bolsillos, sino como un profesor instruido en la materia, deseoso de procurar el bien público y de cumplir la misión importante que se le dio para ser útil al rey, a la patria y a la salud de los hombres, y siempre en menoscabo de mis intereses, de mi tranquilidad y de mi bienestar”. A pesar de las críticas, el método tuvo aceptación. El Papa ordenó introducir el tratamiento en los hospitales romanos y como reconocimiento a Balmis por traer la begonia a Europa, la planta recibió el nombre oficial de Begonia balmisiana, en el diccionario botánico de la flora mexicana.

En 1795, Balmis volvió a Nueva España con el objeto de recolectar plantas, agotadas las que ya había traído. A partir de estos acontecimientos, su ascenso social y profesional es ostensible. El mismo año, es nombrado cirujano honorario de cámara de Carlos IV, con seis mil reales más de sueldo. Después de los grados obtenidos en México, obtuvo el título de bachiller en Medicina en la Universidad de Toledo (1797). Cursó después tres años en el Real Estudio de Medicina y Cirugía Práctica de Madrid y obtuvo, al parecer, el título de doctor en Medicina en fecha y universidad desconocidas. El ascenso de cirujano a médico le permitió incorporarse, de pleno derecho, a la Academia Médica Matritense, aunque ya había sido aceptado anteriormente, en 1787. Como médico-cirujano, se solicitaron sus servicios por la virreina de Nueva España, emprendiendo un nuevo viaje a aquellos territorios.

Cuando Edward Jenner (1749-1823) dio a conocer su descubrimiento de la vacuna antivariólica, Balmis se encontró entre sus más tempranos partidarios. Fruto de su preocupación por el asunto fue la traducción del Tratado histórico y práctico de la vacuna [...] (1803), del marqués Jacques Louis Moreau de la Sarthe, con un amplio estudio introductorio del propio Balmis, que refleja sus sólidos conocimientos y su amplia experiencia práctica en la materia. En este sentido, J. Pastor Fuster cita en su Biblioteca valenciana, Valencia, 1827-1830, una Introducción para la conservación y administración de la vacuna, y para el establecimiento de juntas que cuiden de ella, que publicó en Madrid, en 1796, en la que no hace referencia al impresor y que no aparece en ningún catálogo de bibliotecas. En junio de 1803, la Junta de Cirujanos de Cámara, integrada por tres figuras de la talla de Antonio de Gimbernat, Leonardo Galli e Ignacio Lacaba, aprobó su proyecto Derrotero que debe seguir para la propagación de la vacuna en los dominios de Su Majestad en América. En el mismo mes recibió el nombramiento de director de la Real Expedición Marítima de la Vacuna. Se trata de la famosa expedición que, entre 1803 y 1806, dio la vuelta al mundo propagando la vacuna antivariólica en extensos territorios de América y también en algunas zonas de Asia. Balmis debe su relieve histórico a esta gran empresa, cantada por el poeta Manuel José Quintana y elogiada con entusiasmo por personajes de diversas naciones y condición, como uno de los hitos iniciales de la moderna medicina preventiva.

Integraban la expedición, además de Balmis, el cirujano catalán José Salvany Lleopart como subdirector; dos ayudantes cirujanos, Manuel Julián Grajales, quien en 1805 obtuvo el grado de doctor en Medicina por la Universidad de Santiago de Chile, y Antonio Gutiérrez Robredo, propuesto por el director de la expedición por tratarse de su discípulo predilecto; dos practicantes, Francisco Pastor Balmis, sobrino del director y, según él, “muy instruido en la vacuna por haberla constantemente practicado a mi lado”, y Rafael Lozano Pérez, seleccionado porque “se ha dedicado a esta nueva inoculación y es cirujano aprobado”; tres enfermeros, Basilio Bolaño, Pedro Ortega y Antonio Pastor; veintidós niños procedentes de la casa de expósitos de La Coruña acompañados de su rectora, Isabel Sendales Gómez, de quien, en un informe de Balmis al ministro Caballero, afirma: “La miserable Rectora que con excesivo trabajo y rigor de los diferentes climas que hemos recorrido, perdió enteramente su salud, infatigable noche y día ha derramado todas las ternuras de la más sensible madre sobre los 26 angelitos que tiene a su cuidado, del mismo modo que lo hizo desde La Coruña y en todos los viajes y los ha asistido enteramente en sus continuadas enfermedades”.

