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Severo Ochoa de Albornoz

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Biografía

Ochoa de Albornoz, Severo. Luarca (Asturias), 24.IX.1905 – Madrid, 3.XI.1993. Médico, bioquímico y biólogo molecular.

Octavo de los ocho hijos de Severo y Carmen, tenía siete años cuando murió su progenitor, abogado y hombre de negocios, que se trasladó muy joven a Puerto Rico, donde fundó el Auxilio Mutuo Español, un gran centro médico. Todos los hijos del matrimonio Ochoa-Albornoz, salvo la mayor (Dolores) y el benjamín (Severín), nacieron en Puerto Rico, pues el padre se retiró joven de los negocios de América para instalarse de nuevo en su Asturias natal. La economía familiar no sufrió, sin embargo, grave quebranto con la muerte del padre, y su viuda, que continuó percibiendo ingresos de Puerto Rico, pudo atender con comodidad y decoro la educación de sus hijos. Por consejo médico y para paliar la bronquitis crónica que padecía, Carmen, asturiana de origen levantino, decidió trasladarse a Málaga en 1912 con el propósito de residir en la capital mediterránea de septiembre a junio y de pasar los veranos en Asturias, en la quinta de Villar. Mujer muy religiosa, cuidó con atención que Severo, que había iniciado su educación en el Colegio de los Hermanos Maristas de Gijón, asistiese hasta los diez años al de los Jesuitas de Málaga. Tras continuar su instrucción en un colegio privado —en el que también estudió el poeta sevillano Vicente Aleixandre, Premio Nobel de Literatura en 1977—, Severo se incorporó finalmente al Instituto de Segunda Enseñanza malagueño, donde obtuvo el grado de bachiller en 1921. En los colegios e institutos de Andalucía recibió Severo Ochoa una educación y formación ejemplares y comenzaron a forjarse su carácter metódico y disciplinado, y su personalidad sencilla, afable y refinada. Severo, que se había matriculado como alumno libre de cuarto curso en el Instituto de Oviedo, se examinó en 1920 en el Instituto San Isidoro de Sevilla de las asignaturas de quinto curso; curiosamente no se presentó a la asignatura de Fisiología, materia en la que sería después galardonado con el Premio Nobel, pero obtuvo sobresaliente en Historia Literaria, así como algunos de los pocos aprobados de su bachillerato. Como demostró después en sus escritos científicos y no científicos, en inglés y en español, Ochoa fue no sólo un gran hombre de ciencia, sino un excelente escritor, sobrio, elegante y preciso, al que la Sociedad Española de Médicos Escritores acogió como miembro de honor.

La vocación biológica de Severo Ochoa fue clara y rotunda desde su adolescencia y nació precisamente gracias al estímulo e influencia de sus primeros maestros. En su autobiografía, The pursuit of a hobby, escribió el gran bioquímico: “Fue en los años últimos de Instituto cuando comencé a sentirme enormemente atraído por las ciencias naturales. En gran parte, fue debido, estoy seguro, a la estimulante enseñanza de un joven y brillante profesor de química, Eduardo García Rodeja. Durante un tiempo pensé estudiar ingeniería, pero por una parte yo tenía poco talento para las matemáticas y, por otra, me di cuenta de que lo que realmente me interesaba era la biología. Por esta razón me matriculé en la Facultad de Medicina de Madrid en 1923. Nunca me pasó por la imaginación dedicarme a la práctica médica, pero en aquel momento, al menos en España, esta carrera proporcionaba el mejor acceso al estudio de la biología. Los descubrimientos del gran sabio español Santiago Ramón y Cajal me habían impresionado, y soñaba con tenerle como profesor de histología cuando entré en la Facultad después de un año preparatorio de estudios de física, química, biología y geología [...]. Cuando comenzaba mi tercer año de carrera en la Facultad de Medicina, la decisión de dedicar mi vida a la investigación biológica era irrevocable [...]. Pienso que si pudiera volver a empezar de nuevo sería otra vez bioquímico, pero comenzaría con química en vez de con medicina. Siempre me ha perjudicado la carencia de una preparación formal en química”.

