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Gertrudis de San Ildefonso

Biografía

San Ildefonso, Gertrudis de. Quito (Ecuador), 1651 – 29.I.1709. Monja clarisa (OSC), venerable, escritora.

Hija de un noble español fallecido y de una criolla adinerada, Gertrudis Dávalos y Mendoza ingresó en el monasterio cuando cumplió diecisiete años, por lo que su familia pagó una dote de 12.000 patacones. Al tomar los hábitos invocó la protección de San Ildefonso, cuyo nombre adoptó.

Sor Gertrudis era una monja lega, poseedora de gran carisma religioso entre las congéneres del monasterio. Intervenía en sus oraciones una compañera llamada Catalina del Santísimo Sacramento, con quien solían hacer exaltadas devociones a la Concepción de la Virgen María, reuniéndose en la celda de ésta. Una tarde de 1689, que, sentadas, miraban a un pequeño cuadro de la Virgen que colgaba de una de las paredes de adobe de la habitación, Catalina empezó a expresar vivos anhelos por tener una imagen más enfática que la presente. Quien se refiere a ambas, cuenta que la mencionada religiosa lega había dicho: “Ojalá yo viera en esta pared de mi oratorio, donde estamos, otra semejante”. Del cuadro mediano, que colgaba de dicha pared, observaron que “salían por los lados unas líneas o perfiles, con apariencias o sombras de imagen, que demostraban algún misterio”. Y como no dieron mayor importancia al hecho, mandaron a limpiar las manchas de la pared, a una criada. Pasaron los días y las manchas se habían vuelto de colores más visibles. “Juzgando que la criada había omitido el mandato, de sacudir con el plumero el polvo, le dijeron: “Cómo faltas a la verdad”. Cogió el instrumento la monja Gertrudis, y, al tratar de limpiar el serrín, constató que las manchas iban tomando forma y se avivaban los contornos. En ese momento comenzaron a intervenir las monjas del claustro, con el mismo propósito. Cuando quitaron el cuadro, en la pared se había perfilado, aunque con formas no tan firmes, “una hermosa imagen de María Santísima, con el Niño Jesús al lado izquierdo. Pero a la figura del Niño de faltaba el brazo izquierdo”.

Después de varias comprobaciones, entre las que intervino el obispo Sancho Andrade y Figueroa, y “otras personas graves: don Joseph Fausto de la Cueva, Deán de la Catedral, y Comisario del Santo Oficio, el reverendo padre Joseph de Las Casas, de la Compañía de Jesús, docto, santo y entendido, y otros. Vieron la santa imagen y supieron los prodigios referidos”. Se reunieron los mejores pintores, listos para añadir el brazo izquierdo que faltaba al Niño. Consintieron los canónigos en que se pintara, como lo hicieron. Al siguiente día ocurrió que lo pintado por los artistas, casi había desaparecido. Un día después, comprobaron todos que el brazo faltante iba apareciendo en la misteriosa imagen, apenas estampada en la pared de adobes. Maravillados todos, sugirió la monja Gertrudis que se le pusiera una advocación, concordando todos en “Santa Imagen de Nuestra Señora del Amparo”. De aquí en adelante, y hasta el fin de sus días, sor Gertrudis sería la encargada de guiar el culto, invocación y devoción de la Virgen del Amparo, novenas, cánticos, suplicios, súplicas y las invocaciones necesarias, para establecer un culto permanente a la imagen del monasterio, y que durará varios siglos.

La imagen de la pared fue transferida después a un lienzo por un procedimiento especial, en el año 1917, por el pintor Joaquín Albuja, y en 1955 fue retocada por el también artista Antonio Freysing. Fue construida una nueva capilla para esta imagen en 1941, considerándola una “hermosa imagen de la Concepción, asentada en su trono”.

El culto a la Virgen del Amparo fue establecido en su mayor parte, por la religiosa Gertrudis de San Ildefonso a finales del siglo xvii. La historia debe registrar el llamado portento, por formar parte de una estructura mental de la religiosidad colonial en Iberoamérica, que puede tener parangón en México con la Virgen de Guadalupe, aunque la Virgen de Quito no tuvo la enorme devoción que alcanzó la guadalupana.

Sor Gertrudis escribió en diarios los avatares de su vida, las razones por las que tomó los hábitos y las pruebas de fe que pasó como religiosa, por recomendación de su confesor, el carmelita fray Martín de la Cruz.

Para la investigadora argentina Rossana Caramella de Gamarra, La Perla Mística [...] es posiblemente la primera obra de literatura mística escrita en América, y tiene 1800 páginas, reunidas en tres volúmenes. La experta escribió que uno de los principales desafíos de su investigación es descubrir cuáles de los textos pertenecen a sor Gertrudis y cuáles fueron escritos por su confesor, pues era común que los sacerdotes se atribuyeran la autoría de textos de las religiosas.

La venerable Gertrudis de San Ildefonso escribió más de un libro de salves, letanías y oraciones, que forman un legado artístico que fue adornado por completas partituras de música de la época colonial. El libro, además, es una joya de la pintura y grabados sobre la existencia de esta memorable religiosa. Dibujos de primer orden, versos y música fueron obras piadosas de la venerable monja, que legó al patrimonio artístico de Quito.

La interpretación del pensamiento simbólico en las imágenes coloniales de Quito se verá beneficiada si se atiende a la elaboración de un sistema de creencias que rodeó a la constitución de la Virgen del Amparo. Los conventos o monasterios de monjas necesitaban de una “Santa intermediaria” (heroína de la transmutación), de una imagen divina (símbolo), de un milagro (fe) y de veneración permanente (legado religioso).

 

Obras de ~: con Fr. Martín de la Cruz, La perla mística en la concha de la humildad, Quito, 1700, 3 vols.

 

Bibl.: I. M. Rossi de Fiori y R. Caramella de Gamarra, La palabra oculta. Monjas escritoras en la Hispanoamérica colonial, Salta, Argentina, EUCASA, 2008.

 

Hugo Burgos Guevara

 

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