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Yusuf II

Biografía

Yūsuf IIAbū l-Ḥaŷŷāŷ Yūsuf b. Muḥammad b. Yūsuf b. Ismācīl b. Faraŷ b. Ismācīl b. Yūsuf b. Muḥammad b. Aḥmad b. Muḥammad b. Jamīs b. Naṣr b. Qays al-Jazraŷī al-Anṣārī, al-Mustagnī bi-[A]llāh. Granada, c. 757 H./1356 C. – 16.XI.794 H./5.X.1392 C. Emir de al-Andalus (1391-1392), undécimo sultán de la dinastía de los Nazaríes de Granada (precedido por Muḥammad V y sucedido por Muḥammad VII).

Nació en Granada en una fecha que no se conoce pero que por diversos datos y acontecimientos de su vida y la de su padre hay que situarla hacia el año 757/1356, poco después del acceso al trono de su padre Muḥammad V (1354-1359 y 1362-1391) con menos de dieciséis años en šawwāl de 755/octubre de 1354, la misma fecha del asesinato de su abuelo Yūsuf I (1333-1354).

Era el primogénito y, durante el primer reinado de su padre (1354-1359), fue hijo único; posteriormente, durante el segundo reinado (1362-1391), tuvo, además de una hermana, tres hermanos varones: Abū l-Naṣr Sacd (nacido entre 1362 y 1369), Naṣr (nacido hacia la misma fecha) y Abū cAbd Allāh Muḥammad.

Su infancia fue muy agitada pues vivió y sufrió directamente la violenta sublevación que acabó con el destronamiento de su padre Muḥammad V el 28 de ramaḍān de 760/23 de agosto de 1359. Los sublevados, dirigidos por el arráez Abū Sacīd el Bermejo -posteriormente sultán Muḥammad VI (1360-1362) y primo segundo de Muḥammad V- aprovecharon la oscuridad nocturna para escalar los muros de la Alhambra, asesinaron al chambelán de su padre, el ḥāŷib Riḍwān, y proclamaron a Ismācīl II (1359-1360), tío paterno de Yūsuf.

En el momento de la sublevación, acaecida en una noche de verano, Yūsuf, todavía un niño pequeño de unos tres años, se hallaba con su padre de camino hacia la residencia que tenían en los paradisíacos jardines del Generalife, contiguos a la Alhambra, para descansar. Ello permitió al emir salvar su vida huyendo a Guadix, aunque tuvo que dejar en Granada a su hijo Yūsuf. Tras diversos avatares, su padre debió exiliarse a Fez sin poder tampoco en este momento llevar consigo a su hijo, aunque más tarde, a mediados [15] de muḥarram de 762/[25] de noviembre de 1360, el nuevo emir, su tío Ismācīl II, le permitió que fuera trasladado, junto con su madre y las sirvientes de esta, al Magrib.

Después de casi dos años de exilio, su padre volvió a al-Andalus y consiguió recuperar el trono, tras ocho meses de lucha desde Ronda, el 20 de ŷumādà II de 763/16 de abril de 1362; una vez en la Alhambra, era el momento de que volviera también su hijo Yūsuf, que se había quedado en Fez con su séquito, pero surgió un problema con el nuevo sultán meriní Abū Zayyān, que retuvo a Yūsuf con el fin de compeler a Muḥammad V a que le devolviera Ronda. Esta ciudad había estado bajo control benimerín durante muchos años y había sido cedida al emir derrocado, para que recuperase el trono, en šawwāl de 762/agosto de 1361; tres meses después había sido entregada definitivamente al emir nazarí a cambio de su mediación ante Pedro I para que permitiera a Abū Zayyān (príncipe refugiado en la Península) trasladarse al Magrib para ser entronizado en Fez. Finalmente, el benimerín, aunque no consiguió Ronda, permitió a Yūsuf regresar a al-Andalus, acompañado del visir Ibn al-Jaṭīb, y llegar a Granada un mes y medio después que su padre, el 20 de šacbān de 763/14 de junio de 1362.

Al año siguiente y una vez asentado en el trono su padre, este celebró fastuosamente el icdār, la ceremonia de circuncisión, de su primogénito Yūsuf; corría el año 764/octubre de 1362-octubre de 1363, por lo que en esa fecha es posible que el primogénito contara ya siete años, edad a la que se suele realizar este rito (aunque también puede efectuarse a otras edades, siempre antes de la pubertad).

Ese mismo año también fue importante para Yūsuf por otro acontecimiento. Su padre decidió acabar con la enorme influencia que ejercía en al-Andalus el šayj al-guzāt, jeque o jefe de los combatientes de la fe norteafricanos, un cargo desempeñado por ambiciosos príncipes meriníes que llegaron a organizar o instigar el asesinato de varios sultanes nazaríes. Para ello, Muḥammad V encarceló al jeque Yaḥyà b. cUmar el 13 de ramaḍān de 764/26 de junio de 1363 y emitió un edicto por el que designaba a su hijo Yūsuf, a pesar de su juventud, jefe del cuerpo mayor de combatientes de la fe estacionado en la capital. En el mismo edicto le asignaba una importante alquería libre de impuestos, mientras que en otro edicto nombraba jefe del segundo cuerpo de combatientes de la fe, menor que el primero, a un hermano de Yūsuf, Abū l-Naṣr Sacd.

