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Antonio de Borbón

Biografía

Antonio de Borbón. Castillo de La Fère (Francia), 22.IV.1518 – Les Andelys (Francia), 17.XI.1562.

Rey de Navarra.

Antonio de Borbón, hijo primogénito de Carlos de Borbón y Francisca de Alençon, nació el 22 de abril de 1518 en el castillo de la Fère, emplazado a veinticinco kilómetros al noroeste de Laon (Francia).

Después de Antonio, Carlos y Francisca tuvieron tres hijos más: Francisco, conde de Enghien; Carlos, cardenal de Borbón, y Luis, príncipe de Condé.

Antonio fue alumno del Colegio de Navarra en París.

Tras el fallecimiento de su padre en 1537, heredó el título de duque de Vendôme y fue nombrado gobernador de Picardie. Combatió desde entonces contra las tropas del emperador Carlos V, posiblemente bajo las órdenes del delfín, el futuro Enrique II. Sus actuaciones en el campo de batalla le granjearon una gran reputación militar. Francisco I le recompensó concediéndole en 1544 el título de par de Francia.

Tenía entonces sólo veintiséis años.

Si bien la historiografía ha reconocido el valor militar de Antonio de Borbón, no ha dejado de destacar, a partir de los informes de los embajadores extranjeros en la Corte y de otras fuentes documentales, algunos rasgos menos positivos de su personalidad, especialmente su carácter voluble e inconstante, que le llevó durante su vida a aliarse, tanto en el terreno político como en el religioso, con aquellos que mejor podían satisfacer su principal pretensión: recuperar para su Corona la Alta Navarra.

El 20 de octubre de 1548, Antonio contrajo matrimonio con Juana de Albret, hija de Margarita (hermana de Francisco I) y de Enrique II, rey de Navarra, dando así el primer paso para acceder al trono de este viejo reino. Eran aquéllos unos años de turbaciones y guerras. La reforma luterana hacía ya varias décadas que había prendido en Alemania y se expandía rápidamente por el continente. A las diferencias religiosas se unían los intereses políticos provocando una confusión general en los espíritus de reyes, nobles y plebeyos.

La estrategia adoptada por los reyes de Francia desde Francisco I escondía una profunda contradicción que, con el tiempo, no dejaría de traer consecuencias trágicas. Por un lado, los reyes defendían la ortodoxia católica dentro del reino, pero en el exterior no dudaban en buscar el apoyo de los príncipes protestantes para frenar las ambiciones del emperador Carlos V y de su hijo Felipe II, que habían hecho propia la bandera de la defensa de la religión católica en Europa.

En 1551, tras la reanudación de las hostilidades entre los reyes españoles y franceses, Antonio se dedicó a recorrer el reino de un lugar a otro combatiendo al servicio del monarca francés. En 1551 escribió a la reina Juana desde Amiens, Doullens y Chantilly. Tras la victoria de Metz en abril de 1552 se le encomendó la defensa de Thérouanne, al sur de Saint-Omer. Sus servicios le valieron la concesión real de las rentas del condado de Charolais. Sus victorias continuaron ese año hasta lograr la toma de Hasdin, cerca de Abbeville, el 19 de diciembre de 1552, obligando al propio Emperador a batirse en retirada. Con todo, algunas de estas posiciones se perderían al cabo de unos meses.

A partir de diciembre de 1552, Antonio y Juana pasaron unos días juntos en el castillo de La Flèche, donde fue concebido el futuro rey Enrique III de Navarra y IV de Francia. El 14 de diciembre de 1553 nació en Pau. Unos meses antes, en agosto, Juana había perdido a su primer hijo, cuando estaba a punto de cumplir los dos años. En 1554, Antonio fue llamado a servir en el ejército real de Flandes. En diciembre del año siguiente, ya asentados en el trono de Navarra, Antonio y Juana pudieron celebrar el nacimiento en Normandía de un nuevo hijo, aunque éste también moriría al cabo de dos años, posiblemente de un accidente.