Severo Ochoa tuvo como compañero de Facultad hasta el tercer curso a Pedro Arrupe, que llegó a ser general de los Jesuitas, y como profesor de Fisiología en su segundo curso de carrera al joven y brillante Juan Negrín, que se había doctorado en Alemania y que estimuló al joven estudiante no sólo con sus enseñanzas teóricas y prácticas, sino con su viva imaginación y la recomendación de la lectura de textos y monografías en lengua extranjera. También fue fascinante para Ochoa la conferencia que en 1924 pronunció en la Facultad de Medicina de Madrid el fisiólogo argentino Houssay, que compartiría en 1947 el Premio Nobel de Fisiología o Medicina con el matrimonio Cori, maestros después de Ochoa en Estados Unidos. Los tres científicos mostrarían gran aprecio a Ochoa. Tras aprobar el segundo curso, Negrín ofreció a Ochoa, y a su inseparable amigo desde sus tiempos de estudiante en Málaga y Sevilla José María García Valdecasas, la posibilidad de iniciarse en la investigación en el pequeño laboratorio que dirigía en la Junta para Ampliación de Estudios en la famosa Residencia de Estudiantes de Madrid, junto al del gran neurohistólogo Pío del Río Hortega. Ochoa consiguió plaza de residente en 1927, coincidiendo con Federico García Lorca, cumplió el servicio militar y realizó con varios amigos su primer viaje al extranjero, con estancia en París, y visitó algunas ciudades de Bélgica. Hernández Guerra, profesor auxiliar de Negrín, le eligió como colaborador para la elaboración del manual Elementos de Bioquímica, destinado a los estudiantes de Fisiología, que vio la luz en 1927 y tuvo varias ediciones.

Severo Ochoa comenzó su carrera investigadora en el extranjero en el verano de 1927 en el laboratorio del profesor Paton en Glasgow, donde encontró que la guanidina, un producto del metabolismo, contraía los melanóforos de la piel de la rana; éste fue su primer trabajo científico, que el propio Paton comunicó en 1928 a los Proceedings of the Royal Society. De vuelta en Madrid, y con buenos conocimientos de inglés, se propuso y consiguió, sin apenas objeciones de los editores, publicar en 1929 el micrométodo que había desarrollado en el laboratorio de Fisiología de Negrín con García Valdecasas para la determinación de la creatina en el músculo en la revista de máximo prestigio internacional Journal of Biological Chemistry, de la que él mismo sería años más tarde nombrado miembro de su cuerpo editorial y elegido presidente de la American Society of Biological Chemists. Ochoa terminó la licenciatura en Medicina en 1928 con un expediente brillante y sólo dos suspensos y, después de asistir durante el verano al Congreso Internacional de Fisiología que se celebró en Boston, marchó a Berlín en el otoño de 1929 con una beca honorífica de la Junta para Ampliación de Estudios, al laboratorio del profesor Meyerhof en el Instituto del Kaiser Guillermo para Biología. Meyerhof había recibido en 1922, junto con el británico A. V. Hill, el Premio Nobel de Fisiología o Medicina por sus investigaciones sobre la química y energética de la contracción muscular, y fue para Ochoa “el maestro que más contribuyó a su formación científica y el que más influyó en el rumbo de su trabajo”. Desde entonces, los enzimas —los catalizadores biológicos que realizan las funciones vitales— serían para el científico español tema preferente en sus investigaciones. Ochoa acompañó a su maestro alemán cuando éste se trasladó a Heidelberg, y regresó a España a finales de 1930 al Laboratorio de la Residencia, donde trabajó, con el jovial y siempre buen amigo suyo Francisco Grande Covián, sobre la función de las glándulas suprarrenales en la contracción muscular, y en 1931 se casó en Covadonga con Carmen García-Cobián, su inseparable compañera, también asturiana y amiga de sus hermanas. En 1932, después de asistir al Congreso Internacional de Fisiología que tuvo lugar en Roma, fue con una beca de la Universidad de Madrid al Instituto Nacional de Investigaciones Médicas de Londres, que dirigía sir Henry Dale, Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1936 por sus investigaciones sobre la transmisión química del impulso nervioso; durante el primer año en este Instituto amplió sus estudios en enzimología con Dudley, concretamente sobre la glioxalasa, y durante el segundo trabajó sobre la influencia de las glándulas adrenales sobre la contracción muscular. A su vuelta a Madrid con Negrín fue nombrado profesor ayudante de la Universidad y combinó la enseñanza con la investigación sobre la glicólisis en el músculo cardíaco, doctorándose en 1934 con una tesis titulada Los hidratos de carbono en los fenómenos químicos y energéticos de la contracción muscular.