Con este poder y una vez que se acercaba a la mayoría de edad, Yūsuf sufrió las consecuencias de los enmarañados intereses políticos y procelosas intrigas que padeció el gobierno nazarí. Al parecer, durante una expedición que Muḥammad V realizaba por cierta comarca de al-Andalus, fueron a prevenirle de que su primogénito Yūsuf pensaba sublevarse contra él. Inmediatamente, ordenó que lo arrestaran y lo devolvieran a Granada, pues, al parecer, acompañaba a su padre en la expedición. Sin embargo, la investigación que abrió demostró la inocencia de Yūsuf, al que puso en libertad y devolvió todos los honores.

La muerte de su padre Muḥammad V el domingo 10 de ṣafar de 793/15 de enero de 1391 llevó al trono ese mismo día a Yūsuf II, con unos treinta y cinco años a la sazón. Adoptó el laqab (sobrenombre honorífico) de al-Mustagnī bi-Llāh, “el que se da por Satisfecho con Dios”.

La experiencia política que sin duda adquirió durante su larga etapa como príncipe heredero le proporcionó la agilidad para poner en marcha la engrasada y eficiente maquinaria diplomática nazarí, de tal manera que el mismo día de su entronización y de la muerte de su padre ya despachó una carta al adelantado de Murcia, Alonso Yáñez de Fajardo, confirmando las treguas suscritas unos meses antes con Castilla, que también fueron confirmadas por el consejo de regencia que gobernaba ante la minoridad de Enrique II. Téngase en cuenta que la vigencia de las treguas se mantenía mientras los firmantes vivían y a la muerte de cualquiera de ellos prescribía, por lo que había que renovarla con presteza. No obstante, en este caso no resultaba tan necesario y urgente el trámite pues la tregua firmada con Juan I en 1390 fue rubricada también por los hijos de ambos firmantes, los futuros Enrique III y Yūsuf II, con el fin de dar continuidad al tratado.

Con respecto a Aragón, escribió posteriormente, hacia el mes de marzo de ese 1391, comunicándole la muerte de su padre y su entronización, a lo que el monarca aragonés Juan I le respondió con las cortesías habituales pero mostrando extrañeza por la tardanza en comunicarle tales importantes acontecimientos, que sin duda conocería ya a través de sus espías y de Castilla. A pesar de la situación tensa y ambiente bélico que se vivió durante 1391, hubo diversos contactos diplomáticos a lo largo de este año que superaron cierto enfriamiento de las relaciones y desembocaron en un tratado de paz que se firmó el 14 de agosto de 1392 por un periodo de cinco años, igual que tratados anteriores. Dos semanas después empezó a dar sus frutos el tratado y reflejarse en las relaciones bilaterales, como muestra una carta del rey aragonés Juan I de 29 de agosto de 1392 donde se indica que en razón de la paz recientemente acordada y firmada con el emir de Granada concede la petición del embajador del emir nazarí, Yūsuf ibn Kumāša (Iuçe Abencomixa), para que autorice a los musulmanes mudéjares del reino de Aragón a que puedan salir a la calle y andar en público sin signos distintivos. Incluso, el rey de Aragón llegó a aceptar la petición de autorizar a los mudéjares de Zaragoza para que enviasen una representación al emir nazarí para que les ayudase en sus necesidades, como se indica en la carta de Juan I de 28 de agosto de 1392, aunque la licencia real fue anulada y la carta autorizando a los mudéjares a tratar con Granada no se llegó a enviar (así lo indica una nota marginal de la propia carta), probablemente por temor a las consecuencias diplomáticas y las posibilidades de intervención nazarí en asuntos de los mudéjares.

Por lo que respecta al interior del Estado, en el primer año de su reinado los acontecimientos se sucedieron vertiginosa y turbulentamente, con desenlace violento en casi todos los casos.

Comenzó “dejando” el gobierno en manos de un liberto o cliente (mawlà) de su padre llamado Jālid, que fue su visir y se encargó de recluir a los tres hermanos varones del nuevo sultán (Sacd, Naṣr y Muḥamamd) en prisión, donde murieron sin que nunca se tuvieran noticias de ellos.

El advenimiento de Yūsuf II también acarreó otras víctimas políticas: el visir y poeta Ibn Zamrak fue encarcelado en la alcazaba de Almería, si bien el emir lo restituyó en sus funciones posteriormente, a los veinte meses, el 1 de ramaḍān de 794/22 de julio de 1392.