Tras el fallecimiento de Enrique II de Navarra en 1555, Antonio reemplazó a su suegro en el trono navarro, en el gobierno de Guyenne y en las administraciones de l’Angoumois y de la Santoigne. Posteriormente se le concedería el gobierno de Poitou, Quercy y las senescalías de la Gascuña. Al mismo tiempo, era soberano del Béarn, y poseía a título de feudos el ducado de Albret, los condados de Foix, Armagnac, Rodez, Bigorre, Périgord, los vizcondados de Limoges, Lautrec, Villemur, Marsan, Tursan, Gavardan, Nebouzan, Tartas y Marennes.

Antonio de Borbón ocupó también el lugar del difunto Rey en las negociaciones que éste había entablado con el Emperador para recuperar la Alta Navarra.

El retiro de Carlos V a Yuste y el retraso de Felipe II en contestar a las propuestas de Antonio, en un plan que comprendía la conquista del trono francés, impidieron que la alianza tuviera efecto alguno. Sin embargo, las conversaciones continuaron, si bien con altibajos, rupturas y posteriores reanudaciones.

Entre 1555 y 1556 Antonio se vio obligado a viajar al menos en tres ocasiones a la Corte. La primera en septiembre de este primer año para participar en la distribución de los dominios del duque de Alençon; la segunda en el verano de 1556 para contrarrestar las informaciones que habían llegado al Rey francés de sus negociaciones con el Emperador. En el mes de noviembre, Antonio acudió de nuevo, acompañado esta vez por Juana, para presentar a su hijo a Enrique II.

En marzo de 1557, Antonio fue enviado por el rey francés a combatir contra el Emperador, esta vez en el nordeste, al tiempo que Juana y el pequeño príncipe regresaban a Pau. En este mismo año, los franceses recibieron uno de los reveses militares más duros: la derrota en San Quintín frente a las tropas españolas, el 10 de agosto, donde cayó prisionero, entre otros, el condestable Montmorency.

Las inclinaciones de los reyes de Navarra hacia el culto reformado fueron a partir de esta época cada vez más evidentes. Entre 1557 y 1562 Antonio mantuvo correspondencia con Calvino y con su lugarteniente, Teodoro de Beza. Ambos consideraban al rey de Navarra, primer Príncipe de Sangre francés, el líder nato de los hugonotes y una pieza fundamental para sus estrategias político-religiosas. El tiempo se encargaría de mostrar lo infundado de sus esperanzas.

Sin embargo, en 1558 el apoyo de Antonio a la causa reformada parecía indudable. En enero de ese año, los reyes de Navarra se dirigieron de nuevo a la Corte, donde entraron el 7 de marzo para asistir, contra su voluntad, al matrimonio del delfín Francisco con María Estuardo, sobrina de los Guisa. Desde su llegada a la capital del reino, Antonio entró en contacto con los ministros de la religión reformada, animado por su mujer e inclinado por intereses fundamentalmente políticos. Intercedió ante el Parlamento a favor de los acusados de participar en una asamblea de la religión reformada en la calle de Saint Jacques.

Había sido el primer conflicto de los hugonotes con las autoridades.

En las primeras semanas de mayo, Antonio asistió regularmente a misa, pero ello no le impidió acudir también a las celebraciones de los calvinistas. Además, los reyes de Navarra disponían en la Corte de un predicador propio afín a las nuevas doctrinas. La presión de los reformados por el reconocimiento de su religión iba siendo cada vez mayor. Entre el 13 y el 19 de mayo los hugonotes organizaron en la ciudad una procesión con cánticos, a la que asistieron cientos de personas, entre ellos nobles armados y el propio Antonio de Borbón. Aun cuando la finalidad no fuera enfrentarse a la autoridad regia, lo cierto es que la imagen que se desprendía de estas manifestaciones públicas era la de un partido organizado que podía poner en peligro la seguridad interior del reino.