Los niños fueron necesarios para conservar el virus vacunal, mediante inoculaciones semanales, en dos de ellos, con el líquido obtenido de las pústulas de los vacunados la semana anterior. Balmis llevaba unos aparatos cuidadosamente preparados —termómetros, barómetros, una máquina neumática, miles de cristales para extensiones de pus...— así como dos mil ejemplares del texto sobre la vacuna que acababa de traducir y que estaba destinado a ser distribuido gratuitamente con objeto de difundir los conocimientos precisos para la práctica de la vacunación. Como finalidad secundaria, instó a los miembros más cualificados de la expedición a no descuidar la descripción y el estudio científico natural, fundamentalmente botánico, de las zonas donde desarrollaran su actividad como vacunadores.

La expedición partió de La Coruña el 30 de noviembre de 1803. A su llegada a Tenerife, comenzó su misión vacunadora. El 6 de enero de 1804 viajó rumbo a Puerto Rico y de allí a la capital de Venezuela el 20 de marzo. A partir de aquí, la expedición se dividió: un grupo se dirigió a la América meridional con Salvany, junto al ayudante Manuel Julián Grajales, el practicante Rafael Lozano Gómez y el enfermero Basilio Bolaño, más cuatro niños que fueron solicitados al gobernador Vasconcelos con la condición de que, a los padres que cedían a sus hijos para este propósito, se les diese una gratificación de cincuenta pesos a cada uno. Las dificultades y obstáculos que sufrieron los expedicionarios fueron extraordinarios: el viaje se inició con un naufragio en la desembocadura del río Magdalena, Salvany enfermó de gravedad y quedó ciego del ojo izquierdo. Finalmente, murió en la ciudad de Cochabamba en 1810 como consecuencia de las duras penalidades que tuvo que sufrir cumpliendo la misión de introducir la vacuna en la cordillera andina. La mayor parte de los miembros de esta subexpedición no regresaría a la Península.

La subexpedición dirigida por Balmis, compuesta por el resto de la tripulación inicial más seis niños de los solicitados a Vasconcelos, difundió la vacuna en las Antillas. En Cuba, se planteó, de nuevo, el problema de la necesidad de niños, que el capitán general de las Islas, marqués de Someruelos, no quiso conceder, teniendo que recurrir a la compra de esclavos, tres mujeres y la incorporación de un niño, tambor del Regimiento de Cuba, financiados por Balmis con doscientos cincuenta pesos. De allí pasó Balmis a la península de Yucatán y virreinato de Nueva España, donde desarrolló su actividad entre junio de 1804 y febrero de 1805, embarcando en Acapulco el día 8 del mismo mes en el navío Magallanes, rumbo a Manila. Cuando llegó el barco a la bahía de Manila, nadie recibió a los expedicionarios; una vez más los altos cargos políticos y el propio obispo no colaboraron, pero en cambio otras autoridades de menor rango, como el deán de la catedral o el sargento mayor de la Milicia fueron incansables defensoras de la vacuna y su ejemplo tuvo efectos muy positivos en la población nativa, de tal forma que, a principios de agosto, ya se habían vacunado nueve mil personas. El 3 de septiembre, a bordo de la fragata Diligencia, Balmis, junto con Francisco Pastor y tres niños, se dirigieron a Macao, sufriendo las consecuencias de un tifón. El 5 de octubre salieron hacia Cantón, para desde allí difundir la vacuna en China. El ayudante Antonio Gutiérrez quedaba encargado de tornar a México con el objeto de devolver los veintiséis niños que habían traído a Filipinas. Ya no quedaba otra cosa más que el regreso a España. El primer barco que salió rumbo a Europa era el portugués Bom Jesus de Alem, que partió hacia Lisboa en febrero de 1806. Con graves problemas económicos para costearse el viaje, Balmis recibió la ayuda de un agente de la Real Compañía Filipina de Cantón, con el préstamo de los dos mil quinientos pesos que necesitaba. Las últimas misivas de Balmis al ministro Caballero, remitidas desde Cantón, informan de todos los incidentes y del tiempo que había consumido en aprender el arte chino y en acercarse a las peculiaridades médicas y científicas tradicionales autóctonas. También recopiló cientos de dibujos de flora asiática y diez grandes cajas de plantas exóticas con destino al Jardín Botánico de Madrid. Finalmente, con las cartas incluyó el emocionado reconocimiento, ya mencionado, de la labor llevada a cabo por Isabel Sendales y Gómez, conmovido por su generosidad y su actuación durante el viaje, en el que, también ella, llegó a enfermar. A su paso por la isla de Santa Elena, Balmis introdujo allí la vacuna, en junio de 1806 y el 14 de agosto arribó al puerto de Lisboa. Casi inmediatamente escribió al ministro Caballero para informarle de los últimos avatares del viaje, incluyendo una detallada relación sobre los ejemplares de plantas que había traído para el Jardín Botánico de Madrid y que quedaban custodiadas en la embajada española. También solicitó la ayuda financiera que le permitiera viajar a Madrid. El 7 de septiembre de 1806 fue recibido por Carlos IV en San Ildefonso, quien elogió con entusiasmo el éxito de la empresa, lo mismo que todos los cortesanos.