El joven doctor Ochoa presentó, en el verano de 1935, una comunicación sobre los niveles de adenilpirofosfato en la contracción muscular en el Congreso Internacional de Fisiología de Leningrado, presidido por el famoso fisiólogo ruso Pavlov, Premio Nobel en 1903 por sus observaciones sobre los reflejos condicionados. Este compuesto fundamental de la bioenergética, abreviado como ATP, había sido identificado en 1929 por Lohmann, ayudante de Meyerhof, como la fuente de la energía muscular, y el mecanismo de su síntesis resultaría desde entonces fascinante para Ochoa, así como para el que sería su primer discípulo en Estados Unidos y con el que compartiría más tarde el Premio Nobel, Arthur Kornberg (Cuéllar), de origen español sefardí. Después de continuar su trabajo con Grande, aceptó en 1935 la dirección de la Sección de Fisiología que le ofreció el prestigioso doctor Jiménez Díaz, fundador del Instituto de Investigaciones Clínicas y Médicas en la Ciudad Universitaria de Madrid, y opositó, contra su voluntad, a la Cátedra de Fisiología de la Universidad de Santiago, cuyo tribunal presidía su maestro Juan Negrín, más tarde presidente de la República, y del que también formaba parte como vocal su íntimo amigo José María García Valdecasas.

Dolido por no haber tenido éxito en esta oposición, apesadumbrado por el estallido de la Guerra Civil y deseoso de ser un gran investigador, Ochoa abandonó definitivamente España con Carmen en septiembre de 1936 y residió durante unos meses en la Casa de España de la Ciudad Universitaria de París en compañía de varios ilustres compatriotas, entre otros, el novelista Pío Baroja, el físico Blas Cabrera y el filósofo Xavier Zubiri, antes de marchar a Heidelberg con Meyerhof, que le acogió de nuevo amablemente en su laboratorio, donde exploró la acción del coenzima piridín-nucleotídico conocido entonces como cozimasa y después abreviado con las siglas DPN y NAD. Tras casi un año con Meyerhof, que por su origen judío tuvo que abandonar Alemania, y gracias a la mediación de A. V. Hill, obtuvo en 1937 una beca de seis meses para trabajar en el Laboratorio de Biología Marina de Plymouth (Reino Unido), sobre la fosforilación —el proceso biológico fundamental que energiza el ortofosfato— y la distribución del NAD en músculos de invertebrados (langostas). Aunque Carmen no había tenido ninguna práctica previa, ayudó a su marido en estas investigaciones.

En 1938, el profesor Peters de Oxford aceptó a Ochoa en su laboratorio para investigar la función de la tiamina, o vitamina B1, y de su coenzima, la cocarboxilasa, en la oxidación del piruvato por preparaciones de cerebro e hígado. Quizás la contribución más importante de Ochoa durante su feliz estancia en Oxford fue la demostración de que la oxidación respiratoria del piruvato está acoplada con la fosforilación y de que se energizan al menos dos moléculas de fosfato por cada átomo de oxígeno consumido durante el proceso. El fecundo período de Ochoa en Oxford terminó en 1940 con el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial y la aceptación por los Cori para trabajar en su laboratorio de la Facultad de Medicina de la Washington University en Saint Louis, Missouri. Durante su estancia en Saint Louis, Ochoa perfeccionó su dominio en las técnicas de aislamiento, purificación y caracterización de enzimas y demostró, por primera vez, la presencia de pirofosfato inorgánico en homogenados de hígado. Los Cori fueron, de hecho, los últimos maestros formales de Ochoa, ya que en 1942 consiguió una plaza para trabajar independientemente en el Departamento de Medicina de la Universidad de Nueva York, institución en la que desarrollaría una brillante carrera docente e investigadora hasta su jubilación en 1974. Conviene subrayar que hasta 1945, a la no temprana edad de cuarenta años, no obtuvo Ochoa, después de su largo periplo por los mejores laboratorios de Europa y América, plaza de profesor ayudante, y que para conseguir laboratorio propio y el nombramiento de catedrático tuvo que aceptar el año siguiente la jefatura del Departamento de Farmacología. Por fin, en 1954 fue nombrado director del Departamento de Bioquímica, su codiciada y merecida meta.