La fuerza que en los últimos meses había alcanzado el movimiento reformado movió a Enrique II a adoptar una política de contención y reducción de la nueva doctrina y de sus defensores. Unos meses antes, en abril, el Rey había firmado con los españoles el tratado de Cateau-Cambrésis que ponía fin a años de guerra. Restablecida la paz con el Rey católico y liberado de las ataduras que le imponía su dependencia en el exterior de los príncipes alemanes, Enrique II mostró su voluntad de solucionar el problema de la escisión religiosa que amenazaba gravemente la paz en su reino. El 2 de junio de 1559, el monarca francés firmó unas cartas patentes ordenando la persecución y castigo de los reformados. La oposición del Parlamento de París a registrar la disposición obligó al Rey a forzar con su presencia el exigido registro, al tiempo que procedió al arresto de seis consejeros. Sin embargo, el fallecimiento de Enrique II el 10 de junio transformó radicalmente el panorama político, otorgando un protagonismo difícil de exagerar a la reina Catalina de Médicis. La ausencia de Antonio de Borbón, primer Príncipe de Sangre de la Corte, fue aprovechada por Catalina y los Guisa para hacerse con el control de la situación.

El nuevo rey, Francisco II, gozaba de edad suficiente para gobernar, pero su falta de madurez y experiencia aconsejaban la tutela de nobles experimentados como eran los Guisa. Cuando Antonio llegó a la Corte fue admitido únicamente al Consejo del Rey, pero no al Consejo privado, aun cuando por su rango le correspondía a él el puesto que ocupaban los Guisa junto al Monarca.

La estancia de Antonio en la Corte fue corta, pues el cardenal de Lorraine le encomendó la misión de acompañar a Isabel de Valois hasta la frontera española para su matrimonio con Felipe II. Antonio aceptó de buen grado la petición real, pues le facilitaba la ocasión de entablar nuevas negociaciones con el Rey católico, ahora que las posibilidades de encontrar apoyo en la Corte francesa para realizar su proyecto, esto es, la recuperación de la Alta Navarra, se habían esfumado.

La supremacía de los Guisa se tradujo en una política de persecución religiosa. La quema el 23 de diciembre de 1560 de uno de los magistrados del Parlamento de París, acusado de herejía tras haber condenado la represión de los hugonotes, elevó en grado sumo la tensión que se vivía en el reino. Los príncipes calvinistas no soportaban la hegemonía del partido político católico encabezado por los Guisa. En marzo de 1560, con la complicidad oculta de Condé, un grupo numeroso de hugonotes, entre los que se encontraban dos de los ministros de Antonio de Borbón y algunos servidores suyos, capitaneados por La Renaudie, asaltaron el castillo d’Amboise con la intención de rescatar al joven Rey del dominio de los Guisa y someter su custodia a los Borbones. El complot fracasó, pero las maniobras de los príncipes calvinistas para recuperar el control del poder real continuaron.

Por su parte, la reina Catalina, alarmada por el creciente descontento social y la cada vez mayor tensión religiosa que se respiraba por todas partes, decidió intervenir directamente en la política real a través del nombramiento de un hombre moderado como Michel de l’Hôpital para el cargo de canciller. En mayo de 1560 se promulgó el edicto de Romorantin que, entre otras cosas, trató de implantar una cierta separación entre los asuntos de religión y de Estado, concediendo el conocimiento de los procesos de herejía a los obispos y los de orden público a la jurisdicción regia. Sin embargo, no todos lo entendieron así. Lo cierto es que la persecución de los hugonotes amainó durante un tiempo.

Catalina convocó para ese verano una especie de asamblea de notables con la intención de preparar los Estados Generales, a la que no asistieron, sin embargo, Antonio de Borbón ni su hermano Luis. Ambos se mostraban contrarios al papel que unos nobles extranjeros, los Guisa, desempeñaban en el gobierno del reino, y desde hacía unos meses conspiraban para apartarlos del poder. Así, amparándose en un supuesto secuestro del Rey a manos de los Guisa, los Borbones, en especial el príncipe de Condé, levantaron a través de algunos nobles calvinistas algunas provincias del sudeste con la intención de apoderarse de Lyon, donde el apoyo a los reformados era considerable.