Antes de que transcurriera el primer año de emirato de Yūsuf II, se produjo un fallido intento de magnicidio. La desenfrenada ambición de su visir Jālid le llevó a urdir una conspiración para acabar con el emir. Sin embargo, Yūsuf II fue informado a tiempo y supo cómo su ministro había preparado el veneno para asesinarlo con la colaboración de Yaḥyà b. al-Ṣā’ig, un judío que era el médico de la familia real nazarí. Inmediatamente, ordenó ejecutar a Jālid, que fue muerto en su presencia, acochinado y a golpes de espada. El médico judío no corrió mejor suerte: fue encarcelado y degollado en prisión.

Pero la tranquilidad no duró mucho si damos crédito a algunas fuentes castellanas tardías que recogen la sublevación del segundo de sus hijos, Muḥammad, para destronarlo. Aunque consiguió amotinar a gran cantidad de gente, el conflicto acabó pacíficamente gracias a la mediación del embajador del sultán de Fez, que pudo conseguir que el hijo depusiera su actitud y volviera a la obediencia de su padre.

Además de este hijo sublevado y futuro sucesor Muḥammad VII (1392-1408), también tuvo otros tres vástagos: Yūsuf (III: 1408-1417), que fue el primogénito y nació cuando su padre tenía unos veinte años; tras él nació, al poco, el ya citado Muḥammad; el tercero fue Abū l-Ḥasan cAlī y el cuarto Abū l-cAbbās Aḥmad, los dos últimos nacidos también antes de que su padre accediera al Trono pues la celebración de su icdār, la ceremonia de circuncisión, se realizó en vida de su abuelo Muḥammad V (m. 1391), al igual que sucedió con la ceremonia de circuncisión de Yūsuf (III) y su hermano Muḥammad (VII), que también fue realizada en tiempos de su abuelo. Además de estos cuatro varones, tuvo también una hija llamada Umm al-Fatḥ, que se casó con el futuro Muḥammad IX; era hermana uterina de Yūsuf III, pero solo hermana de padre de Muḥammad (VII), de lo que se deduce que Yūsuf II debió tener al menos dos esposas o concubinas.

Unos meses después de la sublevación de su hijo Muḥammad, Yūsuf II falleció el sábado 16 de ū l-qacda de 794/5 de octubre de 1392, prematuramente, pues solo contaba treinta y ocho años aproximadamente, y apenas llevaba un año y nueve meses en el trono.

La causa de su muerte, según las crónicas castellanas, fue un traje envenenado, concretamente una aljuba de oro que entre otros diversos presentes le envió el sultán de Fez. Desde el mismo momento en el que el emir granadino se la puso, enfermó y a los treinta días murió “cayéndosele á pedazos sus carnes”. A pesar de lo fantástico de la historia, lo que sí parece verosímil es la muerte por envenenamiento, práctica que estaba lejos de ser excepcional, como el propio Yūsuf descubrió el primer año de su reinado, aunque entonces pudo reaccionar a tiempo de evitar el fatídico desenlace. De hecho, incluso su propio hijo Yūsuf (III) alude veladamente al asesinato evitando entrar en detalles sobre el hecho cuando escribe en una de sus obras sobre Ibn Zamrak: “Y pasó lo que pasó con la muerte de su Majestad mi padre y el del poder por mi hermano en su lugar”.

Igual sucede con los móviles. Las crónicas cristianas indican una queja secreta del emir de Fez contra Yūsuf II y también que el benimerín albergaba el secreto propósito de apoderarse de al-Andalus y como no podía conseguirlo decidió asesinar al emir granadino. Aunque no tenemos confirmación de esta versión por otras fuentes, parece bastante verosímil la cuestión de fondo: la injerencia meriní, presente en al-Andalus nazarí, con variada intensidad, desde el siglo XIII.

En cualquier caso, de lo que no hay duda es del móvil político del crimen, que fue acabar con el emirato de Yūsuf II. Recuérdese que en el corto periodo de su reinado (veintiún meses) sufrió tres intentos de destronamiento, los dos primeros fallidos (el envenenamiento por su ministro Jālid y la sublevación de su propio hijo) y el tercero, con éxito, que fue el que acabó con su vida.

La explicación del suceso ha de basarse en una cuestión fundamental: la sucesión. El principal beneficiado de la muerte de Yūsuf II no fue, como exigía la línea dinástica, el primogénito homónimo Yūsuf, sino su hermano menor Muḥammad (VII), el mismo que ya había protagonizado la sublevación aplacada por el embajador meriní. Es posible que este diplomático prefiriese mantener la estabilidad social en la capital nazarí para situar a su candidato en el poder mediante otros medios más discretos, como ya había intentado hacer Jālid cuando trató de envenenar secretamente al emir el año anterior.

Con la historia del traje envenenado del sultán de Fez, imposible de demostrar pero también de desmentir, Muḥammad VII tenía una coartada perfecta y se libraba de sospechas, especialmente las que despertaría después de acceder al trono desplazando al legítimo sucesor, su hermano y primogénito Yūsuf (III).

En conclusión, resulta bastante probable la implicación de Muḥammad VII en el asesinato de su padre con la colaboración de diversos cortesanos, entre ellos, probablemente, algunos agentes meriníes.

 

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Francisco Vidal Castro

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