Ochoa acuñó en 1940, por primera vez, en una de sus publicaciones en la prestigiosa revista Nature, el término “fosforilación oxidativa” para describir el proceso único y fundamental de la síntesis de ATP —la moneda energética universal de todos los seres vivos—, que él mismo había demostrado durante su estancia en Oxford que se acopla con la respiración aeróbica, y en 1943, en su primer trabajo realizado en Nueva York independientemente de toda tutoría, aportó el dato definitivo de que durante el proceso respiratorio se generan tres moléculas de fosfato rico en energía por cada átomo de oxígeno respirado. No cabe duda de que Ochoa debe ser considerado padre de la fosforilación oxidativa. Para Ochoa y para su discípulo Kornberg, la caza de los enzimas implicados en la fosforilación sería a partir de entonces una especie de búsqueda del Santo Grial de la bioquímica. Ninguno de los dos consiguió su propósito en este sentido, pero ambos descubrieron otros muchos enzimas claves del metabolismo, entre ellos los que les valieron la conquista del Premio Nobel. Durante su estancia con Ochoa en 1946, Kornberg quedó impresionado por la categoría moral, entusiasmo, capacidad de trabajo y fortaleza frente a la adversidad y el desaliento de su maestro, al que describió como un caballero de El Greco. Para enfatizar el temple toledano del talante y carácter resignado de Ochoa, Kornberg ha relatado repetidas veces que, al volver a su primer laboratorio de Nueva York después de haber asistido al concierto de La Pasión según San Mateo de J. S. Bach, encontró que habían sacado expeditivamente al pasillo su mesa y aparatos. Krebs y Lipmann, dos compañeros de Ochoa en Berlín y Heidelberg, que como Meyerhof se vieron obligados por su condición de judíos a emigrar a Inglaterra y Estados Unidos, respectivamente, propusieron en 1937 varias de las reacciones claves de la bioenergética del fosfato y de la ruta metabólica de demolición del ácido láctico en dióxido de carbono e hidrógeno (no libre, sino asociado al piridín-nucleótido), siendo ambos galardonados en 1953 con el Premio Nobel de Fisiología o Medicina. Partiendo de esta base, Ochoa y un nutrido y sobresaliente grupo de colaboradores suyos purificaron y describieron entre 1945 y 1955 varios de los enzimas del llamado ciclo de Krebs, o del ácido cítrico: enzima condensante, isocitrato deshidrogenasa, a-cetoglutarato deshidrogenasa, succinato-tiokinasa, así como el enzima de la descarboxilación oxidativa del piruvato, el enzima málico y los enzimas implicados en el metabolismo del propionato. Fue precisamente el uso del enzima málico lo que permitió a Ochoa y a su colaborador Vishniac descubrir en 1951 que los cloroplastos reducen fotoquímicamente con agua el coenzima piridín-nucleotídico TPN, o NADP, una de las reacciones fundamentales de la fotosíntesis.

El año 1955 fue clave en la carrera científica de Ochoa, pues al decidir abordar de nuevo el problema de la fosforilación oxidativa y elegir la bacteria Azotobacter vinelandii, caracterizada por una respiración aeróbica muy activa, descubrió un enzima que fabricaba ácido ribonucleico (ARN) a partir de nucleósidos difosfato, con liberación de ortofosfato. Puesto que la reacción era reversible, el enzima fue bautizado con el nombre de polinucleótido fosforilasa. El trabajo fue realizado en colaboración con la becaria postdoctoral, recién llegada de Francia, Marianne Grunberg Manago y representó nada menos que la primera síntesis in vitro de un ácido nucleico de alto peso molecular.

Un año más tarde, Arthur Kornberg descubría en la bacteria Escherichia coli el enzima ADN polimerasa, que, con el requerimiento de un molde de ADN, sintetizaba a partir de nucleósidos trifosfato el ácido desoxirribonucleico (ADN), con liberación de pirofosfato. Ambos compartieron el Premio Nobel de Fisiología o Medicina de 1959. A juicio del mundo científico, Ochoa pudo también haber compartido justificadamente en 1968 el Premio Nobel concedido a Holley, Khorana y Nirenberg “por la interpretación del código genético y su función en la síntesis de proteína”. En efecto, sus contribuciones al mecanismo de la replicación de los virus ARN, dirección de la lectura del mensaje genético, demostración de que el triplete UAA es un codón de terminación, descubrimiento de los factores de iniciación en la síntesis de proteína, y control de los mecanismos de traducción permiten considerar a Ochoa como uno de los más destacados fundadores de la biología molecular.