Pretendían asegurarse en poco tiempo el control de la mayor parte del reino. En última instancia, lo que se perseguía era forzar el reconocimiento de los derechos de Antonio, usurpados por los Guisa. Sin embargo, la trama fue descubierta y abortada entre agosto y septiembre de 1560. Condé fue encarcelado y condenado a muerte por un tribunal especial, aunque la intervención del canciller Michel de l’Hôpital logró un aplazamiento de la sentencia.

El 17 de noviembre siguiente, Francisco II cayó gravemente enfermo. En caso de que el Rey falleciese, la minoría de edad de su hermano Carlos IX exigiría el nombramiento de Antonio de Borbón como regente, dada su condición de primer príncipe de sangre. Sin embargo, Catalina aprovechó el papel poco claro que Antonio había desempeñado en la “conjura de Amboise” para arrancarle mediante presiones y amenazas el compromiso de cederle a ella el sello real —símbolo e instrumento del poder regio—. A cambio, Antonio sería nombrado lugarteniente general del reino. El 5 de diciembre de 1560 falleció Francisco II y Catalina se apresuró a nombrar el nuevo Consejo Privado en el que primaba un único criterio: el equilibrio entre Guisas y Borbones. A diferencia de Felipe II, Catalina se mostraba partidaria de mantener la paz del reino mediante la conciliación entre católicos y hugonotes.

En este punto encontró todo el apoyo que necesitó en el canciller de l’Hôpital. Su postura no era fácil, pues el Rey católico presionaba a través de sus comisionados para que la Reina adoptara una postura más beligerante con los reformados y enviara delegados para participar en el Concilio de Trento. Por su parte, ni católicos ni protestantes parecían dispuestos a ceder terreno frente a sus adversarios.

En enero de 1561, Catalina promulgó unas cartas confirmando e interpretando de una manera más favorable para los reformados el decreto de Romorantin.

El 8 de marzo, el Consejo Privado declaró inocente a Condé de todos sus cargos, y el 25 de ese mes Antonio de Borbón fue confirmado en el puesto de lugarteniente general del reino al tiempo que renunciaba formalmente a sus derechos a la regencia. Catalina le había prometido interceder ante el Papa y ante Felipe II en favor de la restitución del reino de Navarra o, en su defecto, de la entrega en compensación de algún territorio.

En estas fechas, Juana de Albret se hallaba de camino hacia la Corte. En la Navidad de 1560 se había convertido públicamente al calvinismo y lo había impuesto a la fuerza en todos sus territorios. Su entrada en París en el mes de agosto de 1561 fue todo un alarde de la fuerza que habían alcanzado los calvinistas en la Corte. Una vez allí comenzó a trabajar activamente para organizar el nuevo culto en la capital del reino. La actitud conciliatoria de Catalina fue aprovechada por los calvinistas para difundir su credo en el mismo corazón de Francia, con escándalo de los católicos, no sólo de los príncipes sino también del pueblo. Airados por esta situación, los Guisa abandonaron la Corte en septiembre de 1561.

Para hacer frente a la situación, el duque de Guisa constituyó con el condestable Montmorency y el mariscal Saint-André lo que se llamaría el Triunvirato católico.

El 15 de mayo Carlos IX fue coronado en Reims. La Reina aprovechó la celebración de los Estados Generales para organizar una especie de concilio nacional donde pudiera llegarse a un acuerdo entre católicos y protestantes. Sin embargo, el así denominado coloquio de Poissy, que comenzó el 9 de septiembre y se clausuró el 14 de octubre constituyó un rotundo fracaso.

En enero de 1562 Catalina impulsó la aprobación de otro decreto “conciliador” que en la práctica supuso una casi total libertad de culto.