Cuando las tropas napoleónicas entraron en España y fue nombrado Rey José Bonaparte, Balmis no juró acatamiento al Monarca y se trasladó a Sevilla, siguiendo en todo momento a la Junta Central, que le ordenó viajar a México con objeto de volver a propagar la vacuna por aquellos territorios, ya que había noticias de que iba extinguiéndose el fluido a causa del abandono de los facultativos de aquellas tierras, responsables de su conservación. A mediados de febrero de 1810 y precipitadamente por el ataque del general francés Sebastiani sobre Málaga, salió Balmis de Cádiz rumbo a Veracruz. Pero las circunstancias habían cambiado y el movimiento insurgente en Nueva España tomaba cuerpo día a día. Balmis tomó partido a favor de la Corona. A su regreso del que fue su último viaje a América, trajo “un cajón de plantas exóticas vivas, para que se aclimaten y propaguen en la Península con utilidad”. En España se le reconoció con honores y varios cargos que desempeñó hasta su muerte el 12 de febrero de 1819.

 

Obras de ~: Demostración de las eficaces virtudes nuevamente descubiertas de las raíces de dos plantas de la Nueva España, especies de Agave y Begonia, para la curación del vicio venéreo y escrofuloso y de otras graves enfermedades que resisten al uso del mercurio y demás remedios conocidos [...], Madrid, 1794; Specifico antivenéreo nuevamente scoperto nella virtú delle due piante americane Agave e Begonia [...] Prima traduzzione dello Spagnuolo, Roma, 1795; Introducción para la conservación y administración de la vacuna, y para el establecimiento de juntas que cuiden de ella, Madrid, 1796; [...] Über die amerikanischen Pftanzen Agave und Begonia alz zwei neuentdeckte specifische Mittel gegen die dustsenche, Scropheln [...] ans dem Spanische ins Italienische und ans diesen ins Deutche übersetzt, nebst Anmerkungen, von Friedrich Ludwig Kreysig [...], Leipzig, 1797; Tratado histórico y práctico de la vacuna [...], por J. L. Moreau (de la Sarthe) [...], traducido por el doctor don Francisco Xavier de Balmis [...], Madrid, 1803 [ed. moderna con estudio introductorio de Emili Balaguer i Perigüell, Valencia, Edicions “Alfons el Magnànim” (IVEI)-Institut d’Estudis Juan Gil Albert, 1987].

 

Bibl.: E. Moreno Caballero, Sesión apologética dedicada al Dr. D. Francisco Xavier de Balmis y Berenguer, Valencia, 1885; J. Castillo y Domper, Real expedición filantrópica para propagar la vacuna en América y Asia (1803) [...], Madrid, 1912; A. Rumeu de Armas, La inoculación y la vacunación antivariólica en España, Valencia, 1940; S. F. Cook, “Francisco Javier (Balmis) and the Introduction of Vaccination to Latin America”, en Bulletin of the History of Medicine, 11 (1942), págs. 543-560; G. D íaz de Yraola, La vuelta al mundo de la expedición de la vacuna, Sevilla, 1948; J. B. Lastre, “La viruela, la vacuna y la expedición filantrópica”, en Archivos Iberoamericanos de Historia de la Médicina, 2 (1950), págs. 85-120; F. Guerra, Historia de la materia médica hispanoamericana y filipina de la época colonial, Madrid, 1973; M. M. Smith, The “Real Expedición Marítima de la Vacuna” in New Spain and Guatemala, Philadelphia, The American Philosophical Society, 1974; E. Balaguer Perigüell, Balmis o l’esperit de la Ilustració en la medicina espanyola, València, Consell Valenciá de Cultura, 1996; S. M. Ramírez Martín, La salud del Imperio. La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, Madrid, Fundación Jorge Juan, 2002; E. Balaguer y R. Ballester, En nombre de los niños. La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna (1803-1806), Madrid, Asociación Española de Pediatría- Wyeth, 2003.

 

Emilio Balaguer Perigüell