Las visitas científicas de Ochoa a España, que cada vez serían más frecuentes e intensas, se iniciaron en 1961 con la celebración en Santander de la I Reunión de Bioquímica, a la que seguiría en 1963 en Santiago el I Congreso Nacional y la fundación de la Sociedad Española de Bioquímica, gracias sobre todo al impulso de Alberto Sols. Con motivo de la celebración de su setenta aniversario, un grupo de amigos y colaboradores le dedicaron un cariñoso homenaje en Barcelona y Madrid y un precioso libro de tirada reducida con las contribuciones de los participantes titulado Reflections on Biochemistry y editado por Kornberg y otros, cuya portada dibujó Dalí. En esa misma fecha, los príncipes don Juan Carlos y doña Sofía inauguraron el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa en la Universidad Autónoma de Madrid y entregaron al ilustre homenajeado tres volúmenes, editados por Alberto Sols y su eficaz secretaria Clotilde Estévez, con los Trabajos Reunidos de Severo Ochoa (1928-1975), que recopilaban la obra imperecedera, hasta entonces dispersa, del gran bioquímico. Ochoa recibió otro cariñoso homenaje de sus amigos en 1980, en el Instituto Roche de Nutley, Nueva Jersey, donde trabajó a pleno rendimiento desde su jubilación en 1974 hasta su definitiva venida a España en 1985. En 1980, Ochoa accedió con complacencia a que su legado científico pasase a constituir un Museo en Valencia bajo la dirección de su distinguido discípulo Santiago Grisolía y su esposa Frances Thompson. La Fundación Colegio Libre de Eméritos editó sendos volúmenes de Trabajos Reunidos de Severo Ochoa (1975-1986) y Severo Ochoa en imágenes, que el maestro recibió de manos del ministro de Educación y Ciencia en una exposición-homenaje organizada en 1989 en el Museo Español de Arte Contemporáneo. Quedaba así finalmente reunida para la posteridad en cuatro volúmenes una labor investigadora excepcional, difícilmente repetible, realizada a lo largo de ochenta y un años de intensa vida productiva, que alcanzaba alrededor de trescientos trabajos (artículos, monografías, conferencias, etc.). Algunos de sus artículos periodísticos, así como de su autobiografía y trabajos traducidos, fueron editados por primera vez en 1989 por su biógrafo y cercano amigo Marino Gómez Santos con el título Escritos.

Con motivo del trigésimo aniversario de la concesión del Nobel a Ochoa, un grupo de amigos celebró en 1990 un simposio en su honor, publicándose las contribuciones en el libro Nuestros Orígenes: El Universo, La Vida, El Hombre. A lo largo de su vida, Ochoa recibió una treintena de doctorados honoris causa, y numerosas academias y sociedades, entre ellas la Academia Pontificia de Ciencias y la Academia Nacional de Estados Unidos, lo eligieron miembro. Quizás la última frase escrita por Ochoa —un gran amante de la cultura, las artes y la música— fue en el libro En el umbral del tercer milenio (1992), editado por Santiago Grisolía: “La mente humana siempre busca el origen del Universo”, y es que el hombre siempre busca el principio y el fin, de él mismo y de todas las cosas.

 

Obras de ~: Base molecular de la expresión del mensaje genético, Madrid, EMC, 1969; Trabajos reunidos de Severo Ochoa (1928-1975) (1975-1986), Madrid, Servicio de Publicaciones del Ministerio de Educación y Ciencia, 1975; Escritos, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1999.

 

Bibl.: A. Kornberg, B. L. Horecker, L. Cornudella y J. Oró (eds.), Reflections on Biochemistry in Honour of Severo Ochoa, New York, Pergamon Press, 1976; A. Sols y S. Grisolía (eds.), Severo Ochoa en imágenes, Madrid, Fundación Colegio Libre de Eméritos Universitarios, 1988; A. Fernández Rañada (ed.), Nuestros Orígenes: El Universo, La Vida, El Hombre, Oviedo, Fundación Principado de Asturias-Fundación Ramón Areces, 1990; M. Gómez-Santos, Severo Ochoa. La emoción de descubrir, Madrid, Pirámide, 1993; M. Losada Villasante, Ochoa. Hombre de Ciencia y de Bien, Sevilla, Universidad, 1994; A. Kornberg, Severo Ochoa, Philadelphia, 1997; A. Gandía, El pensamiento científico de Severo Ochoa, Madrid, Fundación Ramón Areces, 1997; M. Gómez Santos, Severo Ochoa. Biografía esencial, Madrid, Fundación Lilly- Gráficas Deva, 2005.

 

Manuel Losada Villasante

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