La política impulsada por Catalina, a pesar de las constantes advertencias en contra de Felipe II, que veía peligrar la paz de sus propios reinos por la extensión de la doctrina calvinista, convenció al rey español de la necesidad de intentar una vez más atraer a Antonio de Borbón a su bando. Entre el verano y el mes de noviembre de 1561 se celebraron diversas conversaciones entre el Borbón, que contaba ahora con el apoyo del Triunvirato católico, y Chantonnay, embajador del Rey católico. A cambio de la restitución de la Alta Navarra o de algún otro territorio en su lugar, Antonio se comprometió a expulsar a los príncipes y ministros del culto reformado de la Corte: al príncipe de Condé y a los Chastillon, especialmente al almirante Coligny. Tras no pocas tensiones con la Reina, Antonio logró su objetivo. Por lo que se refiere a la reina Juana, Antonio había tratado desde finales de 1561 de forzar su conversión al catolicismo, pero sin éxito. A comienzos del mes de marzo siguiente, Juana se vio obligada a abandonar la Corte.

El día 16 de ese mes, el duque de Guisa entró triunfalmente en la capital arrastrando consigo los ecos de la matanza de hugonotes que había perpetrado a su paso por Vassy. Las negociaciones entre Antonio de Borbón y Felipe II seguían su curso. Realmente nunca llegaron a concluirse debido a la desconfianza que el rey español sentía hacia el príncipe francés y, sobre todo, al repentino fallecimiento de éste apenas comenzada la guerra.

Por su parte, Catalina, desde Fontainebleau, donde se había refugiado con sus hijos, continuaba negociando con unos y otros para evitar la ruptura. Alarmados ante la posibilidad de que Catalina y Carlos IX, voluntaria o involuntariamente, cayesen en poder de los calvinistas, varios príncipes católicos se presentaron el 27 de marzo en Fontainebleau y devolvieron a la Reina y a sus hijos a París. La presencia de Catalina y Carlos IX junto al lugarteniente otorgaba la necesaria legitimación a sus actuaciones.

Los acontecimientos parecían conducir irremediablemente al reino hacia la guerra civil. El 2 de abril, Condé se levantó en armas y tomó Orleans, reclamando la liberación del Rey y de Catalina, que se apresuró a negar su cautiverio. Los reformados seguían tomando villas en la región media del Loira, el Delfinado y el Languedoc. La ofensiva católica comenzó a finales del mes de julio por iniciativa de Antonio de Borbón, que contaba con el apoyo de las tropas del Rey católico. El 16 de octubre, en el cerco de la ciudad de Ruán, Antonio recibió una herida grave de arcabuz en la espalda. Un mes más tarde, el 17 de noviembre, a las nueve de la noche, el rey de Navarra fallecía. Se había intentado trasladarlo a París navegando por el Sena, pero su precario estado de salud no permitió que Antonio llegara con vida a su destino. Un hijo suyo, Enrique III de Navarra y IV de Francia, pondría fin a una situación de confrontación civil y militar que cuando su padre murió apenas había hecho más que comenzar.

 

Bibl.: A. de Ruble, Antoine de Bourbon et Jeanne d’Albret, vol. II, III y IV, Paris, Bibliothèque Nationale, 1882-1886; Jean d’Albret et la Guerre Civile, vol. I, Paris, Bibliothèque Nationale, 1897; L. Romier, Les origines politiques des Guerres de Religion, Genève, Slatkine-Megariotis, 1974; Le Royaume de Catherine de Médicis. La France à la vielle des Guerres de Religion, Genève, Slatkine Reprints, 1978; N. L. Roelker, Jeanne d’Albret, reine de Navarre, 1528-1572, Paris, Imprimerie Nationale, 1979; One king. One faith. The Parliament of Paris and the religious reformations of the sixteenth century, Berkeley-Los Angeles-London, University of California Press, 1996; V. Vázquez de Prada, Felipe II y Francia, Pamplona, Eunsa, 2003.

 

Rafael Daniel García Pérez